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La plaga

La isla de la esclavitud

Abu Dabi y el lado oscuro del arte elitista.

Ilustraciones por la autora.

"¿Por qué no enviar un mensaje al director del Louvre para que venga a ver cómo se vive aquí?” dijo Tariq,* ayudante de carpintería que trabaja en la construcción del Louvre en Abu Dabi, una filial del emblemático museo parisino en Oriente Medio, que costará 653 millones de dólares. Su inauguración está prevista para el año 2015 y entre la colección se incluirán una Torá yemení del siglo 19, obras de Picasso y de Magritte.

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“Ve nuestras condiciones de vida y piensa en las promesas que hicieron”, me dijo Tariq por medio de un traductor.

El año pasado, Tariq, de treintaitantos, abandonó su trabajo en una maquiladora textil pakistaní con la esperanza de ser un operador de grúa en la región del Golfo Pérsico. Me mostró el permiso que lo certificaba como operador de grúa, una hoja de papel desgastada que sacó de su salwar kameez (traje tradicional) color beige. Los reclutadores le prometieron un salario de 326 dólares al mes, por una tarifa de contratación de 1,776 dólares pagada por adelantado. Un primo lo guió durante todo el proceso y después Tariq se fue en avión a Abu Dabi para trabajar en la empresa Regal Construction, una de las cerca de 900 constructoras que dan empleo a trabajadores extranjeros en el emirato.

Sin embargo, cuando llegó, Regal no lo necesitaba. Esperó 24 días sin paga y vivió en un campamento para trabajadores que se encontraba en pésimas condiciones. Cuando por fin le dieron el trabajo, se dio cuenta de que sólo iba a ganar 176 dólares al mes, y su jefe confiscó su pasaporte para que no pudiera cambiar de trabajo ni salir del país.

Tariq envía la mitad de su salario a su familia. Después de 11 meses de estar en el Golfo, aún no ha logrado pagar el préstamo que pidió para llegar hasta allá.

“¿Cómo puedo estar conforme con un salario de 176 dólares al mes?” preguntó Tariq, con una sonrisa incómoda.

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Tariq es uno de muchísimos trabajadores de la construcción que laboran en la Isla de Saadiyat a quienes entrevisté en mayo. Sacó su teléfono y tomó una foto del dibujo que hice de él. Su rostro gentil se iluminó cuando empezó a hablar del cricket. Me dijo que iba a usar mi dibujo como foto de perfil en Facebook.

Aunque por el momento no es más que una zona de construcción abrasada por el sol, Saadiyat —un atolón de casi 17 kilómetros cuadrados situado a 450 metros de la costa de Abu Dabi— se convertirá en el hogar para filiales del Louvre, el Guggenheim y de la Universidad de Nueva York, junto con hoteles, plazas y mansiones lujosas. Será un paraíso cultural financiado gracias a la gran riqueza petrolera del país y construido por hombres que son prácticamente esclavos bajo contrato.

A pesar de que no hay estadísticas oficiales, se estima que hay al menos un millón de albañiles inmigrantes en los Emiratos actualmente. Al igual que Tariq, todos los hombres con los que hablé ganan entre 150 y 300 dólares al mes y a todos les confiscaron sus pasaportes. Tendrán que trabajar años para pagar lo que le deben a los reclutadores por haberles conseguido el trabajo.

Los informes sobre las condiciones de los trabajadores en el Golfo Pérsico han sido extensos e inquisitivos. En diversos artículos se ha comparado a los impresionantes rascacielos con los escasos sueldos que reciben los trabajadores. En mayo de este año, el New York Times criticó severamente los abusos laborales en la Universidad de Nueva York (UNY) en Abu Dabi.

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No obstante, de lo que no se habla en muchos de los informes sobre la mano de obra extranjera en los Emiratos Árabes Unidos —específicamente en Abu Dabi— es de la voluntad de los trabajores. Conocí hombres en el Golfo que eran valientes y ambiciosos, sus familias los veían como héroes en sus hogares. Se atrevieron a buscar un mejor futuro y en lugar de eso se econtraron con represión.

Más de cien huelgas han sacudido la industria de la construcción en los últimos tres años en un país donde el más débil susurro o la más mínima disidencia pueden hacer que te deporten.

A pesar de que los engañaron para trabajar y vivir en condiciones deplorables, los trabajadores están contraatacando, con pocas probabilidades de ganar.

