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La pura puntita

Especial Minería de La Pura Puntita: El libro rojo de los cuentos de hadas

Porque los cuentos de hadas fueron precursores del gore como ahora lo conocemos.

Traemos adelantos, reseñas y entrevistas de los libros que te van a ensartar las mesas de novedades.

Gerardo Piña, uno de nuestros traductores favoritos del inglés, acaba de traducir El libro rojo de los cuentos de hadas , compilado por Andrew Lang, el cual fue editado por la Universidad Autónoma Metropolitana. Muchos de estos cuentos son tan antiguos que se rescataron gracias a la tradición oral y a compilaciones de otros escritores que las rescataron. Tal es el caso de "El Castillo de Soria Moria", un cuento tradicional noruego del cual aquí reproducimos un fragmento.

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Busca El libro de los cuentos de hadas en el stand de la UAM, en la FIL de Minería.

El castillo de Soria Moria (fragmento)

[…]

Así que desembarcó y vio que era un lugar muy bello; a cualquier parte que iba encontraba amplias extensiones de tierra y prados, pero en cuanto a personas, no veía ninguna. El viento comenzó a aumentar, pero a Halvor le pareció que aún no había visto suficiente de aquel lugar y que le gustaría caminar un poco más para ver si podía encontrar a alguien. Así llegó a un ancho camino, cuya superficie estaba tan lisa que un huevo podría haber rodado ahí sin romperse. Halvor siguió el camino y cuando la noche comenzó a caer vio un gran castillo a la distancia dentro del cual había luces encendidas. Y como llevaba caminando todo el día y no tenía nada para comer, se estaba muriendo de hambre. Sin embargo, mientras más cerca estaba del castillo, más temor sentía.

Un fuego ardía dentro del castillo y Halvor se dirigió a la cocina, la cual era la más espléndida que había visto. Había vasijas de oro y plata, pero no se veía a ninguna persona. Cuando Halvor llevaba ya un buen rato y vio que nadie aparecía, decidió abrir una puerta. En su interior estaba una princesa sentada, tejiendo con su rueca.

—¡Será posible! —exclamó—¿Acaso pudo llegar hasta aquí un cristiano? Lo mejor que puedes hacer es regresar por donde viniste, porque de lo contrario el trol te va a devorar. Aquí vive un trol con tres cabezas.

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—Por mí, bien podría haber tenido cuatro cabezas más, pues me habría gustado mucho ver a ese señor —dijo el joven— y no me voy a ninguna parte, pues no he hecho nada malo, pero deberías darme algo de comer; me estoy muriendo de hambre.

Una vez que Halvor terminó su cena, la princesa le dijo que intentara empuñar la espada que estaba colgada en la pared, pero no pudo empuñarla, ni siquiera pudo levantarla.

—Entonces deberás beber un trago de esa botella que cuelga al lado de la espada, pues eso es lo que hace el trol cuando sale y quiere usar la espada.

Halvor le dio un trago y al instante pudo empuñar la espada con gran facilidad. Y entonces pensó que ya era hora de que el trol hiciera su entrada y justo en ese momento apareció, jadeante.

Halvor se escondió detrás de la puerta.

—¡Hutetu! —exclamó el trol mientras asomaba la cabeza al interior del castillo—. ¡Aquí huele a sangre de cristiano!

—¡Ahora verás que no te equivocaste! —exclamó Halvor y le cortó las tres cabezas.

La princesa estaba tan contenta de encontrarse libre que se puso a bailar y a cantar, pero entonces recordó a sus hermanas y dijo: "Cómo desearía que mis hermanas también fueran libres…"

—¿Dónde están? —preguntó Halvor.

Y ella le dijo donde estaban. A una de ellas se la había llevado un trol a su castillo, que quedaba a diez kilómetros de ahí y a la otra se la habían llevado a un castillo que quedaba quince kilómetros más lejos aún.

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—Pero primero debes ayudarme a mover este cadáver de aquí.

Halvor era tan fuerte que se hizo cargo del cadáver y dejó todo limpio y ordenado rápidamente. Así que después cenaron y bebieron y estuvieron felices. A la mañana siguiente él emprendió su marcha al despuntar el alba. No se permitió un descanso y corrió todo el día. Cuando vio el castillo volvió a tener un poco de miedo. Era un castillo más grande que el anterior, pero aquí tampoco había nadie a la vista. Así que Halvor se adentró en la cocina, pero no permaneció mucho tiempo ahí y se dirigió directamente al interior.

