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Perfiles

El presidente más fresco del mundo

A cuatro meses de que termine su mandato, el exguerrillero será recordado como el presidente que se aventuró a revaluar la guerra global contra las drogas.

Foto por Mariano Carranza. 

La mañana del 8 de octubre de 1969, José Mujica se despertó y se vistió para ir a un funeral. Él y otros nueve jóvenes —sobrinos del difunto— se amontonaron en una combi Volkswagen y esperaron en la orilla de una carretera de dos carriles que conecta la capital uruguaya, Montevideo, con el pequeño pueblo de Pando, a 23 kilómetros al este. Pasaron seis coches y una carroza fúnebre, rentada para el funeral, y la combi se unió a la caravana a través de los pastizales que caracterizan las costas de este país sudamericano. El viaje fue sombrío y silencioso, hasta que estaban a cinco kilómetros de Pando, donde los dolientes capturaron a los conductores y los metieron en la parte trasera de la Volkswagen.

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En realidad no había ningún funeral, ningún cuerpo y ningún doliente. Estas personas eran miembros del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T), un grupo guerrillero marxista que buscaba instaurar a un dictador en Uruguay para librarse del gobierno supuestamente cleptocrático. Mujica, que a sus 35 años era uno de los miembros más antiguos y carismáticos, se pasó al asiento trasero y sujetó la cacha de madera de su metralleta española Z-45. Cuando llegaron a Pando, una tranquila ciudad industrial con 12 mil habitantes, él y su pequeño batallón robaron bancos y trataron de tomar el gobierno local; mataron a un policía y a un civil en un caótico y descarado tiroteo a plena luz del día.

Cuatro décadas después, a sus 74 años, José Mujica usa la banda presidencial uruguaya, luego de que su coalición izquierdista ganara las elecciones en 2009. Aunque su cabello ahora es gris y su barriga ha crecido, Mujica mira a las multitudes reunidas en la plaza central con los mismos ojos verdes que escaneaban las calles de Pando en 1969. La multitud lo mira con admiración mientras da su ardiente discurso frente a una pantalla gigante con su imagen.

Si el carácter de un hombre es su destino, como escribió Heráclito, entonces el de Mujica lo ha llevado por un camino excepcional, que ocasionalmente aparece en los titulares de los diarios, pero que rara vez se mira más allá de los mayores eventos de su vida. Mujica es un ex revolucionario (algunos lo llamarían terrorista) que ha recibido disparados en seis ocasiones, estuvo encarcelado 14 años, fue torturado y mantenido en confinamiento solitario por tres años, para después ser liberado, renunciar a la violencia, entrar a la política, ganar la elección presidencial y empezar a sacar a Uruguay de la recesión, mientras legalizaba el matrimonio gay y el aborto, algo notable en un país cuya religión dominante es el catolicismo. Dona el 90 por ciento de su salario a la caridad, vive en una pequeña granja en lugar del palacio presidencial, maneja un vocho, casi nunca usa traje, y está en contra de los excesos consumistas y la dependencia de Occidente en estos como su base económica.

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Pero el logro más importante de Mujica, el que lo ha hecho un héroe de culto en las protestas juveniles de todo el mundo, es la decisión de su gobierno de legalizar por completo la mariguana en todo el país. Esto se volvió ley el 13 de diciembre de 2013, pero entrará en vigor hasta fines de 2014, para hacer de Uruguay el primer país que la legaliza a nivel nacional. Mujica no es pacheco; prefiere el whiskey y los puros, y dice que nunca ha fumado eso. Pero como dijo en una Asamblea General de Naciones Unidas en 2012: "Queremos arrebatarle al narcotráfico su mercado". En lugar de perpetuar la guerra contra las drogas y el círculo de violencia, que tan sólo en Sudamérica ha costado un billón de dólares y las vidas de decenas de miles de personas, Mujica presenta otro camino. Si la legalización de la mariguana tiene éxito restando ventas a los cárteles, el modelo de Mujica podría ser copiado en todo el mundo. Los que están a favor de una reforma política en materia de drogas esperan que gane el Premio Nobel de la Paz.

Manuela, la chihuahua de tres patitas de Pepe. Foto por Mariano Caranza. 

