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La plaga

La peste bubónica contraataca (Parte 2 de 3)

Cuando llegué al aeropuerto de Antananarivo, lo primero que llamó mi atención fue el olor. No era exactamente un olor fétido, era más una pesadez en el aire que estuvo presente durante todo mi viaje.

Michel Ranjahaly, de la Unité Peste, agarrando a una posible portadora de la plaga afuera del Instituto Pasteur. Foto por el autor.

Lee la primera parte de La peste bubónica contraataca aquí.

Yo nací en el año de la rata. Cuando era niño, veía los manteles decorados que estaban debajo de los platos de dumplings y fideos con cerdo en los restaurantes chinos y me sentía orgulloso de ser una rata. Es el primer animal en el horóscopo chino, como Aries, mi signo zodiacal. No interpretaba a este animal como un adulador y sucio ruin, sino como un sobreviviente que se guía por sus instintos y trabaja arduamente. Aún así, la mayoría de la gente no comparte mi opinión con respecto a las ratas. Para que te consideren despreciable se necesita estar en una posición muy baja en el reino animal. Aunque me atrevo a decir con mucha razón que las ratas están arriba de las cucarachas en la escala humana de la tolerancia animal, es evidente que están por debajo de los cuervos, los murciélagos y hasta de las palomas. La musofobia se remonta a las primeras etapas de la civilización, cuando las ratas treparon por primera vez los depósitos de granos, se metieron en ellos y contaminaron las reservas de comida.

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Desde entonces se les ha temido porque contagian una gran variedad de enfermedades, como la fiebre por mordedura de rata, la criptosporidiosis, la fiebre hemorrágica viral, la leptospirosis y, por supuesto, la plaga, que es por mucho la más aterradora de todas las grandes enfermedades epidémicas. En el transcurso de la historia, la plaga se ha ganado una serie de alias que transmiten su potencial para el poder destructivo (la muerte negra, la peste negra, la gran mortalidad, la gran pestilencia, la gran plaga, la muerte roja), pero la mayoría la conoce como la peste bubónica y muchas cosas se asocian a ella: las moscas, grupos nómadas de flagelantes enloquecidos latigándose a sí mismos, El triunfo de la muerte de Brueghel, Monty Python y, naturalmente, las ratas que propagan enfermedades.

Claro, hay mucho más que aprender de la plaga de lo que a la gente le interesa saber. En realidad sólo depende de qué tan curioso seas. Me entusiasmé por la Edad Media, como muchos estudiantes de secundaria obsesionados con la fantasía. Gracias a eso, surgió en mí un interés específico en la plaga por una razón en especial: su estatus como el asesino más mortal en la historia humana. Desde que se registró por primera vez entre los filisteos en el año 1320 AC, ha provocado un estimado de 300 millones de muertes y hasta el momento no existe una vacuna confiable. La bacteria Y. Pestis ha probado ser imposible de erradicar y es seguro que va a seguir existiendo mucho después de que nuestra especie se extinga.

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“Es una enfermedad para un momento y un lugar específico”, me dijo por teléfono antes de mi viaje el doctor Tim Brooks, un epidemiólogo especializado en la plaga, del Departamento de Salud Pública de patologías extranjeras y raras en Inglaterra. “Pero en realidad ahora no es su época”. Aunque aún no sea el momento para la plaga, eso no significa que no aproveche su tiempo en la sala de espera. De hecho ha habido tres pandemias mundiales de esta enfermedad. La primera en el siglo 6, luego la Peste Negra en 1347 y finalmente la tan afamada Tercera Pandemia, que comenzó en el siglo 19 y, depende de qué tan cínico sea tu epidemiólogo, puede que aún ocurra en menor magnitud en todos los continentes hoy en día. Incluso Estados Unidos, reporta cerca de siete casos al año, la mayoría en la parte oeste del país. Tan sólo el mes pasado, el Departamento de Salud Pública y Ambiental de Colorado reportó que un hombre de Denver y otros dos habían contraído la plaga pulmonar, mientras que una cuarta persona también la padecía pero de manera más sutil. (Lo más probable es que se haya originado por las pulgas que mordieron al perro del primer hombre).

