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Violenta CDMX

Los que piropean en la calle deberían ser destruidos

Ya estuvo de que nos acosen, no la chinguen.

Todo el día he traído esta canción en la cabeza, que dice: "Todos los chicos que violan deberían ser destruidos". No puedo estar más de acuerdo.

Ayer salí de las oficinas de VICE, en la colonia Roma de la Ciudad de México, alrededor de las 8:15 de la noche, rumbo a la Zona Rosa, donde me reuniría con unos amigos en un bar. Me fui caminando por avenida Monterrey, donde cruza con Insurgentes, para llegar a Chapultepec. Son alrededor de cinco cuadras de una avenida oscura, atestada de automóviles y con pocos peatones. A unos cuantos metros de empezar a caminar por la acera oriente, unos hombres, no sé si eran dos o tres, que iban en un camión de carga empezaron a chiflarme, atacarme y amenazarme verbalmente. "Mamacita, chiquita, no te hagas la que no me oyes". Caminé más rápido. Como el tráfico estaba muy pesado ellos avanzaban más o menos a la misma velocidad que yo. Al igual que millones de mujeres en México, estoy acostumbrada a ignorar los insultos de hombres desconocidos en la calle que gritan a los cuatro vientos que quieren tener relaciones sexuales conmigo en ese preciso momento, sólo porque no hay un pollo detrás al que puedan ultrajar y asesinar fácil y rápido. Sin embargo, casi siempre es suficiente con aguantarte un ratito, y esperar a que pase otra chica para que entonces empiecen a molestarla a ella y dejen de gritarte a mí. Pero ayer no fue el caso. Ellos siguieron gritándome a mí, no había nadie más, lo sabía porque no escuchaba los pasos de nadie a mi alrededor.

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Uno de ellos me preguntó, a grito abierto, si no quería un aventón. Pensé en meterme a una estética que estaba abierta, pero por alguna razón me dio vergüenza que me vieran asustada. Una postura idiota y arriesgada, ahora que lo pienso.

A pesar de los recurrentes abusos de la policía contra las mujeres (ya no digamos las brutales prácticas de los granaderos y sus detenciones arbitrarias), pensé en buscar una patrulla, pero no vi ninguna. Luego detuve a un chico que venía en la misma acera que yo, en sentido contrario al mío, y le pregunté si no había visto una patrulla, mientras los chicos seguían gritándome. Me dijo que no. Le pedí que por favor me ayudara y él se fue corriendo; me explicó que se le estaba haciendo tarde. Estaba sola. Esos tipos podrían bajar y subirme al camión sin ningún problema, nadie repararía en hacer nada. La calle era prácticamente un estacionamiento lleno de personas en carros, y ningún automovilista (y por lo visto tampoco ningún peatón) haría nada por mí, ni por nadie que lo necesitara en ese momento, el ominoso momento de la hora pico. Así que corrí unos metros de regreso, de donde venía.

No quería voltear a ver de dónde salían los gritos, pero tenía dos sospechosos: los ocupantes de un camión del Palacio de Hierro, y los de un camión como de mudanza. Cuando me acerqué a los del Palacio, con mi celular para tomar una foto del número del camión, uno de los chicos empezó a reírse, y luego el otro lo disuadió. Les pregunté si eran ellos los que me venían gritando, y muy sorprendidos —y algo asustados— me dijeron que no. Les creí porque pensé que estarían arriesgando su trabajo de forma deliberada, ya que podrían ser fácilmente identificados. Entonces debían ser los de la mudanza.

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Corrí detrás de la mudanza blanca, inmóvil en el tráfico. Tomé una foto de las placas traseras: KX-90-606, del Estado de México (el estado con el índice más grande de feminicidios a nivel nacional). Estos cabrones no se podían ir limpios y sería peligroso confrontarlos.