***

El Distrito Cultural de Saadiyat es un proyecto prestigioso de TDIC (firma de inversiones para desarrollos turísticos), una empresa estatal que es responsable de gran parte del desarrollo de Abu Dabi. El proyecto fue anunciado en 2007, con un presupuesto inicial de 27 mil millones de dólares, según los informes en los medios de comunicación. Saadiyat será el desarrollo turístico y comercial más grande del Golfo Pérsico.

La página web de TDIC promete fantasías de arquitectura contemporánea. Los planos muestran museos que lucen como si los rayos de la luna los traspasaran o que tienen la forma de plumas de aves gigantes. Luego de un día de cultura, los turistas podrán relajarse en el hotel St. Regis o en el Shangri-La. Podrán jugar golf en campos de clase mundial, o pasear por lagunas y manglares artificiales, y luego comer en uno de muchos restaurantes gourmet dirigidos por chefs de fama internacional. Mientras que la construcción de estos proyectos se lleva a cabo gradualmente, Saadiyat, como lo concibió Sheik Sultan bin Tahnoon al Nahyan, presidente de TDIC y miembro de la familia real de Abu Dabi, terminará de construirse en el año 2020. La isla va a necesitar un verdadero ejército de obreros al menos por otros cinco años.

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El primer día que fui a Saadiyat hacía tanto calor que casi me desmayo. Los periodistas no tienen permiso de entrar sin escolta del gobierno, así que tuve que hacerlo sin permiso. El terreno de Saadiyat parecía lunar. Las excavadoras removían polvo color perla. El polvo hizo que mis ojos se irritaran. Hasta empecé a moquear. Los hombres vestidos con overoles que traían impresos el logo de la empresa trabajaban turnos de 12 horas, tiempo en el que soldaban y arrastraban varillas bajo el sol despiadado.

Ibrahim fue mi traductor. Tiene veintitantos. Se parece a James Dean pero en versión surasiática con su cabello negro bien peinado. Me pidió no revelar detalles personales por miedo a que lo deportaran, o algo peor. “Si hablo ante los medios de comunicación, van a sacarme de mi casa y me van a llevar a un lugar donde nadie pueda encontrarme”, me dijo. Ibrahim tenía la clase de inteligencia que se da a notar con destellos de astucia y sarcasmo. Es listo de una forma tan evidente que intenta esconderlo a sus jefes hablando mal inglés.

Habla cinco idiomas, ama la poesía y sueña con estudiar una maestría.

En su país natal, Ibrahim trabajó como traductor para una ONG internacional. Los insurgentes asesinaban a los habitantes de la localidad que colaboraban con los extranjeros. Los amigos de Ibrahim temían que él fuera el siguiente. La ONG le ofreció poca protección porque no era empleado oficial, por lo tanto tuvo de irse de la ciudad.

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Leyó un anuncio en un periódico sobre las vacantes en Abu Dabi y entre él y sus amigos juntaron 760 dólares para pagarle a un reclutador. Llegó a los Emiratos Árabes Unidos (EAU) en el verano de 2013. “Hace tanto calor bajo este sol”, me dijo Ibrahim. “El sudor escurre de tu cuerpo como si fuera agua de lluvia”.

“El infierno es mejor que esto”, le dijo a su jefe poco después de empezar a trabajar en Saadiyat.

“¡Jaja! Entonces vete al infierno”, le respondió su jefe.

Ibrahim disfrutó al describir a su jefe como un fanfarrón que regaña a sus trabajadores y a menudo les llama burros. Debido al domino del idioma que posee Ibrahim, los trabajadores le piden que le diga al jefe que trabajan arduamente y le recuerde que son humanos.

Recorrimos Saadiyat en un carro rentado a punto de desbaratarse. Se sobrecalentaba cada que prendíamos el aire acondicionado. En el sitio de la UNY hay anuncios que animan a los trabajadores a compartir sus opiniones acerca de las condiciones de trabajo. Éstos estaban escritos en inglés, idioma que pocos trabajadores entienden. Condujimos más allá del lugar del Louvre. TDIC había colgado carteles en la barda que rodeaba el lugar en los que mostraba cómo se vería el museo en 2015. Cuando me asomé hacia adentro, el edificio no era más que un caparazón de vigas de acero. A todos los trabajadores del Louvre los contrató Arabtec, una de las empresas de construcción más grandes del Golfo. El gobierno de Abu Dabi es dueño de 20 por ciento de las acciones de Arabtec, y los empleados han hecho huelgas en su contra por años.