—¡Vaya! ¡Cómo se atreve un cristiano a entrar aquí! —exclamó la segunda princesa. —No sé desde hace cuánto llegué aquí, pero desde entonces no había visto a ningún cristiano. Lo mejor será que te marches cuanto antes, pues aquí vive un trol con seis cabezas.

—No me iré —dijo Halvor—. No me iría aunque tuviera seis cabezas más.

—Te tragará vivo —dijo la princesa.

Pero hablaba en vano, pues Halvor no se iría. No tenía miedo del trol, pero quería un poco de carne y algo de beber, pues tenía hambre después del viaje. La princesa le dio de comer tanto como él quiso y después intentó convencerlo de que se marchara.

—No me iré —repuso Halvor una vez más—. No me iré porque no he hecho nada malo y no tengo nada qué temer.

—Él no te va a preguntar nada —dijo la princesa—. Te tomará sin derecho ni permiso. Pero ya que no te irás de aquí, intenta empuñar aquella espada que el trol utiliza en la batalla.

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No pudo blandir la espada, por lo que la princesa le dijo que entonces bebiera un trago de una botella que colgaba al lado de la espada ya que así podría empuñar la espada.

Poco después llegó el trol; era tan grande y fornido que debía entrar de lado para pasar por el marco de la puerta. Apenas había entrado una de sus cabezas el trol exclamó: "¡Hutetu! ¡Aquí huele a sangre de cristiano!"

No había terminado de decir eso cuando Halvor ya le había cortado la primera cabeza y luego las demás. La princesa estaba muy contenta, pero entonces recordó a sus hermanas y deseó que ellas también fueran liberadas. Halvor pensó que eso tenía arreglo y quiso partir de inmediato, pero primero tenía que ayudar a la princesa a remover el cadáver del trol, así que fue hasta la mañana siguiente que continuó con su camino.

Era un largo camino hasta el castillo, así que caminó y corrió para llegar a tiempo. Ya entrada la noche encontró el castillo, el cual era mucho más espléndido que los otros. Y esta vez no tenía ningún temor, así que entró en la cocina y de inmediato pasó a los salones. Ahí vio sentada a una princesa, tan hermosa que nunca hubo una igual. Ella le dijo lo mismo que las otras, que ningún cristiano había llegado hasta ahí desde que ella estaba en el castillo y le pidió que se marchara o de lo contrario el trol se lo tragaría vivo. El trol tenía nueve cabezas, le dijo.

—Lo sé. Y si tuviera nueve veces nueve más, de todas maneras no me iría de aquí —dijo Halvor y fue a ponerse a un lado de la estufa.

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La princesa le suplicó que se fuera antes de que el trol se lo devorara, pero Halvor le dijo: "Que venga cuando quiera".

Entonces le dio la espada del trol y le dijo que bebiera un trago de la botella para que pudiera blandirla.

En ese preciso momento llegó el trol, respirando agitadamente; era más grande y fornido que cualquiera de los otros. Él también tenía que entrar de lado en el castillo para caber por el marco de la puerta.

—¡Hutetu! ¡Pero qué olor a sangre de cristiano es éste! —exclamó.

Halvor le cortó la primera cabeza y luego las demás, pero la última fue la más difícil de todas; cortarla fue lo más difícil que alguna vez hubiera hecho Halvor, pero él pensaba que tenía la fuerza suficiente para hacerlo.

Y así todas las princesas se reunieron en el castillo y volvieron a estar juntas; nunca habían estado más felices. Estaban encantadas con Halvor y éste con ellas, y le dijeron que escogiera a la que más le gustara de las tres hermanas, aunque la menor era la que lo prefería.

Sin embargo, Halvor se quedó ensimismado; tenía una actitud extraña y triste, y estaba tan callado que las princesas le preguntaron qué añoraba y si no quería estar con ellas. Él les dijo que sí quería estar con ellas, pues tenían lo suficiente para vivir y que ahí estaba muy cómodo, pero extrañaba su casa, pues sus padres aún vivían y tenía muchas ganas de verlos de nuevo.

