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Cultură

El sexo casual me hizo sentir manipulada hasta que aprendí a pedir lo que quiero

Por fin sé qué es lo que quiero del sexo y, si voy a tener sexo casual, va a ser bajo mis propios términos.

La autora en su cama.

Hace poco, escribí un artículo donde explico por qué no doy sexo oral. Por lo visto, mi artículo tocó fibras sensibles: recibí más correos de lo que recibo normalmente por las cosas que escribo, especialmente de hombres heterosexuales que dicen que soy una perra tonta por tener preferencias en esa materia. (Por cierto, si me quieren de vuelta en el #equipofelación, esta no es la mejor estrategia.) Supongo que "empeoré" las cosas al describir mi situación actual con un hombre que, pese a no tener ninguna obligación legal, viene con gusto a hacerme cunnilingus sin recibir nada a cambio.

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Quiero dejar algo claro: la situación es genial pero no es permanente. No significa que nunca voy a volver a tener un pene dentro de mí. Esta situación se debe a que, a principios de año, me prometí a mí misma que no iba a tener sexo con penetración hasta que fuera con una persona en la que sé que puedo confiar.

Antes de tomar esa decisión, pasé años teniendo sexo casual que rara vez me beneficiaba. Mi apogeo de sexo empezó en San Francisco, la clase de lugar donde preguntarle a una persona si quiere coger contigo es igual de serio que preguntarle si tiene un momento para hablar del clima. (Es probable que en ambos haya un portapapeles.) Al principio, el sexo no era la gran cosa para mí. Eso no significa que cualquier pendejo con sonrisa grande y un condón en la bolsa tenía acceso a mí cueva de los sueños olvidados pero sí estaba más dispuesta a aceptar tener sexo una o dos veces con ciertas personas.

Sin embargo, con el paso del tiempo, mi actitud positiva ante el sexo empezó a desvanecerse. Me di cuenta de que había formado un patrón que consistía en salir con hombres que me realmente me interesaban, tener sexo con ellos y ser desechada con la misma frase: Lo siento, por el momento no quiero algo serio.


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Daniel era mucho más agradable en la vida real y, a pesar de que no teníamos mucho en común, nos llevamos muy bien. Volvimos a salir esa semana y fue ahí donde sucumbí a la tentación de tener sexo con él. Al día siguiente, cruda (¿o quizá todavía peda?), camino al 7-Eleven, me llegó un mensaje de Daniel en donde me explicaba que estaba planeando irse a estudiar a otro estado y no era buena idea tener una relación seria. Ya sabes, en caso de que entre a la escuela en un año.

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El sexo casual me hacía sentir manipulada en vez de empoderada. Cada vez me costaba más trabajo ver a los hombres como seres humanos dignos de confianza; me volví rencorosa, enojona y hasta se volvió un trauma. Mi ansiedad provocaba un miedo y un arrepentimiento inmenso. Lo peor de todo era que, después de todo ese rechazo y manipulación, casi ninguno de estos hombres me hizo tener un orgasmo.

Como mencioné en mi artículo anterior, la mayoría de las mujeres no pueden llegar al orgasmo únicamente por medio de la penetración. Yo soy una de esas mujeres. Antes de tomar el asunto en mis propias manos, dejaba que los hombres controlaran el sexo. Eso, en general, significaba que me iban a dedear —no lo suficiente para hacerme tener un orgasmo pero sí para estar "mojada" y así poder iniciar la penetración—. El cunnilingus era muy raro. En vez de pedirlo, solo esperaba que lo hicieran. Pero nunca llegó. Igual que el orgasmo.

Mi reacción inicial fue jurar no volver a tener sexo. No veía cuál era el punto. ¿Para qué someterme a tantos enredos mentales si no iba a recibir ningún beneficio físico?

Pero claro, después de tres whiskeys y un hombre atractivo a mi lado, recordé que el sexo es increíble. Incluso si no me vengo, tener sexo con otra persona es mejor que regresar sola a casa, masturbarme y quedarme dormida viendo Netflix. Si no lo fuera, estoy segura que la crisis de sobrepoblación mundial ya se habría resuelto.

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¿Entonces por qué me costaba tanto trabajo pedir lo que quería? Fuera del sexo, soy una mujer franca. Siempre expreso mi punto de vista. No me molesta que me tachen de "perra" con tal de obtener lo que quiero y nunca me ha importado lo que la gente piensa de mí. ¿Por qué no puedo ser así en el sexo?

Tal vez es porque el estándar heterosexual del sexo garantiza la satisfacción de los hombres y las mujeres se encargan de esa satisfacción. Nada mejor para ejemplificar esto que el sexo casual: si un hombre hace todo lo posible para hacer que su pareja se venga, se le considera un amante excepcional. En cambio, si una mujer hace todo lo posible para hacer que su pareja se venga, es algo normal. Y recibí amenazas de muerte (¡Neta!) por admitir públicamente que el placer de los hombres ya no es mi prioridad. Ahora ya no me molesta romper la fantasía y eso, para muchos hombres, es aterrador.

También estoy segura de que hay muchos hombres que jamás actuarían de esa forma. He estado con algunos de estos hombres. Sin embargo, solo me puedo basar en mi experiencia y lo que me dicen mis años de experiencia es que la cultura del sexo casual necesita un cambio. Estoy harta de tener sexo con hombres que no están abiertos a la idea del compromiso pero aun así duermen conmigo a pesar de que creen que me muero por ser su novia después de una noche de sexo. No me quiero casar, ¡solo quiero salir otra vez!

Tal vez ese es mi problema con el sexo casual. Para estos hombres, el sexo casual era cosa de una noche y eso no es lo que yo quiero. Tenía sexo con hombres que, según yo, querían algo más que una noche conmigo pero casi siempre quedaba decepcionada. En lo personal, nunca tendría sexo con alguien que no me atrae pero, por lo visto, muchos hombres sí. Por eso no pienso tener sexo con penetración hasta que encuentre a una persona que me haga sentir cómoda. Hasta entonces, solo voy a tener encuentros sexuales donde mi experiencia sea la prioridad.

Es ahí donde entra mi acuerdo unilateral. Si solo hay sexo oral, entonces la balanza se equilibra: yo me vengo y, aunque no chupo pitos, hago otras cosas para asegurarme de que mi pareja se venga. Al negar la penetración, me siento más cómoda. Así no empiezo a tener sentimientos por esa otra persona y no me siento tan mal cuando me llega el tan temido mensaje de: "Eres chida pero…"

En conclusión, por fin alcé la voz. Por fin sé qué es lo que quiero del sexo y, si voy a tener sexo casual, va a ser bajo mis propios términos.

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