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Los videojuegos no arruinaron mi vida

La historia de una niña que le entregó su adolescencia al Street Fighter

A mis 29 años, los videojuegos han ocupado mucho más tiempo de mi vida del que me gustaría admitir. Comencé a jugar entre los ocho y diez años gracias a mis dos hermanos mayores, que aunque ni iban bien en la escuela, por ser juegos de 'hombres' se merecían tener un Atari 2600.

Un día que llegué a mi casa, ahí estaba el Atari conectado y solo, como esperando a que alguien se acercara, le hiciera compañía y lo jugara. Así lo hice. El control se adueñó de mí con cada minuto y yo sentí que el tiempo era eterno, de alguna manera comencé a formar parte de eso y en mi mente pensé: 'Ay, ya estoy bien clavada en este pedo'.

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Mis años de horas de diversión y exilio pasaron entre Space Invaders, Asteroids, Ms Pac-Man, en un mundo en el que los puntajes altos y no morir eran el único y mayor objetivo para mí a esa edad. No importaba nada más y casi no tuve amigas ni con quién platicar de este nuevo mundo. Al parecer mis padres se dieron cuenta del desvarío y decidieron comenzar a esconder la consola, aunque siempre me las arreglé para encontrarla.

Un día, sin más, el Atari desapareció de la casa. No más videojuegos para nadie y ninguno de nosotros supo qué fue lo que pasó. En un principio pensé que mis propios hermanos lo habían escondido pero no, al parecer mis papás estaban hartos de vernos frente a la televisión todo el día y decidieron venderlo.

Mi primera opción era tirarme por un barranco, no tenía qué jugar, ¿qué iba a hacer ahora?, ¿cómo iba a terminar mi último juego? Después de un tiempo, a mi vecina le regalaron un Atari, así que fue momento de hacer una nueva amiga. Pero mi nueva amiga no era nada tonta, la condición para que me dejara jugar un rato fue ayudarle con su quehacer. Aún así, lo hice… varias veces.

Tiempo después, como la mayoría de los niños mexicanos —sin mencionar a los norteños que creen en Santa Clos y aquellos que esperan al Niño Dios—, yo tenía la esperanza que llega con el Día de Reyes. Después de portarme bien todo un pinche año en particular, por fin todo pintaba bastante bien como para pedir una consola, así que después de sacar buenas calificaciones, ayudar en la casa, ser una niña ejemplar y mucho esfuerzo después, escribí y mandé una carta:

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Queridos Reyes Magos,

Este año sí me porté bien y les consta. He dejado de pelear con mis hermanos y ya le hago caso a mi mamá cuando me pide que le ayude a lavar los trastes, así que sólo les pido un Super Nintendo con Street Fighter II y Super Mario World.

Muchas gracias, los quiero mucho.

Llegó el 6 de enero y para las 5:00 AM, ni las ganas de ir al baño me habían levantado tan en chinga. Prácticamente la cama me escupió y terminé frente al árbol de navidad, donde había una caja y en ese instante pensé: 'OH, ¡SI!'. Me acerque más, la tomé entre mis manos y leí una nota que decía 'Para Fidel y Miguel'. ¡Con una chingada! Dos segundos después bajaron, me arrebataron la caja y la abrieron. En efecto, era un SNES. No podía creerlo, ¿qué pedo con los Reyes Magos? ¿No saben leer? Lloré desconsolada junto a otros regalos que realmente ni me interesaba averiguar si eran mios. Se acercó mi papá y me dijo: 'Hey, no llores, aquí están tus cosas'. Ajá, una pinche muñeca, ¿para qué iba a querer yo eso? Lo único que pude preguntarle fue: '¿Por qué se lo trajeron a mis hermanos si yo lo pedí? ¿Se confundieron? ¡No entiendo!' Sólo contestó que esas cosas son para niños, no para niñas.

¡¿QUÉ?!

Una vez se más se repetió la historia. Me encontraba condicionada a hacer más deberes de la casa, claro, los que les correspondían a mis hermanos para que me dejaran jugar de vez en cuando. Todo lo que había hecho el año anterior había valido madres. Aproveché cada minuto de juego; practicaba y lograba hacer casi todos los movimientos; estudiaba los manuales como si de eso dependiera mi vida y un día pasó, logré ganarle a mis hermanos. No puedo describir lo que sentí, pero fue una gran satisfacción acompañada de un poco de venganza por haberme tratado así. Mi técnica continuó mejorando cada día, no había forma de que pudieran volverme a ganar. Al final del día, creo que esa sensación fue la que me hizo seguir jugando y actualmente puedo volverla a experimentar.

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Unos años después me di cuenta de que podía malgastar mi dinero —o el de mi mamá— y mi tiempo sin tener que hacer los deberes de nadie más. Conocí un lugar donde los sonidos aturdidores, las imágenes brillantes y donde la gente sin nada mejor que hacer o que se había ido de pinta se la pasaba jugando: Las maquinitas. Para mí, era el lugar más mágico que había conocido hasta esa edad, con una infinidad de juegos y jugadores, no había más que ser expectador o protagonista y hacer fila para la reta con tu moneda recargada sobre la pantalla. Que buenos tiempos.

Así llegué a Super Street Fighter II, Mortal Kombat, Killer Instict, The King Of Fighters y Metal Slug. No podía creer que había todo un mundo de videojuegos, antes de esto, para mí sólo existian tres o cuatro, ¡carajo! ¿Dónde había estado todo ese tiempo?

Ahora no tenía que conformarme con humillar sólo a mis hermanos en casa sin que nadie supiera, en las maquinitas había más retadores o 'vagos' —como les decía mi papá— que cubrían sus manos para que no averiguaras cómo hacían los combos y especiales. Llegué de lo más confiada pensando que mi nivel era superior por haber derrotado en menos de minuto y medio a mis hermanos, pero oh sorpresa, me dieron la arrastrada de mi vida. Aún recuerdo todo como si hubiera sido ayer.

Después de haber retado a un tipo alrededor de 15 veces sin siquiera bajarle la mitad de la barra de vida, regresé a casa sintiéndome la reina de las perdedoras. Creo que me tardaba más en volver a retar que en lo que este tipo me sacaba del juego.

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Volví al otro día y ahí estaba el mismo tipo practicando solo. Mi primer impulso fue retarlo, pero en lugar de eso me acerque y le pregunté: '¿Cuánto me cobras por enseñarme a jugar?' Se rio en mi cara y contestó: '¿Cuánto traes?' Tenía como 50 pesos y aunque no pensé que me fuera a responder eso, se los ofrecí y aceptó.

Así comenzaron mis lecciones con un vago durante las tardes. Cuando mi papá no se daba cuenta y me sacaba a empujones de las maquinitas, practiqué, reté y aprendí. Uno de mis más grandes logros de la adolescencia fue ganar un torneo de The King Of Fighters cuando tenía 15 años. Fue un buen día y aunque algunas veces se gana, otras se pierde y otras se parten la madre entre todos, esto siempre se trata de divertirse.

Sigue a Hil en Twitter:

@KillHill

Y búscala en PSN como NemesisHil, a ver si le ganas.