Ellas pensaron que eso se arreglaría fácilmente.

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—Podrás irte y volver sano y salvo si sigues nuestros consejos —dijeron las princesas.

Él les dijo que no haría nada que ellas no quisieran.

Entonces le dieron ropas tan magníficas que parecía el hijo de un rey; y le pusieron un anillo en el dedo, el cual le permitiría ir y regresar con sólo desearlo, pero le advirtieron que no debía perderlo ni pronunciar sus nombres. Pues si lo hacía, toda su riqueza se perdería y nunca más volvería a verlas.

"Si al menos pudiera estar de nuevo en casa o que mi hogar estuviera aquí", dijo Halvor, y no bien acababa de desearlo que le fue concedido. Se encontró frente a la cabaña de sus padres antes de que supiera lo que había ocurrido. La oscuridad de la noche se acercaba, y cuando el padre y la madre vieron a ese extraño majestuoso y espléndidamente ataviado se quedaron muy sorprendidos y le hicieron reverencias en señal de cortesía.

Halvor les preguntó si podía quedarse y si podían darle posada esa noche. "Definitivamente no. No podemos darle hospedaje", le dijeron, "pues no contamos con ningunas de las cosas que son necesarias para alojar a un gran señor como usted. Lo mejor será que continúe su camino hasta aquella granja. No queda lejos, desde aquí puede ver las chimeneas. Ahí encontrará mucho de lo que un señor como usted necesita".

Halvor no quiso escuchar ni una palabra al respecto. Estaba decidido a quedarse, pero los ancianos se mantuvieron en lo dicho e insistieron en que fuera a la granja, donde podría encontrar carne y leche, mientras que ellos no tenían ni una silla para ofrecerle.

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—No —dijo Halvor—. No iré para allá hasta mañana temprano. Permítanme quedarme esta noche. Me puedo quedar sentado frente a la chimenea.

Ante eso no pudieron protestar, por lo que Halvor se sentó frente al fuego y comenzó a remover las cenizas como lo hacía antes, cuando se la pasaba ahí perdiendo el tiempo.

Conversaron sobre muchas cosas hasta que por fin él les preguntó si nunca habían tenido hijos.

—Sí —respondieron. Habían tenido un niño llamado Halvor, pero no sabían a dónde se había ido y no sabían si estaba muerto o aún vivía.

—¿Podría ser yo Halvor? —preguntó.

—Lo conozco muy bien —dijo la anciana—. Nuestro Halvor es tan flojo y holgazán que nunca hacía nada y era tan harapiento que los hoyos en sus ropas se amontonaban. Un tipo como él nunca podría convertirse en un hombre como usted, señor.

Al poco rato la anciana tuvo que acercarse a la chimenea para avivar el fuego y cuando las llamas iluminaron a Halvor mientras atizaba las cenizas como solía hacerlo cuando estaba en casa, ella lo reconoció.

—¡Dios mío! ¿Eres tú, Halvor? —le preguntó y ambos padres se llenaron de felicidad. Entonces les contó todo lo que le había ocurrido y la anciana estaba tan contenta que decidió llevarlo a la granja de inmediato para que lo vieran las muchachas que antes lo habían menospreciado. Ella iba a la cabeza y Halvor la seguía. Cuando llegaron, ella les contó cómo había vuelto su hijo y las invitó a que vieran lo espléndido que ahora lucía. "Parece un príncipe", les dijo.

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—Seguramente veremos que se trata del mismo gandul de siempre —dijeron las chicas meneando la cabeza.

Halvor entró en ese momento y las chicas estaban tan sorprendidas que dejaron sus batas en el rincón de la chimenea y salieron con apenas el camisón puesto. Al volver tenían tanta vergüenza que apenas se atrevían a mirar a Halvor, a quien siempre se habían dirigido de manera presumida y altanera.

—¡Vaya, vaya! Siempre habían creído que eran tan bellas y delicadas que nadie podría igualarlas —dijo Halvor— pero deberían de ver a la mayor de las princesas que he liberado. Ustedes parecen pastoras a su lado, y la segunda princesa también es mucho más hermosa que ustedes; pero la menor, que es mi novia, es más bella que el sol o la luna. Por todos los cielos, cómo desearía que estuvieran aquí, así podrían verlas.

