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Aquí, a la vuelta

Él recogerá tus restos el día que te suicides en el metro

En México hay entre 30 y 45 muertes al año en el Metro del Distrito Federal, y este hombre tarda alrededor de 25 minutos en limpiarlos para que el tren pueda continuar su recorrido.

Este artículo fue publicado originalmente en noviembre de 2014.

"Se acostumbra uno a ver todo eso", dice Joel mientras le da un trago a su botella de cerveza. "Llega un momento que me preguntan si no me da asco, si no me da miedo. Les digo: 'No, ya me acostumbré'. La verdad es que me gusta tanto mi trabajo que muchas veces hasta los pedimos".

Y suelta una sonora carcajada que le quita lo tosco a su cara rechoncha alfombrada con una barba. Cumple con el estereotipo de un sujeto que disfruta el trabajo con la muerte: su cuerpo es voluminoso, fácil rebasa el metro ochenta de estatura y sus facciones son un tanto duras. Usa playera negra con el nombre de un grupo de heavy metal en letras góticas. Pero algo contrasta con esta imagen: su voz un tanto aguda.

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"Nomás no pongas mi nombre. Di que me llamo Joel, pa´ que se chingue ese cabrón", y ríe de su travesura que alude al director del Metro de la Ciudad de México, Joel Ortega.

A pesar de su aspecto rudo, es un hombre de familia, cariñoso con su esposa. Este día, viernes, no va a trabajar. Así lo decidió. Le informó a su jefe que no iría ni hoy ni el sábado. "A ver cómo le hacen", dice con la seguridad de quien se sabe indispensable en su trabajo. Quiere descansar dos días, por lo menos, ya anda muy cansado, está en el turno de la noche y está cubriendo tiempo extra. El Metro no da tregua.

Pide una cerveza a su esposa que prepara la cena, enchiladas rojas con crema y queso, para él y sus dos hijos, una chica adolescente y el niño de nueve años, que ve el futbol, literal, porque Joel ha bajado todo el volumen de su pantalla para platicar sin que nada lo interrumpa. Va a hablar de algo importante: su oficio.

"Estoy en el área de Atención de Emergencias. Aparezco como vigilante. No hay una plaza de protección civil. Somos vigilantes y estamos comisionados a la Coordinación de Protección Civil. Atendemos cualquier situación que suceda en el Metro, dentro y fuera. Tenemos que atender desde alguna persona que se cayó en las escaleras, por decirte la más leve, fugas de agua; recordemos que tenemos muchos vendedores afuera de las instalaciones y tienen tanques de gas, y luego hay fugas o se incendian; algún corto circuito dentro de las estaciones, algún incendio. Pero la más fuerte es cuando alguien se avienta a zona de vías".

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Joel nota que algo falta en la mesa y solicita a su esposa una cerveza para mí. "Qué van a decir las visitas", menciona de forma sarcástica mientras destapa la botella oscura.

"Inmediatamente que alguien se avienta nos avisan, ya sea por radio y hay veces que nos informan por teléfono: 'Oye, tenemos un arrollado en tal estación'. En cuanto eso sucede nosotros nos activamos. Tenemos una unidad, que es la PC01, la unidad de emergencia, parece una ambulancia, Unidad de Rescate Urbano, se llama, en la cual nos vamos de cinco a siete compañeros hacia la estación donde nos dicen que está el incidente. Ahí el proceso es: primero, una parte del grupo se dedica a sacar a toda la gente de la estación, se evita que quede alguna persona, y alrededor de dos o tres nos bajamos a las vías. Primero se checa que esté viva [la víctima], eso lo hace gente de ERUM [el Escuadrón de Rescate y Urgencias Médicas de la Secretaria de Seguridad Pública del Distrito Federal] o la Cruz Roja. Si está con vida, el tren no se mueve. Se revisa si el arrollado se puede zafar. Si está enganchado en alguna parte del carro, tenemos unos colchones hidráulicos, los metemos y al momento que se inflan levantan el tren. Obviamente no lo elevan mucho, dos, tres centímetros, pero eso nos ayuda. Una vez levantado sacamos el cuerpo y lo ponemos en la camilla, lo conducimos directamente a la ambulancia; ellos se lo llevan y ahí termina nuestro trabajo. Pero si está muerto hacemos el traslado hacia el andén para que los compañeros que están ahí lo lleven al baño o locales médicos que hay dentro de la estación, para aguardar a que lleguen primero los vigilantes y después el Ministerio Público. La cosa es ponerlo en algún lugar donde no esté a la vista porque la gente es muy morbosa y quieren fotos y estorban".

