La amenaza de los mineros

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Rumbo a ningún lado

La amenaza de los mineros

Los Oath Keepers se rebelaron contra el gobierno de Estados Unidos, motivados por la regulación de las tierras en el Oeste del país, la recesión económica y la paranoia.

Voluntarios regresan de vigilar la mina Sugar Pine cerca de Grants Pass, Oregon.

Una mañana tranquila de un viernes de abril, un grupo de ciudadanos consternados se reunieron para una conferencia de prensa en las escalinatas del Palacio de Justicia del condado de Josephine, en Grants Pass, en el estado de Oregon, en Estados Unidos. Grants Pass, una ciudad con 35 mil habitantes en un rincón rural y violento del estado, recibía mucha atención en ese momento como resultado de un "operativo de seguridad" dirigido por Joseph Rice, coordinador del grupo local Oath Keepers, del condado de Josephine, en una pequeña mina de oro llamada Sugar Pine en las colinas arboladas afuera de la ciudad.

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La naturaleza de la disputa era opaca incluso para la mayoría de las personas que estaban a favor de ésta, pero el argumento de la Oficina de Administración de Tierras (BLM, por sus siglas en inglés) se centraba en que los dos propietarios de la mina la estaban explotando sin someterse a un proceso de supervisión federal. Ambos propietarios afirmaban que la ley los exentaba de tal proceso. Rice y los Oath Keepers (que en español es algo así como los Cuidadores del Juramento) se movilizaron y atrajeron voluntarios de todo el país para evitar una posible incursión de la BLM. Para este momento, el operativo de seguridad había crecido lo suficiente como para hacer tanto un cerco defensivo de la mina, en el que acampaban decenas de hombres y mujeres totalmente armados, como para montar un área logística y un campamento base de cinco acres a la salida de la carretera Interestatal 5. Allí se cargaban camiones con provisiones, se planeaba e incluso se reunían más voluntarios. Las oficinas locales del Servicio Forestal estatal y de la BLM cerraron, pues estaban preocupados por la "seguridad de sus empleados". Se reportó que uno de los mineros dijo: "Por favor, dejen de llamar a las oficinas de la BLM y amenazar a su personal".

Decenas de locales salieron del Palacio de Justicia. Los habitanes, en su mayoría, describen a Rice como un hombre tranquilo de estatura promedio con barba canosa, brazos fuertes y siempre con una gorra de los Oath Keepers. Aunque Rice se encontraba de pie detrás de toda la multitud, el mensaje le fue claro: querían que él y los Oath Keepers se retiraran. Un ex decano de la universidad local le pidió que "deje que el proceso legal, el diálogo racional y las negociaciones a la antigua lleven a un resultado pacífico, por el bien de todos". Algunos se expresaron con un poco más de agresividad. Un comerciante de artículos deportivos llamado Dave Strahan se puso de pie y llamó a los Oath Keepers "locos matones armados ".

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Después, un joven activista llamado Alex Budd invitó a la prensa a hacer preguntas. No hubo ninguna por parte de los reporteros que estaban presentes, pero Rice, un hombre imponente, incluso en ese momento que no llevaba su arma de mano, habló desde la parte de atrás. "Yo tengo una pregunta", dijo. "¿Alguno ha hablado con los mineros sobre esto?"

Se refería a Rick Barclay y a George Backers, en nombre de quienes Rice y los Oath Keepers iniciaron este movimiento. Strahan, un hombre nada imponente, se volteó hacia Rice y le dijo en voz alta: "¡No estoy aquí para responder a tus preguntas, Joseph!"

Rice se dijo a sí mismo mientras se acercaba a los oradores: "Así que si entiendo bien, no han hablado con los mineros". Parecía que iba a haber una pelea frente a las cámaras. Pero de pronto los oradores le dieron la espalda, como si se hubieran puesto de acuerdo, y se metieron al edificio.

La ruptura en la comunicación política era clara. Los Oath Keepers habían puesto en marcha su operativo por temor a que los agentes de gobierno actuaran y quemaran el quipo de los mineros y la cabaña en la que habían estado antes de que tuvieran la oportunidad de presentar una apelación. La gente de la ciudad que se encontraba en la conferencia de prensa, y la propia BLM, consideraron que esta preocupación estaba mal infundada y que era ridícula. La orden por incumplimiento que había iniciado todo estaba por vencer en 24 horas, y parecía que nadie era capaz de decir con seguridad cómo terminaría todo.

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Vista de las montañas Siskiyou desde Grants Pass.

Conflictos como el de Grants Pass cada vez son más comunes en el oeste del país. Viejas batallas sobre el manejo de tierras en la región han encontrado la forma de expresarse a través del movimiento patriota: una gran aglomeración de personas, algunas armadas, otras no, que se dicen ser defensoras de la Constitución. Estos grupos han crecido fuertemente desde la elección de Barak Obama: de haber cerca de 150 organizaciones pasaron a ser más de un millón en 2014, creando una nueva política de desobediencia civil armada.

En octubre de 2014, meses antes de los acontecimientos en Oregon, el periódico de Colorado High Country News publicó una serie de informes relacionados con los conflictos de las tierras bajo el titular "Apacigüen el Oeste". La mayoría de los estadunidenses, quienes no sabían lo que estaba pasando en el Oeste del país, se enteraron al ver el conflicto en abril, en el rancho de Cliven Bundy, donde cientos de voluntarios armados, muchos de estos Oath Keepers, respondieron al llamado para la "guerra armada" contra la BLM, y, de hecho, estuvieron bastante cerca de conseguirlo: frente a una gran multitud de medios de comunicación, los voluntarios apuntaron con sus armas a los alguaciles y a miembros de la BLM y, finalmente, obligaron a la agencia a retirarse.

Ninguno de los involucrados ha enfrentado sanciones serias, un hecho que es un poco difícil de comprender si se piensa en lo que le hubiera podido pasar a un hombre de color si se hubiera atrevido a expresar su opinión sobre la tiranía apuntando con un arma a un oficial en cualquier ciudad importante en este país. El siguiente mes, en la llamada Recapture Canyon, en las afueras de Blanding, en las zonas rurales al sureste de Utah, los protestantes armados, dirigidos por miembros de la familia Bundy y el solidario comisionado del condado, hicieron una movilizaron en un tramo de la carretera que la BLM había cerrado. El comisionado del condado, Phil Lyman, quien por lo que se sabe no es un extremista y contribuyó al proyecto Apacigüen el Oeste del HCN, supuestamente dijo: "Si las cosas no cambian, no va a pasar mucho tiempo antes de empiecen los disparos".

