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Cultură

Los productos de ‘Breaking Bad’ están rebajando el legado del show

Tendrán el mismo destino que ‘Scarface’, y nos entristecemos por ello.

El primer garabato de Heisenberg, el narco de la metanfetamina, —el que sale en el primer episodio de la tercera temporada de la serie— anuncia la caída final de Walter White dentro de su alter ego. Es un boceto bastante simple que parece como si lo hubiera dibujado un niño de siete años, el garabato perfecto para rayar tu cuaderno de matemáticas cuando deberías estar aprendiendo lo que significa “radio focal”. Si puedes dibujarlo, entonces significa que estás bien informado.

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El problema es que su presencia en el mundo real es molesta y dominante. Los centros comerciales están llenos de mercancia hecha en China, las tiendas que usualmente venden artículos de One Direction, plumas de The Big Bang Theory y recuerditos deportivos, ahora también venden productos de Breaking Bad. La mayoría de estos productos tienen un efecto negativo en el legado del programa de televisión que ganó una gran cantidad de premios.

El primer boceto que vemos en un altar a la luz de las velas en "No Más" se ha vuelto el símbolo escaneado, pintado y plastificado de la membresía del club de fans de Breaking Bad. Junto a una colección de logotipos coloridos (es especial la frase Better Call Saul escrita en itálicas o el emblema de Los Pollos Hermanos), los productos de Breaking Bad hacen que el trasfondo tenebroso del programa se vuelva una selección corriente de objetos coleccionables que pintan la serie como una caricatura ligera. Diluyen la narrativa que trata sobre un cuento sombrío de lucha económica, drogas y enfermedades terminales para convertirla en termos para café y en una línea de moda desechable.

¿Cómo es que está obra maestra se volvió un basura comercial?

Ahora Heisenberg se vende por menudeo y es todo un éxito. Los gestores en tecnología de la información usan la cara de Bryan Cranston en sus pechos. Tu tía acaba de poner sus llaves en la mesa de la cocina y el llavero es justamente el ojo del oso de peluche rosa que todos conocemos. Hay tazas de café destinadas a apoyarse sobre los escritorios de los novatos universitarios. También hay versiones de peluche, en 2D, miniaturas y figuras a gran escala de Walt y Jesse que terminan de arruinar este maravillosos programa.

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Tal vez ése es el problema. A diferencia de la producción de metanfetamina en el Albuquerque de Vince Gilligan, al parecer no hay un proceso de selección o una ecuación científica y eficiente que separe las porquerías de los productos verdaderamente atractivos.

El resultado es una tienda en la que puedes comprar una cartera con la insignia de Vamonos Pest y una playera con una imagen que hace parodia al logotipo de Heineken y lo cambia para que diga “Heisenberg”. Una tienda en la que puedes ver una playera que diga “Keep Calm and Rave On" (Cálmate y sigue la fiesta) junto a otra que diga “Yeah —science, bitch!”

El extraño fenómeno de Breaking Bad es que representa un curioso equilibrio entre una comercialización jugosa y un logro intelectual, lo que significa que es una mina de oro y a la vez un indicador cultural. Si se compara a Breaking Bad con otros programas de televisión importantes en la década pasada —como The Wire, Los Soprano y Mad Men—, resulta que este programa contiene una sensibilidad caótica que prefiere escenas elaboradas y villanos pretenciosos y deja atrás el intelectualismo inquietante o el realismo social intenso. Debido a esto, no nos sorprende que no haya (y que nunca haya habido) figuritas cabezonas de Don Draper, Babybels de Stringer Bell o pufs con la cara de Tony Soprano.

Heisenberg y Jesse, con sus feísimos sombreros y sus frases que casi son lemas, piden a gritos que se utilice su imagen en fiestas de disfraces y posters de habitaciones de adolescentes.

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Sin embargo, el riesgo en esta estrategia actual de mercadotecnia (con toda esta basura calificada como “cien por ciento oficial”) es que Breaking Bad se olvide como un importante programa de televisión y que se recuerde como un tema más para las despedidas de solteros. Puedes comprar en el súper mercado un traje de protección contra materiales peligrosos con todo y la máscara, el par de guantes y la barbita de chivo. Olvídate de tener que arreglarte la barba, puedes comprar una barbita de chivo.  Parece que sólo es cuestión de tiempo antes de que haya una sección de descuentos llena de las figuras de acción de Breaking Bad en la parte trasera de un supermercado.

La llegada de Breaking Bad a todo el mundo como fenómeno televisivo moderno deja la sensación de que sacrificó el legado artístico y lo cambió por una posición irrevocable como ídolo. No deja de recordarnos que está presente pero no es necesario que lo veamos. Esto implica que tarde o temprano, los productos de Breaking Bad puedan terminar siendo un reemplazo hiperrealista del programa. Con el tiempo, las sudaderas, las bolsas de lona y los dulcecitos van a remplazar a los personajes y la dirección como los indicadores por medio de los cuales se mide la importancia del programa.

Es un destino similar al de Scarface, la incursión de Brian De Palma dentro del peligroso mundo de las drogas en Miami, una película que probablemente algún canal de televisión está transmitiendo con comerciales mientras escribo este texto. La presencia de los productos mal hechos que salen a la venta después de la películas (tanto oficiales como no oficiales) que se pueden ver en playeras con tallas equivocadas y fotografías bien encuadradas pero que terminan siendo unas horribles fotografías holográficas ha provocado que la gente asocie a la película con mundo adolescente antes de siquiera sentarse a verla. Todos conocen la frase “Say hello to my little friend!” aunque no hayan escuchado a Al Pacino decirla. Ya conocen es traje y esa playera.

Cuando Vince Gilligan dijo que quería que Walter White fuera una transformación de Mr. Chips a Scarface, seguro no se refería a esto. Claro, la expansión del culto por Heisenberg ha ido más allá de las cuatro paredes de un programa de televisión y le ha otorgado un espacio en nuestro conocimiento cultural. Sin embargo, la caricaturización de los personajes, la interpretación frívola del programa evidente en la mayoría de sus productos, amenaza su credibilidad a largo plazo.

Las únicas cosas que deberían tener en común Heisenberg y Tony Montana deberían ser las balas, la sangre y las drogas, no la frecuencia con la que sus rostros adornan una pancita chelera.