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En 2007, cerca de 30 mil trabajadores de Arabtec se fueron a huelga en Dubái. Los que construían Burj Khalifa, el rascacielos más alto del mundo, hicieron a un lado sus herramientas. La huelga se organizó por medio de celulares para protestar por los bajos salarios y por las malas condiciones de vida. La policía arrestó a cuatro mil trabajadores. Después de diez días, Arabtec prometió un aumento de sueldo. El director ejecutivo, Riad Kamal, le dijo a la agencia Reuters que el impacto en las ganancias de la compañía sería menos del uno por ciento.

Pero tanto las huelgas como la mano dura continuaron. Otros tres mil trabajadores se fueron a huelga en Dubái en 2011. Ganaban 176 dólares y quería un aumento de 41 dólares. La policía arrestó a 70 hombres acusados de ser los líderes. “Su presencia es peligrosa para el país”, dijo al periódico estatal National el coronel Mohammed al Murr, director del Departamento General de Control Legal y Disciplinario de la policía de Dubái.

Después de este incidente, el gobierno de los EAU prohibió por tiempo indefinido emitir visas a los trabajadores de Bangladesh, acusados de haber ayudado a organizar las huelgas.

En mayo de 2013, miles de trabajadores de Arabtec —incluyendo los del Louvre— dejaron de trabajar en Dubái y Saadiyat. Exigieron un estipendio mensual para comida de 81 dólares. De acuerdo a una fuente que solicitó el anonimato: “Llamaron a la policía después de un día. Se les advirtió a los trabajadores que regresaran al trabajo o se les enviaría de regreso a sus países. Durante las siguientes semanas arrestaron a, al menos, mil trabajadores de Arabtec en Abu Dabi y les cancelaron sus visas. La mayoría de ellos era de Bangladesh”.

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A cambio, Arabtec prometió un aumento salarial de 20 por ciento. Ninguno de los trabajadores que entrevisté ha obtenido el dinero que le prometieron.

Arabtec reemplazó a los bangladesíes por pakistaníes. Fue la clásica estrategia de “divide y vencerás”, remontándose a la época del imperio británico. En agosto de 2013, la tensión estalló y surgieron revueltas entre pakistaníes y bangladesíes en las villas de Saadiyat. Los trabajadores se enfrentaron entre sí. La policía disparó al aire balas reales.

Después de las revueltas, los trabajadores pakistaníes fueron trasladados a otros campamentos.

Arabtec no es la única empresa en la que surgen protestas. En mayo de 2014, el New York Times informó que cientos de trabajadores en BKGulf (la constructora de la UNY en Abu Dabi) fueron deportados por hacer huelga. La administración fingió que habían negociado pero en realidad la policía se llevó a los trabajadores por la fuerza. Los trabajadores dijeron al Times que la policía los golpeó para obtener declaraciones falsas.

Ibrahim me contó sobre algunas desobediencias menores. En la zona de las villas Bani Yas, a más de 24 kilómetros del centro de Abu Dabi, los trabajadores organizaron una golpiza brutal a un ingeniero abusivo. Para protestar por la falta de aire acondicionado en los autobuses, los trabajadores improvisaron partidos de futbol soccer con sus cascos para evitar que los autobuses se fueran.

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Aunque a veces se aumenten los salarios, los Emiratos nunca permitirán que los trabajadores se organicen ni tengan sindicatos. Están totalmente prohibidos los comités de trabajadores o cualquier otra clase de unión.

Estacionamos el auto en un lugar de donde se veía el sitio del Louvre en Saadiyat. Ibrahim y yo caminamos bajo el abrasador calor y nos acercamos a dos trabajadores que al parecer estaban en su descanso.

Nos aseguramos de que no hubiera supervisores cerca y después les preguntamos a los trabajadores cuánto ganaban. Con gusto respondieron.

Uno dijo que 200 dólares; el otro dijo que 175. Y sí, los jefes se quedaron con sus pasaportes.

***

Ibrahim vive en una de las villas para trabajadores de Abu Dabi, una construcción de poca altura que está detrás de una fila de edificios idénticos. Como la mayoría de los campamentos, se encuentra escondido muy en lo profundo del desierto y lejos del centro de Abu Dabi. Pueden vivir hasta cuarenta mil hombres en un solo campamento. Hay personas que vienen de Nepal, Bangladesh, Pakistán e India y que trabajan para diversas empresas. En general no hablan inglés y no saben qué es lo que están construyendo.