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Los documentos que el HCN recibió del Servicio Forestal y de la BLM muestran 50 casos que ellos describen como "enfrentamientos graves con connotaciones gubernamentales", que ocurrieron tan solo entre 2010 y 2014. Los registros que tienen sin duda están muy lejos de contener las cifras completas, y en algunos casos parecieran ser manifestaciones inofensivas provocados por sentimientos antigubernamentales, como el caso de un hombre en Colorado que supuestamente iba conduciendo un vehículo todo terreno en una zona restringida y les gritó a los agentes: "Voy a joder su mundo… Maldición, se me acaba de parar, malditos maricones de mierda, ¡déjenme tocar su pito!", y luego le pegó a uno de los agentes en la cabeza e intentó tocar su ingle.

Muchos de los otros casos parecen ser intentos de homicidio claramente motivados por cuestiones políticas: en 2013, un hombre del condado de Cochise, en Arizona, fue declarado culpable por intento de homicidio, tras dispararle a dos agentes de la BLM cerca de su casa, en el parque regional Happy Camp Canyon. Un par de meses después, le dispararon siete veces con un fusil a un empleado uniformado del Servicio Forestal mientras manejaba un camión en el Bosque Nacional de Tahoe, en Sierra Nevada. Cerca de Grants Pass, alguien lanzó varias bombas molotov al personal del campamento de la BLM cerca del monte Hood en 2013. Los casos mencionados llevan a una sola cosa: "No tienen ningún derecho a cerrar caminos", dijo un visitante a una estación de guardabosques en el Bosque Nacional Payette. "Esto va a ser la guerra, y vamos a comenzar a disparar si esto sigue igual".

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El gobierno federal —en gran parte a través de la BLM, el Servicio Forestal y el Servicio de Pesca y Vida Silvestre— gestiona aproximadamente 20 por ciento del paisaje estadunidense. Estas tierras están concentradas en el Oeste del país, así de entre estas cuatro entidades, el Servicio Forestal y la BLM manejan 81 por ciento de la tierra en Nevada, 67 por ciento en Utah, 62 en Idaho, 53 en Oregon e incluso 48 por ciento en California, más de una cuarta parte de todos los estados en el occidente del país. No es que estas tierras tuvieran que ser federales para siempre: la BLM es sólo un organismo más en la historia de Estados Unidos que se ocupa de las tierras que no son reclamadas. Remontándonos a los inicios de la República, y en gran parte de la historia, el propósito de la gestión de las tierras federales ha sido facilitar la distribución de la propiedad pública a los ciudadanos privados e intereses corporativos. Las tierras que permanecen bajo el control federal en su mayoría entraron al sistema después de que Theodore Roosevelt creara el Servicio Forestal en 1905, debido a que nadie las quería, o debido a un accidente en la historia: la única razón por la que la BLM incluso gestiona tierras en el condado de Josephine, por ejemplo, es porque, en 1904, se expuso la enorme conspiración en la que el estado de Oregon daba propiedades de manera gratuita y las repartía de manera fraudulenta para sacar provecho de la madera. Con el fin de restaurar la confianza pública y acabar con la conspiración, el gobierno federal se apropió de las tierras.

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Ha habido varios intentos para que las tierras del Occidente del país regresen al mando de los estados. Estos intentos no han llegado a ningún lado debido a la preocupación de que los estados no podrían soportar la carga financiera para mantenerlos. En lugar de eso, en 1946, el Congreso fundó la BLM para gestionarlas, creando un legado extraño en el que dos agencias tienen papeles aparentemente contradictorios: la BLM y el Servicio Forestal no son agencias de conservación, como el Servicio de Parques, éstas se encargan de facilitar en cierta medida actividades como ganadería, minería y tala, al tiempo que cuidan el medio ambiente y los sitios arqueológicos, y además actúan como cuerpos de seguridad.

En 1976, el Congreso derogó la Ley de Asentamientos Rurales y la reemplazó con la Ley de Política y Gestón de Territorio Federal, la cual codificó en el papel del Servicio Forestal y de la BLM la preservación de acceso de "uso múltiple" a las tierras públicas. Por primera vez la ley dejó en claro —o por primera vez para cualquier persona que no había sido capaz de leer las señales— que el gobierno federal planeaba quedarse con esta parte del país para siempre.

Esto desencadenó lo que ahora se le conoce como la rebelión de Sagebrush, originalmente un intento legislativo de los estados del Oeste del país por reclamar tierras federales y designar muchas áreas sin habitantes como tierras vírgenes. El movimiento refleja una desconexión que en realidad nunca se ha a solucionado: la ganadería, la minería y la tala en este lado del país son maneras de ganarse la vida que nunca han desaparecido, y en los lugares en que el Servicio Forestal o la BLM administran las tierras, se imponen cientos de miles de reglas que mucha gente ve como un símbolo de una sociedad hiperregulada y dirigida por un gobierno federal incomprensible, que está más interesado en el control que en el compromiso con los ciudadanos.

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El resultado es que, para muchos de los que viven en esta parte del país, las dos agencias tienen un papel sin utilidad; es como si los neoyorquinos juntaran el Departamento de Policía, el Departamento de Potección del Medio Ambiente, la Comisión para la Preservación de Monumentos Historicos, el Departamento de Bombreros y algunas partes del Departamento de Transporte en una agencia sin fondos. De esto no se puede responsabilizar a un alcalde electo a nivel local ni a un órgano legislativo sino a uno de los dos departamentos federales (el Servicio Forestal es parte del Departamento de Agricultura; la BLM, del Departamento del Interior, que se ocupa de recursos naturales) con base en Washington y que están encabezados por funcionarios no electos quienes establecen reglas fuera del proceso legislativo pero que las hacen funcionar con todo el peso de ley: oficiales que fueron nombrados en el periodo de Obama, un presidente por quien pocos de los que interactuaban con estas agencias votaron o tenían gan fe en él.

