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Cultură

Lógica anfetamínica

"No tiene nada de malo si me hace sentir bien".

Foto cortesía de Car Marnell. 

Es una tarde soleada en Soho y me tomé cinco vasos de champagne en un bar con una celebridad casada.

Ahora estamos en una galería de la zona.

Estoy hasta el pito de speed y fanfarroneando; nada nuevo.

“Déjame explicarte por qué detesto a Kenny Scharf”, le seseo al joven griego que supervisa la galería.

Traigo pura ropa blanca, sin bra, y una pequeña falda con unos zapatos plateados de Lanvin y una larga trenza rubia de lado. Huelo a Banana Boat, Colette Black Musk Oil y chicles con nicotina. Esa mañana luché contra la urgencia de usar Instagram para fotografiar mi báscula: 98 libras.

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“Pero, pero, ¡todos aman a Kenny!” tartamudea Yanni.

Sonrío. Estoy flotando como papalote por toda Dexedrina que ingerí en la semana. Un chavo que conozco me cambió una botella por una sudadera de Slayer.

“Mis amigos grafiteros, Yanni, pintaron la pared de Kenny en la calle Houston”, le dije, “y Kenny se portó como una perra al respecto, e intentó hacer que corrieran a la hermana de nuestro amigo de la prestigiosa escuela de artes visuales SVA. Todo salió en el Post. Fue algo enorme. En fin. ¿Todas esas flores estúpidas y los malditos Supersónicos? Vamos, lo único bueno que ha hecho fueron los bongs”.

Vi una pintura con Blek le Rat escrito en letras de molde negras en la parte de abajo. “¿Eso es un Blek le Rat?”

“¡Sí!” dice Yanni. “¿Cómo supiste? ¡Vaya!”

“¿Vaya qué?” Enloquezco. “No soy retrasada”.

“¿Acaso no es toda una mujer?” dice el hombre famoso, quien tiene millones de dólares, además de una esposa y un hijo. Es tan lindo que me quiero morir.

”¿Le gustaría unirse a nuestra lista de correos?” me pregunta Yanni, señalando una estúpida libreta junto a unos estúpidos volantes.

Pelo los ojos. Golpeo mi torso con mis dedos. Jalo el borde de mi pequeña falda italiana de un solo lado. A la altura de la cadera.

Foto del refrigerador de Cat por Reza Nader.

De repente, las tres pastillas de dexedrina que me tomé en el bar entran en acción; con todo. El pecho me aprieta.

Sigo borracha, y sigo tomando.

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“Me gustaría que hubiera un artista como Damien Hirst cuyo archienemigo fuera un mago como David Copperfield, ¿OK?” Gruño. “Y el artista crea algo, y después el mago lo hace desaparecer…”

“Es increíble”, dice la celebridad, quien sabe que ando drogada. “¡OK! Hora de irnos”.

“¿Escucharon el rumor? ¿Que Matthew Barney se estaba cogiendo a Elizabeth Peyton?” Puedo sentir los latidos de mi corazón.

“Bien”, ríe Yanni. “Ese Matthew Barney es todo un personaje”.

Lo miro fríamente.

“También estaba casado”, seseo y atravieso su chamarra con mi dedo. “¡Por Björk! Sabes, he estado presente en parrilladas de black metal, con estas extrañas competencias de lucha libre y James Franco; en su guarida en Long Island”. Tomo un sorbo de champagne. “Matthew Barney no puede simplemente llevar a cualquier pintora a su submarino y tener sexo con ella, por el amor de Dios…”

El dueño de la galería aparece y me besa en ambas mejillas.

“¡Tengo miedo de ella!” grita Yanni, mientras me señala. “¡Estoy aterrado!”

“¡Ah, pero es tan bonita!” dice el dueño, un extranjero bigotón.

“No”, grito. “Soy inteligente”.

“Está bien”, se ríe el dueño.

“¿Ha vendido algo?” giro mi cabeza, una nube de mi perfume de playa sube por la pintura que hay detrás de mí. “Me acosté con él”. Les muestro mis dientes como un tiburón. “Tenía 18”.

“¡No!” dice el dueño de la galería.

“¡No!” dice Yanni.

Le echo una mirada sensual al dueño. Me acerco hasta él. Hago una bomba con mi chicle de nicotina: POP.

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(Recuerda: los hombres sólo quieren show).

“Tu galería está más allá”, le susurro al viejo asqueroso. “Dime, ¿por qué todos los pacientes de Lucian Freud se ven tan… odiados?”

Yanni y el dueño prácticamente aplauden.

“Será mejor que nos vayamos”, dice la celebridad por segunda vez.

“¡Vuelve pronto!” dice Yanni. Agito mi mano.

“Eres impresionante”, dice la celebridad mientras me escolta fuera del lugar.

“Ya lo sé”, le digo.

Lo veo encender dos cigarros para nosotros.

CAT, pienso. No.

Recorro mi inventario moral como su fuera un catálogo y todas las tarjetas están en blanco: borradas. ¿A dónde fui?

En lugar de eso, la Lógica Anfetamínica entra en acción como si se tratara de mis amigos grafiteros con una lata de spray color lavanda. Escribe esto en letras cursivas y desordenadas por todo el lugar:

NO TIENE NADA DE MALO SI SE SIENTE BIEN

Foto por Baron Von Fancy

“¿Te gusta Jim Morrison?” pregunta la celebridad, quien se comporta como todo un caballero mientras enciende nuestro cigarros.

“Lo odio”, escupo.

“¿En serio?” dice la celebridad. “Yo…”

“Que lástima que estés casado”, juego con él. Él mira hacia arriba.

Estoy ardiendo con sexo y speed. La Lógica Anfetamínica me grita:

NUNCA HAY CONSECUENCIAS

Es así de fácil. Así de fácil es destruir a las personas que no conoces.

Foto por Reza Nader

Veinte minutos después estamos en una cama en el Hotel Thompson. Son las 5:30 de la tarde, las cortinas están semicerradas. Estamos en el quinto piso.

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La lluvia comienza a caer mientras me besa.

La culpa es mágica. Recuerdo un poema mientras me recojo el pelo en una colita para poder chupar.

“Eres tan delgada”, murmura la celebridad entre la oscuridad mientras me quito la playera.

“Las costillas son lo mío”, le susurro.

Y entonces es hora de coger.

Sigue a Cat en Twitter: @Cat_Marnell