Apenas pronunció estas palabras y ya estaban las princesas sentadas a su lado, pero de inmediato sintió gran pesar, pues le vinieron a la mente las palabras de advertencia que le habían dicho las princesas.

Se organizó un gran festín en honor de las princesas, a quienes se les presentó mucho respeto, pero ellas no habrían de permanecer ahí.

—Queremos ir a casa de tus padres —le dijeron a Halvor—, así que saldremos de aquí para mirar alrededor.

Él fue detrás de ellas y llegaron a un enorme lago fuera de la granja. Muy cerca del agua había una banca color verde y las princesas dijeron que se sentarían ahí durante una hora, pues les parecía muy agradable observar el lago un rato.

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Se sentaron y aún no llevaban mucho tiempo ahí cuando la menor de las princesas dijo: "Debería peinarte el cabello, Halvor".

Así que éste recostó la cabeza sobre el regazo de la princesa mientras ella lo peinaba y no pasó mucho tiempo antes de que se quedara dormido. Entonces ella le quitó el anillo y le puso otro en su lugar y le dijo a sus hermanas: "Abrácenme como yo las abrazo a ustedes. Desearía que estuviéramos en el castillo de Soria Moria".

Cuando Halvor despertó supo que había perdido a las princesas y comenzó a llorar y a lamentarse; estaba tan triste que nada podía consolarlo. A pesar de todas las atenciones de sus padres, él no se quiso quedar y les dijo adiós y que no volvería a verlos, pues no valía la pena vivir si no encontraba de nuevo a las princesas.

Una vez más contó su dinero, mismo que guardó en el bolsillo y echó a andar. Llevaba caminando un buen tramo cuando encontró a un hombre que llevaba un caballo razonablemente bueno. Halvor quiso comprárselo y comenzó a negociar con el hombre.

—Pues, no tenía contemplado venderlo exactamente —dijo el hombre—, pero si llegamos a un arreglo, tal vez…

Halvor le preguntó cuánto quería por el caballo.

—No pagué mucho por él y no vale mucho; es un excelente caballo para montar, pero para tirar, no sirve de mucho. Aunque siempre podrás contar con él para cargarte a ti y a tu bolsa de provisiones si caminas y montas por turnos.

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Al final acordaron un precio y Halvor ató su costal al caballo; un rato caminaba y otro rato lo montaba. Al atardecer llegó a un llano verde, donde estaba un árbol grande, bajo el cual se sentó. Entonces soltó al caballo y se echó a dormir, pero antes de hacer eso desató su bolsa del caballo. Al amanecer continuó el camino, pues no se sentía como para descansar. Y así caminó y montó todo el día, pasó a través de un bosque enorme donde había llanos muy verdes que relucían entre los árboles. No sabía dónde estaba ni a dónde se dirigía, pero nunca permanecía en un lugar más de lo necesario para dejar que su caballo pastara un poco al llegar a uno de esos llanos, mientras él tomaba algo de su bolsa de provisiones.

Y así caminó y montó sobre el caballo, y le parecía que el bosque no tenía fin. Pero en la noche del segundo día vio una luz que brillaba entre los árboles.

"Si al menos hubiera alguien ahí, podría calentarme un poco y obtener algo para comer", pensó Halvor.

Cuando llegó al lugar de donde venía la luz, vio una pequeña cabaña muy humilde. A través de una ventana notó que en su interior había una pareja de ancianos. Eran muy viejos y con los cabellos tan grises como la cabeza de una paloma. La anciana tenía una nariz tan grande que se sentaba en el rincón de la chimenea y podía usarla para atizar el fuego.

—¡Buenas noches, buenas noches! —dijo la vieja bruja—. ¿Qué asunto te ha traído hasta aquí? Aquí no había venido ningún cristiano en cien años.

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Así que Halvor le dijo que quería llegar al castillo de Soria Moria y le preguntó si conocía el camino.

—No —dijo la mujer—, pero muy pronto vendrá la Luna y le preguntaré; ella sabrá. Ella podrá verlo con facilidad, pues brilla sobre todas las cosas.

Y cuando la luna estuvo clara y brillante sobre las copas de los árboles, la anciana salió. "¡Luna, luna!", gritó. "¿Me puedes decir el camino para llegar al castillo de Soria Moria?"

