La arquitectura neoandina y la movilidad social de los aymaras bolivianos

FYI.

This story is over 5 years old.

Rumbo a ningún lado

La arquitectura neoandina y la movilidad social de los aymaras bolivianos

Los cholets son la manifestación del poder que han alcanzado los indígenas a las afueras de La Paz.

Vista de El Alto, cerca del aeropuerto de la Paz y lugar de los cholets.

El cholet Príncipe Alexander, ubicado entre las avenidas Bolivia y Cochabamba, en la ciudad de La Paz, tiene dos salones de fiesta, siete pisos, una cancha de futbol cubierta en la quinta planta y un valor aproximado de casi dos millones de dólares. Su propietario es un sastre reconocido, Alejandro Chino Quispe, quien llega a la entrevista con un traje color crema descosido y unas cuantas manchas. Don Alejandro repite sin falsa modestia una historia contada a varios periodistas que han venido a El Alto para entender cómo es posible que un grupo de indígenas aymaras haya sido capaz de amasar, en pocos años, fortunas tan grandes para construir magníficos palacios que dejan a cualquier visitante sin palabras.

Publicidad

"Soy originario de Achacachi, en la provincia de Omasuyos, en el departamento de La Paz. Empecé como ayudante de sastre a los 14 años y siempre he trabajado junto a mi familia, hasta llegar a ser uno de los modistas más exitoso del país. Visto funcionarios, embajadores, militares, folcloristas y viajo a menudo a eventos internacionales para representar a Bolivia". Charlamos en la terraza, mirando el paisaje que nos rodea: casas de ladrillo color de la tierra en la que sobresalen arcoíris con cristales de espejo que esconden tesoros, al igual que el suyo.

El Alto, ciudad edificada alrededor del aeropuerto hace apenas tres décadas, y lugar de asentamiento de indígenas procedentes sobre todo de las zonas rurales, se encuentra a una altitud de 4,070 metros sobre el nivel del mar y junto con La Paz es el área urbana más grande del país, con una población total de cerca de dos millones de personas, según el último censo de 2012. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo los indígenas conforman 62 por ciento de la población boliviana, y 39.8 por ciento de la misma son aymaras.

Pamela Huanca (manta blanca) con su familia en el salón de su casa en la zona norte de La Paz. Pamela estudió turismo pero ahora trabaja en el comercio informal vendiendo ropa con su hermana Beatriz.

Pero mientras que La Paz, sede del gobierno, es una ciudad bulliciosa y llena de encanto, que está haciendo un gran esfuerzo para regular el tráfico y embellecer su centro histórico, El Alto no es, al menos en apariencia, sino una extensión sin forma e incontenible ampliación de edificios bajos y locales desaliñados, desmembrada por un río violento de carros y camiones que suenan sus bocinas incesantemente sin respetar las más básicas normas de tráfico mientras hombres, mujeres y niños se mueven mecánicamente en todas direcciones. Es imposible entender a dónde van y por qué andan con tanta prisa, pero está claro que en El Alto el tiempo nunca es suficiente, que la fatiga y el estrés no están permitidos, y el descanso se considera un delito. Sin embargo, es precisamente en este hoyo infernal donde la creatividad y la imaginación han encontrado un terreno fértil para expresarse, y que un arquitecto de cuarenta años, llamado Freddy Mamani Silvestre, ha creado una escuela de arquitectura original y perturbadora que en menos de una década ha cambiado la cara de esta ciudad dándole finalmente un alma.

Publicidad

Cuando lo vemos por primera vez, Freddy Mamani está en una rueda de prensa rodeado de micrófonos y cámaras. Anuncia la Expo A4: Arte y Arquitectura Andina en El Alto, durante el cual se presentará toda la excelencia alteña, desde la música a la moda, con una gran tarde de celebración en el Salón Príncipe Alexander de Chino, el sastre.

Uno de los proyectos más recientes del arquitecto Freddy Mamani aún en construcción. Muchas veces los palacios tardan años en completarse debido a que las obras avanzan según la disponibilidad de dinero en efectivo de los propietarios que nunca piden préstamos a los bancos.