El trabajo de estas dos agencias a menudo ha sido inconsistente o caprichoso, dependiendo de cómo se mire. Existen historias recientes creíbles de cabañas mineras que están siendo quemadas en Grants Pass sin el aviso que —se pensaría— requiere la decencia humana, y muchos mineros ven esto como un castigo táctico para sacarlos de los bosques. Si vamos unos años atrás, hacia la década de los 70, casi todos en la comunidad minera conocen a alguien a quien le incendiaron su propiedad, y una nota publicada en el San Francisco Chronicle, en 1990, habla sobre la investigación sobre los mineros que fueron expulsados de esta forma del Bosque Nacional Klamath, lo suficientemente cerca en esta parte del mundo para ser vecinos. "Comenzamos a quemar cabañas, abandonadas, obviamente, que parecían tener riesgo de incendio, con el permiso de los dueños", dijo uno de los oficiales del Servicio Forestal. "Luego esto se aceleró entre los chicos del Servicio Forestal. ¿Quién podía quemar más cabañas? Se convirtió en una competencia", continuó. "Comenzamos a planearlo. Empezamos a sacar a la gente de las cabañas, para poder quemarlas. Yo mismo quemé varias cabañas. Me sentí terrible".

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La rebelión de Sagebrush nunca murió en realidad, y actualmente ha inspirado a un movimiento muy similar que reune fuerza del enojo comunitario y que incluso es utilizado para socavar la capacidad de legitimación e imposición de la BLM y del Servico Forestal en el Congreso. Al menos dos proyectos de ley se aprobaron en 2015 pidiendo que se transfieran las tierras a los estados donde los legisladores y los reguladores están muy cercanos a la ganadería a gran escala, minería y los intereses del petróleo y la gasolina. A nivel estatal, los abogados han utilizado en varias ocasiones el enojo contra la regulación para impulsar proyectos de ley provenientes del American Legislative Exchange Council, una organización que funciona como una especie de planta de producción en masa para la legislación de derecha, respaldada por compañías como Exxon y Koch Industries que son tan burocráticas e irresponsables como cualquier agencia de gobierno, pero que tienen un gran interés en debilitar las protecciones ambientales federales.

Este enojo ha hecho que surgan más grupos como los Oath Keepers, fundado en 2009 por un egresado de Derecho en Yale, llamado Stewart Rhodes; ahora cuenta con 30 mil miembros, cifra tal vez un poco exagerada, en su mayoría personal militar activo o retirado. La agenda de los Oath Keepers contra el poder legislativo oscila desde los oscuros y dementes elementos de un arraigado pensamiento nacionalista, hasta algo con lo que cualquier persona preocupada por los derechos civiles y el estado de bienestar corporativo puede relacionarse. Los extremistas de derecha los llaman liberal watchdogs (perros guardianes liberales); ellos se dicen a sí mismos defensores de la Constitución. En muchas ocasiones ha sido difícil encontrar la diferencia.

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En Grants Pass el problema está relacionado con una disputa específica de regulación y con una larga historia de desconfianza entre las personas que viven y trabajan en las tierras y los encargados de su administración. En marzo, las dos mineras en Grants Pass recibieron una de la BLM en las que se les informaba que están violando las regulaciones y se les exige que presenten un plan de operaciones, por asuntos como la tala de árboles, la eliminación de residuos mineros y la construcción de cabañas como vivienda para los trabajadores. Los mineros argumentaron que los agentes de la BLM se retractaban de la palabra de sus propios jefes, quienes supuestamente, habían dicho que la mina tenía un título exento de los procesos de la Ley de Minerales de 1995. Actualmente esta declaración se está discutiendo frente al tribunal de apelación del Departamento del Interior. Los mineros también decían que, desde su punto de vista, la BLM y el Servicio Forestal tienen un historial de que primero actúan y luego se justifican. "Así es como todos los policías se comportan con los mineros", me dijo Rick Barclay. "Eres como un ciudadano de segunda clase. Todo esto es para sacar a la gente de los bosques". Barclay llevó el caso a Rice y a los Oath Keepers, quienes los revisaron y sintieron que presentaba un problema constitucional: si la BLM entraba y quemaba el equipo de los mineros antes de que consiguieran un audiencia, estarían violando la Cuarta Enmienda sobre la prohibición de registro ilegal e incautación. Si la agencia hubiera actuado antes de que los mineros tuvieran la oportunidad de presentar una apelación, habrían violado el derecho al debido proceso judicial que exige la Quinta Enmienda. Aquí es donde entraron las armas. "La única razón por la que mis cosas siguen de pie", dijo Barclay, "es porque hay gente que sabe que les dispararemos si se atreven a quemarnos. Si no quieren que les rompamos la nariz, no la metan en nuestros asuntos".

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El minero David Everist cerca de donde había ocurrido un incendio.

El símbolo de la oficina interinstitucional de la BLM y el Servicio Forestal es lo primero que se alcanza a ver al salir de la carretera Interestatal 5 para entrar a Medford, un pueblo verde grisáceo de Oregon en el norte del condado de Siskiyou y uno de los pocos pueblos de tamaño considerable en el triángulo de tierra aún salvaje entre Eugene; Sacramento, California, y Reno, Nevada. La oficina fue el primer lugar en el que me detuve cuando llegué al sur de Oregon un día antes de la conferencia de prensa de Josephine. Esa tarde lluviosa de jueves estaba cerrada y rodeada por casi cien manifestantes ahí reunidos, sólo algunos de ellos armados. Joseph Rice hablaba desde la parte trasera de una camioneta pickup. "Hice el juramento de defender la Constitución de los enemigos tanto extranjeros como nacionales", dijo desde su podio que era el cajón de la camioneta, " y un enemigo interno incluye a cualquiera que quiera abusar de los derechos de alguien más dentro de esa Constitución".

Despues de los discursos, me presenté con Rice, un ex piloto de helicópteros de la Armada, muy musculoso y cojeaba un poco. Cuando le di la mano, su saludo fue rigorosamente educado, de la forma en que muchos militares son respetuosos incluso cuando no tienen planeado hablar mucho contigo. Lo observé mientras hablaba con un voluntario medio loco con barba canosa cuya foto saldría después en el Daily Mail. El hombre llegó diciendo que haría cualquier cosa para ayudar. "Sólo quiero participar", dijo el voluntario.

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"¿Puedes cocinar?", le preguntó Rice.

El hombre dijo que podía intentarlo. "Y ya sabes, si hay alguna otra posibilidad, como entrenamiento táctico… estaría listo para eso", le dijo a Rice, quien respondió que le avisaría.

