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Viajes

Golpes, tortura y canibalismo: lo que viven los migrantes somalíes para llegar a Italia

Así viven los africanos la peligrosa travesía que muchas veces los lleva a la muerte por llegar a Lampedusa, Italia.

Hassan Alí es un joven somalí de 23 años de edad que sobrevivió a la violencia y pobreza de su infancia, antes embarcar en 2009 al viaje llamado Tahrib, una ruta en varios barcos que lo llevarían a una aventura peligrosa desde África hasta la isla italiana de Lampedusa. Miles de somalíes hacen ese viaje. El 3 de octubre de este año, un barco que transportaba emigrantes somalíes se incendió y se hundió, en el accidente murieron más de 300 personasOcho días después, otro barco se hundió y mató a más de 34 personasAhora, Hassan habla sobre su problemática vida antes de embarcar en uno de esos viajes y las atrocidades que pasó camino a Europa.

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El canibalismo no inició hasta que tomé el segundo barco, de Libia a Lampedusa.  Ya habíamos viajado por diez días; la gente moría y no había comida. Vi a un hombre cortar una extremidad del cuerpo de otro hombre.

Sigo siendo uno de los suertudos.

Crecí en Beled Hawo, cerca de la frontera de Kenia. Amo mi ciudad pero la vida no era fácil para mí. Vivía con mis padres, mi hermana menor y mis dos hermanos mayores. Cuando tenía diez años inició la violencia en el pueblo. Una tarde mientras estaba en la mezquita, una balacera se desató afuera. Había balazos por todas partes. Yo estaba solo y no sabía qué hacer, buscaba por todas partes intentando encontrar la salida mientras escuchaba las balas chocar contra la pared. Al final, encontré una salida y corrí a mi casa, justo cuando entraba por la puerta dos hombres con AK-47 me dispararon. Esquivé las balas, me metí corriendo a la casa y caí en los brazos de mis padres. Después de cinco horas, la balacera terminó. En ese momento me di cuenta que yo no tenía futuro en Beled Hawo.

Siempre quise ser astronauta. Por las noches, me fascinaba ver las estrellas y la luna y soñaba con estar allí. Ese tipo de sueño nunca se cumpliría para alguien como yo, un somalí.

La primera vez que escuché de Tahrib fue en la radio, cuando tenía 19 años. Había personas en Europa hablando de sus nuevas vidas y cómo habían viajado en barco desde Somalia. Sonaba como una gran idea. Después de un tiempo le dije a mis padres acerca de mis planes de irme. Fue un gran golpe para ellos. “¿Estás loco? Eres muy joven. ¿Qué estás pensando?” me dijo mi madre. Yo les dije que Tahrib era mi única oportunidad para salir adelante, que yo tendría mejor vida en Europa. Ellos pensaron que estaba bromeando. Cuando les marqué —meses después— desde el primer barco se asustaron.

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Mukhalasson personas que te conectan con negocios ilegales, lo que en México sería el equivalente a los polleros. Al igual que los polleros que cruzan migrantes a Estados Unidos, en Somalia también son considerados de las peores personas. El que me envió a Tahrib era uno de esos. Era un hombre repugnante, asqueroso y conocido en el pueblo por ladrón y estafador. A través de él conocí más gente que quería embarcar en el viaje. Todos le tenían miedo, me contaron horribles historias; yo intenté ignorarlas. Me debí haber ido pero en lugar de eso le pagué 800 dólares por Tahrib, el dinero que mis amigos y mi familia me dieron sin saber para qué lo usaría.

Nuestro primer viaje fue de Beled Hawo a Bosaso, un puerto de Somalia. No fue el peor viaje, pero teníamos poca comida y la gente de la tripulación era muy cruel, nos gritaban y en ocasiones golpeaban a la gente. Yo me comportaba como un niño porque extrañaba mi pueblo y todos en el barco parecían estar muy tristes, a pesar de que estábamos en camino a una mejor vida.

Cuando llegamos a Bosaso, un lugar caliente, la gente de la tripulación insistió que el viaje sería placentero y cómodo, y que nuestro barco tenía demasiado espacio. Pero después de un par de días apareció el barco, estaba viejo, horrible y con un cupo demasiado pequeño para decenas de personas. Pasamos dos días enteros amontonados en ese barco pequeño, dormimos unos arriba de otros. Algunas personas morían sofocadas, pero el capitán y su tripulación  —armados— nos amenazaron y nos dijeron que si no nos callábamos nos sacarían del barco.

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Le marqué a mi hermano y le dije que estaba en la ruta de Tahrib. Él estaba tan asustado que no podía hablar. Durante el resto del viaje mi familia me seguía marcando a mi celular, asegurándose de que seguía vivo. En ese momento recordé todas las historias que me contaron advirtiéndome de este viaje. Yo apenas podía respirar.

Cuando llegamos a Libia las cosas empeoraron. Logré cruzar la frontera con cuatro hombres y cinco mujeres, todos estábamos exhaustos y hambrientos, y el viaje nos dejó una horrible experiencia. Nos dijeron que teníamos que llegar a un pequeño pueblo en el desierto pero en camino al pueblo 20 hombres armados nos secuestraron. Yo pensé que eran oficiales de la patrulla fronteriza. Y no fue hasta que nos torturaron que supe que eran ladrones.

Los hombres fueron atados unos con los otros bajo el sol ardiente por siete días seguidos. Los hombres que nos secuestraron nos dieron casi nada de comer y nos dijeron que las mujeres estaban siendo violadas y golpeadas cerca de donde estábamos nosotros. Cuando escapamos —después de que los familiares de alguno de los que estábamos ahí pagaron un rescate de 300 dólares por cada uno— nos dimos cuenta de que lo que habían dicho los hombres era cierto. Todo lo que yo quería era regresar a Beled Hawo con mis padres. Ya no me importaba si llegaba a Europa. Aún así si —milagrosamente— sobrevivíamos ese viaje, ¿cómo nos iban a tratar los europeos? ¿Lograría obtener mi visa? ¿Me metieran a la cárcel? Estaba asustado.

Tomó diez días encontrar otro bote de Libia a Lampedusa. Y entonces empezó el terror verdadero. Sólo había pan y galletas abordo y el calor era insoportable. La gente caía muerta y el capitán no hacía nada. La gente se empezó a comer entre ellos, era como algo salido de una película de terror sucediendo frente a mis ojos. Esa parte del viaje duró tres días. Se sintieron como tres años.

Todos saben que los políticos en Europa y África no están haciendo ni lo suficiente para afrontar los peligros del Tahrib. De otra forma toda esa gente no hubiera muerto cerca de Lampedusa este mes. Nadie está abordando los problemas reales como la violencia y la pobreza que me alejaron de Somalia.

La gente me dice que Lampedusa es hermoso. No tengo idea. Apenas puedo recordar algo del paisaje que vi, todo era tan terrorífico. Pero, Alhamdullilá [gracias a Dios], llegué vivo y sorprendentemente conseguí una visa italiana después de tres meses en un campamento. Algunas personas con las que viajé esperaron años y otros nunca la recibieron. Me encanta Italia. He vivido ahí por tres años y he hecho mi vida trabajando en varios empleos. Tal vez nunca sea un astronauta pero Italia me permitió reconstruir una vida que estaba destruida. Ahora estoy de regreso en Somalia; no en Beled Hawo, en otra ciudad. Espero poder visitar Italia otra vez. Pero espero que nadie tenga que embarcar el Tahrib de nuevo.