Los autobuses de la empresa trasladan a los empleados a sus áreas de trabajo. Ni siquiera en ellos están a salvo del calor. A pesar de que las leyes lo exigen, muchos autobuses no cuentan con aire acondicionado. Los viajes que hacen para llegar al trabajo duran cerca de dos horas y con frecuencia las temperaturas rebasan los 38 grados Centígrados.

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Ibrahim me mostró un video grabado en un celular de los dormitorios sin ventanas que comparte con otros diez hombres. Fuera, sólo hay una mezquita, un hipermercado y el sol.

En su día libre, me dijo Ibrahim, que le gustaría pasear al malecón de Abu Dabi. Pero no hay acceso al público. Él es un prisionero virtual en una ciudad de trabajadores.

Aparte de unas cuantas cajeras, en el campamento prácticamente no hay mujeres, al igual que en los Emiratos Árabes Unidos, de cuya población dos tercios son hombres. Los hombres ahorran para cuando llegan a visitar a prostitutas de Etiopía. Ellas también son migrantes, a menudo son sirvientas que huyeron de sus jefes abusivos. Debido a su piel oscura, las prostitutas etíopes no son muy solicitadas por la élite del país y tienen que cobrar una cantidad que hasta los obreros puedan pagar.

“Estamos tan aburridos y tan lejos de casa”, me dijo Ibrahim cuando le pregunté sobre las mujeres. “No podemos salir por el calor. Tampoco tenemos dinero suficiente para ir a la playa o a la plaza”.

Algunos trabajadores duermen juntos. Muchos de los conocidos de Ibrahim han sido encarcelados por tener relaciones románticas con otros hombres. Para evitar la vergüenza, uno de ellos, pashtún, le dijo a su familia que lo habían acusado de homicidio.

“Un chico lindo es como una novia”, dijo Ibrahim. Los choferes de autobús, que están entre los que reciben mejor paga, cortejan a jóvenes guapos con promesas de llevarlos a cenar a restaurantes o ponerles crédito en su celular. Un chofer le ofreció a Ibrahim 20 dírhams para que le consiguiera un novio. Después de una semana llamó a Ibrahim y le reclamó porqué aún no tenía a nadie. Ibrahim le prometió hacerlo mejor y le sacó otros diez dírhams.

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Si Ibrahim tarda para mandar el dinero a casa, su mamá le expresa su inconformidad. “¿Qué haces allá? ¿Emborracharte en clubes nocturnos de Dubái?” gritó Ibrahim imitando a su madre. “¡Si no vas a enviar dinero, regresa!”

“Aunque le preguntes a mil trabajadores”, dijo Ibrahim, “nadie va a decirte que es feliz”.

***

Apenas el diez por ciento de los 9.2 millones de residentes en EAU son ciudadanos. El resto son “inmigrantes” (si son profesionistas de cuello blanco) o “mano de obra migrante” (si son de la clase trabajadora). Los extranjeros pueden llegar a vivir en los Emiratos por varias generaciones. Pero si no pueden probar su ascendencia emiratí, no hay forma en que puedan obtener la nacionalidad. Los pueden deportar en cualquier momento.

Gracias a esta privación de derechos para los extranjeros, los emiratíes pueden parecer aristócratas. Cualquiera puede ser arrestado tan sólo por mostrar el dedo medio en el tráfico.

Pravasalokam es un programa de televisión muy exitoso en India. Un reality cuyo nombre significa “el mundo de los trabajadores” en malayo. El programa se trata del rescate de los trabajadores que han desaparecido (ya sea por evitar la cárcel, la pobreza o el abuso) en el Golfo. La pesadilla del Golfo es muy conocida y aún así siguen llegando migrantes. Los 14 mil millones de dólares que envían en remesas a sus hogares son fundamentales para la economía de Nepal y Bangladesh (en Bangladesh las dos fuentes principales de moneda extranjera son la mano de obra migrante y las maquiladoras de ropa). Pero los migrantes no sólo van en busca de dinero, sino que también para huir de la guerra. Muchos de ellos vienen de Cachemira, de la zona controlada por los talibanes en la provincia de Khyber Pakhtunkhwa y de otras zonas en crisis del sur de Asia.