José Mujica Cordano nació en 1935, en las afueras de Montevideo. De niño ayudaba a su madre a vender flores en el barrio. Llevaba su bicicleta llena de crisantemos naranjas, blancos y rosas hasta el mercado de flores. Era su principal fuente de ingresos. "Aguantábamos la pobreza digna", recordó. La pobreza fue su entrada al activismo político y de drogas. De acuerdo a The Robin Hood Guerrillas, la próxima biografía de Pablo Blum; después de abandonar una prestigiosa preparatoria, Mujica comenzó a "juntarse con pequeños criminales en los barrios oscuros de Montevideo", donde conoció a un socialista llamado Enrique Erro. Él dirigía el brazo juvenil de un partido político de izquierda y le ofreció a Mujica el rol de líder por su carisma. Con financiamiento del partido, Mujica —a quien apodaban Pepe— viajó al mundo comunista y visitó, entre otros lugares, Moscú, Beijing y La Habana, donde conoció al Che Guevara y a Fidel Castro en 1959, meses antes de que tomaran la ciudad.

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Cuando Pepe regresó a Montevideo, abandonó el partido de Erro y se volvió guerrillero. Se sabe muy poco de cómo Pepe pasó de un ser un joven socialista democrático a un combatiente guerrillero de tiempo completo. Pero de acuerdo con Mujica, el florista presidente, una biografía del periodista uruguayo Sergio Israel, la revolución cubana empujó a Mujica a imaginarse un levantamiento similar en Sudamérica.

En este contexto de ansias de revolución, Pepe se unió a los tupamaros. Fundados en los años 70s por Raúl Sendic, un abogado que también conoció al Che, el grupo comenzó haciendo lo que llamaron "propaganda armada". Tomaban cines y obligaban a la gente a ver presentaciones de las injusticias de la democracia liberal. Los tupamaros también robaban bancos y daban el dinero a la gente en la ciudad, lo que les ganó una reputación como la de Robin Hood. Había muchas mujeres en la organización,y las guerrillas se hicieron famosas en la prensa uruguaya por las mujeres que formaban parte de éstas, como Yessie Macchi, una hermosa rubia estilo Jane Fonda, con quien salía Mujica. El ministro de propaganda del grupo dijo a la prensa que "en ningún momento la mujer es tan igual al hombre como cuando tiene una calibre .45 en la mano".

La redada de Pando, que Pepe hizo vestido como un doliente del funeral, era para recordar el segundo aniversario de la muerte del Che Guevara y anunciar la presencia del grupo en el país, así como su meta de tomar Uruguay. Cuando la caravana entró a la ciudad, los tupamaros disfrazados que ya estaban en el pueblo comenzaron una demostración frente a la principal estación de policía. Distrajeron a los policías con quejas simples hasta que, en un asalto coordinado como en una escena de Acción peligrosa, sacaron sus armas para tomar la estación de policía y encerrar a los oficiales en celdas. También hubo disparos y granadazos contra un policía que logró quedarse afuera y pelear.

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Pepe y su equipo estaban a cargo de deshabilitar la comunicación telefónica, y lograron hacerlo eficientemente, sin disparar un solo tiro. Los aturdidos operadores telefónicos dejaron los aparatos y se echaron al piso. Luego Pepe dio un discurso sobre la revolución, inspirada en el Che Guevara, que los tupamaros querían para Uruguay. Además de la compleja planeación, los disfraces y la naturaleza engañosa de los ataques guerrilleros, de los que ya había habido varios antes del ataque a Pando, los discursos también eran un rasgo importante. Sus tácticas de ataques urbanos no estaban enfocadas a una cuenta masiva de cadáveres; estaban calibradas para unir a ciudadanos comunes a la causa.

Al final, tres tupamaros murieron y muchos resultaron heridos en un tiroteo dramático que empezó en el banco principal del pueblo (que estaban robando los tupamaros) y que llegó hasta las calles. Mientras tanto, Pepe había huido de Pando hacia Montevideo, donde se sentó en un bar a escuchar del tiroteo por la radio, como el resto del país. Para los uruguayos que lo vivieron, ese día se asemeja al caos de los bombardeos en el maratón de Boston, del año pasado.

Pepe se dirige a una multitud al comienzo de su carrera como político, en septiembre de 1985. Foto por Marcelo Isarrualde. 

El 23 de marzo de 1970 arrestaron a Pepe. Un policía lo reconoció mientras tomaba grappa en La Vía, un bar en el centro de Montevideo. El policía pidió apoyo, y Pepe, al ver a la policía entrar al bar, sacó su pistola y disparó.

