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Distrito Feral

La devastación del pez león - Parte I

El bicho que está azotando el Caribe.

Recuerdo con claridad la primera vez que fui embrujado por un pez león. Visitaba un acuario el día de mi cumpleaños número nueve y, desde que mis ingenuos ojos descubrieron ese contorno arlequín con abanicos en lugar de aletas, me quedé pasmado. Se trataba de un ser marino como ningún otro que yo hubiera visto, decenas de proyecciones radiales y espinosas se disparaban en torno a un cuerpo como de porcelana. Una especie de puercoespín acuático majestuoso e imponente. Tan distinto a los de su clase que parecía que tenía plumas. Sin embargo, lo más hipnotizante de aquel ser no era el delicado patrón negro y blanco que lo recubría, sino su forma de permanecer completamente estático sobre la columna de agua. Suspendido, ingrávido. Tal era su quietud que bien podría haberse tratado de una alucinación. Después mi atención cambió por un momento a la placa de metal que enmarcaba el cristal, al leerla comprobé con emoción que la fascinante bestia también era venenosa.

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Muchos años después volví a caer presa de aquella emblemática criatura de silueta irregular, pero, en esta ocasión, dentro de su medio silvestre. Me encontraba al sur de Cozumel buceando en un barranco oceánico cuando se me presentó la visión. Aproximadamente a veinte metros de profundidad me encontré con dos grandes peces león flotando inmóviles encima de un gran montículo de corales morados y amarillos. Su actitud era como la de un sultán sobre su trono. Recorrían la superficie rugosa del arrecife con la mirada vigilando recelosamente el terreno; daba la sensación de que el área les pertenecía, que ése era su reino.

Me acerqué un poco más. Para mi sorpresa ni se inmutaron. Simplemente cambiaron de flanco, rotaron sobre su propio eje, y me encararon con aire altivo. Eran animales impresionantes y la combinación de colores que les rodeaban casi demasiado estética. Fue en ese instante que el guía se aproximó ágilmente por mi lado derecho y con destreza notable atravesó a uno de ellos con un arpón. El movimiento fulminante duró apenas unos segundos. Una estocada limpia y certera que traspasó al animal de lado a lado. Mi ensoñación se desvaneció de golpe. No tuve tiempo de comprender claramente lo que estaba sucediendo. ¿Sería posible que en efecto el guía hubiera matado a uno de los peces? ¿No se suponía que justo debería de ser al revés? ¿Que la labor del buzo era proteger a la fauna?… El siguiente pinchazo me sacó de dudas. El guía acababa de finiquitar al otro pez. Luego los ensartó con precaución en el fierro y se los llevó a la superficie.

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Ya en la lancha no pude esconder mi desconcierto. Algo molesto le pregunté al guía de qué se había tratado todo eso. Me contestó que era su modesto esfuerzo por intentar salvar a Cozumel del desastre que azotaba al resto del Caribe: la brutal invasión del pez león. No lo sabía entonces, pero el felino escamoso es culpable de una de las peores debacles ecológicas que se tengan registro.

Los llamados peces león pertenecen a la familia de los peces escorpión o Scorpanidae para ser más formales. En dicha familia se agrupan los nadadores más venenosos del mundo. Comprende un total de 207 especies tropicales divididas en 26 géneros. La mayoría ostentan coloración y anatomía peculiares, con crestas y espinas prominentes, aletas en forma de abanico y patrones intrincados. Algunos de sus representantes figuran, sin duda, dentro de los organismos marinos más hermosos que existen y dos de ellos también se enlistan como los peores invasores que las aguas del nuevo mundo hayan tenido noticia.

Las especies en cuestión son Pterois miles y Pterois volitans, ambas referidas comúnmente como pez león, y debido a que presentan características biológicas y ecológicas similares y exhiben comportamientos e impactos sobre el medio semejantes, para fines de este texto no haremos mayor distinción entre ellas. Sus áreas de distribución natural son sumamente extensas, P. miles es originaria del Pacífico índico (encontrándose desde la costa oriental africana hasta Tailandia) y P. volitnas es oriunda de los mares indonesios (desde Corea hasta Australia).

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Llegan a medir entre treinta y cuarenta centímetros de largo y a pesar poco más de un kilo. Su esperanza de vida ronda los quince años de edad. Habitan a lo largo de toda la columna de agua, bajando en ocasiones a profundidades mayores a trescientos metros, y se les ha encontrado en diversos hábitats marinos que incluyen: arrecifes de coral, manglares, pastos de algas, zonas rocosas, naufragios y arenales. Son territoriales, elijen una cueva o grieta como morada y claman un área a su alrededor para sí mismos. Desde los años cincuentas figuran como una de las especies más populares dentro del mundo de la acuacultura. Quizás en parte porque son organismos resistentes y toleran cambios en la salinidad se han adecuado fácilmente al cautiverio. Es común encontrarlos en acuarios y tiendas de mascotas, y son un clásico de las peceras de restaurantes, hoteles y películas de yakuzas japoneses.

Cuentan con 18 espinas venenosas repartidas alrededor del cuerpo que utilizan como método de defensa. La toxina que inyectan es poderosa. Aunque no resulta letal para el ser humano, aquéllos que han sufrido su picadura describen el dolor como uno de los más agudos del reino marino; eclipsando al producido por las rayas e incluso al de las medusas. Chaac Say, un pescador y guía de turismo de la zona de Punta Allen en la reserva de Sian Ka'an, cuenta que, tras la descarga, su brazo se hinchó brutalmente por dos días y que dolor era tal que consideró amputarse la extremidad. Quizás fuera de contexto esto suene un tanto exagerado, pero es que los analgésicos no ayudan mucho y el tormento no cesa de intensidad durante las largas horas que se prolonga su efecto.

