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Cultură

El manual del bebedor clandestino

Mis días más felices como bebedor clandestino fueron cuando mi hija más pequeña era todavía un bebé. Era alérgica a la leche de pecho, así que tomaba una botella de leche de soya, la metía al portabebé y caminábamos a la tienda para comprar una...

Ilustraciones por Esra Røise.

Mis días más felices como bebedor clandestino fueron en la ciudad de Kansas, cuando mi hija más pequeña era todavía un bebé. Era alérgica a la leche de pecho, así que tomaba una botella de leche de soya, la metía al portabebé y caminábamos a la tienda, a media cuadra del departamento, para comprar una anforita de Jack Daniels y un Dr. Pepper de dieta en un vaso de unicel. Después tiraba medio vaso de Dr. Pepper en el callejón detrás de la tienda y lo rellenaba de whisky. Encontrar ese tipo de rincones y pasillos en una ciudad es mucho más difícil de lo que crees, hasta que comienzas a buscarlos.

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Caminábamos juntos por las calles de mi vecindario. En nuestra ruta pasábamos junto a un internado abandonado donde vivió Hemingway mientras escribía para el Kansas City Star. Mi hija bebía su leche de soya (era una niña de dos botellas, así que siempre cargaba con una segunda botella de soya en mi bolsa), y yo tomaba. Nos mirábamos bajo los árboles en Rockhill y Hyde Park, la vieja y decadente Kansas, pasábamos frente a las mansiones de piedra y las casas de recuperación de ladrillo, y el Museo Nelson-Atkins y la fuente iluminada Walter De Maria. Ella se quedaba dormida, y después la llevaba de regreso a casa y la metía a la cama. Así se dormía todas las noches, hasta que cumplió año y medio.

Durante el invierno, la metía bajo mi chamarra, sólo su cabeza por fuera, y a veces íbamos a un bar irlandés en Main Street, y otras veces a Dave’s Stagecoach Inn; un lugar que yo amaba en Westport Road. Un bebedor secreto extraña sus bares. Como el ritual de cortar tu coca o calentar tu heroína, una bebida en un bar es muy distinta a cualquier otra, aunque el cantinero esté demasiado ocupado para hacer conversación y nadie más quiera platicar. Una noche de invierno particularmente fría, cuando el bar de Dave’s estaba lleno, un cantinero al que nunca había querido me dijo: “No te puedo servir con tu bebé aquí, amigo”.

“Me has servido con ella aquí muchas veces”, le dije. “La bebé no está tomando”. En los pocos bares que frecuentábamos, a la gente le gustaba verme con mi bebé. Muchos borrachos son personas amigables y generosas, y entienden los problemas de otros, y les gustan los bebés.

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“No deberías tener a ese bebé afuera en el frío, no te puedo servir”.

“Perdón, ¿qué dijiste?” le grité. “¿Me acabas de decir cómo cuidar a mi bebé? ¿Cuántos hijos tienes tú?”

Era evidente que no tenía ninguno. Perdí mi temperamento. Mi bebé estaba más calientita bajo mi abrigo de lo que estaría en su cama. “Lo único que no soporto es que la gente me diga cómo criar a mis hijos”, le dije a una mujer parada junto a mí. Ella asintió en solidaridad.

Tiempo después, cuando ya había dejado de beber, quería disculparme con el hombre. Pero cuando eres un borracho, una vez que empiezas a disculparte, nunca terminas. No importa lo que digan los de AA.

Los bebedores secretos están en todos lados. Estás siempre rodeado. Supongamos que decides echarte un trago durante tu hora del almuerzo o en una tarde tranquila. Ves a una mujer sentada sola en una mesa con una copa de vino blanco y un aburrido plato de vegetales frente a ella. Para muchas personas esto parecería algo completamente normal. Pero esa es la trampa: ella sabe que el público general no asocia el vino blanco con la bebida de un alcohólico.