Hay que admitir que el número de casos reales en el siglo 21 es bajo. La plaga casi siempre se cura con antibióticos baratos, como la doxiciclina, que te receta el doctor cuando tienes una infección en las vías urinarias. Mi doctor me explicó qué hacer si creyera que me contagié con la plaga y me aseguró que era casi imposible morir debido a ésta si actuaba de forma inmediata.

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El “casi” fue lo que me preocupó. Me imaginé cómo serían los últimos días de mi vida si de algún modo me contagiara con la plaga en una aldea remota de Madagascar y me enfermara tan rápido que no pudiera buscar ayuda. No es que las enfermedades deban reconocer y respetar la dignidad humana, pero en mi opinión, la plaga parecía diseñada para degradar y hacer agonizar a las víctimas. Así funciona: en los casos en que no se trata, el periodo de incubación es de entre dos y seis días y lo acompaña un arranque repentino de síntomas agresivos de gripa. Se forman llagas dolorosas y rosadas alrededor del área de las ingles, las axilas o el cuello. La gangrena hace que tus extremidades se tornen negras toses y vomitas sangre.

La peste bubónica es la más común entre los tipos de esta enfermedad. Este nombre viene de inflamación o “bubón”, que a la vez hace referencia a la palabra griega “bubon” (tumor en la ingle). Es posible que la plaga neumónica sea una consecuencia directa de la forma bubónica que ocurre cuando la enfermedad alcanza los pulmones y empieza a propagarse como la gripa. La tercera forma de la enfermedad, la plaga septicémica, es la menos común y ocurre cuando la sangre se infecta directamente.

Sea cual sea la variedad de la plaga, la víctima presenta ataques recurrentes conforme avanza la enfermedad. Confusión por la pérdida de memoria, coma y hemorragia interna. Sin un tratamiento, la peste bubónica tiene entre un 40 y un 60 por ciento de tasa de mortalidad en cuatro días. La forma neumónica, que se propaga como la gripa, tiene una tasa de mortalidad más alta (cerca del cien por ciento) y actúa más rápido que su prima bubónica. Si no se trata, mata a sus huéspedes humanos en sólo unos días.

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La condición que se asocia con más frecuencia a la plaga es, por supuesto, el bubón: los ganglios linfáticos inflamados que se han descrito a través de la historia como pápulas, espinillas, ampollas y bilis. La descripción en general acertada de Giovanni Boccaccio en El Decamerón, de 1353, resume poéticamente cómo es experimentar la plaga:

[…] nacían a los varones y a las hembras semejantemente en las ingles o bajo las axilas, ciertas hinchazones que algunas crecían hasta el tamaño de una manzana y otras de un huevo, que eran llamadas bubas por el pueblo. Y de las dos dichas partes del cuerpo, en poco espacio de tiempo empezó la pestífera buba a extenderse a cualquiera de sus partes indiferentemente, e inmediatamente comenzó la calidad de la dicha enfermedad a cambiarse en manchas negras o lívidas que aparecían a muchos en los brazos y por los muslos y en cualquier parte del cuerpo, a unos grandes y raras y a otros menudas y abundantes. Y así como la buba había sido y seguía siendo indicio certísimo de muerte futura, lo mismo eran éstas a quienes les sobrevenían. […]

En 1894, durante la Tercera Pandemia, Alexadre Yersin, un físico y bacteriólogo francés, determinó que la causa de la plaga era el antes desconocido bacilo pestis. Como es costumbre en la práctica científica, después se nombró a la bacteria en su honor: Yersinia pestis.