Me apresuré hasta la esquina de Chapultepec y Monterrey, donde siempre hay policías desahogando el tráfico. Por un momento pensé en dejar ir todo el asunto, no me había pasado nada, pero después pensé que si un policía les daba una calentada, o por lo menos que les quitara varo, se lo pensarían dos veces antes de asustar a otra chica en la calle. No está bien que la policía acepte sobornos, pero así funciona, y la verdad es que los ojos se me nublaron de placer al imaginar que los agresores sufrirían por darle dinero al tira.

Me acerqué a un policía en moto, y le dije que los ocupantes de aquel camión me estaban agrediendo. Me dijo que los detendría. Le pregunté si era necesario que me quedara, dijo que no. Me sentí aliviada, no tenía la menor intención de hablar —si es que tal cosa puede hacerse con primates que gritan improperios a las chicas en la calle— con ellos. Todavía sentía algo de remordimiento al no estar segura de que hubieran sido los de la mudanza. Al atravesar Chapultepec, me detuve en el camellón de en medio. La mudanza dio vuelta justo ahí y todos sus ocupantes voltearon a verme, sonrientes, y gritaron algo que no entendí. Me reí cuando vi la moto del policía dar la vuelta junto a la mudanza, en una sincronía casi acuática, como la de un tiburón con sus pequeñas rémoras. Los alcanzó a unos treinta metros y ambos se detuvieron.

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No me quedé a ver qué pasó, pero esta mañana busqué las placas y están limpias. Ni una multa, ni una infracción. Quizá el tira les pidió una revisión de rutina o simplemente les sacó algo de dinero por cualquier cosa. No creo que el delito de acoso sexual haya sido siquiera planteado, porque no se persigue de oficio. Para que se les hubiera procesado por ese delito, yo o cualquiera de las víctimas (seguro somos un chingo, y probablemente yo fui afortunada porque no me hicieron nada más grave) tendríamos que levantar una denuncia ante un Ministerio Público.

La verdad es que cuando el policía los detuvo sentí que yo había ganado. Pero ahora que lo pienso, veo que perdí y, simbólicamente, perdieron todas mujeres mexicanas. Me da coraje no haber sido orientada por las autoridades para levantar una denuncia formal, a pesar de que yo estaba dispuesta a hacerlo. Y más coraje me da no haber insistido en ello.

Hoy por la mañana decidí pedir asesoría legal en el Instituto Nacional de las Mujeres. 55122845. Ocupado. Marqué de nuevo. Ocupado. Me sentí un poco orgullosa de que mi teoría de que todas las dependencias del gobierno son una basura estaba siendo confirmada, y marqué al Observatorio Nacional de Feminicidios, una asociación civil que se encarga de llegar un conteo de feminicidios y violencia de género en México. Siempre son muy profesionales, hasta han colaborado con nosotros para varios reportajes, pero como que hoy no es mi día, porque tampoco contestaron.

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Si me desmoralicé yo, que sólo había recibido gritos en la calle, al no encontrar asesoría legal, no puedo imaginarme lo que tiene que pasar una víctima de violación para ir a denunciar.

Entré a internet para ver si podía encontrar qué hacer en caso de acoso sexual. La primera página que apareció en mi buscador era del gobierno de Chile, seguida por otras páginas como Esmas y Psicología on line. Nada del gobierno mexicano.

Luego me quedé pensando en que lo de anoche hubiera podido acabar en verdad mal, tan mal como termina para millones de mujeres que son violadas. Así que busqué en Google "¿Qué hacer en caso de violación?" Corrí con la misma suerte: actitudfem, losabogados.mx, mexicolegal.com, mujeresporlademocracia.com y hasta Yahoo Respuestas sale antes que cualquier página oficial.

