salgan al Sol ¡idiotas!
Billy Bond y La PesadaNo me enorgullece saber qué extraña fuerza obligó a aprenderme casi todas las canciones de Los Temerarios. Pero tampoco me quita el sueño saber en qué radica ese bastardo gancho que las vuelve tan pegajosas y lacerantes. Contra toda lógica, no tengo un solo disco de estos zacatecanos. Tampoco sé el orden y nombre de su discografía. Casi todos los temas de Los Temerarios los he escuchado en cantinas y microbuses en los que pasé muchas horas. Quizá ahí radica su fuerza. Quizá no.
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Alguna vez, mientras bebía con Eduardo Añorve, uno de mis amigos más cultos, puso una canción en la rockola: "Te quiero tanto tanto" de la Onda Vaselina. Yo lo regresé a ver, entre absorto y emocionado. Una canción es una cápsula emotiva, me dijo. Esta canción me recuerda a alguien, y con eso me basta para que sea una gran canción, dijo Añorve.Ya sabemos que la clasificación de bueno o malo tiene mucho de subjetivo y otra cosita. Pondré un ejemplo: ninguna canción de Bob Dylan me emociona (Nik Cohn lo definió como "un talento menor con un don especial"). Ignorancia, pendejez, arrogancia o polémica. Llámenle como quieran. No cambiarán un milímetro mi postura. Por lo tanto, ni siquiera está en mi colección. En cambio, Huracán, de un grupo mexicano casi desconocido llamado Las Madrastras, significa una especie de tema vertebral para mí. Me acompañó en una etapa en la que me desintoxicaba de la piedra. Estaba amarillo y flaco. Y esta canción me acompañó en esos días de temblorina, sudor e insomnio. No es que no tuviera más canciones. Simplemente, cuando llegué esa noche a casa, dispuesto a dejar la piedra nomás por mis tanates (una clínica estaba fuera de toda posibilidad), en mi pequeña grabadora estaba un disco quemado con temas de Las Madrastras. Lo puse a tocar sin saber que tenía activada la opción de "repetir". De ese modo, Huracán sonó durante 72 horas seguidas en mi grabadora. Por eso es tan importante para mí. No importa que no figure en alguna lista, recuento o canal de videos.
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Recuerdo una ocasión que en un encuentro de escritores, bebíamos copiosamente en el bar del hotel. Hablábamos de esto y de lo otro. De pronto, vimos aparecer a Kalimba, el tipo acusado de pedofilia y que hasta la vez es meme en las redes sociales. Ver al tipo nos llevó a mover la plática a los gustos musicales culposos. Así, comenzaron a emerger confesiones tipo: "tengo una colección con discos y un mechón de Amanda Miguel"; "a mí me latía mucho Magneto, hasta los fui a ver a un concierto"; "yo soy fan, pero muy fan de Luis Miguel".Sin embargo, había un tipo en la mesa que comenzó a reprobar nuestra plática. Decía cosas como: "No mamen. No es posible que sean escritores y hablen de esa mierda. Mejor hablemos de jazz o de blues". No le hicimos caso y seguimos con la conversación culposa y jalando vidrio a discreción. Luego de varias horas, mientras hablábamos sobre las revistas literarias misóginas y escritores vendepremios, el tipo amante del jazz, visiblemente ebrio, se puso de pie y confesó: "yo admiraba a Laureano Brizuela. Me vestía igual que él y guardo sus casettes en los más profundo de mi biblioteca".
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