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No importa el país de origen, un migrante siempre tiene que pagar una tarifa de contratación (que después comparten los subcontratistas dentro de los Emiratos). Mientras que las empresas contratistas aseguran que con eso se cubren los costos de la tarifa aérea, visas y exámenes médicos, los reclutadores en los distintos países y sus socios en los Emiratos Árabes a menudo le sacan al trabajador el salario potencial de un año. En algunos países los reclutadores eluden las leyes laborales locales al utilizar subcontratistas, que buscan en los pueblos a personas analfabetas o lo suficientemente desesperadas como para arriesgarse a enfrentar los peligros del Golfo. Los trabajadores piden préstamos, usan todos los ahorros de sus familias o en todo caso venden sus tierras.

En la villa No. 2 de Mafraq, un campamento para trabajadores a 37 kilómetros del centro de Abu Dabi, entrevisté a unos obreros que cortaban su cabello uno a otro en una peluquería al aire libre improvisada. Se juntaron a mi alrededor y me dijeron que sus salarios mensuales iban de 150 a 300 dólares y que la policía los molestaba si se atrevían a visitar la playa vestidos con su salwar kameez. A pesar de que los emiratíes dependen de la mano de obra migrante, prefieren que los trabajadores permanezcan invisibles en sus horas libres.

Los amigos se sientan bajo la sombra de los autobuses. Un grupo metió a escondidas una botella de vino, el cual está prohibido. Las reglas aquí son igual de estrictas que en un campamento de verano. No se permite el alcohol, cocinar, apostar ni ver porno.

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Además de estas fosas de arena que miden varias hectáreas y de las enormes grúas de construcción, la Isla de Saadiyat también es el hogar de lo que se supone es el campamento de trabajadores más humano en todo el Golfo. Como respuesta a la presión internacional, TDIC creó lo que llaman la Villa de Hospedaje Saadiyat para alojar a los trabajadores que construyen estos centros culturales occidentales. Según las palabras de su creador, él “proporciona un estándar de vida de clase mundial reconocido internacionalmente”. Su cancha de cricket, sus cursos de redacción y su biblioteca en la que hay obras de Steinbeck son todo lo que un dignatario que visite este lugar podría pedir.

Sin embargo, contrario a las declaraciones de TDIC, los trabajadores viven en otros lugares, como en las vecindades a punto de derrumbarse en el centro de Abu Dabi. Y la Villa Saadiyat está lejos de ser un paraíso.

Tariq, el trabajador del Louvre, me dijo: “La tierra es lo único bueno que tiene este lugar. Todo lo demás te hará sentir horrible. Los baños siempre apestan. Ni siquiera tenemos puertas aquí. La comida que nos dan es asquerosa”.

Andrew Ross es profesor de la Universidad de Nueva York y es también activista de Gulf Labor, una coalición de artistas que defienden los derechos de los trabajadores que construyen las instituciones culturales en Saadiyat. En mayo, TDIC invitó a Gulf Labor a recorrer la Villa Saadiyat. Pero cuando los activistas visitaron sin supervisión los otros campamentos de trabajadores, se dieron cuenta de que los estaban siguiendo. La vigilancia se detuvo sólo cuando dejaron atrás sus celulares.

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Según Ross, la Villa Saadiyat es una “zona de alta seguridad” donde monitorean constantemente a los trabajadores.

Los trabajadores viven a más de kilómetro y medio de un control fronterizo al cual no se les permite ir. Su único escape es un autobús que pasa una vez a la semana y que va hacia Abu Dabi. Como secuela de la Primavera Árabe, la preocupación por la seguridad de los visitantes externos es una razón por la que se mantiene aislada a la mano de obra completamente masculina. Pero aunque controlar y aislar a los trabajadores ayuda a TDCI a mantener bajo control los efectos negativos por la presión internacional, también ayuda a que los trabajadores se organicen y resistan.

***

En 2006, tres eminentes figuras del mundo artístico en Francia redactaron una carta pública para Le Monde con el título: “Los museos no están a la venta”. Françoise Cachin, Jean Clair y Roland Recht acusaron a la asociación del Louvre en Abu Dabi. “¿No es lo mismo que vender tu alma?”, preguntaron.

