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¿Nos extrañaron?

La escritura como nacionalidad: Valeria Luiselli

Republicamos este perfil de nuestro Número de la Reencarnación en el marco de Bogotá 39, el listado de los mejores escritores jóvenes latinoamericanos.

Retrato de Jaime Toussaint Elosúa.

Al poco tiempo de haber sido electo presidente, Nelson Mandela celebró en su residencia un evento para niños que habían llegado al país junto con la flamante apertura democrática. Luego de contarles que en la cárcel hablaba con las cucarachas para no enloquecer, le preguntó a una pequeña niña mexicana qué quería ser de mayor y ella respondió: doctora y actriz. Esa niña de diez años era Valeria Luiselli, cuyo padre había sido enviado como observador internacional en las elecciones presidenciales y después fue el encargado de abrir la embajada de México en Sudáfrica. Pero existió otro encuentro, quizás más definitivo, entre el mandatario y la futura escritora, esta vez durante un concierto de Luciano Pavarotti en Pretoria, a comienzos de 1996: Valeria se acercó y Mandela actuó como si la reconociera. Volvió a preguntarle qué quería ser y ella, fascinada con Nadine Gordimer (a quien había conocido poco antes en su propia casa), repitió la definición que la escritora sudafricana había dado de sí misma: prose writer. Mandela sonrió y le advirtió que iba a tener que leer mucho.

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El tiempo lo hizo verdad. Con solo 32 años, Valeria cuenta con dos novelas y un libro de ensayos en su bibliografía, además de colaboraciones en The New York Times, The New Yorker, Granta, Letras Libres y una columna semanal en El País. Pero en particular los últimos dos han sido años vertiginosos para su carrera: en 2014 Coffee House Press publicó Faces in the Crowd (en español Los ingrávidos , Sexto Piso, 2011), ganó el Los Angeles Book Prize para primera ficción y fue elegida por la National Book Foundation en su "5 under 35" (5 menores de 35) de los mejores escritores de ficción. Además, vieron la luz traducciones al alemán, italiano, francés, chino, danés y coreano, entre dieciocho idiomas. Al año siguiente, la edición de The Story of my Teeth (Coffee House Press; originalmente La historia de mis dientes, Sexto Piso, 2013) contó con una gran acogida por la crítica, al punto de que New York Times la incluyera entre los 100 mejores libros de 2015, y el último enero fue anunciada finalista del prestigioso National Book Critics Circle, logro que nunca antes otro escritor de ficción mexicano había alcanzado (únicamente la escritora chicana Reyna Grande fue finalista en la categoría autobiografía, aunque su trabajo es en inglés). De hecho, solo dos autores de ficción con obras originalmente en otro idioma han sido nominados en el pasado y los nombres son de un peso notable: Roberto Bolaño y W. G. Sebald.

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Estos nombres nos traen un vez más a las palabras de Mandela, las cuales Valeria parece haber escuchado bien: es imposible no distinguir en su obra diferentes capas de lecturas previas, donde están muy visibles tanto la historia de la literatura como de la filosofía. Por ejemplo, en La historia de mis dientes el protagonista, Gustavo Sánchez Sánchez "Carretera", es un subastador profesional que vende algunos de sus dientes, adjudicándoselos a personalidades como Platón, Jorge Luis Borges, Virginia Woolf o Jean Jacques Rousseau. Como si esto fuera poco, Sánchez Sánchez se inscribe a sí mismo en un linaje que incluye a Ludwig "Sánchez" Wittgenstein, Fredo "Sánchez" Dostoievski, Miguel "Sánchez" Foucault, Juan Pablo "Sánchez" Sartre y James "Sánchez" Joyce. Ya en el libro de ensayos Papeles falsos (Sidewalks, Coffee House Press, 2014) uno podía encontrar una distribución similar de nombres pertenecientes a la alta alcurnia del universo de la cultura (en convivencia con otros casi desconocidos). ¿Es que esta autora está haciendo name dropping, expresión que ella misma sugiere? En realidad, Valeria piensa a estas presencias a través de una metáfora gravitatoria tomada de la Teoría de la Relatividad de Einstein: así como la masa de los cuerpos "curva" el espacio-tiempo, que puede ser imaginado como una tela donde se arrojan pelotas de diferentes pesos (pensemos en una pelota de basquetbol, una de tenis, una de futbol) que luego se atraerán entre sí, los nombres tomados de la tradición curvan el "tejido narrativo" y el proyecto final pasa por lograr un sistema estable, uno que no se disgregue ni, por exceso de peso en un punto, genere un agujero negro en el texto. Así, un relato se vuelve un sistema planetario, un sistema de balances gravitacionales.