Mamani no usa anteojos de moda y no tiene en el bolsillo una pluma Montblanc siempre lista para rociar un boceto en una servilleta. Es un hombre sencillo, con una camisa arrugada y zapatos de suela gruesa, que habla en voz baja, todavía logrando expresar la profunda convicción de que con sus ideas y sus obras, ha cambiado la imagen de una ciudad y tal vez de todo un país como Bolivia, al que el mundo siempre ha mirado sin mucho interés y que ha estado durante mucho tiempo en la cima de la lista de las naciones más pobres de Latinoamérica. Pero la elección de Evo Morales en 2006 ha puesto el foco en una nación olvidada donde el primer presidente indígena de la historia ha dado paso a un nuevo curso no sólo político, sino también económico y social en el que la población aymara está teniendo un papel predominante y El Alto, por largo tiempo sinónimo de autogobierno, calles de tierra y precarias viviendas que representaba el principal bastión político de "el Evo", hoy busca su total autonomía: Este año fue elegida la nueva alcaldesa del municipio, Carmen Soledad Chapetón dicha "la Sole", de Unidad Nacional, el partido de oposición al Movimiento al Socialismo (MAS), de Morales.

Publicidad

La arquitectura de Mamani, con sus salas de fiesta pomposas y sus colores brillantes, es la demostración de un orgullo recuperado, el deseo de mostrarse sin vergüenza e incluso con cierta ostentación. Aunque los clientes de Mamani, al verlos, son exactamente como él: personas modestas, capaces de ocultar enormes fortunas y que con sus propiedades no cumplen con la necesidad de vivir en un hogar cómodo después de toda una vida de sacrificios, sino con el deseo de invertir en un negocio seguro para continuar enriqueciéndose.

"Todas mis obras tienen la misma estructura", explica Mamani, "en la planta baja hay una galería de tiendas y los salones de fiesta, más arriba un local comercial, un gimnasio, un restaurante o pequeños apartamentos que se alquilan. Normalmente estas partes son las que se complementan con mayor rapidez para permitir que la actividad empiece a generar ganancia mientras el trabajo continúa en la parte superior, donde se construye la casa patronal". Es a partir de esta característica que estas casas unifamiliares, situadas en la parte superior de los edificios que parecen haberse caído del cielo por error, a menudo ni completadas ni habitadas, que viene la palabra "cholet", unión de "chalet" (las casas con techo agudo típicas de los paisajes de montaña) y "cholo" con la que se designa a los indígenas que migran del campo a la ciudad. "No me gusta ese término", admite Freddy, "es despectivo. Yo prefiero hablar de nueva arquitectura andina". Mamani en sólo diez años ha construido más de sesenta edificios en El Alto, pero dice: "He participado en más de 600 proyectos". Y son muchos los que copian su estilo.

Publicidad

"Yo no vivo aquí, vengo sólo durante el fin de semana cuando se alquilan las salas para eventos; mi casa está en La Paz, donde tengo mi taller", explica don Alejandro que después de repetidas insistencias acepta mostrarnos las habitaciones reservadas a su familia y se deja tomar un retrato en el salón de la casa principal que, de hecho, parece que nunca haya sido habitada. La diferencia con los salones que ocupan las dos primeras plantas es sustancial. Abajo, en los locales para bodas, bautizos y primeras comuniones por los que cobra siete mil 800 bolivianos por noche (unos 20 mil pesos) hay columnas color naranja, amarillo, rojo y verde finamente decoradas, espejos en las paredes que ayudan a que el espacio parezca aún más grande y candelabros ostentosos importados directamente de China, que valen hasta cuatro mil dólares. Arriba hay camas desarmadas, muebles de buena calidad, pero que combinan entre sí al azar y cajas vacías de electrodomésticos. Don Alejandro no parece darse cuenta del chirrido, se acomoda en el sillón de piel y esboza una sonrisa, satisfecho con lo que tiene.

Freddy Mamani Silvestre, el arquitecto más famoso de El Alto e inventor de la nueva arquitectura aymara. En diez años ha construido más de 60 edificios.