La acusación más directa en contra de Abu Dabi es que al construir filiales del Louvre o del Guggenheim, la ciudad está comprando cultura. Esta lógica sostiene que las Agujas de Cleopatra terminaron en París gracias a la bondad de los corazones egipcios, o que Lord Elgin no robó los mármoles que portan su nombre.

Estas acusaciones también provocan que continúe otro mito: que los Emiratos Árabes Unidos no tienen una cultura propia.

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Hace dos generaciones, los emitaríes eran beduinos, nómadas del desierto cuya principal actividad económica era bucear en busca de perlas. Construían captadores de viento, entrenaban halcones y componían poesía. La cultura emiratí era rica pero la población era pobre. Ahora son ricos.

Vistos desde la perspectiva del dominio europeo, los emiratíes son gobernantes poco aptos. O tal vez los europeos sólo están celosos. El dinero del petróleo de los EAU pudo haber desaparecido en los fondos de las empresas de energía occidentales o en los bolsillos de líderes corruptos. En vez de eso, Sheik Zayed bin Sultan al Nahyan, el padre fundador de los Emiratos, construyó un estado benefactor generoso. Los ciudadanos emiratíes cuentan con educación, cuidados médicos y electricidad gratuitos, al igual que salarios generosos subsidiados por el gobierno. No pagan impuestos. Pero los extranjeros, que son el 90 por ciento de la población, no comparten estos beneficios.

En ocasiones me ha atrapado el sueño de Abu Dabi. Una tarde estaba parada dentro de la Gran Mezquita de Sheik Zayed, en el centro de Abu Dabi. Erigida en 2007, esta estructura gigantesca me hizo admirar su belleza. Su diseño recuerda la grandeza del arte islámico: su bóveda era como la del Taj Mahal, su estuco era marroquí, los mosaicos turcos, las columnas de oro en forma de palmeras al parecer eran futuristas. Era la personificación del cosmopolitismo del mundo islámico, lleno de vida gracias a este joven país.

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Para esta obra de arte, me reuní con varios emiratíes inmersos en la cultura. Ninguno quiso hablar públicamente. Eran encantadores, apasionados del arte y estaban orgullosos de su país. Pero cuando les pregunté sobre los trabajadores, fruncieron el ceño en señal de molestia. ¿Por qué seguía molestándolos la prensa?

Prefirieron hablar sobre la caridad: películas de Bollywood gratis, canastas de comida gratis en el Ramadán. El proyecto Box de Radisson Blu distribuye cajas de artículos de aseo personal. En su página de Facebook se muestra a un emiratí serio que le entrega una caja a un trabajador bangladesí triste. Está volteado para que se vea el logo ante la cámara.

La caridad puede darle fotos baratas para Facebook. ¿Pero de qué sirve si no le pagan lo suficiente a los trabajadores para que puedan comprar un jabón?

El equipo de relaciones públicas del Museo Guggenheim asegura, equivocadamente, que la mano de obra no representa un problema porque aún no se ha iniciado la construcción de la filial en Abu Dabi. Por el contrario, la UNY afirma que la mano de obra no es un problema porque técnicamente la construcción ya está completa. Yo vi a hombres trabajando en ambos lugares.

Andrew Ross, de Gilf Labor, hizo énfasis en que las responsabilidades de una institución no terminan con la construcción. “Si van a Saadiyat, podrán ver que la UNY es el único edificio terminado. Además de la villa de los trabajadores, no hay nada alrededor. Habrá construcciones en todo el lugar en los próximos 20 años”. Cuando solicité en el Guggenheim algún comentario sobre las condiciones de los trabajadores, el director, Richard Armstrond, no respondió a mis preguntas. La jefa global de comunicaciones, Eleanor R. Goldharm, me dijo que los trabajadores de la construcción eran subcontratistas.

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“El contrato principal para la construcción aún no se le ha otorgado al Guggennheim de Abu Dabi. Estamos trabajando en conjunto con TDIC para que se cumplan las leyes laborales que existen y los altos estándares en todos los aspectos del proyecto”, escribió Goldhar.

Nuestro mundo lo controlan los subcontratistas. ¿Cómo iban a saber los clientes lo que estaban haciendo? Es decir, además de que todo era demasiado barato para ser cierto.

***

“Según Ford, puedes tener el carro que quieras siempre y cuando sea negro. En los Emiratos Árabes Unidos pueden hacer lo que quieras, siempre y cuando sea un edificio. Pero no pueden con la libertad de expresión o los derechos humanos”, me dijo Ahmed Mansoor en el cuarto trasero de un restaurante en Dubái.