Antes de ir a Madagascar, supuse que los datos crudos y escalofriantes de la enfermedad iban a dejar que la historia se escribiera sola. Cuando hablé con mis amigos y mis colegas sobre el reportaje, siempre obtenía dos respuestas contradictorias. La primera era confusión de por qué tanto alboroto (si sólo mata a unos cuantos miles de personas al año, ¿qué tan peligrosa es en realidad?) y la segunda era la conmoción de que aún existiera.

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Todos saben sobre la plaga en las ciudades de Madagascar. Saben que amenaza constantemente con destruir el orden social de las ciudades y las aldeas. Saben que sólo se necesita una combinación perfecta de suciedad, basura, ratas y sistemas inmunológicos debilitados para desatar una epidemia que podría extenderse fuera de la isla y propagarse a la costa de África.

La historia nos ha enseñado que cuando hay suficientes infectados como para que se clasifique la plaga como “brote” ya es muy tarde. Algo ha hecho que Madagascar sea en este momento el país más vulnerable del mundo de sufrir un brote serio. Yo quise saber qué era ese algo.

Rasoa Marozafy y su esposa, Veloraza, contrajeron la plaga durante el otoño de 2013.

Cuando llegué al aeropuerto internacional Ivato en Antananarivo, lo primero que llamó mi atención fue el olor. No era exactamente un olor fétido, era más como una pesadez en el aire que estuvo presente durante todo mi viaje. Hubo momentos en los que se volvía más fuerte debido a fragancias más intensas —como la hediondez similar a la leche cortada que proviene de la basura, o el olor del sudor humano similar a los pedos de huevo frito— pero siguió siendo el pan de cada día para mi nariz, como si todo el país estuviera dentro del torno de un alfarero.

“La forma de Madagascar se parece a una huella de un pie izquierdo gigante con un gran dedo gordo apuntando ligeramente hacia la derecha y al norte”, escribió Sir Mervyn Brown, el embajador británico del país en 1970. El país mide 1,609 kilómetros de longitud, y 563 kilómetros de ancho. Su clima es tropical en la costa. Durante el verano, el clima es tibio y húmedo. Durante el invierno es fresco y seco.

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Hace cerca de 88 millones de años la isla se separó del supercontinente Gondwana, y con el tiempo se alejó hasta quedar a 402 kilómetros de la costa de Mozambique. Es uno de los pocos lugares en la Tierra que ha preservado su propio ecosistema. Más del 75 por ciento de la flora y fauna de Madagascar son endémicas de la isla. Aunque muchas de estas especies ya están extintas debido, en gran parte, a las técnicas de tala y quema para el cultivo que llevaronlos primeros colonos de la isla y que aún se siguen utilizando.

El país está poblado por habitantes de piel oscura, descendientes de los antiguos indonesios que navegaron 8,046 kilómetros a través del Océano Índico en elegantes canoas polinesias y llegaron a la isla alrededor del siglo 9. Ellos no se consideran africanos y hablan un idioma tradicional malagache y francés, un remanente de la época colonial. En el siglo 20, Francia unificó a la isla bajo solo gobierno. Los primeros casos registrados de la plaga se presentaron poco después, primero en los barcos mercantiles y luego avanzaron hasta el la ciudad portuaria de Toamasina. Para el año 1921, la enfermedad se había vuelto endémica en los roedores y en los mamíferos pequeños de las Tierras Altas. Desde entonces, la plaga ha estallado aquí y allá, principalmente como un fenómeno rural y muy rara vez se extiende a las zonas urbanas.

Debido a una interacción compleja entre factores naturales y socioculturales, es casi imposible erradicar la plaga de Madagascar. Según un informe realizado en 2013 por la Biblioteca Nacional de Medicina de EU, el alto porcentaje de animales que portan la enfermedad son la base del contagio, y las condiciones sociales y económicas propician aún más el contagio periódico a los humanos.