Busqué un poco más y me encontré con un "Protocolo de atención a personas que han sufrido el delito de violación" que ofrece el Instituto Nacional de las Mujeres en este ilegible PDF de la Secretaría de Seguridad Pública. Entre otras cosas, se recomienda a los policías, que al parecer son los primeros en atender este tipo de agresiones, "tratar de restablecer contacto visual, hacer de su conocimiento [de la víctima] la identidad policial y manifestarle que está a salvo", y agrega: "No obstante, quien establezca el primer contacto con la o las víctimas del delito de violación, procurará atender las siguientes recomendaciones: 'Saludar de manera cordial' y 'tratar a la víctima de manera amable, haciéndole sentir que se encuentra a salvo, que está en el lugar correcto donde se le va a brindar la atención adecuada que necesita'". Saluditos… qué dulces, ¿no?

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Gio Franzoni, una excelente periodista que está clavada en el tema, me dijo que en el Conversatorio sobre la Ley General de Acceso de la Mujeres a una Vida Libre de Violencia, celebrado en noviembre pasado, se planteó la posibilidad de modificar los protocolos de atención a víctimas de violación y violencia de género, ya que actualmente una mujer que es agredida por su condición de mujer tiene que pasar a las siguientes instancias para realizar su denuncia y recibir ayuda gubernamental:

  • DIF. En caso de que el novio o marido te golpee, primero tienes que ir a la dependencia gubernamental más sexista del universo: el DIF, cuya titular siempre tiene que ser la esposa del presidente de la República, y el cual tiene como finalidad primordial hacer prevalecer el modelo de familia tradicional de sometimiento a las mujeres. El caso es que tienes que ir ahí primero para que no te quiten a tus hijos después de que fuiste violada o golpeada, porque a una mamá violada ya la chupó el diablo y de seguro es un mal ejemplo para sus hijos. A lo mejor no está muy bien justificada la siguiente cita, pero la haré igual porque me parece que la autora deja clara la visión hegemónica que hay sobre la violencia hacia las mujeres. Virginie Despentes, en su Teoría King Kong afirma lo siguiente sobre la violación: "Si verdaderamente hubiéramos querido que no nos violaran, habríamos preferido morir o habríamos conseguido matarlos. Desde el punto de vista de los agresores, se las ingenian para creer que si ellas sobreviven es que la cosa no les disgustaba tanto".
  • Centro de salud. Ahí alguien verificará que, en efecto, tus heridas se deben a una agresión sexual y harán constar en un acta que te duelen un chingo.
  • Ministerio Público. Ahí levantarán la demanda contra el agresor.
  • Tribunal. Ahí te darán una orden de protección contra el agresor.
  • El premio por llegar hasta aquí es que no existe una instancia que entregue esa orden de protección al agresor, así que tienes que ir a dársela tú misma.

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Las capas de abusos de poder e ineptitud de las instancias gubernamentales mexicanas es fascinante; antes que protegernos, legitimizan la violencia contra las mujeres, y contra otros grupos sociales vulnerables, desde trabajadores hasta normalistas. Las instituciones no harán nada para cuidarnos, así que debemos cuidarnos entre nosotras. Ya no quiero esperar a que pase otra chica para que dejen de chiflarme. Tampoco quiero que le chiflen a ella. No quiero que le chiflen a nadie. No hay que considerar no salir a la calle de noche para mantenernos a salvo, ni siquiera tenemos esa opción ya que muchas salimos de la escuela o el trabajo tarde. Tenemos derecho a andar a la hora que se nos pegue la gana en la calle, en las condiciones en que nos venga en gana y no ser agredidas sexualmente, y si alguna persona nos pide ayuda en la calle, no la ignoremos, puede que en verdad esté atravesando un momento horrible.

En mi caso quizá deba seguir insistiendo en los teléfonos del Instituto de las Mujeres hasta que alguien me conteste y me oriente, ya que es su obligación. Lo único que podemos hacer es seguir manifestando las injusticias y crear redes de apoyo en donde estemos comunicadas.

Y como dice la Despentes: Buena suerte, chicas, y mejor viaje…

(También les dejo el tráiler de la película de Virginie Despentes, Viólame, del 2000; con todo este jaleo me dieron ganas de volver a verla).