Mansoor, ingeniero por oficio, pasó cerca de ocho meses en la cárcel en 2001 por crear un sitio web donde los emiratíes podían hablar francamente sobre política, religión y cultura. En cierto momento fue el foro público más popular del país.

Mansoor y sus defensores, conocidos como los UAE5, fueron arrestados por “insultar públicamente” al presidente, vicepresidente y príncipe heredero de Abu Dabi. Al mismo tiempo, el gobierno organizó una campaña de desprestigio en la que sobornó a algunos jeques para que denunciaran a Mansoor. Uno de sus defensores era catedrático en la Sorbona.

En la cárcel, los guardas le dieron a Mansoor una silla de ruedas tejida con tela infectada. Contrajo escabiosis. También le negaron por meses a que viera a un dermatólogo. Después de casi ocho meses de encarcelamiento, Mansoor y sus defensores comenzaron una huelga de hambre de 16 días que al final condujo a su indulto. Aún no le han devuelto su pasaporte.

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Desde que dejaron libre a Mansoor, ha sufrido una serie de coincidencias desafortunadas. Ha sido atacado dos veces por malhechores, una vez lo golpearon brutalmente en la cabeza. También desaparecieron 40 mil dólares de su cuenta bancaria y le robaron su auto. La policía aún no ha encontrado a los culpables de estos crímenes.

Cuando le pregunté sobre las instituciones culturales occidentales que se están construyendo en Saadiyat, él me respondió: “Todos estos edificios impresionantes y sus largos nombres son para ocultar la parte fea… Los artistas en todo el mundo valoran la lucha humana por la libertad. Los Emiratos Árabes Unidos sólo compran la imagen”.

¿Se puede tener arte sin libertad? Los objetos espléndidos se hacen para el que pague más. Las ideas retadoras requieren de algo más, algo que a los Emiratos no les interesa dar.

Una mañana Ibrahim me llevó a un mercado en Musaffa, una ciudad portuaria al sureste de Abu Dabi. Los albañiles que sudan por 170 dólares al mes pasan su día libre yendo a Dubái a comprar memorias USB o sandías que después venden a otros trabajadores en otros mercados del lugar. Con esto ganan diez dólares extra en un día. Un hombre vendió muñecas a los trabajadores para que se las mandaran a las hijas que habían abandonado. Todos los vendedores dijeron que estaban ahí porque su salario era muy bajo. No, no descansan. Sí, están exhaustos.

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Mientras más nos adentrábamos, encontramos ruletas caseras y porno. El mercado era ilegal pero lo toleraban. Más y más hombres se reunían a mi alrededor al tiempo que hablaba con los vendedores. En la Musaffa donde sólo hay hombres, una mujer bien podría ser un alien.

Le pregunté a un carnicero el precio de la cabeza de una vaca. La multitud gritó cuando unos policías encubiertos se lo llevaron arrastrando. Al parecer, el carnicero fue arrestado como castigo por hablar con una occidental. Con miedo de que lo arrestaran, Ibrahim sugirió que nos fuéramos del mercado rápidamente.

“Me iré de este maldito país. No quiero volver nunca en mi vida a Oriente Medio”, dijo Ibrahim cuando íbamos saliendo del mercado. “Es una cárcel. La gente ve los edificios más altos del mundo pero no a las personas que los construyen”.

***

“No tengo nada que ver con los trabajadores”, dijo Zaha Hadid, la arquitecta estrella detrás de uno de los fantasmagóricos estadios de soccer en Qatar que se están construyendo para la Copa Mundial del 2022, cuando The Guardian le preguntó, en febrero de 2014, sobre la muerte de 882 trabajadores que construían su diseño. “No es mi trabajo como arquitecto revisar ese sector”. Hadid ahora diseña el Centro de Artes Escénicas en Saadiyat.

Los museos occidentales yacen sobre cementerios metafóricos. Los templos del arte siempre se han construido con las manos de los pobres. El Louvre en París cuenta su historia en voz pasiva en su página web: “Fue construido al oeste de la ciudad”; “las alas que comenzaron con Luis XIV fueron parcialmente terminadas”. ¿Pero qué hay de los campesinos que sudaron y murieron durante la construcción?

