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Tú eres un poco más feliz de lo que yo soy

La estafa de Atlas

Cómo se derrumbó la Quebrada de Galt en Chile.

​Ilustración por Ole Tillman.

Era una buena idea, al menos en teoría. El plan, ideado en 2012, era crear una comunidad sustentable de personas que creían en el capitalismo, el gobierno limitado y la autosuficiencia. Ya se había escogido un lugar: más de 4,400 hectáreas de tierra fértil en los valles bajos de los Andes chilenos; con la capital de Chile, Santiago, a tan sólo una hora manejando hacia el este, y el océano Pacífico al oeste. Los residentes podrían hacer buen dinero de cultivar y exportar cosechas orgánicas, mientras disfrutarían del clima templado, los impuestos bajos de Chile y esperarían el colapso mundial de las monedas de curso legal. Lo bautizaron como Galt's Gulch Chile (GGC) —la Quebrada de Galt, Chile— en honor al lugar ficticio adonde habrían de huir los capitalistas competentes del mundo en la novela La rebelión de Atlas.

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Hace dos años se puso en marcha la Quebrada, al principio por un grupo de hombres que rápidamente se separó para dejar el proyecto en manos de Jeff Berwick —un trotamundos fundador del Dollar Vigilante, un conocido boletín financiero que predica la muerte inminente del dólar— y Ken Johnson —una especie de emprendedor nómada cuyas inversiones pasadas incluyen bienes raíces y turbinas de aire—. Berwick permitió que fuera Johnson quien dirigiera el proyecto. Pronto tuvieron a un nutrido grupo de compradores interesados, la mayoría muy metidos en la onda libertaria, familiarizados con el trabajo de Berwick y con la urgencia de encontrar un refugio en caso de que el mundo se vuelva una distopía socialista sacada de las novelas de Ayn Rand. Johnson ofrecía descuentos a quienes pagaran en bitcoins o metales preciosos. Para diciembre de 2013, según The Economist, había recaudado 1.5 millones de dólares tan sólo por ventas en la criptodivisa.

Todo iba bien hasta abril de este año, cuando los inversionistas del GGC llegaron a la Quebrada. Esperaban recibir los terrenos que se compraron pero no pudieron; al momento Johnson no había logrado cambiar el uso de suelo para las áreas residenciales que muchos habían comprado. Cuando confrontaron a Johnson con sus preguntas "sólo nos dijo cuentos ridículos sobre enemigos del proyecto y cómo Jeff Berwick era uno de ellos, algo que no tiene sentido", dice Josh Kirley, un comerciante de materias primas y accionista de GGC, que había comprado terrenos con valor de doscientos mil dólares en la Quebrada y otorgado al proyecto ochocientos mil dólares en préstamos sin intereses.

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Ahora Kirley busca ejercer acción legal a nombre del grupo de inversionistas para dejar a Johnson fuera del proyecto bajo el argumento de que no ha pagado los préstamos como había prometido. Kirley y otros acusan a Johnson de no pagarle al personal ni a los vendedores, de atacar físicamente a un empleado y de no estipular en su contrato que convertiría a la Quebrada en un lugar donde pudieran residir.

Johnson niega todas estas acusaciones. Dice que Berwick —quien abandonó el proyecto— esparce mentiras, y que además Kirley se niega a visitar Chile. A su vez le echa la bolita de los problemas de uso de suelo a Adolfo Aguirre, contratado como arquitecto ambientalista del GGC en 2013, a quien acusa de mentiroso y xenófobo contra los norteamericanos. En un correo, Aguirre contraataca y afirma que Johnson oculta el proyecto a sus clientes y que su administración lleva al GGC a la ruina.

Al día de hoy Johnson sigue al frente de la Quebrada, donde dice prever mejoras relacionadas con la propiedad y estar trabajando para resolver los problemas de uso del suelo. Afirma que ofrecerá reembolsos a cualquiera que los pida y dice sentirse feliz de reducir el proyecto.

"Hay gente que no me quiere involucrar en el proyecto, puedo vivir con eso; puedo hacer otras cosas con mi vida. Quiero recordarlo algún día y saber que la Quebrada de Galt fue un éxito", declaró. "De ninguna manera es un truco raro para ganar dinero".

Pero Kirley se queja de que Johnson les pidió cinco millones de dólares a los inversionistas a cambio de abandonar el proyecto, cantidad que se negó a pagar. Cuando traté de confirmar esta versión con Johnson, sólo me dijo que "ha habido diversas conversaciones". Según Kirley, el hombre a cargo del GGC se quedó sin dinero y está explotando la tendencia libertaria a confiar más en los individuos que en las instituciones. "Un timo tan grande sólo pudo funcionar entre libertarios, ya que [Johnson] usó la paranoia y la desconfianza ante el gobierno para decirnos: 'Pongan todo en un fideicomiso, no le diré a nadie quiénes son, no dejaré que nadie sepa que están invirtiendo y si pueden pagar con metales preciosos o bitcoins mejor aún, porque así no podrán rastrearlos'", nos cuenta Kirley. "Ya sea que fuera intencional o sólo una tormenta perfecta, la verdad es que le funcionó muy bien".