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Se desató una balacera. Dos policías resultaron heridos, y a Pepe le dieron dos tiros. Mientras estaba tirado en el piso del bar, otro policía le disparó cuatro veces más, en el estómago. Probablemente habría muerto de no ser por un fortuito giro del destino: el doctor que lo trató resultó ser un tupamaro, escondido a plena vista.

Desde una perspectiva histórica, la captura de Mujica pudo ser vista como el principio del fin de los tupamaros. Sus días de gloria se habían convertido en una guerrilla urbana cada vez más brutal, en la cual los tupamaros secuestraron y asesinaron a un agente del FBI. Los militares dieron un golpe de estado en el verano de 1974, y la junta se enfocó en la causa de encarcelar, matar y torturar a cientos de tupamaros, incluyendo a la mayoría de sus líderes. Pepe pasó la mayor parte de los años 70s en la cárcel, aunque escapó varias veces, sólo para ser atrapado de nuevo. Él, y otros ocho líderes tupamaros, fueros separados como prisioneros especiales, el gobierno los llamó rehenes, y fueron puestos en confinamiento solitario, además de que los cambiaban de prisión militar en grupos de tres.

En uno de los lugares en donde estuvo, una base militar en el pueblo de Paso de los Toros, a 260 kilómetros de Montevideo,Pepe vivió al fondo de un pozo. Aunque no exactamente, sino en una alberca al aire libre donde tomaban agua los caballos. Drenaron la alberca y pusieron tres celdas; les pusieron láminas de metal para tapar el sol.

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Pepe enloqueció. Escuchaba estática, como si hubieran dejado prendido un radio atorado entre estaciones, gritaba para que alguien lo apagara.

En 1984 los mandos militares firmaron un acuerdo para ceder el poder a un gobierno elegido democráticamente; la dictadura terminó oficialmente al siguiente año. Durante la transición, las condiciones de Pepe mejoraron. Lo dejaron hacer jardinería. Cultivó vegetales y recuperó un poco su estabilidad sicológica. Pero uno de los otros rehenes tupamaros murió en prisión, y otro quedó con trastornos síquicos de por vida.

Los otros ocho prisioneros fueron liberados en 1985 y se les ofreció amnistía. Eleuterio Fernández Huidobro, otro líder, y Pepe, empezaron el Movimiento de Participación Popular, un partido político, con otros miembros tupamaros. El carisma de Pepe lo llevó a ganar elecciones parlamentarias en 1994, y al senado en 1999. En 2005 fue nombrado ministro de Ganado, Agricultura y Pesca. Y luego, en 2009, dirigiendo el sentimiento liberal en Uruguay, ganó la elección presidencial con 52.4 por ciento de los votos.

A través de los años, Mujica ha hablado varias veces de su tiempo con los tupamaros y su ascenso al liderazgo legítimo. Las declaraciones que hace en sus biografías hablan de lo inusual que ha sido su vida. De acuerdo con Mujica: "ni los novelistas más grandes habrían podido imaginar lo que sucedió".

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Pepe habla en su toma de protesta, en la Plaza Independencia de Montevideo, el 1 de marzo de 2010. 

En marzo volé a Montevideo para entrevistar al presidente José Mujica. El día que agendamos para conocernos era brillante y soleado. Estaba parado en la Plaza Independencia, la misma plaza pública donde asumió la presidencia. En el centro de la plaza hay una estatua enorme del libertador de Uruguay, José Gervasio Artigas, que luchó contra los españoles para lograr la independencia del país en 1830; está uniformado y montando un caballo. Artigas murió en el exilio en Paraguay. Las leyendas dicen que cuando se acercaba su muerte pidió un caballo para morir en su silla, como un verdadero caballero. Sus restos están enterrados bajo la estatua.

En el lado sur de la plaza está la Torre Ejecutiva, las oficinas del presidente. Me cubrí del sol bajo sus vidrios verdeazulados mientras esperaba a que me llevaran a la granja de Mujica, a unos kilómetros de la ciudad.

Una minivan Hyunai beige con el escudo presidencial, bajo un sol sonriente con rayos ondulantes sobre el horizonte, se paró en la curva donde yo estaba esperando. Me subí y recorrimos la ciudad con su maravillosa arquitectura gótica italiana. Avanzamos a lo largo del puerto marítimo de la capital uruguaya, hacia el campo.