Los defensores de las instituciones occidentales en Abu Dabi tienen razón en una cosa: no son los únicos. Los abusos laborales en el Louvre y en la UNY son los mismos que ocurren en todo el territorio de los Emiratos. Los EAU no son el peor país para los trabajadores en el Golfo, y el Golfo no es la peor región del mundo para los trabadores. La mayoría de los países se sostienen a sí mismos con la mano de obra de gente desechable y pasajera. Quizás esto no sea oficial, como en Estados Unidos (cuya industria agrícola colapsaría de la noche a la mañana sin migrantes indocumentados), o quizá sea una actividad institucionalizada, como en los Emiratos.

“El capital es mundial y debe su alcance a que replica el mismo modelo en todos lados. Gulf Labor pelea por un estándar laboral justo, humano y global, y regulaciones migratorias que lo acompañen”, dijo Naeem Mohaiemen, un artista bangladesí que reside en Nueva York y que es miembro de Gulf Labor. “Los resultados podrían ser asombrosos. Si Saadiyat implementara los derechos laborales y migratorios de estándar mundial, podría convertirse en un precedente para implementar los mismos estándares en la región entera. Luego la gente preguntaría sobre la mano de obra migrante en Malasia, en Texas, etcétera”.

***

En mi último día, Ibrahim y yo condujimos hacia el sitio de Guggenheim en Saadiyat. Aunque Ibrahim estaba cansado, sonreía.

Después de casi un año en los Emiratos, ya había pagado su deuda con los reclutadores. Una vez que termine su contrato, será libre.

Entrevistamos a Vitjay,* un trabajador que construye un túnel que irá al Guggenheim. Su grupo de compañeros está preparando la infraestructura del museo. Creemos que es el primer trabajador del Guggenheim que habla sobre las condiciones de trabajo en ese lugar. Se sentó en la parte trasera de nuestro auto y tomó mucha agua. Envolvió su cabeza con tela mojada. Su piel estaba empapada en sudor.

Vijay llegó a Abu Dabi en 2004. Su familia ganaba lo indispensable cultivando vegetales en una pequeña granja que era de su propiedad, cerca de Chennai, India. Vijay tiene tres hermanas. Ya que es el único hijo, su padre decidió que iba a trabajar en el Golfo. La familia de Vijay juntó 2,100 dólares para pagarle a un reclutador.

En 2008 su salario llegó a ser de 435 dólares al mes.

Después llegó la crisis financiera de 2008. Con el pretexto de que había menos trabajo, la empresa de Vijay le bajó el salario base mensual a 217 dólares (hasta 326 con horas extra), aunque su horario siguió siendo el mismo. Desde entonces no ha recibido ningún aumento.

“Algunos días empiezo a las 7AM. Nunca sé cuándo termina mi turno. A veces trabajo hasta pasada la media noche, a veces duermo sólo dos o tres horas”, me dijo. “Y aún así no podemos quejarnos”.

Vijay trabaja siete días a la semana. En ocasiones, su empresa retiene los salarios por meses, en especial si los trabajadores van de visita a su hogar. Él cree que la empresa está engañando a los trabajadores en las horas extra al negarles el acceso a los libros de contabilidad en los que están marcadas sus horas.

“No sé cuánto tiempo más pueda aguantar esto. Mi cuerpo está a punto de rendirse pero no puedo dejar mi trabajo porque soy responsable de mis hermanas”, me confesó. Vijay sueña con casarse en India y regresar a la modesta granja familiar en Chennai. Pero antes quiere obtener una licencia para conducir un minibús. A los choferes se les paga mejor y no trabajan bajo el sol, y están sentados.

Una curadora emiratí me dijo que estos museos son “el regalo de Abu Dabi para la región”. Se negó a hablar públicamente porque estaba segura de que mi artículo iba a mostrar los problemas de los Emiratos. Pero ella está equivocada sobre quién da el regalo. Saadiyat es un “regalo” de Vijay, Tariq e Ibrahim para los Emiratos, de todos los hombres que han construido esta ciudad con sus manos. Sin embargo los nombres de los migrantes nunca se graban en las listas de los donantes.

En pocos años se abrirá Saadiyat a los negocios. Los artistas y los mecenas se mezclarán en las fiestas de las inauguraciones en el Louvre y el Guggenheim. Estos edificios nuevos brillarán como la luz de las estrellas. Pero Vijay no va a asistir. Va a estar trabajando en algún otro lugar para terminar de pagar su deuda.

*El nombre fue cambiado.