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Cultură

Mamita, mamita, rica y apretadita

Sueños de látex en la selva brasileña.

Jenni probándose los famosos guantes de Fetisso en el almacén de la fábrica.

En algún momento a mediados de los sesenta, cerca del pequeño pueblo suizo de Vordemwald, el pequeño Willi Graber jugaba sólo en la granja de sus abuelos. Mientras paseaba por la cocina, algo en una canasta de ropa vieja llamó su atención: un par de guantes de látex amarillos para cocina. Se los probó. Le provocaron una chistosa sensación. De inmediato, al sentir su poder, salió y tomó un pedazo de mierda de vaca. Era una sensación extraña: apretar caca de vaca entre sus dedos y saber que ésta no lo podía tocar.

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Con estos guantes, el joven Will se dio cuenta que podría realizar toda clase de acciones prohibidas, y salir sin un rasguño. Comenzó a tocar hiedra venenosa y hormigas rojas, a meter su brazo en el arroyo para sacar sanguijuelas. Inebriado con su nuevo poder, terminó por insertar su dedo de látex en el culo de un desafortunado bovino. Fue verdaderamente fantástico. Por supuesto, algunos años después comenzó a masturbarse con guantes puestos. Como cualquier niño bueno en Suiza, le habían enseñado que masturbarse estaba mal. Pero con los guantes puestos era diferente; estaba bien. Se sentía protegido. Los guantes se convirtieron en el talismán que los protegía del juicio de Dios. Lenta y extrañamente se dio cuenta que los guantes y las prendas hechas de otros materiales como cuero o vinil no presentaban en el mismo atractivo. Lo suyo era el látex, y el fetiche de Willi se volvió evidente. Sin embargo, no podía saber que décadas después estaría usando su vergonzoso secreto a su favor para establecer una lucrativa compañía de fetichismo en la paradisiaca selva brasileña.

Por supuesto, Willi no es la primera persona en ser poseída por el poder del látex, esa lechosa savia blanca que escurre de los troncos de los árboles de caucho. Durante la Revolución Industrial, el caucho era un material tan importante como lo es el petróleo hoy en día. Igual que el petróleo, era lo que impulsaba asombrosas exploraciones; explotación y violencia en nombre del imperio. Los caucheros que no cumplían con sus cuotas en el Estado Libre del Congo del Rey Leopoldo, perdían sus manos. Para aprovechar las enormes reservas de árboles de caucho en el Amazonas, los barones sudamericanos convirtieron a los nativos en sirvientes: seringueiros. Estos miserables trabajadores eran forzados a escalar los imponentes árboles amazónicos para recolectar su savia. En 1876, el explorador británico, Henry Wickham, contrabandeó 70 mil semillas de caucho del Amazonas brasileño; un acto impresionante de piratería botánica y el comienzo de las plantaciones del Imperio Británico en Asia. Más tarde, Henry Ford compró una parte del Amazonas del tamaño de Guatemala, para cultivar árboles de caucho, y contrató a miles de brasileños para que trabajaran Fordlandia, una planta de procesamiento y suburbio, estilo Detroit, en medio del Amazonas, que eventualmente fracasaría.

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El látex se escurre hasta una cubeta de recolección en una plantación en Pernambuco, Brasil. Momentos antes, un recolector atravesó la corteza con su cuchillo; la sustancia roja es un químico que ayuda a curar el árbol.

Karl Marx escribió en El Capital que los capitalistas son básicamente fetichistas que idolatran poderes místicos que los trabajadores imparten a los bienes que crean (me suena a Prada). Antes del látex, los fetichistas se habían tenido que conformar con lo que tenían: pieles, seda y corsés apretados. Eso fue hasta 1823, cuando el químico escocés, Charles Macintosh, inventó ese material de caucho que habría de sentar las bases para el futuro de las fantasías sado. Aunque los abrigos de Macintosh eran apestosos, pegajosos y se derretían en los días calurosos, fueron sumamente populares. Valerie Steele, autora de Fetish: Fashion, Sex, & Power [Fetiche: Moda, sexo y poder], identifica a la Sociedad Macintosh de Inglaterra como una de las primera organizaciones fetichistas de la época moderna. Durante su investigación, encontró una revista fetichista de los años veinte, llamada London Life, que detallaba “la emoción de maccing”. Hoy puedes comprar un impermeable Macintosh por 800 dólares en J.Crew.