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Componentes de la tragedia

Los peces león son carnívoros generalistas, se alimentan de una gran cantidad de peces pequeños, crías de peces grandes, pulpos, calamares, caballitos de mar, langostas, camarones y otros crustáceos (análisis estomacales han revelado que consumen más de setenta especies distintas). Son depredadores voraces y poco selectivos, se comportan como una especie de aspiradora viviente que succiona la biodiversidad marina a mansalva, todo organismo que se ajuste al tamaño de su boca será una merienda viable, con el agravante de que debido a que se trata de una especie introducida, los animales que devora no lo reconocen como un depredador potencial y por consiguiente no huyen ante su presencia. Al contrario, muchos peces pequeños interpretan la silueta espinosa como un posible refugio, acercándose ingenuamente a su muerte.

Se ha comprobado que un solo ejemplar de pez león puede llegar a consumir hasta veinte presas en media hora. Y se calcula que en tan solo cinco semanas este individuo tiene la capacidad de acabar con todos los peces juveniles de la cabeza de coral donde habita y hasta el noventa por ciento de la fauna local. Tal es su efecto sobre los ambientes arrecífales caribeños y del Atlántico cálido-templado que ha invadido que ya se le considera como la peor amenaza del siglo 21 para dichos ecosistemas.

Si sumamos a su apetito insaciable el hecho de que estas fieras cuentan con una tasa de reproducción muy elevada, entonces comenzamos a acariciar la punta del iceberg del conflicto y a comprender por qué su presencia en ambientes donde resultan exóticos es tan alarmante. Son organismos de crecimiento rápido, alcanzan la madurez sexual con apenas un año de vida y desde ese momento cada hembra puede llegar a depositar hasta treinta mil huevos por puesta, lo que en condiciones favorables puede suceder cada cuatro o cinco días, es decir un total de dos millones de huevos anuales; rasgo que los convierte en contendientes dignos al título del procreador más rápido de la cuenca del Atlántico occidental.

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En su área de distribución natural diversos factores controlan la población de estas pequeñas bestias, pero en ecosistemas donde no son nativos tales variables no entran en la ecuación y la especie atraviesa por una explosión demográfica sin precedentes. Sin depredadores que los cacen y parásitos o patógenos que los ataquen sus números incrementan considerablemente. Se estima que la densidad de individuos en algunas zonas del gran Caribe es hasta doscientas veces mayor que en su área de distribución natural. En Bahamas, por ejemplo, donde la invasión ha alcanzado sus alcances más fulminantes, se han reportado cuatrocientos ejemplares por hectárea, mientras que en los arrecifes asiáticos lo normal es una densidad de entre doce y veinte individuos para la misma superficie.

El desastre ecológico implicado en la invasión es potenciado tremendamente por el estado actual de los arrecifes del Caribe y Atlántico, los cuales distan mucho de encontrarse en condiciones óptimas. Se ha observado que algunos tiburones y Meros de buen tamaño llegan a comer peces león, sin embargo, debido a la sobrepesca la presencia de este tipo de fauna es cada vez más escasa. Lo que ha dejado a los peces león libres de presión para colonizar el nuevo entorno a placer.

Mapa de la invasión.

El comienzo de la debacle

Existen distintas teorías sobre cómo se inició la catástrofe. La más fundamentada estipula que fue en el año de 1992 cuando los invasores tocaron por primera vez aguas americanas. Es posible que debido al huracán Andrew, que azotó la costa de sureste de Estados Unidos, algunos ejemplares consiguieran fugarse de los tanques de acuario destrozados por el temporal, y escapar hacia la bahía. También podría ser que unos cuantos individuos fueran liberados de manera voluntaria por personas irresponsables que los mantenían como mascotas y que decidieron estúpidamente devolverlos al mar; operación denominada posteriormente como Efecto Nemo. A lo largo de la historia casos como éste se han suscitado con distintas especies, como, por ejemplo, los pitones burmeses, Python molurus bivittatus, en Los Everglades, que a partir de unos cuantos pies de cría liberados ingenuamente por sus dueños invadieron los pantanos; los números de estas serpientes en Florida hoy en día superan los diez mil ejemplares.

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Otra teoría propone que el lastre de los barcos juega un papel fundamental en la diseminación de especies marinas exóticas. Los grandes navíos succionan cantidades industriales de agua para utilizarla como contrapeso, arrastrando consigo animales de todo tipo y sus huevecillos. Líquido que es transportado dentro de las esclusas de las embarcaciones y después liberado a miles de kilómetros de distancia. Operación que funge como un vector importante de propagación.

Lo que es seguro es que alrededor de mediados de los noventa los primeros pioneros de pez león comenzaron a asentarse sobre toda la costa de Florida. Emigrando posteriormente hacia las antillas y de ahí al total del Caribe. Hoy en día se encuentran plenamente instalados en numerosos países que incluyen: Estados Unidos, México, Aruba, Bahamas, Bermudas, Honduras, Costa Rica, Panamá, Nicaragua, Costa Rica, Cuba, Colombia, Venezuela y el resto de las antillas mayores. Y se pronostica que pronto alcance Guyana, Surinam y Brasil.

En México se ha registrado su presencia en toda la Riviera Maya, no obstante, aún no penetran en el Golfo por completo; por lo que todavía se podría albergar la esperanza de frenar, al menos un poco, su rotundo avance.

Para finalizar esta primera entrega sobre el pez león en Distrito Feral aquí un video de lo acontecido en Colombia:

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