Estuve a punto de morir en un accidente de coche

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Estuve a punto de morir en un accidente de coche

"Aquél choque cambió mi vida"

Cuando nos asaltan los recuerdos, recientes o distantes, los más vívidos suelen ser los relacionados con las experiencias negativas. Tengo la impresión de que los humanos estamos programados para recordar cosas malas, quizá por algún rasgo evolutivo básico que obliga al cerebro a centrarse en la mejora constante, o cuando menos a evitar momentos dolorosos para garantizar la supervivencia. Me juego lo que quieras a que eres capaz de recordar a la perfección todas las veces que te rompieron el corazón, o que se metieron contigo en el colegio, o te insultaron. Casi puedes sentir la vergüenza como si hubiera sido ayer. Por eso no es sorprendente que mi recuerdo más intenso, el más recurrente, es el de la vez que casi pierdo la vida en un accidente de coche. Aunque se ha ido apagando un poco con los años, sigo llevando las cicatrices físicas y psicológicas de aquel episodio.

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Como muchas historias de adolescencia, la mía comienza un día que iba fumado en el asiento de al lado del conductor del coche de mi amigo Tom. Íbamos a 112 km/h por una carretera secundaria llena de barro, de vuelta a clase. Supongo que como llegábamos tarde, Tom pisó el acelerador más de la cuenta. O quizá era porque teníamos 18 años y conducir a toda pastilla molaba. No sé, el caso es que en un momento determinado se estrelló un pato contra el parabrisas. Recuerdo perfectamente ver una sustancia gris verdosa frente a mis ojos. Tom debió de verla también, porque se pegó un susto de la hostia, dio un volantazo y bloqueó las ruedas traseras, haciendo que el coche diera varios trompos hasta empotrarse contra un árbol.

No recuerdo haber gritado, aunque por lo visto lo hice, porque cuando ocurrió todo estaba al teléfono con mi novia y me dijo que oyó gritos. El coche chocó contra el árbol por el lado del copiloto y el impacto desencajó la puerta del chasis. Otra cosa que molaba cuando tenía 18 años era no llevar puesto el cinturón de seguridad, por lo que salí volando por el parabrisas y caí sobre el asfalto, rebotando como un canto rodado sobre el agua.

Aún hoy sigo sin sentirme del todo seguro cuando viajo en coche, sobre todo si el que conduce va a más velocidad de la que iría un abuelo

Quizá penséis que todo sucedía a cámara lenta y que pude ver hasta el trozo de vidrio más pequeño salir despedido junto a mí mientras mi cuerpo giraba en el aire como si fuera un cerdo asado. Pero no. Lo siguiente que recuerdo es que estaba debajo del coche. De algún modo había caído delante y el coche siguió desplazándose unos metros y aplastándome los brazos por el camino.

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Físicamente, mi situación era muy mala. Tenía grava incrustada en todas las partes del cuerpo y la mano izquierda destrozada por un tajo. En estado de shock, intenté arrancarme a bocados la piel suelta de la herida. También tenía cortes profundos en el brazo izquierdo y la cara. Pero el dolor más profundo provenía de las abrasiones en la espalda provocadas por haber resbalado varios metros por el asfalto. Iba a tanta velocidad cuando toqué el suelo que se me quemó toda la piel (así que la próxima vez que veáis a Daniel Craig en una peli de James Bond saltar de un coche en marcha y levantarse como si nada, recordad que es todo falso). Aquella fue la primera vez que lloré de puro dolor físico desde que tenía 11 años.

Todavía sufro las consecuencias psicológicas del accidente. La puerta de mi lado se hundió completamente hasta más allá del asiento, por lo que si hubiera llevado puesto el cinturón, posiblemente no tendría piernas o directamente estaría muerto. Aquel accidente había hecho añicos esa falsa sensación de invencibilidad que tenemos todos los adolescentes.

Aún hoy sigo sin sentirme del todo seguro cuando viajo en coche, sobre todo si el que conduce va a más velocidad de la que iría un abuelo. Antes me encantaba ir embalado, escuchando dubstep a todo volumen. No sabía lo que era el miedo, porque la velocidad y la música dance horrible eran la norma en aquella edad. Pero desde el accidente, cada viaje en coche es una incertidumbre constante.

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Recuerdo el accidente como si hubiera ocurrido hace media hora, pese a que tengo tan mala memoria que no sé decirte de qué marca era la cerveza que me bebí ayer

No recibí ningún tipo de tratamiento psicológico tras el accidente. Quizá no quise por el rollo del orgullo masculino. Supuse que la terapia no serviría para solucionar mis problemas. Estaba muy centrado en el proceso de recuperación física y me sentía afortunado por no sufrir pesadillas ni recuerdos recurrentes. Lo que no he sido capaz de superar todavía es el sentimiento de culpa al pensar en qué habría supuesto para mi familia el que hubiera muerto o me hubiera quedado paralítico. Al parecer, es una secuela muy habitual con la que quizá deba aprender a convivir de por vida.

Hay un pasaje en El idiota, de Dostoyevski en el que el protagonista describe a alguien a quien conceden el indulto instantes antes de su ejecución a manos de un pelotón de fusilamiento. Ese episodio es autobiográfico, ya que el propio escritor recibió el perdón del zar Nicolás y se libró de su ejecución en el último momento. El reo recuerda hasta el último detalle de aquellos cinco minutos que pasó esperando la muerte con una nitidez asombrosa. Sin embargo, pese a haber logrado escapar de la muerte, acabó desperdiciando su vida.

Recuerdo el accidente como si hubiera ocurrido hace media hora, pese a que tengo tan mala memoria que no sé decirte de qué marca era la cerveza que me bebí ayer. A pesar de haber estado tan cerca de la muerte, no he experimentado ese sentimiento de querer vivir cada día como si fuera el último, de no dar nada por sentado. La intensidad del dolor se ha ido mitigando hasta reducirse a un punto lejano en el horizonte. Las cicatrices se han difuminado y el resto se lo ha llevado consigo la propia inercia de la rutina desenfrenada en la que vivimos. Estuve a punto de morir, un pensamiento que me asalta con frecuencia en distintas circunstancias incluso hoy día, pero lo más triste de todo es que este accidente no ha hecho que esté más agradecido por vivir ni que me sienta #bendecido.

Con el dinero del seguro me fui de viaje a Tailandia dos semanas y me hice un tatuaje horrible, pero esa es otra historia.

@williamwasteman

Traducción por Mario Abad.