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Los brotes de la plaga en Madadascar ocurren generalmente en las aldeas a una altitud de 792 metros sobre el nivel del mar y pueden estar relacionados con las actividades de los campesinos. La infraestructura agrícola de las Tierras Altas proporciona tres hábitats distintos para que la plaga se desarrolle: la casas en la cima de la montaña, los setos plantados alrededor de los corrales del ganado y los campos de arroz irrigados de las zonas bajas. La escasez de los alimentos y cultivos pueden servir como un detonante que provoque que la población de ratas disminuya drásticamente y, por el contrario, que las pulgas prosperen. Sin las ratas, que son su fuente principal de alimento, las pulgas se ven forzadas a buscar otros mamíferos, como los humanos, para que sean sus huéspedes.

En el norte de Madagascar, la plaga toma fuerza entre octubre y abril, que es cuando la temporada de calor y lluvias garantiza que la temperatura no bajará de los 21o C. La humedad constante actúa como un incubador para la Xenopsylla cheopis, mejor conocida como la pulga de la rata oriental, la portadora principal de la plaga.

Para agravar la dificultad de controlar la población de pulgas durante la temporada lluviosa, la nueva investigación que realizó la Biblioteca Nacional de Medicina del país sostiene que la bacteria de la plaga puede sobrevivir bajo tierra entre brote y brote gracias a que las ratas se infectan unas a otras cuando escarban en tierra contaminada. Aunque la investigación sigue en su etapa preliminar, se ha demostrado que el bacilo Y. Pestis es capaz de sobrevivir bajo tierra por, al menos, 24 días en condiciones óptimas.

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Mientras que la plaga es por excelencia el chivo expiatorio de la peste, los humanos son los verdaderos culpables. En las aldeas, las cosechas seguido se almacenan en las casas para evitar que las roben, y eso atrae a las ratas y las pulgas. La deforestación causada por los taladores clandestinos, un problema que ha estado siempre y que sigue creciendo en Madagascar, obliga a que las ratas del bosque se vayan a las aldeas. A partir de ahí, si se suman las condiciones de pobreza y los migrantes del campo que intentan huir de esas condiciones, se obtiene con facilidad un brote en las comunidades que no habían sido infectadas en el pasado.

Lo más escalofriante es que las prácticas funerarias malgaches tradicionales ayudan a garantizar que la peste se siga expandiendo incluso después de que entierren a las víctimas. La mayoría de los difuntos en Madagascar son enterrados en criptas y luego exhumados de vez en cuando para la ceremonia de Famadihana, que se traduce como “rotación de huesos”. A veces se reporta un aumento en la actividad de la plaga después de estas ceremonias de exhumación y llega a ser tan problemático que el Ministerio de Salud ha dado instrucciones recientemente de esperar por un periodo de siete años entre la muerte y la exhumación de las víctimas de la plaga.

A pesar de estas medidas y de la evidencia que la plaga podría estar aumentado, el gobierno malgache dejó de dar seguimiento a las cifras de la plaga en 2006, debido a falta de recursos. Ahora sólo queda una fuente confiable que aporta datos médicos y biológicos de la plaga en Madagascar: la Unité Peste o Unidad Antiplagas, del Instituto Pasteur de Antananarivo.

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El Instituto Pasteur fue en lo que se convirtió el Instituto Bacteriológico que estableció el gobierno colonial francés en el siglo 20 y sufrió después muchos otros cambios. Por mucho tiempo ha sido crucial para el seguimiento de las enfermedades contagiosas en el país. La privatización subsecuente del organismo de salud garantizó su autonomía y su estatus como la última línea de defensa contra la plaga en Madagascar, un país con recesión económica. Visitar ese lugar era de suma importancia si quería entender qué tan grave podría ponerse la situación.

Andavamamba, una favela en Antananarivo cuyo nombre significa “La boca del cocodrilo”.