Ves a un tipo nervioso en una licorería, casi como si estuviera a punto de asaltar el lugar. Se lleva su botella de ron, pero deja el recibo; es mayor de edad, ¿cuál es el problema? La verdad es que está mirando sobre su hombro, pero no porque le preocupe la policía o tu mirada. Está ansioso por ver a las personas que no espera ver o, para ser más específico, las personas que espera no lo vean a él. Está pensando en los amigos de su esposa. Miembros de su grupo de AA. Compañeros de trabajo. Viejas amantes que saben que debería estar sobrio. Estudiantes o clientes. Todas las personas a las que les miente; aquellos que creen que ya no bebe.

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Cuando un bebedor clandestino entra a un restaurante, incluso antes de sentarse, ya sabe quién es el cantinero, dónde está el baño, y toma una mesa de espaldas al bar. Si el bar y el baño están muy alejados, un buen bebedor clandestino sugerirá otro restaurante. Los mejores restaurantes tienen el bar y el baño completamente separados del comedor, lo que permite a los bebedores mantener el ritmo durante su cita.

La primera regla de un bebedor clandestino: haz que tu pareja también beba. Sólo un sobrio puede detectar a un borracho.

El bebedor secreto va al baño más de lo ordinario. No sé cuántas veces me han dicho, sin sarcasmo: “Tienes una vejiga muy pequeña”. El bebedor inteligente toma mucha agua y por lo general pide varias cosas de tomar (café, refresco de dieta, agua mineral) para reforzar la ilusión de que se trata de un borracho en recuperación.

Incluso cuando el bebedor secreto queda atrapado en un restaurante en el que el bar y el baño están en la zona del comedor, hay formas de sortear el problema. Hace como un año, comía un plato de dim sum una mañana con una cita del Upper West Side en un lugar donde el bar estaba a plena vista y del otro lado del baño. No había restaurantes de dim sum en el vecindario, y una vez adentro, mi cita decidió sentarse junto a mí. De camino había visto un pequeño lugar para desayunar a la vuelta de la esquina algo poco probable, pero era mi única oportunidad. Igual que en muchos lugares, los baños del restaurante estaban cerca de la salida. Fui al servicio, me escabullí por la puerta trasera y corrí hasta el desayunador. No vendían licor, pero tenían vino en botellas pequeñas. Pedí tres botellas de Merlot (una cosa imbebible, ligeramente mejor que un jarabe para la tos) y pagué en efectivo. Me paré en la banqueta y, con mi cita dándome la espalda, vacíe las tres botellas. Hice otros dos viajes al desayunador durante el resto de la comida. Esto a pesar de que tenía que entrar por la puerta principal. No sabía cómo explicárselo a mi cita, quien para ese momento ya tenía razones para sospechar. Pero por suerte, no lo notó. Si lo hubiera hecho, cualquier mentira habría funcionado. Eran las 11AM y la verdad era demasiado absurda, hasta para mí.

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Regla número dos: siempre lleva efectivo. Tu estado de cuenta es tu enemigo, y no puedes pagar rápido con una tarjeta de crédito.

En Seattle, en una cita con otra mujer y una amiga suya, probé el mismo truco en un restaurante junto al mar, y me vieron entrar al lugar por la puerta principal cada vez. (Siempre entrecerraba la puerta trasera, pero casi nunca se quedaba abierta. El personal de cocina usa estas puertas todo el tiempo, y por lo general se cierran automáticamente. Puedes tocar, y quizá te dejen entrar la primera vez, pero eso es todo). La amiga, mayor que mi cita, más escéptica y sabia, una abogada criminal de Luisiana, notó esto y dijo: “Vas al baño en la parte de atrás y regresas por la puerta de enfrente”. Levantó una ceja. “¿Estás yendo al lugar de a lado a tomar?”

Le caía bien, pero me había atrapado. Le dije: “Me gusta ver el mar cada que tengo oportunidad. Vivo en Kansas. Es un regalo para mí”.

Creo que ni siquiera mi cita se tragó esa, pero si controlas el diálogo, controlas la verdad. Beber de forma clandestina es como cualquier otra forma de hacer trampa. Nunca te atrapan hasta que la evidencia es indiscutible o, si eres un imbécil, dices la verdad.