Después me presenté con Barclay y Backes, los propietarios de la mina, y con otro minero llamado David Everist, quien me contó una historia difícil de seguirle el hilo en la que incendian una cabaña y lo arrestan por negarse a abandonar la mina —el tipo de minería que implica examinar cuidadosamente los sedimentos del lecho del río, la mayoría de las veces la gente lo asocia con la fiebre del oro— en el parque nacional. Habló tanto tiempo y con tantos detalles sobre la ley minera que tuve que inventar que tenía una cita para escaparme. Esto se convertiría en una experiencia recurrente.

La protesta terminó en cuanto bajó la lluvia. Me retiré y llamé a mi contacto en la BLM, un funcionario de información pública llamado Jim Whittington, con quien hablé en Nueva York antes de venir. Se ofreció a hablar conmigo en persona, y le sugerí que nos reuniéramos en la oficina interinstitucional ahora que la protesta había terminado. Yo ya estaba en el estacionamiento de la oficina, después de haberle dicho a Shawn, el fotógrafo que trabaja conmigo en la historia, que nos viéramos ahí. Whittington hizo una pausa y dijo de manera vaga que el hecho reunirnos ahí podría ser "un… inconveniente". Me preguntó si sabía de algún otro lugar en la zona. Le sugerí un Starbucks que había visto en el camino, dijo conocer el lugar. "Te podemos ver ahí en 15 minutos", concluyó.

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Shawn y yo nos dirigimos al lugar. Aún estaba chispeando y hacía frío, pero dentro del Starbucks no podíamos tomar fotografías, así que nos fuimos a sentar una mesa con sombrilla en la parte de afuera. Whittington, a quien reconocí por las fotos que había visto en algunos blogs de oposición algo siniestros, se acercó con un hombre quien analizó la escena y la calificó como segura. Nos disculpamos por la lluvia y el frío, a Whittington no le molestó: "No, de hecho les iba a decir que platicáramos acá afuera", dijo. "En el interior las personas podrían escuchar cosas que…", se detuvo. Parecía más como si estuviéramos traficando drogas.

El centro de comunicación social de los Oathkeepers.

El otro hombre se presentó como Tom Gorey, un funcionario de asuntos públicos de un rango más alto, quien había llegado de último momento de Washington para tomar nota de los eventos ocurridos en la mina. Esto parecía razonable, pues las dos veces que había hablado con Whittington, éste se escuchaba cansado y agobiado. Había leído críticas severas de Whittington (un titular representativo de una publicación, compartido en un blog de los mineros decía: ¿Acaso Jim Whittington es un mitómano? ¿Necesita ayuda profesional?) Califican de igual manera a Gorey y los pintan como títeres o manipuladores malvados, dependiendo de quién los decriba. En realidad eran, más o menos, lo que se esperaría de un funcionario público que trabaja en asuntos del medio ambiente para un agencia del gobierno: Whittington tenía una voz suave y traía puesto un chaleco verde de lana; Gorey, por su parte, era un hombre regordete ya con varios años encima, quien evidentemente se había ocupado de algunos habitantes enojados, era brusco y un poco más frío, pero sólo un poco. Ambos eran amables y razonables, pero también representaban a un gobierno con un verdadero desafío a su legitimidad, y no se pudieron reunir con nosotros en las oficinas oficiales que se encontraban a tan solo medio kilómetro de la carretera. Esta situación era más que absurda.

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Habían cedido a la locura: "Todo lo que sucedió fue que hicimos una constatación por incumplimiento", me dijo Gorey. Si Backers y Barclay no estuvieran impugnando los derechos de superficie, tendrían que presentar un plan de operaciones o remover sus instalaciones y su equipo. "Como el problema es que insisten en que sí tienen una superficie, entonces pueden proceder a una apelación". De hecho los mineros hicieron eso aquel día, por lo que se suponía que su caso aparecería ante la Junta de Apelaciones de Tierras del Departamento de Estado. "Nunca hubo un problema con el debido proceso", dijo. "Nada va a pasar con sus estructuras".

Le pregunté qué era entonces lo que había provocado el enfrentamiento. "Lo que han estado diciendo es que la BLM supuestamente iba a entrar al terreno y prenderle fuego a la cabaña, tomar el equipo, y que todo esto iba a suceder antes de ir la IBLA (Oficina de Apelación de Tierras, por sus siglas en inglés)", dijo Gorey. Los encargados de los Oath Keepers y los mineros dijeron que matendrían sus posiciones hasta que un juez emitiera un amparo para impedir que la BLM tomara acciones legales. Incluso se estaban preparando para un enfrentamiento el 25 de abril, cuando vence del aviso de incumplimiento. Esto sería dos días después de nuestra plática.

Le pregunté a Whittington sobre los incendios, un tema muy crudo en el pueblo que el empleado en la recepción del Motel 6, donde nos estábamos quedando; un joven de treinta y tantos años de edad quien nunca había estado en una mina sacó al tema sin que lo mencionaramos. "Esto ya ha pasado antes", dijo. "En los años 70 había muchas personas que llegaban y ponían una cabaña diciendo que estaba agregada a una mina. Eran prácticamente paracaidistas". Esto no va, necesariamente, contra la teoría de los mineros que los administradores de las tierras federales quieren a las personas fuera de los bosques. "Había muchas cabañas en mal estado allá afuera, y sí, llegamos a quemar varias. Tal vez hemos quemado una en los últimos quince años".

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"Su historia es que la BLM es abusiva y federales matones y hombres poderosos están llegando para pisotear sus derechos", dijo Gorey. "Pero es una historia falsa". Él sabía que el resentimiento venía de alguna parte, y había estado el tiempo suficiente en la agencia para ver lo lejos que esta versión había llegado: "El deseo de muchos es decir que nos estamos apoderando de las tierras, y que ya no pueden usarlas como antes", dijo."La repartición de tierras inhabitadas y el éxito del movimiento ecologista han hecho que se establezcan restricciones, y que surga este resentimiento. Combinado con las interpretaciones consitucionales demasiado inverosímiles, cosas como que los alguaciles son los principales actores en el gobierno, digo, eso es a lo que te estás enfrentando". Le pregunté si la BLM podría recurrir a la fuerza el 25 de abril. "Somos el gobierno", dijo Gorey. "Somos buenos mandando cartas". Le pregunté a Gorey cómo se ve el futuro de una agencia que corre el resgo de iniciar una revolución cada vez que trata de decirle a un campista que recicle sus botellas de cerveza. "Buena suerte para el movimiento en su intento de desastibilizar al gobierno federal", dijo. "Puede que hayamos perdido la batalla de Bundyville, pero ganaremos la guerra".

