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Uganda ama este número

El normalismo rural no debe desaparecer

Las escuelas normales rurales son un modelo de educación creado en México y único en el mundo; hospedan, alimentan y educan a estudiantes de escasos recursos para que puedan enseñar en sus comunidades.

Niños observan una manifestación en Guerrero para pedir la presentación con vida de los normalistas desaparecidos en Iguala desde septiembre del año pasado. Foto por Hans-Maximo Musielik.

"En Guerrero no habrá elecciones", dice Moisés González Cabañas. Estudió en la normal rural de Ayotzinapa y se encuentra activo en el movimiento magisterial que ha reclamado la presentación con vida de los 43 estudiantes desaparecidos desde septiembre del año pasado. Hoy forma parte de la Coordinación de Egresados en Defensa de la Normal de Ayotzinapa. Es, además, sobrino nieto de Lucio Cabañas, el luchador social que fue asesinado por el ejército en 1974, quien también fue formado en ese plantel. Según comenta, los planes de impedir la realización normal de las elecciones no se están desarrollando sin proponer alternativas: actualmente en muchos municipios de Guerrero se trabaja en crear consejos populares, una estructura paralela a lo que podría ser un Ayuntamiento.

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"Con lo que sucedió en Acapulco se terminó cualquier margen de negociación". Se refiere al operativo que montó la Policía Federal para cerrar el paso a los profesores que intentaban tomar el aeropuerto el pasado 24 de febrero, Día de la Bandera. Se trataba de una manifestación para exigir el pago de salarios caídos a 94 mil maestros de ese estado, además de una resolución satisfactoria para el caso de los normalistas desaparecidos. El operativo arrojó una larga lista de víctimas, entre las que se cuentan cinco profesoras que denuncian haber sido violadas y el profesor jubilado Claudio Castillo, que murió a consecuencia de los golpes de la PF.

Al momento de realizar esta entrevista, aún no sucedían otros episodios de represión, como aquél en que la policía estatal de Guerrero cerró el paso a los autobuses en que viajaban alumnos de la normal y apedreó sus ventanillas, el pasado 28 de marzo, cerca de la capital del estado. En represalia, los normalistas incendiaron dos patrullas. Como saldo, hubo heridos de los dos lados. La lista de episodios parece encaminada a acumularse y la situación que describía Moisés se ve incluso peor a varias semanas de distancia.

"No creo que vaya a haber elecciones. A menos que haya más muertos. A menos de que por medio de la violencia, que es su único recurso, ellos impongan el proceso electoral". Nos queda claro que no se trata de un simple amago, sino de una descripción puntual de lo que está sucediendo. Sus ademanes mesurados y un tono de voz suave son los de quien está acostumbrado a armarse de paciencia para remontar la cuesta que le imponen los prejuicios ajenos o el abuso de poder de los funcionarios. No parece, a primera vista, alguien a quien un día antes hubieran amenazado por teléfono, aunque eso es justo lo que sucedió. Como parte de una de las más recientes jornadas por Ayotzinapa, a unas calles de distancia de donde nos encontrábamos, tenía lugar una manifestación, pero a él no le había parecido prudente sumarse.

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Moisés González Cabañas, quien días antes de la entrevista recibió amenazas telefónicas en las que le decían "Ándate con cuidado". Foto por José Luis Martínez.

Conocí a Moisés en Tixtla, unas semanas antes de tener esta conversación con él. Ese pueblo de Guerrero es aledaño a Ayotzinapa, donde se encuentra la emblemática escuela normal. Fui por casualidad, para asistir a un festival cultural que imaginaba como lo son casi siempre: protocolarios, llenos de declaraciones grandilocuentes de funcionarios de segundo o tercer nivel. Esperaba un programa lleno de presentaciones y actividades artísticas en versión deslactosada, con el contenido reflexivo y político reducido al mínimo.

En el camino, me enteré de que tanto el festival como el ayuntamiento de Tixtla habían sido tomados por el movimiento magisterial. Junto a la explanada principal, un grupo de personas del pueblo custodiaban la entrada a las oficinas municipales, bajo cuerdas de las que colgaban cartones políticos. El templete, colocado en la plaza, estaba cubierto por una manta enorme en la que aparecían fotografías de los estudiantes desaparecidos y la demanda de que fueran localizados con vida. Algunos miembros de las guardias comunitarias circulaban por la calle o estaban apostados sobre la explanada. Una de las demandas para que se realizara el festival fue que no acudieran funcionarios a presentar las actividades, ni políticos listos para recibir los aplausos. En su lugar, la conducción estaba a cargo del periodista Luis Hernández Navarro. Era una forma de devolver el sentido popular de las actividades, de entregar el control de éstas a quienes eran su razón de ser.