Regla número tres: Negar, negar, negar. Si no has aprendido esto durante tu vida, grábatelo. Claro que quieres decir la verdad. Claro que te dijo que te perdonará si la dices. Y cuando te diga esa mentira, la mentira sobre perdonarte, la mentira sobre absolverte de tu confesión, lo dirá en serio. Ella no sabe que es una mentira. Pero después de decir la verdad, todo cambia.

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He aquí otro ejemplo de cómo superar el problema bar-baño: era una gran noche en el Masa, en Nueva York. Ya Había comido antes, en el restaurante, y sabía que no había bar. No podía salir varias veces del restaurante: estaba en un centro comercial y no había salida trasera. Así que tuve que recurrir a mis calcetines. Puedes guardar hasta tres botellitas de minibar en cada calcetín. Claro que si eres de esos hombres que cargan con bolso, seguro todo es más fácil. Puedes usar las bolsas de tu traje, pero eso es más arriesgado; seguro habrá un poco de toqueteo en el taxi camino al restaurante.

Al llegar, ve al baño y guarda las botellas. Por lo general hay una repisa, un gabinete, un compartimento en el techo; algo. Tengo experiencia escondiendo botellas de vino de tamaño regular en baños de restaurante, pero en Masa no había dónde guardar nada. Esos japoneses y su estética minimalista. Los escusados ni siquiera tienen tanque con tapa (las botellas pueden flotar ahí dentro sin problema, pero corres el riesgo de que alguien las encuentre si hacen ruido o interfieren con la palanca; nunca me he sentido muy cómodo con este método). Así que guardé mi botellitas en el basurero, y las escondí detrás de la basura. Cada que regresaba al baño, siempre vaciaba el bote en el escusado o en mis bolsillos, todo menos un papel o dos, para que los empleados no se cambiaran las bolsas y encontraran mis botellas.

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Fue una tarde hermosa: mi cita bebió sake en el sushi bar, yo bebí vodka en el escusado, y no le preocupaba que me emborrachara. Tomamos un bici-taxi de Lincoln Center hasta nuestro hotel en Gramercy Park, donde había más botellas en el minibar que podía vaciar y rellenar con agua.

Otro consejo: no olvides tu celular. Esto no funcionará con alguien cercano, pero con amigos casuales o durante esas comidas de negocios, una llamada es la excusa ideal para dejar la mesa. Puedes caminar sin problema hasta otro establecimiento. O, si tu ubicación está más aislada, esconde una botella en la guantera o debajo del asiento (siempre es extraño cuando alguien te ve abrir la cajuela en medio de una llamada imaginaria).

Regla número cuatro: acepta que todos saben lo que estás haciendo, y actúa como si nadie lo supiera. Actúa alegre, seguro y despreocupado.

Más adelante, cuando estés en recuperación, si le dices a un amigo cercano: “bebía en secreto todo el tiempo”, casi siempre te sorprenderá descubrir que no tenían idea. La gente sospecha menos de lo que crees. Pero actuar como si todos supieran lo que tramas evitará que desaparezcas tanto, y eso es demasiado obvio.

Regla número cinco: hazte amigo del cantinero. Hazte amigo de tu mesero. Hazte de amigo de cualquier empleado que te lo permita.

Supongamos que acomodas a tu pareja de forma que esté de espaldas al bar; ahí está el baño, con las puertas abiertas, y ahí está la esquina del bar y el cantinero. Te levantas mientras ella estudia el menú y dices: “Por favor pídeme una coca de dieta si viene el mesero”. Es hora de un vodka doble. Bueno, vodka solo, derecho; ése es el camino más rápido y barato para ponerte borracho. Sin hielo, por la misma razón. Dale una muy buena propina al cantinero. Y la siguiente vez que pidas uno doble, te servirá uno triple.

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Si ves a tu mesero (nadie dijo que esto saldría barato,) dale un billete también. Nadie te puede delatar más rápido que un mesero. “¿Le puedo traer otro vodka, señor?” Justo en la mesa, frente a tu cita. Esto me ha pasado varias veces.

Habrás notado que únicamente me refiero a estas personas en masculino. No sé por qué, pero en mi experiencia, las meseras y cantineras son más propensas a delatar a bebedores clandestinos. Quizá sea que son menos tolerantes a las mentiras, los secretos y al silencio. Quizá sea que suelen ser ellas las víctimas del alcoholismo furtivo. Quizá sea simplemente que están del lado de tu cita. O quizás sólo sea que mi encanto no funciona con ellas como quisiera, tal vez porque, en mi subconsciente, me siento culpable de usar a una mujer como mi cómplice. Como sea, tenlo en mente.

La mejor forma de encargarte de tu mesero es pararte junto a la puerta del baño y esperar que se acerque al bar. Hazle una señal. Después dile: “¿Me podrías traer un vodka doble? Sólo entre tú y yo. No estoy tomando”. Después dale un billete. Ellos entienden; conocen la situación. Nunca hace daño agregar: “Estoy seguro de que entiendes”. Por lo general, esto desarma la bomba.

Otro truco maravilloso: después de la enorme propina, pregúntale a tu mesero si te puede dar tu siguiente coca de dieta con un shot de vodka. Nunca nadie, hombre o mujer, me ha negado esto. Sin embargo, esto conlleva cierto riesgo. En una ocasión, en un PF Chang’s en Kansas, un mesero idiota llegó a recoger el vaso vacío de mi coca con vodka, el cual había pedido en el bar con él parado junto a mí, y dijo: “¿Algo más de tomar, señor?”

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“Sí, otra COCA DE DIETA, por favor”.

Mi cita me miró con la boca abierta. El mesero seguía sin entender.

“¿Coca de dieta y vodka, correcto, señor?”

“No, no, estaba tomando coca de dieta. Yo no bebo”.

Por fin entendió. “Oh, por supuesto, señor”. Cuando regresó, me trajo una coca de dieta. Lo cual estuvo bien porque lo primero que mi cita hizo fue pedirme un trago.

Igual que muchos jóvenes, bebía en secreto de las botellas de mis padres. Mi hermanastra y yo no tomábamos mucho en aquel entonces, pero eventualmente, mi padrastro nos convocó a una conferencia familia en el comedor y acusó a mis medios hermanos, los mayores, de beber en secreto. No dijimos nada.

Más tarde, cuando tenía 12, estaba de niñero y regresé a la cava. Vinieron algunos amigos, y después mis padres regresaron de su cita. Mi madre me dijo que tenía aliento a vodka. Por supuesto, yo lo negué. Pero al día siguiente, inocente como era, le pregunté: “¿Cuál es ese alcohol que no tiene olor?”

“No hay ningún alcohol sin olor”, me informó.

Durante dos décadas esperas, ves a otras personas disfrutar de su alcohol. Es durante estos años de formación cuando el bebedor clandestino aprende el arte y la emoción de su oficio. También aprendes que, sobre todas las cosas, el alcohol es libertad. Es el gran ecualizador de la inhibición. Durante años, mientras creces, ves a otras personas tomar. Se vuelven más y más felices entre más beben; más libres, más relajados, más alocados. Cuando tuve una conversación seria con mi hija mayor, hace algunos años, sobre mi forma de tomar, dijo esto de mi ex esposa y yo: “Siempre me gustaba cuando tomaban. Jugaban más. Eran más divertidos”. (Eventualmente logré convencerla, con mi comportamiento, de que no era tan divertido cuando bebo).

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El alcohol está en todos lados, todo el tiempo, pero sólo podemos hacerlo en ciertas situaciones. Un editor, amigo mío, instaló una cámara en su oficina porque observó que los niveles en sus botellas más caras de whisky comenzaban a bajar. Después, el whisky empezó a cambiar de color. Poco tiempo después de instalar la cámara, vio a nuestro amigo, un bebedor secreto, entrar a su oficina a las diez de la mañana, cuando mi amigo el editor había ido al baño, abrir una botella y darle un trago o dos antes de regresarla al estante. A veces llevaba una botella de agua con él para rellenar la botella de whisky un poco. (Sobre esto, ten cuidado cuando uses agua para rellenar una botella medio vacía de alcohol. El agua cambia de color muchos de licores, y después no tienes opción más que llevarte la maldita botella. Una botella completa de alcohol es algo difícil de esconder). Creo que mi amigo el editor, un hombre justo y amable, nunca confrontó al ladrón. Si lo conozco tan bien como creo, entendió la necesidad y el sufrimiento de su colega. Este hombre simplemente tenía que tomar algo en la mañana. Y era demasiado pobre para comprar lo suyo, o sabía que si compraba algo no podría esconder su alcoholismo. Sin embargo, mi amigo definitivamente no es un filántropo. Empezó a rellenar sus botellas de Macallan de 30 años, con botellas baratas de Teacher’s.

Hasta hace unos 20 años, podías tomar tres martini durante la comida antes de regresar a la oficina con una sonrisa en la cara. Después hubo un largo periodo, durante el cual emborracharse en horas laborales era inaceptable. Pero últimamente, las libertades parecen estar regresando.

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Mi punto es que cuando un alcohólico deja de tomar, no sólo está dejando el alcohol. La parte física suele ser fácil. Lo difícil es que al dejar de beber, también está dejando un estilo de vida, una manera de entender el mundo, un placer básico e irreemplazable, un tratamiento para problemas psicológicos, un estimulante para su apetito por la vida,y un entendimiento de su persona. Pero lo más difícil es que el bebedor se aleja de su libertad personal y suprime su voluntad. Quizá pienses que es esclavo de su adicción. Pero en realidad, su adicción es lo que evita que se convierta en un esclavo.

Cada que el bebedor se siente oprimido, busca una botella. La gente le dice que no debe tomar, pero no escucha. Esto lo agota, y el bebedor clandestino emerge de su malestar en un estado de opresión.

Esto no es nada nuevo. Cuando San Agustín, de niño, escalaba una pared para robarse peras que no se molestaba en comer, concluyó que eso era prueba del pecado original. Y en cierto sentido, tenía razón: era una expresión de su libertad, era su rebelión, su desafío. Adán también mordió la manzana sólo porque le advirtieron que no lo hiciera, más que por las mentiras que le dijeron la serpiente y la mujer. El hombre subterráneo de Dostoievski se rehúsa a ir al doctor a pesar de que tiene el hígado enfermo, simplemente por el hecho de que hacerlo sería acatar las normas sociales y negarse el derecho a hacer lo que le plazca, aunque esa decisión sea impulsiva y contraintuitiva. Insiste en que será libre, sin importar el precio. Todo trago tomado en secreto es, en esencia, una manera de desafiar la tiranía de otros, o la tiranía de tu pareja, la tiranía de la sociedad, o incluso la tiranía de nuestra propia adicción: “¡Vete a la mierda! Puedo darte tres grandes tragos y dejarte aquí, atrás de las escaleras del sótano, Sr. Belvedere. ¡Y buenas noches!” O una mejor idea, y más realista, aunque sea una declaración más modesta: compra medio litro y tómatelo de un trago.

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¿Estás tú, lector, intentando dejar de beber o en transición a un estilo de vida más sobrio? Dejas de beber por completo quizá no sea para ti. Si, en contra de mis consejos, decides tomar este camino de desolación, lo que te espera será algo así: tres días completamente sobrio; después, incontables días perdiendo el control. Tu pareja, si la tienes, estará furiosa. Recriminaciones, promesas, lágrimas. Pronto empezarás a perder las cosas que inhiben tu existencia día a día. Empieza con tu licencia de conducir, tus tarjetas de crédito, tus llaves, tu celular, tu dinero, tu ropa. Y la cosa sigue escalando.

¿Te preocupa dejar de respetarte? Por favor. Recuerdo a un editor que me contó sobre un escritor que puso diez mil dólares de vino en la cuenta de la editorial en un restaurante, antes de desmayarse de borracho en el baño. “Imagina ser ese güey, al día siguiente”, me dijo. Le respondí. “Oh, no te preocupes, no es tan grave. Hace tiempo que dejó de importarle si la gente piensa que es un borracho”. A esas alturas ya perdiste tu reputación. ¿Pero tu trabajo? ¿Tu carrera? ¿Tu libertad? ¿Tu pareja? ¿Tus hijos? Todas estas son cosas que puedes, y vas a perder si no te controlas.

Pero si ya llegaste a este punto, ya no estás en posición de convencer a nadie, ni siquiera a ti mismo, de que eres capaz de dejarlo. Así que empieza a pensar en tomar en secreto. Es una buena forma de autorregularte. Te echas tus tragos, pero tiene que ser en secreto, lo que implica que tienes que controlarte.

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Esto nos lleva a la regla número seis: debes tener una estricta disciplina en términos de mensajes y llamadas. Tu celular, eso que ha permitido a tantos beber en secreto, puede convertirse en tu peor enemigo después de algunos tragos (y eso va a pasar, inevitablemente). Terminarás enviando mensajes o haciendo llamadas a personas que se percatarán que tu sintaxis está mal y que estás escribiendo peor de lo normal. Tu afección y tu enojo son demasiado familiares. Y perdiste la mitad de tu astucia.

Hay una forma muy sencilla de evitar estos problemas: nunca te emborraches. La clave, no me canso de repetirlo, es la autodisciplina; y de ves en cuando, la ayuda de San Agustín: “La utilidad de la virtud está en la oportunidad para evitar el vicio”. Agustín conocía las debilidades de la voluntad humana. Este es el hombre que, cuando intentaba controlar su rapacidad sexual, rezaba: “Señor, dame castidad y dominio de mí mismo… ¡pero todavía no, Señor, todavía no!” Ésta, también es la oración del bebedor secreto. Ahora vamos a hablar de pasos de bebé: cómo beber en secreto te ayuda a controlar (un poco) tu hábito.

Tu jardín es el bar más seguro, pero sólo es tan bueno como el clima. Si es una buena época del año y estás bebiendo en secreto bajo el sol, compra algunas botellas y entiérralas (entre las flores es lo más fácil), a un ángulo, y enróllalas con un poco de aluminio. Después, a tu propio ritmo y con un popote y una toalla, disfruta de tu bebida subterránea. Éste es un viejo truco, tan viejo que si tienes amigos o parientes que han estado en Alcohólicos Anónimos seguro habrán escuchado de él, así que ten cuidado.

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El bebedor clandestino debe aceptar el hecho de que no se puede mantener sobrio en aeropuertos y aviones. Aquí tiene la libertad (¡volar!) mezclada con el glamour y la emoción (viajes, lujos y escapadas): estos son los ingredientes que dan sabor al alimento del alma alcohólica. Y no hay mejor lugar para beber en secreto que un aeropuerto. Todos los cantineros de un aeropuerto asumen que sus clientes llevan prisa. En el avión es todavía más fácil: el bar está junto al baño. Si prefieres no robar botellas, las azafatas no tienen problema (esto es cierto, y no entiendo por qué) con quedarse platicando contigo mientras compras y te tomas tu trago. Quizá tenga algo que ver con estar atrapadas en el fondo del avión durante tantas horas a la semana. El asiento del baño en un avión es un lugar inusualmente cómodo para tomarse una botella de vino rojo, en especial si es un avión grande y hay varios baños disponibles. Es un rincón tranquilo y privado, y nadie te puede llamar por teléfono ni esperar nada de ti mientras estás ahí dentro.

Si intentas mantenerte sobrio, pero metes la pata durante un viaje, prepárate: cuando regreses a casa, las primeras noches serán difíciles. Puede tomar hasta 90 días romper la dependencia física al alcohol. No podrás dormir sin alcohol. Así que dile a tu pareja: “Voy a calentar un poco de leche para tomar mientras leo”. Ella se ofrecerá a hacerlo por ti, porque estará muy contenta. Pero no, tú insistes. Te “tranquiliza” hacerlo tu mismo. La leche caliente no es nada sin canela, nuez moscada y, dependiendo de la marca, alcohol de vainilla de 50 o 120 grados. Empieza con botellas medianas y cómpralas todos los días camino a casa para que no sepa cuanta estás usando ni qué tan rápido te las estás acabando. Son pequeñas y es fácil guardarlas en la basura. Yo solía comprar marcas específicas y deslavar las etiquetas para que mi ex esposa no notara el contenido de alcohol (muchas marcas de vainilla tienen esta información en el frente por la misma razón). Si te sirves demasiado, te preguntarán: “¿Qué es ese olor?” La pregunta de la preocupación. “Nuez moscada, creo. Sabes que nadie piensa nuez moscada. Así que asegúrate de usar mucha, y tampoco escatimes con la canela.

También es importante que el bebedor clandestino establezca y se adhiera a una rutina. En casa a las seis. Jugar una hora con los niños, darles de comer. Mientras ella prepara sus loncheras, corre a la tienda por comida para adultos. Toma media botella de Jägermeister (por sorprendente que suene, es el licor que menos huele). Un trago grande en el estacionamiento. Otro antes de la tienda. Un tercero en el coche. Después de estacionarte frente a tu casa, guarda la botella en la cochera, en un basurero (vas a ser mucho más consciente de sacar la basura), o debajo de la escalera si es posible. Ese cuarto y último trago es tu recompensa por haber sobrevivido otro día con sólo medio litro de Jäger. Este placer solitario, este ritual, me mantuvo con vida durante tres años antes de que todo se fuera a la mierda.

Para emergencias, siempre ten jarabe para la tos y enjuague con alcohol en tu casa. Si te emborrachas por accidente, dale tres tragos al jarabe para la tos, acuéstate con la botella medio vacía junto a tu cabeza, y di que estás enfermo. El jarabe sirve para explicar el olor y tu mala articulación; la enfermedad es tu excusa para pasar la siguiente mañana en cama.

Otros consejos rápidos: durante una fiesta, róbate una botella y escóndela en el armario de los abrigos o en el baño, o en algún lugar secreto donde puedas explicar tu presencia si te atrapan; compra cerveza o vino sin alcohol, vacía la botella y rellénala con alcohol de verdad (esto es particularmente útil; puedes caminar por la casa o la fiesta con una bebida de verdad sin que nadie te diga nada); corre a la tienda, pide una botella en bolsa de papel, y dale una vuelta a la manzana (sólo de noche, esto puede ser extremadamente peligroso de día); o ve a la tienda de donas de la esquina, donde siempre hay una larga fila y los baños suelen estar vacíos. Si sales con tu pareja y ella no está tomando, definitivamente olerá el alcohol en tu persona y querrá oler tu aliento, comer limones y jabón de manos ayuda, pero es mejor fumar y, cuando estés de vacaciones, comprar puros.

Regla número siete: Siempre, siempre, ten el control de tu licor. Si tu pareja toma el control de la cava o incluso del refrigerador, pronto quedarás expuesto. Sé proactivo. Cuando tenga esa mirada en los ojos, dale algo de tomar. Te dirá que no tiene ganas, pero al poco tiempo te pedirá una segunda. Así funciona esta droga. Todo alcohólico viene acompañado de un alcohólico en formación. “Siento que tomas indirectamente a través de mí”, te dirá. Bueno, sí y no. Si estás en un hotel con minibar, siempre y cuando seas el que prepara las bebidas, puedes rellenar las botellas que vacías en el baño con agua. Asegúrate de descartarlas cuando tu pareja salga del cuarto, y después, cuando llegue la cuenta, si tu chica agarra la cuenta y la cantidad de alcohol se vuelve un problema, di con firmeza: “mi novia sólo se tomó tres cervezas”. Al final, te lo aseguro, quitarán los otros cargos de tu cuenta.

