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Cultură

La nueva moda entre los jóvenes es… odiar a los jóvenes

Jóvenes del mundo: tenemos que hablar.

Unos millennials muy odiables vía Getty stock image

Jóvenes del mundo: tenemos que hablar. En concreto, me gustaría hablar de cómo hablamos de los jóvenes.

Desde hace ya un tiempo, existe un género de periodismo que consiste en coger unos cuantos estudios, juntarlos todos y elaborar un retrato absurdo y plagado de tópicos sobre una generación determinada. ¡La gente joven odia salir de juerga! ¡Los jóvenes odian la libertad de expresión! ¡Los millennials se aburren! ¡A las nuevas generaciones no les interesa invertir! Si quieres vender tus muebles a los jóvenes, ¡más vale que te curres tu presencia digital!

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Todas las generaciones acaban inevitablemente reducidas a estereotipos: los baby boomers marcharon en protestas contra la guerra puestos hasta arriba de ácido mientras escuchaban "Stop Children What's That Sound"; los jóvenes de la generación X aprendieron a vivir y amar a la vez que evitaban la demolición de su tienda de discos independientes favorita.

En el imaginario popular, los millennials son todos chicos y chicas de 25 años, trabajadores de startups que se quejan constantemente en redes sociales de lo poco que cobran y a los que despiden por ello, con lo que acuden nuevamente a las redes para quejarse de que los han echado. Se mueven siempre en hoverboards por sus oficinas diáfanas, dando tragos a sus bebidas energéticas, haciéndose selfies, negándose a follar, rentabilizando su presencia en las redes sociales, añorando esa década de los 90 que nunca han llegado a vivir, bebiendo batidos de kale, cosas así.

A nadie le apetece formar parte de semejante concepto generacional, así que felicidades a Johnny Oleksinski, comentarista ocasional de los episodios de Juego de tronos, por abordar el estereotipo de la forma más millennial posible: escribiendo un artículo sobre el tema en el New York Post.

Panorama de lo más desolador para una generación de jóvenes abatidos por la desigualdad y los sueldos congelados, herederos de toda la mierda que le han pasado sus mayores, obligados a crecer bajo la ominosa sombra del 11S y la crisis financiera mundial

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Las quejas de Oleksinski sobre sus compañeros generacionales son las de siempre: su adicción a los smartphones y los emojis, su incapacidad para las relaciones personales, esa tendencia a culpar siempre a los demás y a echarse flores a la primera de cambio, su lamentable talento para crear avatares en internet más interesantes que sus verdaderos yos.

Un panorama de lo más desolador para una generación de jóvenes abatidos por la desigualdad y los sueldos congelados, herederos de toda la mierda que le han pasado sus mayores, obligados a crecer bajo la ominosa sombra del 11S y la crisis financiera mundial, a cambiar de trabajo cada dos por tres porque hay muy pocos curros buenos; chicos que se refugian en sus vidas en línea, huyendo de sus patéticas existencias analógicas.

Solo en EUA hay, más o menos, cerca de 75 millones de millennials. Demasiadas experiencias personales como para condensarlas todas en un único artículo.

Los millennials no han hecho más que comportarse como humanos que son

Los millennials han ido a combatir a guerras que no entendían y han visto cómo les volaban las piernas.

Han muerto millennials a manos de la policía sin razón alguna, y otros millennials se han manifestado en las calles contra esos asesinatos mientras un tercer grupo de millennials con uniforme policial les lanzaba gas lacrimógeno.

Estos jóvenes han tenido trabajos precarios porque la economía estaba reventada; se han visto atenazados por las habituales inseguridades sobre el futuro, se han casado unos con otros, han tenido hijos, se han divorciado y suicidado, se han pasado con las drogas y se han rehabilitado.

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Los millennials se han enriquecido gracias a la popularidad de sus canales de YouTube o sus cuentas en clave de humor de Twitter. Han subido a trenes en marcha, se han emborrachado, han mentido a sus parejas y han escuchado música horrible en el coche.

En otras palabras, los millennials no han hecho más que comportarse como humanos que son.

Cuando hablamos de las diferencias entre generaciones, solemos basarnos en estadísticas que crean tendencias. Lo que nunca queda claro es si esas cifras señalan verdaderos cambios o simples aberraciones. En cualquier caso, lo importante son las historias que creamos en torno a esos datos.

Hace unos años, parecía que esas historias sobre los jóvenes eran escritas por otros con el propósito de explicar la misteriosa y extramundana conducta de la juventud a los adultos de la era pre Snapchat. Ahora, los millennials hemos crecido y tenemos lucrativos trabajos de periodistas, por lo que hemos pasado a escribir artículos sobre los de nuestra propia generación.

Antes de Oleksinski estaba Alexis Boomer, quien hace unos meses grabó un vlog desde su coche hablando muy mal de Kim Kardashian y muy bien de Tim Tebow, e instándonos a pedir disculpas a nuestros padres por ser lo peor. Oleksinski va en la misma línea: el odio hacia los jóvenes es una forma de distanciarte, de demostrar que eres serio y maduro.

"A la gente como yo nos llaman 'espíritus viejos'", explica. "Nuestros pares nos reprenden por tonterías como disfrutar la madurez, seguir yendo a trabajar a una oficina física o no estar enamorados de Brooklyn. El conformismo nos ha convertido en leprosos, o peor aun, en seres humanos funcionales".

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Quizá los amigos de Oleksinski lo pongan verde por preferir Manhattan a Brooklyn, pero los 30 millones de visualizaciones del vídeo de Boomer deberían darnos una idea de lo poco que gusta esa imagen tópica (y en su mayor parte ficticia) de la generación de los millennials.

Y si no, solo hay que ver las encuestas: el centro de investigación Pew reveló el pasado septiembre que, para describir su generación, los jóvenes utilizaban términos como "absorta en sí misma", "avariciosa", "despilfarradora", y que la mayoría despreciaba por completo la etiqueta de "millennial".

Así pues, esa es la última tendencia entre los jóvenes. odiar apasionadamente a los de su misma generación y sentir satisfacción por ello. Poco importa que la imagen que se tenga de la juventud no concuerde con la realidad: cuando cuentas la misma historia muchas veces, al final te la crees tú mismo.

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Traducción por Mario Abad.