La casa de Mujica es bucólica y vieja. Nos sentamos en un patio de su granja de un piso. Su chihuahua de tres patas, llamada Manuela, y algunos gatos andaban por ahí. Se escuchaban los pájaros en las praderas que rodean la granja. Le pregunté por qué prefirió un lugar tan humilde en lugar del palacio presidencial.

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"Tan pronto como los políticos comenzaron a subir la escalera", me dijo, "se volvieron reyes. No sé muy bien cómo funciona, pero lo que sí sé es que las repúblicas vinieron al mundo para asegurarse de que nadie valga más que otros". La suntuosidad de la oficina, sugirió, era como algo de un pasado feudal: "Necesitas un palacio, una alfombra roja, mucha gente tras de ti diciéndote: 'Sí, señor'. Todo eso es terrible".

Mientras su esposa, Lucía Topolansky, una ex tupamara que ahora es senadora, trabajaba en la casa, le pregunté a Mujica sobre las implicaciones de ser la primera nación en legalizar por completo la mariguana.

"Vamos a empezar un experimento", dijo con un tono grave. "Es casi seguro que vamos a estar bajo la lupa internacional. Somos una placa de Petri en el microscopio, un laboratorio social. Pero recuerda esto: en Uruguay hay nueve mil prisioneros. Tres mil de esos están encerrados por crímenes de narcotráfico. ¿Qué significa eso? Que tres de cada nueve encarcelamientos están relacionados con las drogas. Primero necesitamos arreglar eso".

Aunque muchos de esos prisioneros están encerrados por ofensas relacionadas con la mariguana, Uruguay es el tercer país en Sudamérica con mayor consumo de cocaína per cápita. Cuando le pregunté si se harían legales otras drogas, me respondió: "Paso a paso".

Con las leyes actuales, los turistas no pueden comprar mota, pero algunos ejemplos como el estado de EU, Colorado —donde se espera que el incremento de cientos de millones de dólares de actividad económica produzca un gran ingreso en impuestos para el gobierno— son seductores. ¿Es una decisión económica pragmática desarrollar una economía basada en la yerba?

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Pepe, el 14 de marzo de 1985, el día que fue liberado tras 14 años de prisión. 

Mujica negó que esta fuera una meta de su ley. "Queremos encontrar una manera efectiva de combatir el narcotráfico", repitió. "Después de eso, podríamos encontrar nuevas fases. Pero vamos a tomarlo con calma y sin prisa. Porque tenemos que aplicar algo e inventar un camino que no conocemos aún… tenemos que descubrirlo en la marcha".

Aunque Pepe es un hombre humilde, sus metas son ambiciosas. El tráfico internacional de drogas es "básicamente un monopolio para quienes lo controlan", dijo. "Queremos introducir un nuevo y enorme competidor, que es el estado, con todo el poder del estado". La estrategia es sacar a los cárteles del negocio por medio de la economía: el gobierno sembrará la mariguana a un precio sumamente bajo, de un dólar el gramo. Para Mujica, terminar con la violencia asociada al tráfico de drogas se reduce a bajar los precios, no en canalizar miles de millones de dólares en policías, militares y cárcel para sus ciudadanos.

Quizá sea sorprendente, pero mientras los analistas de políticas de drogas, los pachecos hambrientos de noticias y otros observadores antiprohibicionistas aman la movilización de Uruguay hacia la legalización, ésta de hecho es impopular dentro del país. Una encuesta levantada antes de que la ley pasara determinó que 64 por ciento de los ciudadanos se oponían a la legalización. Y el Consejo de Control de Narcóticos de las Naciones Unidas ha condenado al país, y en particular a Pepe, por sus políticas irresponsables. Le pregunté lo que pensaba de esto.

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"Siempre ha sido así con los cambios", me dijo, moviendo su cabeza. "En 1913 establecimos el divorcio como un derecho de la mujer en Uruguay. ¿Sabes lo que decían entonces? Que las familias se disolverían. Que era el final de los buenos modales y de la sociedad. Siempre ha habido una opinión conservadora y tradicional a la que le asusta el cambio. Cuando yo era chico e íbamos a bailar, teníamos que usar traje y corbata. De otra manera no nos dejaban entrar. No creo que hoy en día nadie se vista así para ir a bailar".