—No —dijo la luna—, no puedo. Pues cuando iluminé esa área había una nube frente a mí.

—Espera un poco más —le dijo la anciana a Halvor—. Pues pronto vendrá el Viento del Oeste y él sabrá, pues con su aliento llega suavemente a cada rincón.

—¡Vaya! ¿Tienes un caballo? Deja que la pobre criatura se pierda un poco en nuestra cerca con pastura y no lo dejes muriéndose de hambre afuera de cada puerta. ¿No te gustaría hacer un trueque? Tenemos un par de botas viejas con las que puedes caminar seis kilómetros con cada paso. Te las cambiamos por tu caballo y así podrás llegar más rápido al castillo de Soria Moria.

Halvor aceptó de inmediato y la mujer estaba tan feliz de tener el caballo que comenzó a bailar. "Ahora podré ir a la iglesia a caballo", dijo. Halvor no podía quedarse a descansar y quería continuar su camino de una vez, pero la mujer le dijo que no había necesidad de apresurarse. "Recuéstate un momento sobre aquella banca, pues no tenemos una cama para ofrecerte", le dijo, "y yo estaré al pendiente de la llegada del Viento del oeste".

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Al poco rato llegó el Viento del oeste, rugía tan fuerte que los muros rechinaban.

La mujer salió al patio y exclamó:

—¡Viento del oeste!, ¡viento del oeste! ¿Puedes decirme el camino al castillo de Soria Moria? Aquí hay uno que quiere ir allá.

—Sí, conozco bien el camino —dijo el Viento del oeste—. De hecho voy para allá ahora mismo a secar la ropa para la boda que se celebrará. Si él muchacho es rápido puede venir conmigo.

Halvor se levantó corriendo.

—Tendrás que darte prisa si piensas venir conmigo —dijo el Viento del oeste; y se fue lejos por las colinas y valles, y por los páramos y ciénagas, y a Halvor le costaba trabajo mantener el paso con el viento.

—Bien, ya no tengo más tiempo para quedarme contigo —le dijo el Viento del oeste—, pues primero debo ir y arrancar un poco de madera de un abeto antes de ir a secar la ropa, pero sigue por el lado de la colina y encontrarás a unas chicas que están ahí lavando ropa y de ahí ya no tendrás que caminar mucho para llegar al castillo de Soria Moria.

Poco después Halvor llegó a donde estaban las muchachas lavando ropa y ellas le preguntaron que si había visto al Viento del oeste, pues se suponía que vendría a secar la ropa para la boda.

—Sí —dijo Halvor—. Tan sólo ha ido a arrancar un poco de madera de abeto. No tardará mucho en llegar.

Les preguntó el camino para el castillo de Soria Moria. Le señalaron la dirección correcta, y cuando estuvo frente al castillo vio que estaba lleno de caballos y que rebozaba de gente. Pero Halvor llevaba las ropas tan raídas a causa de haber seguido al Viento del oeste por arbustos y zarzas que prefirió quedarse a un lado y no se atrevió a adentrarse en la multitud hasta el último día, cuando a las doce se llevaría a cabo la celebración.

Así que como era costumbre, todos debían beber a la salud de la novia y de las jóvenes ahí presentes, el escanciador llenaba la copa a cada uno; el novio, la novia, los caballeros y sirvientes, hasta que por fin llegó a Halvor. Éste bebió a su salud y luego se quitó el anillo que la princesa le había puesto en el dedo cuando estaban sentados junto al lago, lo echó dentro de la copa, y le ordenó al escanciador que le llevara la copa a la novia de su parte y la felicitara.

Entonces la princesa se levantó de inmediato y dijo: "¿Quién merece más tener a una de nosotras; aquel que nos ha liberado de los trols o el que está sentado aquí en el papel de novio?"

Todos pensaban que sólo podía haber una opinión respecto a eso, y cuando Halvor escuchó lo que la gente decía, no tardó en despojarse de sus harapos de mendigo y cambiarlas por ropa de novio.

—Sí, él es el que quiero —exclamó la princesa más joven cuando lo vio, así que arrojó al otro por la ventana y tuvo su boda con Halvor.

Versión traducida de P.C. Asbjornsen.