Paradójicamente su novela anterior, la que obtuvo el LA Book Prize, se tituló en español Los ingrávidos . Trata de una joven que vive en Harlem y recorre la ciudad en la búsqueda de la historia del poeta y diplomático mexicano Gilberto Owen (aunque también pasan a saludar por las calles de Nueva York figuras como Williams Carlos Williams, Federico García Lorca o Ezra Pound). En este texto, uno de los personajes es el marido de la narradora, que en la versión española escribe guiones para televisión (en la versión en inglés es arquitecto), y frecuentemente aparece en la historia comentando lo que la narradora acaba de escribir. Un poco en concordancia con la construcción ficcional que Clarice Lispector hacía de ella misma en su columna semanal, resulta difícil no percibir como ligeramente autobiográficos algunos elementos de esta novela. "Todo es ficción, le digo a mi marido, pero no me cree", dice la prose writer, y el lector se siente interpelado en esta mezcla de complicidad y sospecha: Valeria está casada con el escritor mexicano Álvaro Enrigue —cierto "Álvaro Enrigue Soler" hace un cameo en La historia de mis dientes — con quien tienen una hija, Maia. Luego está también la ciudad de Nueva York y ambas son las relaciones más duraderas en la vida de esta escritora, que no solo pasó su infancia en Sudáfrica: antes había vivido en Wisconsin, Costa Rica y Corea (donde estudió en una escuela militar estadounidense) y luego de terminar Filosofía en la UNAM, en India, España y Francia. La estabilidad recién llegó cuando comenzó un PhD en la Universidad de Columbia, terminado el año pasado, y se mudó a Harlem, donde vive desde hace ya cerca de una década. Fue en ese barrio, en el pequeño café Tsion de la Av. Saint Nicholas, donde —bajo la luz diagonal que entra por la ventana de un sol que, a pesar del fin de febrero, todavía se resiste a producir calor— hablé con Valeria, con Valeria y su "té bien cargado", acerca de la pequeña comunidad de personas vinculadas a la literatura hispanoparlante que formamos en esta ciudad. Pero Valeria sabe mejor que ninguno de este grupo que a veces la extranjería es una nacionalidad y que New York es una de las ciudades donde eso se vive de modo natural.

La historia de mis dientes es, entre otras cosas, una reflexión acerca de cómo en el mundo del arte son las historias, y no tanto los objetos mismos, aquello que es objeto de comercialización.

En esta línea, La historia de mis dientes es, entre otras cosas, una reflexión acerca de cómo en el mundo del arte son las historias, y no tanto los objetos mismos, aquello que es objeto de comercialización. Esta puede ser la clave para leerla: los nombres de escritores se presentan no como pretensiones banales de erudición sino como efectos narrativos. Este gesto es particularmente luiselliano y consiste en presentar un objeto en el acto mismo en el que se pone en duda su legitimidad, también se observa en la novela misma en tanto novela: en la versión española, las últimas páginas corresponden a fotos de la ciudad de México con epígrafes de Sebald, Elliot o Magritte y en la última página se nos indica algo del proceso de producción del texto. La edición inglesa (que cuenta con un capítulo extra escrito enteramente por la traductora, Christina MacSweeney) es más explícita en este aspecto y, a través de algunos anexos, explica que la novela fue parte de un proyecto para la Galería Jumex, la cual le había solicitado un texto de ficción para el catálogo de cierta muestra. Valeria quiso integrar a los obreros de la fábrica y, usando como pseudónimo el nombre del protagonista, fue enviándoles quincenalmente capítulos para luego escribir el siguiente a partir de la devolución que los obreros le hacían. Además de la clara acción política que hubo en vincular a los trabajadores, resulta significativa la decisión de usar un pseudónimo masculino, dado que provino de un prejuicio que ella misma descubrió luego como tal: creyó que, al tratarse de una fábrica, la mayoría de los obreros serían hombres y pensó que entonces sería mejor esconderse tras ese género. Tiempo después se enteraría de que en el grupo de lectura de la fábrica predominaban las mujeres.

Además de dar clases en en Hofstra University, Valeria escribe constantemente para diferentes medios, y da talleres de escritura y conferencias en Estados Unidos, México y otros países. En la universidad fundó con sus alumnos la Teenage Immigrant Integration Association, dedicada a promover la integración de niños y adolescentes de Centroamérica recién llegados a Estados Unidos. Si uno le suma la ocupación de la maternidad, resulta un misterio imaginar cuándo o cómo encuentra el tiempo para escribir. La respuesta es sosegada, como su discurso: va documentando lo que pasa a su alrededor con audios, fotos o videos, y luego, por las noches, se sirve un "té bien cargado", eventualmente un whisky, y trabaja hasta alrededor de las tres de la mañana. Dice estar muy concentrada en su nuevo proyecto y no sorprende en absoluto, porque, citando a Carolyn Kellogg en su reseña de The Story of my Teeth, Valeria sin lugar a dudas "escribe con una confianza que demuestra que está yendo hacia algún lado".