"Los aymaras no persiguen una acumulación piramidal de dinero ", explica Jorge Viaña, sociólogo del Centro de Estudios Sociales de la Vicepresidencia de la Nación cuando nos encontramos en un bar de Sopocachi, una de las zonas con más bullicio de La Paz. Un año puede ganar diez y el siguiente año quizás cuatro pero no les importa, ellos están más relacionados con las redes familiares, las alianzas y un capital que puede parecer perdido y que en realidad se reinvierte en otras actividades tal vez llevadas por un hijo o un primo. Esta puede ir bien o mal, pero de todos modos mantiene viva la economía sumergida. Su costumbre es moverse, cambiar, emigrar. La misma población de El Alto es variable: hay quienes viven allí seis meses porque encontraron un trabajo como albañiles, por ejemplo, y luego vuelven al campo cuando es el momento de la siembra o de la recolección. Gran parte del comercio que manejan siempre ha sido informal: ropa, frutas y verduras, refrigeradores, automóviles. Es raro que paguen impuestos sobre sus ganancias y casi nunca ese dinero termina en los bancos".

Publicidad

Pero también este aspecto es el que hizo que los aymaras fueran como parias, excluidos por las instituciones e invisibles para el sistema. Esto ahora está cambiando y en la investigación Hacer plata sin plata de Nico Tassi, doctor en Antropología por la Universidad de Londres e investigador sobre economías populares en La Paz, se resalta que "entre 2004 y 2012 los depósitos bancarios de este grupo social se multiplicaron por cuatro, al pasar de dos mil 559 millones de dólares a nueve mil 983 millones".

"En Bolivia, las prácticas económicas informales e indígenas permanecieron durante décadas invisibles a la mirada de la teoría económica y ajenas al interés de los investigadores", escribe siempre Tassi en El desborde económico popular en Bolivia. Comerciantes aymaras en el mundo global. "Las instituciones dominantes —el Estado y las élites urbanas letradas— asociaron a los actores indígenas-populares con la informalidad, la falta de educación e higiene, la marginalidad social y el atraso civilizatorio, lo que contribuyó a invisibilizar aún más sus prácticas económicas. A su vez, su discriminación y su limitada movilidad social retroalimentaron su rechazo a los procesos de integración vertical o a los códigos y hábitos de la burguesía dominante, lo que explica la búsqueda de formas deliberadamente distintas de manifestar el estatus y expresar el ascenso social".

Publicidad

El nuevo teleférico de La Paz que une la ciudad de El Alto con la zona rica de La Paz.

"Mis clientes se identifican con sus palacios y cada vez que se termina uno se lleva a cabo una ceremonia en honor a la Pachcmama", dice Mamani.

La casa de Olimpia Cóndor por ejemplo se llama Crucero del Sur, porque ella y sus hijos la querían parecida al Titanic y al mirarla desde fuera, justo en la esquina de dos calles, realmente recuerda un gran barco listo para montar las olas en la tormenta hacia una salida al mar que Bolivia siempre quiso recuperar sin éxito hasta la fecha. Joaquín, uno de sus siete hijos, cuenta: "Mi madre cose ponchos de vicuña y se quedó viuda desde hace muchos años. Para construir este edificio cada uno de nosotros, hermanos, puso un poco de dinero para ayudarla. Queríamos un lugar agradable donde poder estar con la familia, no para alquilar a otros".

Olimpia tiene 63 años, pero el aspecto y la expresión de una niña: redonda, menuda y con dos largas trenzas que alcanzan hasta el cinturón. Se queda un poco al margen, escuchando a los jóvenes guías que llevaron a un grupo de casi un centenar de personas en el salón de su casa para ver "un ejemplo típico de a nueva arquitectura andina". Y de hecho, el salón de Olimpia, que tiene los mismos colores de la falda que ella lleva, se merece una visita por su ambiente de las mil y una noches. "La tableta de colores azul/ amarillo y verde/naranja utilizada por Mamani viene de la cultura precolombina Taiwanaco y se encuentra en los tejidos que las mujeres llevan en los hombros para cargar mercancía y niños. Las formas dibujadas representan animales y objetos de la mitología como el cóndor andino, la mariposa, la araña, la antorcha", siguen explicando los guías.