Aquí hay una señal de cómo están las cosas hoy en día en el Oeste de EU: sabíamos cómo estaban las cosas antes de que llegáramos a la zona de concentración, en la pequeña localidad de Merlin. Conduces la 4x4 por una brecha. Hombres armados te hacen una señal para que disminuyas la velocidad y rodean el vehículo. Bajas la ventana y les explicas por qué estás ahí, y te dan señas para que te pongas lejos de la entrada. En caso de que te permitan estacionarte dentro del perímetro, revisan la parte de abajo de tu auto con un espejo para asegurarse de que no haya una bomba escondida en el chasís, y pasas por otro espejo pegado a una larga rama de abeto. Sales y un hombre sin sentido del humor con una pistola desenfundada te dice que te quedes con él todo el tiempo. Así es en Bundy, y así es en todas las zonas de concentración en todo el Oeste de EU. Nuestra escolta, quien por lo menos tenía 60 años de edad, pero aún era alto y agil, le dijo a Shawn: "No habrá fotos. ¿Quedó claro?" Tres hombres barbones, completamente uniformados y con fusiles, nos miraron como si se hubieran encontrado a un par de estudiantes universitarios en la piyamada de sus hijas.

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Esto era en parte actuado. Pasamos junto al serio guardia, empezó a llover de nuevo y nuestra escolta volteo a ver a Shawn. "Lo que te dije sobre las fotos", dijo el hombre sonriendo, ésta era la primera sonrisa que habíamos visto en la base. "¿Te intimidó lo suficiente?" Nos dirigió hacia el destartalado y viejo cámper con olor a humedad que los Oath Keepers utilizaban como "centro de medios" (el letrero estaba escrito a mano en un cartón). Estuvimos hora y media adentro, nunca dejó de llover. La escolta no se movió de la puerta. "No va a pasar nada", nos dijo Mary Emerick, la mano derecha de Rice y vocero del grupo, cuando entramos. "Pero en caso de que algo pasara, aquí está él. Y ustedes saben que está aquí. Creo que es tierno".

Oath Keepers es una organización nacional que cuenta con un consejo de activistas constitucionales destacados; conocimos a uno de ellos en la entrada. Han crecido rápidamente desde que Rhodes fundó el grupo después de las elecciones de Barak Obama, y su mensaje ha sido mucho más eficaz que el de los grupos armados de la década de los 90, con los que a menudo se les asocia. Ellos no se oponen al gobierno federal, por ejemplo. En lugar de oponerse, se organizan en torno al compromiso por mantener el juramento que oficiales de la paz y miembros de los grupos armados hicieron para defender la Constitución. También prometen no acatar diez órdenes hipotéticas que consideran que el gobierno federal podría emitir. Entre las que se encuentra "no llevar a cabo órdenes de registro sin una orden judicial", y dieron a entender que también prometen "no obedecer ninguna orden de bloqueo de ciudades, convirtiéndolas en gigantes campos de concentración".

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Rhodes cuida el mensaje de manera agresiva, asegurándose de que los miembros eviten los comentarios racistas, y presenta al movivmiento como apolítico, a pesar de que el grupo ha ayudado a patrocinar la junta conservadora de la CPAC (Conferencia de Acción

Política Conservadora, por sus siglas en ingles) y los miembros armados han participado dos veces en los disturbios en las calles de Ferguson, un acto que muchos observadores del movimiento patriota han visto como una provocación. Pero el grupo ha trabajado duro para demostrar que se enfoca en la comunidad y que es sensible a las confrontaciones, en lugar de querer provocarlas. Al presidente Obama "nada le gustría más que ver una guerra racial", dijo Rhodes a la audiencia hace poco, exhortando a la gente a prepararse para este tipo de situaciones. "Imagínense Katrina", continúo, "pero en todo el país".

La zona de concentración estaba extremadamente tranquila. Había una gran fogata en la que todos estaban reunidos, unos cuantos cámpers que servían como oficinas, un comedor caótico bajo toldos y estacas que cubren mesas plegables con varias hornillas apiladas y comida: un paquete de hot dogs, una caja de brownies, tres latas de frijoles, una sola botella de Vitamin Water. Un hombre bajito, muy bronceado y con cabello grasoso, salió de la cocina y le llevó unas papas fritas a Emerik. Era la tarde del 24 de abril, un día antes de que la orden por incumplimiento venciera, y el primero de los dos día que pasamos casi por completo con los Oath Keepers. Al parecer la mayoría de los voluntarios estaban en la mina, esperando.

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Emerick se veía, como casi todos los que habían estado involucrados en el enfrentamiento, un poco desgastada. Su agente de seguros le habló por teléfono, y ella con cansancio le dijo que le regresaría la llamada más tarde. "Tuve un accidente al bajar la colina, el otro día", nos dijo. "Un coyote salió corriendo delante del carro, y ahora todos los chicos me llaman Coyote Down". Nos dijo que Rice había perdido seis kilos desde que empezó todo.

Algunos voluntarios gastan miles de dólares en equipo.

Era poco probable que fuera una guerrillera, pero su historia es un buen ejemplo de cómo tantas personas que no están ni tantito cerca de estar locas pueden involucrarse en el movimiento constitucionalista. Emerik venía del sureste de California y había trabajado como administradora en una primaria en una pequeña ciudad llamada Diamond Bar. Tenía nietos, desde el principio actúo como una abuelita con nosotros. Estaba consciente de su edad y peso cuando Shawn sacó su cámara fotográfica. No juzgó ni nuestras ideas políticas ni el hecho de que un par de hombres de 28 años de edad con tatuajes y lentes de aviador hubieran llegado a la operación militar que ella estaba tratando de hacer funcionar. Llegó al condado de Josephine en 1989, por su marido: "En ese entonces cuando le decían 'El Beirut de Oregon', me dijo. "Yo dije: '¿A dónde me estás llevando?''' Si ya no se hace esta comparación es porque Beirut, y no en el condado de Josephine, es menos violento.

