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La pura puntita

La pura puntita: La ciudad del soul

Crónicas de Hermosillo.

Te traemos adelantos, reseñas y entrevistas de los libros que te ensartarán el la mesa de novedades.

Escritor, reportero, autor de varios libros en diversos géneros: cuento, crónica, entrevista, novela, con los que ha obtenido algunos premios. Con Matar (Nitro/Press, 2013) mereció el premio del Concurso del Libro Sonorense en la categoría de crónica en 2010. La ciudad del soul es un libro de crónicas recién publicado por una de nuestras editoriales favoritas: Nitro/Press.

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Pase a la final

Llegaba a veces muy de mañana. Venía aún con el zumo de la fiesta. Su sonrisa inquebrantable. Llegaba y tocaba en la ventana que da al cuarto donde yo dormía. Me despertaba con un grito, también inquebrantable. Me estrechaba la mano en cuanto me asomaba, en ese tiempo decíamos: "Venga esa vaisa". Después nos íbamos a los campos del vado o a la Sauceda, a patear balones.

Podría contarlo como si fuera hoy.

Nos divertíamos momentos previos al partido platicando sobre la noche anterior y el dancing en el barrio, sobre la quinceañera, el bautizo, la boda, la despedida, lo que fuera. Asistíamos siempre puntuales. La fiesta era nuestro oficio.

Nos desvelábamos con caguamas y palabras, canciones desde una grabadora sonando oldies y también cumbias. Pasos de baile, siempre los mismos. Recorríamos callejones, visitábamos camaradas. Un día, un compa nos prestó una carretilla, en ella trepamos un estéreo de carro, dos bocinas Pioneer, un ecualizador, metimos un casete de Los Cadetes de Linares. Le dimos serenata a su jefita. Dos coronas a mi madre. Luego a las otras jefas, las del cerro, las de los callejones.

Estoy diciendo que quien llegaba a despertarme era el Julio, tú te acuerdas, el del pelo chino, el que por temporadas se iba a Puerto Peñasco a trabajar en los barcos camaroneros. Un chingo de aventuras de mar adentro las que nos contó.

Llegaba y me pedía las espinilleras, o un short porque "Se me olvidó lavar el mío", decía. Así se la aventaba y ya de camino al campo prometía que ahora sí metería un par de goles. Casi siempre lo cumplía.

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Hubo una vez que el Julio, ya con el zumo más intenso que otros domingos, me dijo que parecía que la cabeza le iba a estallar. Nomás llegando a la Sauceda, con un sprint que te avientes, te alivianas, le dije.

Ese domingo era el preámbulo de la final, si ganábamos, nos íbamos por la grande. Y todos queríamos levantar el trofeo. Porque defendíamos el nombre del barrio, no hay cosa más linda que jugar al futbol con el barrio, el barrio, el barrio.

Pues ahí vamos dándole "a pincel" hacia la Sauceda. Nomás llegamos y nos vio el Chapito, el más carrillero de la porra, al notarle el carón que traía el Julio, se le fue encima: "Te apuesto a que no metes ni un gol". El Julio, siempre respondón, le cazó la apuesta, nomás de palabra, doscientos pesos, y unas cheves encima.

Pinchi sol caía como chingadazo. Nos pusimos los veintidós en la cancha, yo jugaba por el izquierdo, el Julio al mero centro, arriba. Desde las gradas el Chapo traía cocido, más que el sol, a mi compa, y su dolor de cabeza se multiplicaba. Se aventó algunos swing al balón ese domingo.

De repente el Julio se acercaba a la banda para decirme que no la hacía, que por lo menos un Alka-Seltzer debió de haberse tomado. "Y pa'cabarla de chingar, ahora vino la morra aquella". Nomás señalaba con la mirada y ya entendía yo, y pues también se me ponía un carón. Me daba vergüenza que vieran así a mi carnalito.

Nos comunicábamos con señas, el Julio y yo. Cada vez que me caía un balón, yo lo soltaba al centro, con ganas de que le cayera en la derecha a mi carnal y le pegara como sólo él lo hacía. Porque el Julio, lo que sea de cada quien, tenía lo suyo.

¿Por qué hablo en pasado, si lo vivo como si fuera hoy? Podría narrarlo en presente. Bueno, al rato se los digo. Estábamos conversando mi compa y yo; ya para eso, el Raúl, el director técnico, nos había dicho que no platicáramos tanto, que ya era el segundo tiempo, que nos iríamos a extras si no anotábamos, y que a última hora nos la hacían gacha en los penales.

En eso estábamos, con el sol encima y el tiempo transcurriendo. Algo me estaba diciendo el Julio sobre la morrita, cuando en eso le advertí del balón, volteó en caliente, me puso la mano en el pecho para hacerme a un lado, estábamos en media cancha, se había cobrado un tiro de esquina a favor del otro equipo. Clarito miré cuando el Julio cerró los ojos, le metió el empeine al balón que iba cayendo, qué bonita esfera volando para llegar a incrustarse en el puro ángulo de la portería contraria.

Doscientos pesos y el pase a la final. Cero dolor de cabeza. Y al Julio los demás no lo alcanzábamos, todos queríamos tocarlo de tanta felicidad.

Ahora que recuerdo lo miro correr en el campo y mentarle la madre al Chapo por culero. Y ahora que recuerdo, sé porqué hablo en pasado. Porque un día vinieron a decirme que al Julio lo mataron en el barrio. Créanme que yo tampoco lo creo.