Cuando Willi era un adolescente calenturiento, tuvo la suerte de asomarse a un basurero para encontrar una revista porno con puras fotos de mujeres usando látex. Fue entonces cuando descubrió que no estaba solo; había otros en el mundo que compartían su obsesión con el material. Willi comenzó a buscar más información sobre esta particular tendencia. Leyó libros como Fetishes and Rituals in Modern Industrial Societies [Fetiches y rituales en las sociedades industrializadas modernas] para aprender más sobre el fetichismo, cuya etimología es feitiço: término del portugués que se refiere a objetos africanos adorados, que se cree están encantados o poseídos por hadas.

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Para los fetichistas, las prendas convierten a su material preferido de un mero producto a un objeto de culto hipersexual. Los fetiches y la identidad sexual son misterios personales, así que aunque es fácil encontrar patrones, no hay una sola trayectoria histórica. Después de la Segunda Guerra Mundial, los fetichistas quedaron enamorados del equipo protector como las máscaras de gas. Algunos fetichistas usan látex para sentirse seguros, peligrosos o ambas. Otros simplemente aman la sensación de tener una segunda piel brillosa y constrictora.

René Savoy, el arquitecto del lugar, en su escritorio.

En los cuarenta y cincuenta, la revista Bizarre publicó ilustraciones y fotos de chicas vestidas con látex en todo tipo de escenario perverso. Para los setenta, los diseñadores punk como Vivienne Westwood habían llevado el fetichismo al mundo de la moda. La musa de Warhol, Dianne Brill, salió envuelta en látex con un bordado blanco y fue coronada como “La primera ciudadana de la vida nocturna en Manhattan” por la revista People. Una década más tarde, las escritora Candace Bushnell se vistió con vestidos de látex para Vogue, lo que resultó en tres citas, una propuesta de matrimonio, y un encuentro con un productor de televisión: su serie de HBO, Sex and the City, se estrenó dos años después. Lady Gaga usó látex cuando conoció a la Reina Isabel. Anne Hathaway dijo que nunca volvería a ser la misma tras probarse su traje de Gatúbela para Batman: El Caballero de la Noche asciende. En entrevista con Allure, la actriz dijo: “El traje, pensar en mi traje… eso ha definido mi año”.

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Willi continuó su proceso de autodescubrimiento durante los setenta, y entre otras cosas, viajó desde India hasta San Francisco. Eventualmente, sus viajes lo llevaron a Brasil y a la ciudad de Recife, donde buscó un hogar entre las plantaciones de caña y las playas tropicales del árido noreste del país. Ahí encontró un lugar que había existido sólo en su imaginación, una montaña sobre el pequeño pueblo costero de Japaratinga, bajo la sombra de árboles de coco y junto a la playa. Había leído libros de filosofía sobre los ideales utópicos y había imaginado una vida sencilla frente al océano, rodeado de naturaleza, arte, amigos y familiares. Compró el terreno y convenció a Fritz Liechti, un colega extranjero, para que lo acompañara. Construyeron una comuna de cinco habitaciones y comenzaron a planear cómo ganarse la vida fuera de la ciudad. Vieron muy pocas oportunidades económicas en los cocos y la caña de la paupérrima región, pero había otro recurso en el lugar: caucho. La moda punk estaba en su mejor momento, y el fetiche de Willi ya no parecía tan perturbador. Miró la selva brasileña y vio dinero creciendo en los árboles.

Medias altas recién moldeadas escurriendo látex líquido.

Así nació Fetisso Latex. Hoy, la compañía fabrica 50 variedades de prendas artesanales de látex para fetichistas, y exporta sus productos a sex shops en Europa, Norteamérica, Japón y Australia. Fetisso tiene un público fiel, y sus productos logran un maravilloso equilibrio entre las prendas baratas de látex para un solo uso, y aquéllas cosidas a mano tan valoradas por los conocedores. Los fetichistas no son necesariamente los clientes más ecológicamente conscientes; vale la pena mencionar que los árboles de caucho en Brasil proveen sombra para la flora y fauna del lugar, y extraen los dañinos gases de invernadero de la atmósfera.

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Para el mundo fetichista, Fetisso representa productos de látex de calidad a precios bajos. Pero para los locales de Japaratinga, la fábrica de Fetisso representa una oportunidad, una alternativa a los campos de caña y  las refinerías. El pueblo es un lugar muy sencillo, donde los establecimientos más visibles son iglesias y un par de hoteles y tiendas. Creí que los evangélicos de la zona se opondrían a la presencia de la curiosa empresa de estos extranjeros, pero los residentes parecen estar muy satisfechos con Fetisso. El año pasado, un periódico local publicó una historia en la que presumían a la fábrica como la única de su tipo de Brasil.