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Ella estaba en una buena posición para apreciar el deterioro de la seguridad, pues trabajó para Gil Gilbertson, el ex sheriff del condado que conocimos esta mañana. La oficina de Gilbertson —dejando a un lado el apoyo que expresó por el movimiento patriota— era un buen lugar para que se iniciara el constitucionalismo. El Servicio Forestal o la BLM gestionan 60 por ciento del condado de Josephine. El gobierno federal no paga impuestos de esta tierra, y desde hace décadas —como es todavía común en esta parte del país— el condado recibió su compensación en forma de regalías por la venta de madera, lo que evitó que aumentara los impuestos de propiedad. Pero la BLM y el Servicio Forestal desaceleraron la extracción de madera con el tiempo, y en 2012 el gobierno puso fin a sus programas de pago para el condado. El departamento del sheriff casi colapsa por falta de fondos: la cárcel se había cerrado en gran parte, los robos reportados en Grants Pass aumentaron 80 por ciento en tan solo un año, y los sospechosos de delitos graves detenidos con bienes robados a veces pagaban fianza y los liberaban. Las solicitudes de permisos de portación oculta de armas incrementaron 49 por ciento, y muchos ciudadanos tuvieron que asumir la tarea de cuidarse a sí mismos, lo que hizo que el New York Times se preocupara en 2013 de que "campamentos balcanizados de residentes armados pudieran crear nuevas tensiones" en el condado.

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Hay una forma de ver la crisis del condado de Josephine y pensar que si hubiera habido control local, no federal, sobre toda esa tierra, las cosas habrían sido distintas. Gilbertson, el ex sheriff, incluso se negó a apoyar una medida electoral que habría aumentado los impuestos para financiar su propio departamento. Emerick apoyó esta decisión del sheriff. "No es que estemos en contra del gobierno o del ejercicio de la ley", dijo ella. "Pero la gente decía, 'Danos esos millones de dólares'", y no era congruente. Gilbertson perdió la elección, y Emerick se zambulló en su trabajo con los Oath Keepers. Ahora era la jefa de operaciones de Rice y estaba en contacto regular con Stewart Rodas. "Incluso antes de esto", dijo ella, "Stewart hablaba por teléfono con Joseph una vez a la semana. Él intenta hacer de este grupo en un modelo a nivel nacional".

Rice entró a donde estábamos. "¿Para qué hablas con estos chicos?", preguntó, con buen humor. Después de casi rogarle, Rice accedió a llevarnos a la mina al otro día por la tarde, el día en que la orden vencía. Le dije que había comprado un mapa topográfico y que ya había planeado cómo llegar a la mina, ya que desde hace mucho tiempo habían tratado de impedir que otros reporteros fueran ahí. Se veía un poco preocupado por mí. "Confía en mí", dijo. "No habrías llegado muy lejos".

Habían estado trabajando con un gran número de voluntarios. "Es una cuestión táctica si te doy números", respondió Emerick cuando le pregunté cuántos voluntarios habían llegado desde que inició el conflicto. "Pero todo el mundo tiene que llenar el papeleo cuando llega: es la forma en que tratamos de deshacernos de los locos. Y hay dos portapapeles, cada uno con grandes pilas de documentos".

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Le pregunté qué tipo de cosas hacían cuando no estaban en una operación militar y contestó que se reunían con la comunidad, que es como los mineros habían dado con ellos, y hacían voluntariado, y es como Emerick los había encontrado. "Había un proyecto para la construcción de un parque infantil para niños discapacitados", dijo. "Doce voluntarios estaban ahí, estábamos casi a 40 grados y había un incendio forestal, así que había humo donde estaban trabajando, y luego comenzó a llover. Y me acuerdo de un hombre, un ranger del ejército, quien siguió trabajando, como diciendo: 'Bueno, al menos va a ayudar a que baje la temperatura'. Casi siempre que hay un problema, hay quienes salen a ayudar".

Esta fue nuestra primera imagen de algo que era muy difícil de cuadrar con lo que se aprende sobre estos grupos desde lejos. Pasamos dos tardes en la zona de concentración, esperando a ver lo que sucedería el 25 de abril y nos hicimos amigos de los voluntarios, bromeando alrededor de la fogata, comiendo, corriendo a la tienda a comprar Clif Bars para los chicos y Diet Coke para Emerick. Vinieron de todo el Oeste, incluso desde Alaska, y en su mayoría se les podía identificar como personas que necesitan, por un lado, un propósito —que encontrarían en el constitucionalismo— y por el otro, la simple sensación de formar parte de un grupo. "No somos pueblerinos chimuelos. Nosotros no hacemos la mierda que hay en Arya, que es todo lo contrario a lo que queremos", me dijo un joven llamado Matt, de un grupo con sede en el Valle de Willamette. "Eso no es libertad. Eso no es igualdad. Hemos tomado clases de todo, desde cómo destazar animales pequeños hasta cómo tejer. Estamos para ayudarnos los unos a los otros, ayudar a la gente".

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Ellos decían que no se oponían al gobierno, y de hecho no conocimos a una sola persona en cualquiera de las patrullas que aceptara esta idea. En ningún momento se mencionó a Barack Obama. Un par de chicos de un grupo llamado Idaho III% nos detuvo para que uno de ellos, quien se aseguró de que supiéramos que era latinoamericano, me dijera: "Amigo, no vayas a escribir que estamos contra el gobierno o la federación, nosotros creemos en el gobierno en el que la gente tiene voz. Tenemos democracia. Incluso tuvimos a un chico en el grupo que quería tener, ya sabes, un cambio de sexo. Y hubo personas que no estuvieron de acuerdo con eso. Así que tuvimos una reunión y, finalmente, algunas personas se tuvieron que ir". Le pregunté que quiénes se habían tenido que retirar. "¡Las personas que no estaban de acuerdo con eso!", dijo. "Somos constitucionalistas, ¿y qué dice la Constitución sobre un cambio de sexo?"

Un vagón de mina afuera de la mina Sugar Pine.

El día en que la orden estaba por vencer, nos subimos a la Toyota Tacoma, una camioneta color verde, de Joseph Rice y nos dirigimos a la mina. "No puedo creer que vayan. No creo que esto sea lo mejor para ustedes", dijo mientras nos alejábamos de la zona de concentración. "Pero una vez dicho esto, hoy es la fecha límite. Para nosotros es un operativo de seguridad, y cualquier cosa que tengamos que hacer para mantener la seguridad de la mina, es lo que haremos".

Rice estaba tan intenso que ir en la camioneta con él fue desconcertante, pero fue fácil darnos cuenta por qué decenas de jóvenes militantes que no lo conocían antes de que fuera su líder ahora lo siguen. Habló con tal seguridad que te hace pensar que no está acostumbrado a que se le refute, pero algo pudimos aprender de su seguridad, algunas veces hacía pausas durante medio minuto mientras buscaba las palabras correctas, como si prefiriera no decir nada en absoluto a hablar sin antes convencerse a sí mismo de lo que estaba diciendo. Rice se crió en el Valle de San Fernando, en el condado de Los Ángeles, pero se mudó a Massachusetts cuando era adolescente. Se unió a la Guardia Nacional de Massachusetts después de la secundaria y fue piloto de aviación, de búsqueda y rescate, y combatió la represión en Hawái, Florida, Montana y Alabama. Luego estuvo tres veces como contratista en Afganistán. Allí lo hirieron en combate y desde entonces no ha podido trabajar como piloto. "Me rompí el tobillo en dos lugares y me zafé la rodilla. Llegué a casa la víspera de Navidad, visité al médico, y me dijo que estaba bastante mal. Ya han pasado dos años, y todavía estoy tratando de volver al condición de cuando volaba".

También fue uno de los pilotos que participaron en la búsqueda de la familia Kim, una historia que se convirtió en una sensación en los medios del estado de Oregon. La familia se dirigía a la costa de Oregon, durante las vacaciones de Acción de Gracias, cuando tomaron un atajo por la carretera BLM y se quedaron varados en la nieve. Rice voló con una operación de rescate durante varios días y fue uno de los pilotos que encontró a la familia congelada cerca del automóvil. Rice también ayudó a localizar el cuerpo de James Kim, el padre, quien había muerto por el frío tras bajarse del auto en busca de ayuda. Bear Camp Road, donde se perdieron, ahora es tal vez el tramo más famoso de la carretera BLM —tiene su propia página en Wikipedia— y James Kim no fue el primer viajero en morir tratando de llegar a la costa por este camino. También era el camino que no tomamos cuando nos adentramos en el bosque.

Le pregunté a Rice cómo había llegado a la política. "Estaba muy consternado por lo que ha sucedió en nuestro país desde el 11 de septiembre", dijo. "Y considero que si lo que le ha ocurrido a nuestros derechos y libertades civiles desde entonces hubiera ocurrido de la noche a la mañana, habría disturbios en las calles". "He viajado mucho al extranjero", continuó, "y siempre puedo identificar quién es estadunidenses, y es vergonzoso, porque son los únicos que se tienen que agachar y quitar los zapatos en el aeropuerto. Y cuando el gobierno comienza a espiar a los estadunidenses, a monitorear sus llamadas telefónicas y a llevar un registro del tráfico electrónico, o de los estadunidenses sólo porque son estadunidenses, y cuando se habla de intercepciones telefónicas sin orden judicial, de los tribunales secretos del Tribunal de Vigilancia de Inteligencia Extranjera, y de los asesinatos de estadunidenses en el extranjero sin juicio alguno, eso no es lo que juré defender".

Le señalé que estaba hablando de asuntos que ya estaban mucho antes de la administración de Obama. "No soy político, veo el mundo tanto moralmente bueno como moralmente malo", dijo, cosa que era clara por su forma de actuar. "Y esta situación con la BLM no es un problema actual de la administración. Existía en la administración de Bush, en la de Clinton, es un problema cultural a largo plazo". Pasamos otro camino de terracería y nos detuvimos a abrir una cerca que estaba bloqueando el paso. Rice avisó por radio que estábamos en la zona. "No querrán perderse ahora", dijo. "Ustedes no nos podrán ver, pero nosotros sí los veremos a ustedes".

De la radio se escucho que alguien decía: "cambio-cambio-cambio, todas las estaciones, fuego en la madriguera".

"Están haciendo explotar cosas", dijo Rice. No nos dijo lo que iba a explotar, pero no eran camiones de la BLM. Yo sólo podía ver árboles y bosque.

"¡Gook va a detonar su carga!", dijo la voz de la radio. "Gook", resultó ser la señal para llamar al jefe de seguridad de la mina, un enorme y genial ex marine llamado Brandon Rapolla, que había estado en el rancho Bundy. Manejamos por debajo de madroños y cedros. Llegamos a una curva en el camino en el que tres hombres armados con unas AR-15 y con equipo táctico se pararon junto a una excavadora, flanqueados por al menos una trinchera, cavadas y cubiertas para que no se vieran, y no permitían el paso.

"¡Hey, es el jefe!", alguien gritó. Encendieron la excavadora, la quitaron del camino, nos dejaron pasar, y la regresaron a donde estaba.

Llegamos a un gran espacio abierto bajo los árboles de pino donde la cabaña de George Backes y Rick Barclay se encontraba. La entrada a la mina se había perdido de vista. Había decenas de chicos parados alrededor, la mayoría de ellos armados y equipados. Parecía que se estaban reuniendo para invadir Yosemite. "Y ni siquiera se pueden ver a todas las personas que están aquí", nos dijo Rapallo.

Backes, un hombre mestizo de voz suave con un amplio historial delictivo, se acercó. Rice había traído una carta larguísima que los simpatizantes de la zona escribieron para los voluntarios en la mina. Backes la examinó cuidadosamente. "Me llevará tiempo leer todo esto y probablemente me voy a poner emocional como el carajo", dijo. "Me gustaría escribir algo en la carta, pero probablemente no podrán leerlo".

Pasamos cuatro horas en la mina que, para todo el alboroto que había, tan sólo era un agujero de uno por dos metros en la tierra, cavada en una pared escarpada en el punto geológicamente exacto entre una capa de piedra verde y un hermoso, oscuro bloque del mineral serpentina incrustada en un suave saprolito. La tensión, por esperar a ver si pasaba algo, se aclaró en cuanto nos bajamos de la camioneta. Gracias a Rice los chicos de la operación habían mantenido la disciplina en todo momento, porque una vez allí era imposible imaginar a la BLM intentando siquiera enviar una paloma mensajera hasta Bear Camp Road. Los Oath Keepers, sea un grupo armado contra el gobierno o no, habían creado una zona en la que la comunidad estaba a cargo, donde ningún gobierno tiene mandato judicial. Yo había llegado con la expectativa de ver un enfrentamiento. Éste fue como un duelo de mediodía que terminó cuando una de las partes tomó el tren de las once de la noche a la ciudad.

Georges Backes lee una carta de los simpatizantes locales.

En mi última mañana ahí, me reuní con Barclay, el otro dueño de la mina. Tenía una barba espesa y era una masa de músculo, incluso a los 58 años de edad, y tenía, como todos los mineros que conocimos, uñas gruesas que parecían monedas de diez centavos. Nos dimos la mano y nos sentamos en una mesa en la esquina de la tienda —el único lugar para cualquier tipo de negocios— cerca de su casa, en la pequeña localidad de Applegate.

"¿Tienes GPS?", preguntó cuando acordamos reunirnos. Le dije que sí. "Bueno", dijo. "Podrías perderte como el resto de los turistas". Escuché su historia en la que cuenta haber crecido vagando por el Oeste, mientras que su padre se unía a las huelgas por la gasolina —de Kansas a Texas y a Utah, y luego de regreso— y cómo había llegado al condado de Josephine cuando era adolescente y descubrió la minería. "La primera vez que iba a trabajar en la mina, subimos la colina y, carajo, ahí estaba el oro tirado sobre las rocas", dijo.

Hablamos sobre las frustraciones que todos los mineros de la zona parecen compartir. Al final fue el enojo el que los había hecho recurrir a las armas, y el grado de desconexión política entre todos los involucrados —por un lado, los mineros, los Oath Keepers y sus partidarios; por el otro, los agentes federales, los activistas y sus partidarios locales— era un poco difícil de creer. Se malentendían de tal forma posible en cualquier insurgencia, de Irlanda del Norte a Irak. "Estas personas son unos matones", dijo, refiriéndose a la BLM y el Servicio Forestal, que era exactamente la palabra que usaron para describir a los Oath Keepers en la conferencia de prensa. "Es una arrogancia cultural", dijo. "'Nuestras resoluciones administrativas superan tus derechos'."

Un jurista podría decir que las resoluciones administrativas de la BLM son la expresión de un derecho democrático más amplio que establecen organismos encargados de hacer cumplir las reglas para garantizar el bien colectivo. Pero tal vez los liberales perros guardianes, que actúan por una preocupación muy clara sobre la intimidación política y la posibilidad de violencia que acciones como éstas conllevan, se apresuraron ha desestimar el enojo de la gente como Barclay. Cualquier política insurgente nace de una falta de conexión entre el gobernante y los gobernados, de la creencia que algunos tienen de que es, por cualquier motivo, imposible que se ejerza influencia política sin que se hable de armas. Algo ha sucedido en el Oeste en los últimos 40 años para que exista esa actitud entre ciertas personas, en particular las personas como Barclay que dependen de la tierra para ganarse la vida. Grupos como los Oath Keepers han sido capaces de llegar y hacerle sentir a la gente que están recuperando un país que se encuentra muy enredado con las normas, la vigilancia y el control —desde la Agencia de Seguridad Nacional y el acuerdo de los titulares de tarjetas para su American Express, hasta las decenas de miles de normas que rigen lo que pueden hacer en lo que parece ser un bosque virgen y salvaje— y que no necesitan pertenecer a una milicia para pensar que la idea básica de lo que significa ser un ciudadano libre se ha reinventado en este país.

Rick Barclay cerca de su casa en Applegate, Oregon.

Se podría pensar, como yo pienso, que la ideología corporativista, que ha hecho tanto como cualquier acción gubernamental para burocratizar y regular nuestras vidas, se ha apropiado de las frustraciones de estas personas. Se podría pensar, como ellos lo hacen, que mi propio ambientalismo y creencia en el bienestar social sirve como excusa para las regulaciones del gobierno que han cambiado lo que alguna vez significó el tener acceso a la tierra pública o ser un estadunidense libre. Pero estos son puntos que, al menos en este caso en particular, pudimos discutir como personas razonables. Hay un gran número de personas geniales involucradas en las operaciones como la de la mina Sugar Pine que parecen ser realmente peligrosas, y va a ser imposible evitar que en algún momento alguien muera si estas acciones continúan con la frecuencia con la que han estado ocurriendo. (Mientras escribo este artículo, los Oath Keepers se están movilizando para otra operación en una mina, esta vez por una disputa en Lincoln, Montana, con el Servicio Forestal). No hay una respuesta sencilla, pero no haría daño el tratar de escuchar a estos grupos antes de asumir que todos están locos y que son unos fascistas. "Hay un montón de personas que piensan que deberíamos entrar en una especie de, no sé qué, guerra de guerrillas", dijo Barclay. "Y eso es muy contraproducente. Pero nunca toman en cuenta a la gente".

Cuando terminé mi entrevista con Barclay, una bella mujer de cabello grisáseo, con joyas muy llamativas y un vestido de lino, se acercó y se presentó. Barclay se había convertido claramente en un héroe en la ciudad. "Yo sólo quería desearle buena suerte", dijo. "Yo solía trabajar en las minas con mi papá. ¿Recuerda a los Lost Blue Empress?", Refiriéndose a una mina local. Barclay dijo que sí. Ella le dio la mano.

Fuimos a su camioneta a buscar algunos documentos, y un chico en un llamativo Chevy se detuvo junto a nosotros. "¿Puede darme su autógrafo?", le preguntó a Barclay de manera burlona. "No, en serio, los estás haciendo sufrir, Rick". Hablamos por un rato, recargados en la destartalado camioneta de Barclay mientras júgabamos con su perro marrón, llamado Brown. "¡La foto de Brown estaba en el Daily Mail de Inglaterra!", dijo Barclay maravillado. "¿Puedes creer esa mierda?"

Le pregunté de nuevo cómo se sentía sobre dejar salir toda la locura. Traje un video que hizo un activista, que apareció después de haber estado en el rancho Bundy, en el que hablaba de los "pesos pesados" que se estaban sumando al movimiento y anunciaba con solemnidad que estaban en contra de la BLM. Era difícil verlo como algo más que un llamado a la violencia. "No podemos dejar que los chinos o el gobierno se queden con el oro", continuó. "El oro pertenece a la gente". "Bueno, no estoy seguro de eso", dijo Barclay, y sonrió. "El oro no pertenece al pueblo. El oro me pertenece a mí".