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Música

Lo que Lou Reed me enseñó, por Legs McNeil

Ya fuera esperando a mi camello, o intentando correrme follando, o cualquier otra rareza privada demasiado vergonzante como para admitirla, Lou ya había estado ahí y había vuelto con una canción.

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Mucha gente que ha leído Por favor, mátame, el libro que escribí junto a Gillian McCain, no sabe que empieza con una pregunta de Lou:

“El rock&roll es tan genial que la gente debería empezar a morir por él. No lo comprendéis. La música os ha devuelto el ritmo para que podáis soñar. Toda una generación corriendo con un bajo Fender… La gente tiene que morir por la música. Ya mueren por todo tipo de cosas, ¿por qué no habrían de hacerlo por la música? Morir por ella. ¿No os parece bonito? ¿No querríais morir por algo bonito?"

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Nos pareció la forma perfecta de empezar un libro llamado Por favor, mátame, ¿no os parece? Pensé que sería una pregunta que vale la pena plantearse, sobre todo porque la base de todas las filofías es, “¿Ser o no ser?” Quiero decir, ¿por qué seguir? ¿La vida es muy mierdosa como para seguir adelante? La historia del punk es una especie de respuesta a la pregunta clásica de Lou.

Esa fue la gloria de Lou –nos enseñó lo mierdoso que es todo. Simplemente escuchad “The Kids,” del disco Berlin: “El sargento negro de las Fuerzas Aéreas / No fue el primero…” Él siempre me empuja a adentrarme más en las profundidades del infierno –tener todas las experiencias que la vida puede ofrecer, lo profundo y lo profano- antes de decidir dónde debo poner fin. Siempre me han fascinado las personas que han estado en lugares psíquicos que yo no he estado, como William S. Burroughs y Norman Mailer, por mencionar un par. Lou era alguien que conocía los verdaderos secretos de la vida, e intentaba sacar algo de verdad de ellos.

Lou fue fácilmente el artista más influyente de mi generación. Sí, los Beatles y los Stones eran más famosos, pero a emociones humanas y honestidad nadie le ganaba. Nunca conocí a una chica en un bar empapado en ginebra, y nunca una chica me volvió loco. ¿Me entendéis? Pero muchas veces, no sabía a dónde iba. Muchas veces la esperé. Muchas veces –if only, if only, if only

Lou extrajo la intensidad y la expresión de la pura desesperación. Ya fuera esperando a mi camello, o intentando correrme follando, o cualquier otra rareza privada demasiado vergonzante como para admitirla, Lou ya había estado ahí y había vuelto con una canción.

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Creo que John Cale lo clavó, y nunca más he escuchado a nadie definir el trabajo de Lou de una forma tan concisa: “La primera vez que Lou me tocó ‘Heroin’, me quedé atónito. La letra y la música eran lascivas y devastadoras. Además, las canciones de Lou encajan perfectamente con mi concepto de música. Lou tenía esas canciones que tenían un elemento de difamación continuo. Se identificaba mucho con los personajes que retrataba.”

Las canciones de Lou no iban sobre ser un yonqui –eran un yonqui. O resaca, o frustración. Rompió la cuarta pared. En Punk Magazine solíamos decir, “Demuestra, no cuentes.” En otras palabras, en vez de intentar escribir sobre punk, punk. Eso era Lou.

Una mañana en los ochenta, yo estaba escribiendo un artículo sobre la infiltración de crack en Centroamérica. De camino a desayunar en un diner en Virignia Occidental, recuerdo cantar “New Age,” de Lou Reed, esa canción que dice, “Puedes firmarme un autógrafo / Le dijo a la actriz rubia y gorda.”

Se rumoreó que la canción estaba dedicada al lío de Lou, la actriz Shelley Winters. La tarareé mientras caminaba por el parking. El día de antes, Jim Tynan y yo acompañamos a unos policías en unas redadas en las que arrestaron a unos camellos de crack jamaicanos. Estuvimos sentados en la parte trasera de la furgoneta llena de policías sudorosos y  pistolas desenfundadas, esperando a salir corriendo una vez la chica sexy en el asiento del conductor hiciera la compra. Yo siempre me sentaba detrás de Jim, ya que él era el que hacía las fotos, y también porque él era más grande que yo. Sabía que su cuerpo me protegería una vez las balas comenzaran a volar por todas partes. Vale, soy un cobarde, lo admito.

Estuve atrapado en mis pensamientos en el diner, aliviado por haber sobrevivido a las redadas sin haber recibido un disparo. De repente, una pueblerina gorda se giró hacia mí y soltó, “¡Eres un hombre malvado y horrible!” Me quedé estupefacto, hasta que se me di cuenta que pensó que le estaba cantando la canción. Ni siquiera me fijé en la letra, sólo era una canción que rondaba en mi cabeza: “Le dijo a la actriz rubia y gorda…” No podía decirle nada. Sonreí mientras se dirigía a su coche, pensando, Wow, incluso en Virginia Occidental, Lou me mete en problemas. Ése era su poder.

Sí, Lou me enseñó mucho. Y todo lo que tenía que hacer era escuchar.

Lou Reed, 1942—2013. DEP.