"¡Hay una pulga!”, gritó Michel Ranjahaly, un laboratorista joven que trabaja en la Unité Peste, desde la plataforma de una mesa de autopsias al aire libre.Acababa de romper el cuello de la rata con un par de pinzas relucientes y plateadas. Después abrió su esqueleto con un escalpelo y unas tijeras, y utilizó pinzas más pequeñas para extraer su hígado de un pequeñísimo rollo de órganos.

Mientras que Michel raspaba el pelaje de la rata destripada con un cepillo de bolsillo, la pulga cayó dentro de un tazón pequeño. Algunos de los técnicos retrocedieron por instinto y levantaron su mano como señal de respeto mórbido por la devastación potencial que esta pequeña pulga era capaz de provocar. Le pregunté a Michel si era posible que esta pulga que estaba en la rata oriental fuera portadora de la peste. “Sí”, respondió, “porque bebe la sangre de la rata. Es posible que la sangre porte la bacteria de la peste”.

En esencia, la Unité Peste se conforma por un equipo de bribones atraparratas duros de matar que llevan a cabo su trabajo con una seriedad letal. Probablemente tengan el peor empleo del país al ser el único grupo oficial que se dedica a combatir la plaga en Madagascar. Sus días consisten en viajar a zonas remotas y peligrosas donde el objetivo principal es atrapar ratas que puedan estar infectadas y realizarles autopsias para buscar signos de la enfermedad sumamente contagiosa.

Después de recorrer las instalaciones, me invitaron a colarme en una de las misiones de búsqueda y captura de la Unité Peste. En cuestión de horas estaba arrastrándome a cuatro patas entre la maleza en los alrededores de Antananarivo, cazando ratas que tal vez estuvieran infectadas con una de las enfermedades más devastadores conocidas por el hombre. Nuestras herramientas de campo consistían en una pluma y papel para tomar notas, carnada de trocitos de pescado y dos trampas para ratas con dos puertas hechas con malla resistente a la oxidación que el equipo esconde entre la maleza, donde se quedaron toda la noche. Con suerte, habría ratas vivas cuando revisáramos las trampas al día siguiente.

Toda las personas con las que platiqué en Madagascar se veían preocupados por la plaga. Sentí un temor subyacente de que, si la enfermedad llegaba a la capital, las consecuencias serían catastróficas porque las grandes multitudes provocarían que se propagara mucho más rápido que en el campo. Este miedo también lo tenía toda la Unité Peste, incluyendo a su jefe, el doctor Christophe Rogier, un hombre alegre con un acento francés muy marcado y la cabeza rapada, quien es el director del Instituto Pasteur.

“Es urgente recaudar fondos para controlar esta enfermedad” me dijo cuando lo visité en su oficina de Antananarivo. “Porque ocurre especialmente en las zonas desatendidas, a donde no va ningún político, a donde ningún médico quiere ir porque están muy lejos. La enfermedad es un peligro para la población. De hecho, como la gente se desplaza, es un peligro para todos. Hay más ratas en la ciudad que en las zonas rurales. Las ratas tienen más contacto con la población y las casas están repletas de personas, por lo que creemos que la propagación de la plaga entre humanos sería mucho más rápida en la ciudad de lo que es en el campo”. De pronto, la peste negra, la enfermedad que diezmó las ciudades más grandes de Europa en la Edad Media, ya no parecía tan insondable.

Las favelas de Antananarivo tienen muchas características en común con las ciudades medievales sobrepobladas que prácticamente fueron arrasadas a mediados del siglo 14. De entre una población de dos millones, decenas de miles de familias en pobreza extrema de Antananarivo viven en cobertizos destartalados hechos de lona y brotes de bambú y no tienen acceso a agua potable ni alcantarillado en el interior de sus hogares.

“Si la plaga llegara a las favelas”, me dijo Rogier, “podría haber decenas, cientos o miles de casos”. Es una situación que podría causar que este país, que ya está lleno de problemas, se convierta en un Estado fallido.