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Lo que me llamó la atención fue que la gente en las calles parecía formar parte de ese acto de protesta, al menos tácitamente. Al contrario de lo que sucede en otras ciudades en las que, como parte de una manifestación, se cierran calles o se toma una oficina, aquí no se hablaba de la protesta como de un estorbo o de un motivo de animadversión. Se referían a la toma del ayuntamiento como una acción necesaria, con la que sentían afinidad.

Al día siguiente del acto al que había asistido, mientras comíamos, me explicó Moisés que muchas familias en Tixtla tenían integrantes que habían sido formados como maestros o que se encontraban estudiando para serlo. Era una mesa grande y el ambiente, ajetreado, así que no resultaba fácil entrar en detalles y profundizar. Una vez que nos sentamos en un café del centro de la Ciudad de México para conversar con más paciencia, me dijo que esto no había sido siempre así: "durante muchos años la normal ha sido atacada, por el gobierno y por los medios. Es una lucha que lleva más de sesenta años, de resistencia". Debido a esta campaña en contra de la escuela y del resto de las normales rurales, una batalla que también (o sobre todo) se da en el plano ideológico, la gente se empezaba a mostrar apática frente a ella, a pesar de que se habían acumulado ocho estudiantes asesinados en los últimos dos años. Incluso en Tixtla había voces que pedían su desaparición. Pero a partir de la tragedia del 26 de septiembre de 2014 el discurso de los medios mayoritarios perdió terreno frente a la solidaridad hacia los estudiantes y sus familias. "Ahora", comenta, "la gran mayoría de la gente en Tixtla está volcada en apoyo a la normal".

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Una clase en la Normal Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa. Foto pot Hans-Maximo Musielik.

De alguna manera, es como si las cosas hubieran vuelto a su curso natural. Tal como nos la describe, la relación entre Tixtla y esa escuela está llena de sentido histórico y ha llegado a tomar la forma de una simbiosis. Esta población ha sido foco de resistencia ante embates colonialistas e imposiciones gubernamentales. Ahí se asentó una de las tribus nahuas que se mantuvo en pie durante más tiempo frente a la conquista española. Unos siglos más tarde, cuando en el pueblo se había establecido una hacienda donde vivía una familia de terratenientes locales, el predio se expropió para fundar en él una central campesina. Fue un acto cargado de simbolismo, enfatiza Moisés, porque ese sitio, que se arrebató a los latifundistas para entregarlo a los trabajadores agrarios, se convirtió más tarde en el elegido para asentar la normal de Ayotzinapa. Otro aspecto de esta simbiosis es que gran parte de los estudiantes que tradicionalmente han ingresado a esta escuela proviene de familias locales, de bajos ingresos.

La historia del enfrentamiento entre las normales rurales y los regímenes que han buscado someterlas está en el mismo propósito con el que fueron fundadas. Antes de la Revolución, las comunidades más pobres y marginadas eran un punto ciego para el gobierno. Se pretendía llenar ese vacío con maestros que, como funcionarios, llegaran ahí para volverse parte de ese entorno social y participar en su desarrollo. Durante la presidencia de Lázaro Cárdenas, estas escuelas llegaron a su cúspide en términos de presupuesto y de la adquisición de un carácter propio. Se trataba de que cada normal rural tuviera sus propios planes de estudio, adaptados a cada sitio. A partir del fin de ese sexenio comenzó el declive: empiezan a cerrarse algunas de estas escuelas y los planes de estudio se vuelven los mismos que se manejan en las normales urbanas. Aunque, por encima de la normativa, además de los planes oficiales, se trabaja con otros originales, creados en la misma escuela. Hoy sigue en funcionamiento la mitad de las normales rurales que llegó a haber y esta idea de la educación se encuentra más asediada que nunca por la economía de mercado y los gobiernos que la defienden.

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Refiriéndose al momento en que surgieron las normales rurales, Moisés hace un recuento: "Las condiciones que existían entonces eran de pobreza, marginación, hambre… y las condiciones de hoy son las mismas. Mientras esto persista, el normalismo rural tiene razón de ser. Porque los políticos de alto nivel no van a ir a comunidades aisladas más que para pedir el voto. Los únicos que se quedan, y no piden el voto, son los maestros rurales". El proyecto de estas escuelas, explica, es único en el mundo. Cualquier otro modelo educativo que se utiliza aquí ha sido importado, pero el de ofrecer hospedaje, alimentación y educación profesional gratuitos, para jóvenes provenientes de familias campesinas de bajos ingresos, que se convertirán en maestros para ayudar a poblaciones rurales y marginadas, es algo que sólo existe en México. En ese sentido, es parte de nuestra identidad y una de las últimas conquistas de la Revolución que aún permanecen. Y mientras exista, sigue Moisés, será imposible borrar la historia y aplicar las leyes del proyecto neoliberal, que son dos de los objetivos del Estado actual.