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Joel se percata de mi mirada que refleja duda. ¿No por eso desalojan la estación, sacan a toda la gente? Entonces, con paciencia, como si yo fuera un niño al que le tiene que explicar con manzanas, me aclara todo.

"Cuando la gente regresa sabe que pasó algo. Y en ocasiones no se han querido salir. De hecho la estación se cierra. Esto se hace para evitar la foto, para evitar que estorben. Pero muchas veces los mismos policías son los que toman las fotos, los hemos visto, y esas imágenes son las que luego salen en los periódicos. Es lo que no quieren los jefes, pero no se puede evitar. Después de que el cuerpo está en el baño se mueve el tren para verificar que no haya quedado ninguna parte del cuerpo en vías. Si queda algo se levanta, con una bolsita se recoge y se echa extintor, polvo químico, para tapar y también evitar olores. Y se abre la estación. Cuando quedan muy despedazados, porque, la verdad, sí hay cuerpos que quedan molidos, desde el principio se echa en una bolsa de basura", entonces cambia su tono de voz, como apenado. "No se puede hacer más; usamos las bolsas de basura porque es lo que nos dan. No tenemos otra cosa. Ya liberada la vía nosotros informamos para que se reinicie el servicio".

Poco a poco el pequeño departamento de Joel se llena de un olor de aceite y maíz frito. Su esposa está sofriendo una a una las tortillas para las enchiladas. Le doy un trago a mi cerveza para disimular el antojo.

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"¿Cuánto tiempo pasa? Depende. En mi caso, a mí me tocaba manejar la unidad y yo soy muy pinche loco", dice con el gesto de satisfacción de quien sabe que sus acciones ya no tienen remedio. "Por ejemplo, de ahí de la oficina, en la estación Cuauhtémoc [cerca del centro de la ciudad], al Rosario [al extremo noroeste del Distrito Federal], hacíamos siete minutos. Y en lo que bajábamos, sacábamos y todo eso, nos tardábamos otros diez; en 25 minutos ya estaba completamente liberada la estación. Pero hay compañeros que sí hacen más tiempo: en el traslado no les gusta ir tan rápido, hay ocasiones que se tardan más de una hora en abrir una estación".

Sobre la mesa en la que platicamos está a la mano, dominando a cualquier accesorio que esté en el mueble, un radio, ese aparato que se ha convertido en una extensión de su cuerpo. Jamás lo deja, y si lo apaga mientras está con su familia es porque su mujer lo obliga a hacerlo, pero, aún así, nunca se despega de él:

"Sí, cómo no, sí me acuerdo de mi primera emergencia. Fue hace como tres años y algo, fue en el metro Revolución. Fue un masculino [no hombre, masculino, así como se utiliza en la jerga de todos los que se dedican a la seguridad y emergencias]. Cuando llegamos, como está ahí cerquita la central de bomberos, ellos llegan rápido. Yo estaba bien emocionado y al mismo tiempo iba así como: '¡Chin, mi primer arrollado! ¿Cómo voy a hacerle?' Ya cuando llegué ya estaban los bomberos terminando de recoger los restos. Lo que sí me tocó fue recibir el cuerpo. Yo llegué al andén y les pregunté: '¿Ya estuvo, compañeros?', y me constaron: 'Sí'. Luego me pasaron el cuerpo. Una bolsota llena de restos [dimensiona el tamaño con las manos. Después, con un tono de decepción continúa su anécdota]. Yo ya no la quise ni abrir ni nada. Así como me la entregaron la llevé a donde se hace el resguardo. Y mi primer arrollado, que ya me tocó a mí bajar, recoger, levantar pedacitos, fue en Insurgentes, hace como dos años y medio, poquito más. Dos mujeres que se aventaron al mismo tiempo; después nos enteramos que eran mamá e hija. Quedaron muy despedazadas. Ahí ya me tocó a mí bajar, y me tocó a mí sacarlas y me tocó a mí llevarlas. Dos veces hice la misma operación: subir el cuerpo a la camilla, recoger pedazos y trasladarlas. Y ese mismo día, en la noche, iba llegando a mi casa, me estaba sentando a cenar, ¿verdad? [mira a su esposa quien asiente con la cabeza para corroborar la historia de su marido], y me hablan por radio: 'Vente porque aquí en Lomas Estrella hay otra señora que se aventó'. Cuando llegué ya la habían sacado. En un día me tocaron tres. Y tres mujeres. Fueron mis primeros levantados y de ahí pa´l real, me tocó uno tras otro, uno tras otro. Yo creo que si llevo 25 son pocos". Su tono de voz deja entrever la satisfacción por el trabajo realizado.