También es impopular el reciente impulso de Pepe para abrir su país a la minería. En 2013, su gobierno aprobó lo que se conoce como el Proyecto Valentines, un complejo minero de tres mil millones de dólares. Una vez que la mina esté funcionando, Uruguay será un exportador global de minerales de hierro en cantidades entre cuatro y cinco mil millones de toneladas, de acuerdo con las proyecciones. Para Pepe, es la decisión más importante de política exterior de su administración. Pero los granjeros, los ganaderos y los ambientalistas temen que el proyecto, que incluye cientos de kilómetros de tubería y un profundo puerto marítimo, sea un desastre. Cuando le pregunté sobre eso, me cortó a media pregunta, se acercó a mí, y cerró sus ojos como dos pequeñas lunas crecientes.

"Vamos a dejar algo en claro", me dijo. "Queremos diversificar nuestra economía. No queremos detener nuestra industria ganadera o de agricultura o de agua. Si podemos tener una actividad económica más, sería muy interesante. Pero tenemos que hacerlo de manera correcta".

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Continuó: "Lo triste es que un abuelo de 80 años tenga que ser el de mente abierta. La gente vieja no es vieja por su edad, sino por lo que hay en sus cabezas. Esto los horroriza, ¿pero no los horroriza lo que pasa en las calles?".

Pepe no tiene hijos y se refiere a lo de ser abuelo en un sentido metafórico, además no cumplirá 80 años sino hasta que termine su mandato. Pero tenía curiosidad por saber lo que pensaba de las revueltas que han llevado a los jóvenes a las calles desde Brasil hasta Grecia, Taiwán y Turquía, y que han derrocado gobiernos en Egipto y Túnez.

"He visto algunas primaveras que resultaron ser terribles inviernos", dijo Pepe. "Los humanos somos gregarios. No podemos vivir solos. Para que nuestras vidas sean posibles, dependemos de la sociedad. Una cosa es derrocar un gobierno y bloquear las calles. Pero es diferente crear juntos una sociedad mejor, una que necesita organización, disciplina y trabajo a largo plazo. No las confundamos".

Antes de que pudiera hacer la siguiente pregunta, Pepe intervino, intentando no reprimir el espíritu de revuelta que lo ha guiado la mayor parte de su vida. "Quiero dejarlo en claro: simpatizo con esa energía juvenil, pero no creo que llegue a ningún lado si no se vuelve más madura".

Pepe sosteniendo un puro que le regaló Fidel Castro, uno de sus primeros mentores revolucionarios. Foto por Mariano Carranza. 

Después de nuestra entrevista, Pepe me mostró el resto de su propiedad y luego nos trajo de vuelta al jardín. Contestó una llamada en su tabique Nokia, asuntos de estado. Después de colgar, le pregunté a Pepe si le importaría que yo me fumara un porro. Entendía por completo las implicaciones de fumar yerba frente al jefe de estado, pero de todos los presidentes, pensé, éste no tendría problema. Después de que el traductor le dijo mi pregunta, Pepe sonrió ampliamente y exclamó: "¡Por favor!"

Prendí un gallo, y Pepe se encogió de hombros y sonrió. "No tengo prejuicios", me dijo, "pero déjame darte algo más jugoso que fumar". Se levantó, se metió a su casa y salió con un puro. "Este puro me lo dio Fidel Castro". Su esposa, Lucía, veníaatrás de él y me enseñó un humidificador portátil, una caja grande en forma de casa llena de Cohibas tamaño Castro. Por un momento, pensé que me los daría todos, y me preocupé por cómo los pasaría por la aduana. Pepe soltó una risilla, y yo me fumé el resto de mi porro.

Para dejarlo claro, la legalización en Uruguay no tiene como fin permitirle a un frito como yo fumar mariguana indiscriminadamente. Es un experimento legislativo serio, diseñado para desmantelar lo que todos consideran una horrible y fallida política pública: la ya bien conocida guerra contra las drogas. Y mientras Pepe tiene un encanto casi demasiado bueno para ser verdad, es un jefe de estado cuidadoso y calculador con un agudo sentido de cómo ser el centro de atención. Un pequeño país con 3.4 millones de personas que legaliza la yerba es, a escala global, una pequeña ocurrencia, pero podría ser el ejemplo crucial, la verdad a plena vista, de que se necesitan decisiones y mandatarios firmes para convertir las ideas en acciones. Si funcionará o no es una pregunta que ni Pepe ni yo podemos contestar.

Ve la entrevista con José Mujica en video: