FYI.

This story is over 5 years old.

Sports

Las olimpiadas son extrañas

Pero refrescan nuestra viciada relación con los espectáculos deportivos.

Piensa en alguna experiencia deportiva que hayas tenido en tu vida. Cualquiera: jugando un partido de básquet o corriendo en una competencia; crudo en tu sillón viendo el golf; viendo un partido de futbol americano, golpeando una pelota de tenis contra la pared o viendo a una bola de comentaristas deportivos hablando sin parar y al mismo tiempo. Bien, pues las olimpiadas son todo lo contrario.

Esto no quiere decir que sean mejores o peores que todo lo anterior. Sólo implica que las olimpiadas son incalculable, intencional e irreductiblemente más extrañas que todo lo demás en el mundo del deporte. En parte, esto se debe a algunos de los extraños deportes que se juegan en las olimpiadas; no estoy hablando de cosas como la natación y el atletismo, deportes que a la persona promedio le interesan sólo cada cuatro años, sino de cosas como el tiro con arco y el bádminton, que a nadie le importan, nunca. Lo que hace que las olimpiadas sean tan confusas es que la olimpiadas siempre son un evento increíble y aterradoramente caro, sumergido en un éter de marcas y orquestado por comerciantes.

Publicidad

Si la magnificencia/vibra de las olimpiadas siempre se ve y se siente extraña (la sublimación banquera y la grandilocuencia de Mitt Romney durante los juegos de invierno de Salt Lake City en 2002; la excesiva mala preparación y la palpable desesperación de Atenas en 2004; la perturbadoramente autoritaria coreografía y la vibra de estar sonriendo a punta de pistola en Beijing en 2008) esto se debe en gran parte a que la élite es quien controla los juegos, y a que las marcas buscan transformar el evento en ganancias. Hace falta una clase especial de grandiosidad y arbitrariedad colosal para organizar la olimpiadas: Romney, por ejemplo, lo considera el más grande logro de su vida, al grado que escribió un enorme autotributo sobre su trabajo en los juegos.

La gente detrás de las olimpiadas en Londres (aquellos sobre los que Romney se cagó justo antes de la ceremonia de inauguración, para demostrar su intransigente visión sobre lo que implica tener una conversación vanguardista) adoptó un estilo más autoritario. Vieron la unión del mundo bajo el espíritu de una competencia amistosa como la oportunidad para someter a los pobres locales a un despiadado cambio de uso de suelo, a la colocación de misiles tierra-aire sobre edificios residenciales, a la compra de equipo de vigilancia súper avanzado, y la cereza en el pastel, una mascota que parece el ojo de Mordor en la cabeza de un pene. El intento de la omnipresente publicidad por convertir la legítima trascendencia deportiva de los juegos en una oportunidad para deleitar a tu Campeón Interior a un nuevo juego de ropa deportiva o a una nueva camioneta es casi exquisito, en comparación con ciertos aspectos estéticos del evento.

Pero, por más aburrido, conocido y poco atractivo que esto sea, las olimpiadas también son un contrapunto alegre a todo eso, con las competencias mismas. Aunque las olimpiadas como producción sigan siendo tan decepcionantes (una película para niños de diez mil millones de dólares, pensada por robots alienígenas que no saben lo que es un niño y cuya sola intención es vender anuncios), sigue siendo una de las experiencias deportivas más extrañas y divertidas del mundo. Gracias a internet, puedes verlas todo el día; y el hecho de que remplacen la sección financiera de muchos noticieros, siempre se agradece.

Y gracias al hecho de que las olimpiadas consisten en ver deportes que casi nunca vemos, con deportistas que desconocemos; pasar unas horas viéndolas siempre es un reto (suponiendo que algo que se puede hacer echado en un sillón puede ser un reto). Dada la falta de práctica y de familiaridad con la reglas, los jugadores y las estrategias, no sabemos cómo apreciar los clavados, el voleibol, la gimnasia, el remo. Ver la olimpiadas es extraño, de una forma poco usual, lo cual es un excelente contraste con la escena deportiva, generalmente predecible, y con la presentación del evento, un evento disciplinado de inautenticidad. A pesar de toda su rareza e inhumana pomposidad, los eventos en sí son todo un contrapunto: deportes complejos ejecutados de forma brillante por atletas desconocidos, y hechas con una gracia e imprevisibilidad que contrarresta la infame predictibilidad de los plutócratas y marcas, anfitriones de la fiesta.

@david_j_roth