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Joel da un trago largo a su cerveza. Tanto hablar le ha dado sed. Su esposa comienza a servir la cena. Primero a los hijos, que están un poco inquietos, sobre todo el más pequeño que de forma extraordinaria hoy cenará en la sala, frente a la pantalla y el partido del Cruz Azul contra los Tigres del la Universidad Autónoma de Nuevo León.

"Sí, sí me ha tocado un niño", en ese momento el rostro de Joel cambia. Se aviva, se despabila. Se acomoda en su silla, echa el cuerpo para adelante, como quien va a contar un secreto y comienza a hablar. "El 24 de diciembre del año pasado. Estábamos de guardia, ya a punto de irnos. De hecho, me estaban esperando ellos en casa de mi mamá [señala con la cabeza hacia la dirección en que se encuentra su familia]. Como a las nueve de la noche, más o menos, nos hablaron por teléfono. Oíamos por radio que había una emergencia en la estación Ciudad Azteca, de la Línea B, que es Estado de México. Pero no nos decían qué era, nomás solicitaba el operador que nos presentáramos. Entonces nos mandó un mensaje el jefe: 'Oye, ¿qué hay en Ciudad Azteca, porque nos están pidiendo apoyo?' Marqué entonces al puesto central de monitoreo y les pregunté: '¿Oye, qué tienes en Ciudad Azteca, por qué no dices nada?' 'No, es que un chavito se cayó a zona de vías y lo arrolló un tren'. 'Pues dígannos, no somos adivinos'. Entonces ya nos fuimos. La ventaja de ahí es que no puede bajar nadie hasta que llegue el MP.

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En el Distrito Federal, cuando alguien se avienta las vías del Metro, Protección Civil tiene la autorización de bajar, rescatar a la persona, ya sea viva o muerta, y liberar el paso del convoy para que siga circulando. En el Estado de México no es así. Ahí tiene que llegar primero el Ministerio Público, tomar las fotos para el peritaje y dar autorización para mover el cuerpo, lo que provoca que la vía se reactive dos horas después del incidente, en promedio.

"Llegamos allá y sí, estaba un chavito de cinco años [duda un poco, pero luego recompone y reafirma su cálculo]. Cinco años. Lo que dicen por ahí, es que venía con su mamá y con otro hermanito. Venían bajando las escaleras, oyó la mamá que sonó el timbre para cerrar la puerta y corrió con los niños. Ella se subió y cuando cerraron las puertas volteó y vio nomás a uno de los chavitos. Entonces el hermano jaló la palanca de emergencia. El otro niño ya se había caído y al activar la palanca el tren le quedó justamente arriba. Hace unos dos meses fui a atender una emergencia por aquí y me dijo una poli que se había dicho que la mamá ese día quiso pegarle al otro hijo porque decía que él fue quien aventó al niño, por ir jugando. Pero ahí no es culpa de los niños, es culpa de los papás. Y por la fecha, para mí fue algo feo porque, como ves, tengo un niño de nueve años".

Joel mira a su hijo que está sentado en el sillón comiendo sus enchiladas rojas mientras finge estar viendo el futbol, cuando en realidad su atención está puesta en el relato de su papá.