Publicidad

"Deberíamos haber venido a ver lo que estaba pasando aquí hace diez años", admite una chica antes de subir al autobús que trajo a los visitantes a Expo A4. "Deberíamos haber sido más curiosos y menos esnob", añade. La organización de la jornada es impecable: la recogida de los participantes en algunos puntos estratégicos de La Paz, el viaje hasta El Alto, la sesión inicial en el Príncipe Alexander para un rápido vistazo a la exposición de fotografías en blanco y negro sobre la arquitectura de Mamani y luego la visita de casi dos horas entre los edificios emblemáticos de la ciudad, seguida por desfiles de moda, espectáculos de cocina y música.

"No esperábamos tanta gente, el arte de Freddy finalmente superó los prejuicios y despierta el interés de los mismos paceños", exclama entusiasmado con el éxito Marco Quispe, el brazo derecho del arquitecto y organizador del evento.

Entre el público había muchas señoras vestidas informales pero elegantes, perfectas para una excursión a un lugar desconocido, tal vez un poco áspero, donde los tenis resultan más cómodos que los tacones. Son parte de la clase media o media alta que hasta el ascenso de Morales gobernó el país y tienen sangre española en sus venas. Se nota que han viajado, vivido en el extranjero.

Residen en la zona sur de La Paz, lejos del centro y de la confusión. Muchos las llaman con desprecio kharas para indicar su piel blanca y el papel de liderazgo que siempre han ejercido. Carla Berdegué es una de estas señoras, quien recién regresó a su país natal después de más de dos décadas en Caracas. Es agradable y dispuesta a contarme sus impresiones: "Me parece que estos edificios son definitivamente de mal gusto, pero estas personas representan la nueva sociedad boliviana. Nuestro país ha cambiado y hay que aceptarlo. Mi hijo se casará en uno de estos salones y tal vez con una chica aymara que viste de pollera".

Publicidad

"Doña Cristina" y su familia. La señora que viste de pollera es proprietaria de un quiosco en el famoso parque de "Las Cholas", donde se vende el "sandwich de chola", típico de La Paz, con finos trozos de cerdo y escabeche.

Superar las diferencias "uniendo vidas", como recita el lema del teleférico, es también la razón por la que desde el 30 de mayo 2014 en tan sólo 34 minutos se puede pasar de La Paz a El Alto, dejándose oscilar en un profundo silencio, mirando a las montañas alrededor y el paisaje cambiante. Es cierto que los contrastes se mantienen y las casuchas que se aferran a los montes no tienen nada que ver con las villas con piscina que se observan bajando hacia la Zona Sur. Pero también es cierto que ahora las cholitas con sus faldas de colores pueden darse el lujo de dar un paseo dominical en los centros comerciales de los kharas, así como las ricas damas blancas pueden presumir de haber conseguido frutas y verduras baratas en la Feria de la 16 de Julio, última parada arriba de la Línea Roja del teleférico.

En Expo A4, sentada en la mesa principal, junto a Freddy y al Chino, está María Cristina Soto "Chichi", fundadora de la Cámara de Comercio de El Alto. Aplaude, sonríe y saluda a todos con una cálida bienvenida. La había conocido días antes en su cholet de Sopocachi que ella llama "la embajada de El Alto en La Paz". Cristina es una hermosa mujer de 46 años que parece haber salido de The Cosby Show, y cuando sube a uno de los puentes que cruzan la avenida Juan Pablo II, una de las principales arterias de El Alto, con su cazadora púrpura y su pelo rizado y negro, parece estar en la Brooklyn de los ochenta y no en la Bolivia del 2015. "Yo me digo altopaceña, porque vivo en La Paz pero mi trabajo está en El Alto, ahí es donde paso la mayor parte de mi día y es el lugar que me define". Chichi está enamorada de los alteños, su fuerza y dedicación y dice que El Alto es la ciudad de la esperanza". Estoy tratando de inculcar en los ciudadanos tres cosas que se necesitan para crecer y prosperar: la conciencia ambiental, porque hay demasiada contaminación; la conciencia tributaria, porque la productividad debe ser un recurso para todo el país, y la conciencia de un trabajo permanente, digno y seguro". Chichi es una protagonista del universo político y empresarial de El Alto y sabe cómo tratar a las personas para conseguir apoyo y consenso sin cambiar costumbres y tradiciones. "Con mi marido, que es ingeniero, un año ganamos a una empresa francesa el contrato para implementar el sistema pluvial y sanitario. Vinieron muchas mujeres a buscar labor, pero se negaron a llevar el uniforme: querían permanecer en pollera. Así que la compañía comenzó a multarnos hasta que tuve la oportunidad de hacerles entender que no habría nada que hacer, las mujeres aymaras no ceden. Cuando ganamos la controversia yo hice a propósito poner señales a lo largo de las carreteras que decían: "Mujeres trabajando", cuenta satisfecha.