Al escuchar en sus palabras lo que implica la formación de los normalistas rurales, es difícil no contrastarlo con una noción habitual que se tiene del profesor, como una persona dedicada a aplicar mansamente los planes educativos que se le hacen llegar de las instancias más altas, encargado de vigilar que sus alumnos aprendan como un mero acto de memorización. Esta idea de educación representa poco más que un adoctrinamiento para insertarse en los últimos eslabones de una cadena económica, un entrenamiento para producir ganancias a los empleadores. Por el contrario, el profesor que se dibuja con la explicación de Moisés, y con la historia de las normales rurales, se asemeja más a un combatiente, alguien más preocupado por la justicia social y por dar a sus alumnos herramientas para defenderse y resistir ante las enormes estructuras que se oponen a ella.

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Antes de la noche de Iguala, estábamos acostumbrados a que las apariciones de los normalistas en los noticieros los redujeran a protagonistas de arbitrariedades: bloqueos de carreteras, "tomas" de autobuses… se volvían ejecutores de una serie de actos que, al menos en los canales de televisión y en la mayoría de los diarios, nadie se molestaba en contextualizar ni remitir a sus causas, y la violencia estatal que se ejercía sobre ellos aparecía naturalizada, más que justificada. Así pasó, por ejemplo, con el cierre de la Autopista del Sol que terminó con dos estudiantes de Ayotzinapa muertos a manos de las fuerzas estatales y federales, en diciembre de 2011. Pero a partir del pasado 26 de septiembre algo cambió. De pronto, gran parte del público se empezó a preguntar quiénes eran esos jóvenes y cuáles eran sus propósitos. Qué tenían que haber hecho para que los desaparecieran en conjunto.

"Ayotzinapa es un emblema", sigue Moisés. "Un símbolo de lucha histórica". Compara el valor simbólico de este plantel con el que tiene la efigie y la biografía del Che Guevara. Con la diferencia de que él fue una persona "y Ayotzinapa es una institución. En ese sentido es más fuerte". Cuenta cómo alumnos de la normal de aquellos años, llegaron a reunirse con Fidel, el Che y otros personajes que representaban símbolos de la lucha de clase. El hecho de que a los estudiantes de esa escuela se les haya reconocido legitimidad por parte de figuras de esa talla habla de su importancia. ("Compañeros", llama a sus colegas egresados de Ayotzinapa, y en boca de él el término suena de lo más pertinente. Es hasta que leo la transcripción de sus palabras que me doy cuenta de que usa el término con bastante frecuencia, pero éste nunca brinca ni se escucha forzado cuando habla). "El tema con Ayotzinapa es que si pueden con ella, si logran desaparecerla, todo se viene en cascada".

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Foto por José Luis Martínez.

"Dentro del proyecto del neoliberalismo está la intención explícita de desaparecer las normales rurales", dice. "Las acciones que ha tenido el gobierno federal en contra de esta forma de educación, los asesinatos y desapariciones, forman parte de esta ofensiva". Actualmente, dice, estas escuelas y la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM) "son la mayor piedra en el zapato para la clase política y el mayor referente crítico frente al proyecto neoliberal".

El capitalismo de mercado puede parecer un enemigo abstracto, pero como él lo señala, hay instancias y personas bien visibles en los que se encarna. Nombra, por ejemplo, a Claudio X. González, hijo de un empresario del mismo nombre, que fue uno de los arquitectos de las reformas que se realizaron durante el sexenio de Salinas de Gortari. El segundo Claudio ha sido representante de empresarios (fue presidente de la Fundación Televisa, por mencionar uno de sus cargos, aunque la lista es larga) y a la vez, a través de una organización que preside, es uno de los personajes más influyentes en el diseño de las políticas de la Secretaría de Educación Pública. Entre otras cosas, defiende la enseñanza de la fe católica y el modelo de una educación empresarial. Y se ha pronunciado por cerrar las normales rurales (como en su momento lo hizo Elba Esther Gordillo). Televisa también tiene sus propios intereses en el negocio educativo. O más bien, en hacer de la educación un negocio. Eso le ha vuelto uno de los principales promotores de la reforma educativa y tal vez el agente mediático que más activo se ha mostrado a la hora de condenar a sus opositores. Uno de los esquemas que está impulsando Televisa junto con otras instancias, comenta Moisés, es el de las llamadas "escuelas de calidad". En este modelo se plantea que las escuelas sean financiadas por los mismos padres, o que el gobierno destine recursos públicos a instituciones de educación privada.

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El discurso privatizador es sinuoso y ha encontrado la forma de lograr que se adopte en capas relativamente amplias de la población. Eso explica que en un país con una historia tan ligada a los recursos energéticos, la reforma en ese sector no haya encontrado una oposición amplia entre la ciudadanía. Al menos, no una oposición organizada. De alguna manera, probablemente, se asumió que esta privatización era un producto inevitable de la época, algo que resultaba más dañino postergar que permitir. Hay quien podría suponer lo mismo para el caso de la educación. O al menos, que no es fácil hablar específicamente de los riesgos de privatizarla. Pero Moisés lo tiene claro: está el riesgo, por un lado, de que se regrese a un sistema de castas, donde sólo los que tienen dinero pueden acceder a la educación. Está también el riesgo de que se abarate aún más la mano de obra y de que no haya oportunidad de crecer profesionalmente; por lo tanto, de que se agrave la desigualdad. Está el riesgo de que sea indispensable contratar un crédito para financiar una carrera y que después haya que trabajar durante toda la vida profesional para pagarlo; de que miles de maestros pierdan su empleo; de que las órdenes religiosas se vuelvan un agente preponderante en el sector; de que las personas más ricas del país entren al negocio de la educación y se enriquezcan todavía más, con dinero del Estado, mientras que las escuelas públicas se queden con menos financiamiento hasta que desaparezcan… la lista sigue. Y da vértigo.

"Es una lucha desigual", dice Moisés varias veces a lo largo de la entrevista, con una mezcla de abatimiento y determinación. Y en efecto, cuando se enfrenta al poder del mercado y al Estado que cuenta con las armas para defenderlo no se tienen los pronósticos a favor. Pero con la misma insistencia afirma que se trata de una pelea que no va a desactivarse. Al contrario de lo que sucedió con la reforma energética, por ejemplo, el gremio de los maestros está decidido a no ceder. "No es lo mismo un maestro que gana 2,400 a la quincena que un trabajador de Pemex que gana 70 mil al mes. El asunto con el sistema educativo es más complejo, porque los trabajadores de la educación tienen una mayor trayectoria de lucha". Por eso, "con nosotros no van a usar las mismas herramientas que usaron contra el SME o contra los petroleros, o en el caso de la salud pública, porque también la salud ya está privatizada". En el caso de los maestros, dice, saben que seguirá habiendo muertos y como respuesta, "están haciéndolo poco a poco, con la intención de que cada episodio se olvide. Pero hay cálculos políticos que no les han salido bien".

Una de las mayores muestras de lo anterior, es que, a pesar de que ya no se ven las movilizaciones masivas que inundaron las calles de ciudades como el Distrito Federal durante los últimos meses del año pasado, los reclamos para exigir solución al caso de los normalistas no han bajado su intensidad y siguen sumando apoyos dentro y fuera de las fronteras nacionales. Cita los ejemplos de la visita a Ginebra que hicieron los familiares de los desaparecidos, donde encontraron solidaridad por parte de los medios, de ONGs y de instancias gubernamentales. Sabe que no es suficiente, y que lo necesario es lograr que estos actores incidan en las políticas locales. Pero tampoco lo están haciendo solos. "En estos momentos estamos trabajando con organizaciones sociales, campesinas, de todo tipo. Tal vez con acciones que no están siempre coordinadas, pero tienen un solo objetivo". El caso de Ayotzinapa, comenta, se ha convertido en una bandera, pero no son sólo 43. Son muchos miles. Por eso, buscan articularse con familias y organizaciones de personas que han sufrido por crímenes como la desaparición forzada, el secuestro, el asesinato… "Nuestra tarea es ganar el apoyo de sectores que han permanecido apáticos y otros sectores que los movimientos han desdeñado".

En cuanto a qué puede hacer la población civil para apoyar al movimiento, Moisés afirma que hay muchas formas, desde el activismo social que forma parte de esta estrategia, el activismo virtual por medio de las redes o desde el activismo logístico para facilitar la realización de actividades. Pero afirma que lo más importante es activar la conciencia social.

El trabajo más importante que están realizando con respecto a eso es la de las Brigadas Culturales. Se trata de un proyecto imaginativo con el que llevan artistas a impartir talleres y a presentar su obra en comunidades que han sido golpeadas por la violencia. "Es una manera de decirles que no están solos, que hay mucha gente solidaria", explica. A la vez, se vuelve una vía para que los artistas realicen una aportación social que probablemente les haya parecido fuera de su alcance de otra manera. Luego de esto, nos habla orgulloso de los números que reflejan la buena respuesta que ha tenido este proyecto.

Es de lo último que hablamos durante nuestra conversación. Y de alguna forma, es la mejor imagen con la que podría dejarnos: un intento de restituir el tejido social de forma creativa, que, a pesar de todo (hasta del sentido común, si se quiere), empieza a dar resultados.

Busca la página en Facebook de las brigadas y de la coordinación de egresados de la normal de Ayotzinapa.