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"Otro de mis compañeros y yo lo que hicimos fue enfocarnos a que nosotros íbamos a bajar a rescatarlo. Preguntaron quién iba a bajar. 'Él y yo. Nada más'. Estaban unos del ERUM, de Cruz Roja y nosotros. 'A ver, pónganse de acuerdo, para ver quién baja'. 'Primero los del ERUM van a bajar a checar que el niño esté sin vida y a moverlo', porque, como quedó atorado entre la llanta y la pieza de rodamiento, lo que necesitaban era moverlo tantito para que el tren no lo despedazara. Es que cayó entre dos carros pero la llanta del vagón de atrás lo alcanzó a presionar y, además, consiguió tocar la barra guía, o sea, la barra de corriente. Se electrocutó. Entonces, bajaron los de ERUM, checaron que estuviera sin vida, nos dijeron cómo estaba atorado y el MP pidió moverlo tantito para que pudieron retirar el tren. Ya, una vez que lo movieron, bajamos mi compañero y yo para acomodar el cuerpo y nos quitamos del área para que el MP pudiera tomar fotos. Fue algo muy impresionante.

Joel mira a su esposa, que para ese momento está de pie frente a él corrigiendo algún dato que se le escape al hombre. Ella sabe todos los detalles de su trabajo. Llevan más de 15 años juntos.

"Todavía ella me estaba hablando: '¿A qué hora vas a llegar?, es que ve la hora'; pero ella no sabía la situación. Eran como las nueve la noche. Me acuerdo perfectamente bien porque todos estábamos preparándonos para irnos a la cena. El único que estaba chambeando era nuestro jefe, el encargado de turno, y como no nos cae muy bien, decíamos: 'Ándele, pa' que se le quite, al güey'. Y mira, nos tocó a nosotros atender. Regresamos casi a las 11 de la noche. A mi esposa ya le había dicho que tenía esa emergencia. Cuando llegué a la casa de mi mamá me sentía mal. Qué ganas de celebrar iba a tener. Ves a un niño de cinco años que le pasó eso y, aparte, cuando prenden corriente para mover el tren, el cuerpo todavía estaba pegado y empezó tsssss y un montón de humo comenzó a salir. Y eso huele feo, huele a carne quemada. Fue otra cosa que nos impresionó, ver cómo se estaba prendiendo el cuerpo. Pero se tenía que poner corriente para mover el tren y poderlo sacar. Nos pegó tanto a todos que íbamos callados en la camioneta. Generalmente vamos haciendo desmadre. Esa vez no. Ese día estuvimos calladitos, calladitos, calladitos. Fue una noche muy mala. No nos logramos bloquear".

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De nuevo lanzo una mirada de duda. ¿Cómo se bloquea algo así?

"Te voy a ser sincero. Cuando se avientan y los sacamos, decimos: 'Por pendejo'. Me pregunta mi esposa '¿Por qué lo haces?' Porque te bloqueas. Si te pones a pensar que es una persona te la vas a pasar llorando todos los días y te la vas a pasar soñando con eso todos los días. No vas comer. Hay compañeros que de plano dicen: 'Yo no voy a bajar nunca, ni siquiera al andén. Yo desalojo la estación y no voy a acercarme'. No les gusta. Yo busco maneras de bloquearme. Y a la salida, terminamos y 'Vámonos a comer, cabrones', y vamos echando desmadre en la camioneta. Pero es eso, no concentrarte en que es una persona muerta".

El 4 de mayo de 2014 el periódico El Universal publicó que, según datos del Sistema de Transporte Colectivo y la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal, en 2010 se registraron 28 muertes en las instalaciones del Metro; en 2011, 58; en 2012, 62, y en 2013 llegaron a 80, que van desde accidentes, arrollados, suicidios, muertes naturales y homicidios.

"Mi jefe me puso a hacer una investigación a nivel mundial, en los diferentes metros, cuántos arrollados hay. Es increíble. Por ejemplo, en Japón hay arriba de ochenta, en Colombia también hubo un año que se aventaron la misma cantidad. Y aquí hay entre 30 y 45 al año".

"Imagínate, casi uno por semana", interrumpe su esposa, "y la gente casi ni se entera de eso".

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"La mayoría son suicidios, otros son homicidios y otros accidentes: que se tropezó, que iba con el celular, que lo aventó una persona sin querer porque había mucha gente…"

De pronto Joel recuerda algo que en verdad lo perturbó. Aún le afecta, le hace perder la compostura, le inquieta.

"En una ocasión me mandaron a Tasqueña porque había un cable de luz que estaba haciendo corto. Me bajé con mi compañero a la estación Cuauhtémoc y nos pasamos al área de mujeres. Tenemos autorización de entrar. Mi compañero se recargó en la pared y yo siempre lo que hago es quedarme así, al nivel de la orilla para estar viendo a la gente. No me gusta que se arrimen a las vías. Y veo que entra una chavita de 18 o 19 años, y venía llore y llore. En el maquillaje se le veía. Y se pone en la mera orilla del andén. Lo primero que hago siempre que veo eso es decir 'Atrás de la línea amarilla, por favor'. Y lo que hace la gente es decir: 'No me estés chingando' o 'Déjame, es mi vida'. Yo sólo volteo y les contesto: 'El pedo es que tengo que bajar a sacarte después'. Entonces, le dije: 'Señorita, atrás de la raya amarilla, por favor'. Y no me hizo caso. Nuevamente: 'Señorita, atrás de la raya amarilla, por favor'. No me hizo caso. Le hice la seña al compañero [levanta levemente la mano y mueve repetidamente los dedos hacia adelante] y le dije: 'Arrímate, güey'. Nos pusimos atrás de ella, ni siquiera se dio cuenta. Vi que venía el tren y cuando ya estaba cerca la chava hizo el movimiento para aventarse. La alcanzamos a pescar y la jalamos. La chava se quedó con los ojos abiertos. Nosotros no le dijimos nada. Pasaron uno cinco segundos y empezó: 'Suéltenme, suéltenme, yo ya me quiero ir'. Entonces abrió el metro, se subió y nosotros con ella. Se abrieron las puertas en la siguiente, que es Balderas, se bajó y se fue hacia Línea 3. Nos encontramos a unos compañeros de vigilancia que vieron que íbamos con ella. '¿Qué pasó?'. 'Es que se quiso aventar ahí en Cuauhtémoc'".

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"Nosotros, como hombres, si tocamos a una mujer, aunque sea en esas circunstancias, ella nos puede acusar de tocamiento y es tambo. Por esa parte nos daba miedo. Entonces, intentó hacer lo mismo y cuando vi que se acercaba el tren la volví a jalar para atrás. La gente, las mismas señoras que estaban ahí se dieron cuenta y nos decían : 'No la dejen, no la suelten'. Entre los tres vigilantes y nosotros la rodeamos y evitamos que se moviera. Le dije entonces a uno de los policías: 'Lánzate, en chinga, tráeme a una femenina' [y truena los dedos recordando la orden que le dio al oficial]. Fue y trajo a una PA [policía auxiliar], ella la pudo someter y se la llevó al cubículo de estación. Ya después subimos ahí y resultó que, al parecer, andaba con unos amigos. Algo le hicieron, yo creo que la violaron, porque andaba tomada y nada más repetía: 'Ya me quiero ir, ya me quiero ir'. Salí ese día de trabajar y le marqué mi mujer. Venía manejando y empecé: 'Es que sucedió esto', y ya no pude más".

De pronto los ojos de Joel se colorean de rojo y se llenan de agua, pero no escurre el hilo inconfundible del llanto, se queda ahí, atorado en su mirada.

"De hecho me acuerdo y me da…"

Un intento de carcajada quiere tapar el sentimiento pero no es posible.

"Es que eso le pegó mucho", dice su esposa como queriendo salir al quite para que Joel se reponga.

"Sí, más que ver los cuerpos despedazados. Cada que me acuerdo, te lo juro, me acuerdo y me siento mal, siento feo. ¿Cómo alguien se quiere aventar o se quiere suicidar?"

Y entonces mira a su hija, que no rebasa los 15 años. Mira también a su esposa y a su hijo menor.

"A mí siempre me ha gustado esto. Y me gusta meter las manos y todo. Y hay compañeros que no, hay compañeros que nomás van y hacen lo menos que pueden, no les gusta meterse, no les gusta su trabajo, nomás van por cobrar".

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