El papel de la mujer en la sociedad aymara, profundamente machista y sin embargo matriarcal, es otro de los aspectos que más define a La Paz hoy en día. Las cholitas son las auténticas protagonistas del cambio y también son las más evidentes, coloridas y extravagantes, como los palacios de Mamani.

Pasarela de moda chola en el salón de fiesta Príncipe Alexander. Con el gobierno de Morales, las cholas se han convertido en un icono de La Paz, llevar pollera ya no es una vergüenza sino algo del que estar orgullosas.

Se les ve contoneándose con sus amplias faldas y sus sombreros que parecen siempre a punto de caer, pero que controlan con un arte secreto. Se les ve en las oficinas del ayuntamiento, tecleando la máquina de escribir, envueltas en chales suaves cerrados con alfileres de oro. Incluso en los rings de lucha libre, mientras aclamadas por un público de gringos groseros desafían ridículos adversarios que con sus saltos no pueden igualar la belleza de sus largas trenzas voladoras.

"Son bellísimas las joyas que llevan", admite Carla admirado el desfile organizado por la revista mensual Warmi, dedicado exclusivamente al mundo de las cholitas. Un traje de chola completo con falda, camisa, blusa, chaqueta y joyas puede superar fácilmente los mil dólares, y las señoras huéspedes del día no dejan de fotografiar cada detalle. Pamela Huanca de 27 años es una de las modelos. Trabaja en el comercio informal de ropa con su hermana pero estudió turismo. También asistió a un curso de modelaje que se celebra todos los sábados en una elegante sala del histórico Hotel Turín, en el centro de La Paz. Pamela no es una cholita "pura" y para estar en el quiosco vendiendo no usa ropa tradicionales, porque se arriesga a arruinarla, pero en los días festivos, no duda: "La pollera me permite usar los colores más brillantes y las bailarinas son más cómodas para ir a un baile, sobre todo cuando hay mucha cerveza en el suelo".

Obrero trabajando en uno de los edificios diseñados por Mamani. Los dibujos que adornan las columnas están pintados a mano.

Su madre Elsa tiene 62 años, nació en la provincia de Cochabamba, pero después de quedarse huérfana, a los nueve, llegó a La Paz para trabajar como empleada doméstica. La historia de Elsa es un ejemplo para entender el sufrimiento padecido en el pasado por la población indígena y el deseo de venganza. "Esta era una casa de barro", dice Pamela mostrando su sala de estar de lujo diseñada por uno de los discípulos de Mamani, "pero mi mamá, después de trabajar toda su vida, quería algo que la hiciera feliz". El precio del palacio se mantiene secreto, pero los Huanca admiten que "es un dineral". Para construirlo tardaron cinco años, dependiendo de la disponibilidad de dinero efectivo necesario para pagar los obreros. "Ahora que está casi terminado mi mamá casi se arrepiente, para limpiarlo se necesitan cuatro personas", sonríe Pamela posando junto a Elsa para un retrato familiar. Todos son elegantes pero las mujeres llenan la habitación iluminando el espacio aún más con su joyería de oro y plata en forma de mariposa, las faldas de color fucsia y los altos sombreros Borsalino naturalmente inclinados. Ellas son la nueva sociedad boliviana y hay que admitir que son hermosas.

El sastre Alejandro, proprietario del salón de fiesta Principe Alexander, uno de los más espectaculares de El Alto.