Regla número ocho: como he dicho una y otra vez. Encárgate de ser el único que saque la basura.

La gente es muy chismosa. Hay espías en todos lados. No te puedes convertir en un cliente regular de ningún establecimiento. No puedes ir muchas veces a la misma tienda, licorería, bar o restaurante. Tarde o temprano vas a terminar en uno de estos lugares con tu pareja, y alguien va a meter la pata. Probablemente no digan nada: pedirás una cajetilla de Marlboro Lights para tu esposa, y él pondrá tus cigarros con una botellita de alcohol en el mostrador y empezará a teclear en la caja registradora.

Regla número nueve: ahora eres un bebedor clandestino. Estás teniendo un romance. Acéptalo. Sé prudente, tan delicado como el más experimentado de los adúlteros. A veces, la suerte favorece a los más atrevidos, y vas a tener que poner tu mejor cara de póker. “Oye, gracias por el whisky, ya llevo un año sin tomar”, échale una de esas miradas al cajero, “¡pero gracias por ofrecer!” Ríete un poco, y con algo de suerte tu pareja se reirá también (pero de nervios). Debes minimizar estos momentos. No habrá registros telefónicos que delaten este amorío (y ya hablamos de los mensajes de texto), pero no olvides que siempre hay alguien listo para agarrarte con las manos en la masa. No tienes idea de cuántas veces mi ex me dijo: “Escuché que estabas borracho en X el día Y”, o “he estado escuchando rumores”. No puedes dejar que esto pase.

Lo que me lleva a la regla número diez, la más importante de todas: no puedes tomar tanto que te caigas de borracho. Te pondrás borracho, y de vez en cuando tendrás que admitir que tuviste una recaída, pero tienes tres, quizá cuatro, oportunidades. Cuando empiece a ocurrir más de una vez al mes, tu pareja o tu familia te dirán: “Acéptalo. Estás tomando de nuevo”. Y una vez que ella piense que lo haces de manera regular, beber en secreto será imposible. Si te equivocas de cepillo de dientes, olerá el alcohol en tu aliento. Si te pones loción, te preguntará: “¿Huele a alcohol?” Cada minuto de cada día será cuestionado. Se acabaron los viajes a la tienda de la esquina, se acabaron las idas al súper. Incluso empezara a sacar la basura.

Si usas estas sencillas estrategias y sigues estas reglas, podrás beber en secreto el tiempo que quieras. Sin embargo, un par de advertencias: primero, deshacerte de las botellas. Suena fácil, pero es una chinga. Cada botella vacía te incrimina; aunque no sea tuya. Las botellas vacías en la basura te incriminan; asegúrate de amarrar esas bolsas. Si tiras demasiadas botellas al jardín del vecino, se va a encabronar y será el fin del juego. No puedes dejar botellas vacías adentro de la casa. No puedes dejarlas en ningún lado. Y aunque quizá suene contraintuitivo, es igual de difícil sacar la botella vacía de tu casa, que meterla cuando todavía estaba llena.

Muchas de las técnicas antes descritas son ideales para los bebedores solteros o casados. He conocido a muchas personas, a lo largo de mis momentos de sobriedad y mis recaídas, dentro y fuera de AA y hospitales psiquiátricos, que se dieron cuenta, durante sus momentos secretos de alcoholismo, que estaban casados con un bebedor clandestino. Sin embargo, el verdadero bebedor clandestino es una persona sociable. Prefiere la compañía de otros. Anhela algo de intimidad, quiere un mejor amigo, extraña a su mamá. Pero llegará un momento en su vida en el que alguien le diga: “Sabes qué, podría vivir aquí en tu pequeño departamento y chupar hasta la muerte. A nadie le importaría. Puedes tomar todo lo que quieras. ¿Por qué no lo haces?” Pero no lo harás.

Y siempre dirás: “Señor, dame sobriedad y dominio de mí mismo… ¡pero todavía no, Señor, todavía no!”