Moldes en desuso.

La gran mayoría de los clientes de Fetisso viven en Europa, pero las ventas en Estados Unidos van en aumento. La estrella porno Paris Kennedy descubrió Fetisso hace dos años, cuando se probó unos leggings en una convención fetichista. Ahora son su prenda fetichista —de látex— favorita. Se las puede poner sin lubricante —al parecer algo poco común con este tipo de prendas— y le quedan como guante al dedo.

“Cuando usas látex todo está succionado y apretado”, me dijo Paris. “Eres como una súper tú. Creo que por eso es tan popular con las dominatrices. Realmente te hace sentir poderosa”.

En cambio, yo no me sentí así la primera vez que me probé una prenda de látex. Aunque me sorprendió lo fácil que fue ponérmela, se sintió como aplastar una salchicha enorme en un pequeño empaque. Pero definitivamente soy una persona que puede hacer un fetiche a partir de la moda. Tengo un par de plataformas Prada que me hacen sentir con los pies en la tierra, sexy y fuerte. También tengo una camisa de algodón blanco con botones de coco que me roza los muslos y prácticamente pide a gritos que la arranquen. Así que me puedo identificar.

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Fritz entre la selva.

Quería acercarme más al poder del látex, así que lo seguí hasta su fuente. Japaratinga se encuentra en Alagoas, un estado remoto en el noreste de Brasil, a donde no es fácil llegar. Me tomó tres aviones, cuatro horas de auto, un transbordador y un breve encuentro con la policía militar para llegar hasta ahí. En el camino, vi carretas con burros, montañas de cocos secos, varios pueblitos, niños vendiendo mangos y viejitas que, para dar direcciones, decían: “Vai embora sempre” (algo así como “To’ derecho”). Y así lo hice, por los valles ondulantes de caña verde. Después de unas horas, el camino se volvió plano junto al mar, y comencé a jugar con mi horquilla. El auto comenzó a subir por la selva, mientras la oscuridad nos envolvía bajo un túnel de gigantescos árboles de bambú. Cuando llegamos a una reja de madera, la abrí lentamente y me acerqué hacia la casa. “¿Hola? Dije tímidamente, siguiendo un porche que se perdía en el límite de la selva. “¿Aló?”

Fritz, el jefe de ventas de Fetisso, se levantó de una mesita de picnic tapizada con papeles. Parecía un adorable surfer mayor: descalzo, una espalda ancha, unas bermudas largas y grises y una playera que decía “vibrations”. Me llevó por un camino bien podado entre la selva, bordeado por casas en los árboles y estatuas de diosas y dragones, hasta un búnker en el barranco de una colina. Un hombre sin camisa con una barba crespa apareció en una de las formidables entradas al búnker: Willi.

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Parecía un poco sorprendido de verme; quizá Fetisso no recibía muchos visitantes. Él y Fritz murmuraron algunas palabras en lo que parecía alemán, y después Willi me acompañó hasta mis aposentos: una suite con pisos brillantes que bien podría haber sido la cueva del placer de Whitesnake. El techo y las columnas estaban cubiertos con una plasta de yeso que parecía crema para afeitar.

Se refuerzan las partes vitales de unos shorts con una pistola de aire llena de látex.

Mi habitación tenía dos hamacas además de la cama. Una frente a una ventana panorámica que iba desde el piso hasta el techo y que se abría sobre la selva, y al fondo, un mar turquesa. Esa noche, justo antes de irme a la cama, vi un enorme gancho que salía de uno de los pilares de mi habitación. Quizá el cuarto de huéspedes también servía de calabozo. Las imágenes de látex y látigos poco a poco se desvanecieron y me fui a dormir. Cuando abrí los ojos, justo antes del amanecer, el cielo era un arcoíris de oscuridad. Me di vuelta y me percaté de que el gancho era algo inofensivo, un simple soporte para colgar más hamacas.

El arquitecto del lugar fue René Savoy, socio de Fetisso. Su obra maestra era la fábrica fetichista de 700 metros cuadrados. Desde afuera, parecía una pequeña fortaleza de piedra o un calabozo, y olía ligeramente a químicos. Adentro me recibió un pequeño hombre sin camisa con un mullet y una panza redonda que colgaba sobre sus shorts de mezclilla.

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René me llevó a su oficina. Sobre su escritorio, había un pene de piedra que usaba como pisapapeles. René, hablando rápido y exaltado como un científico loco, me explicó que había pasado años estudiando anatomía para garantizar que los productos de Fetisso se sintieran como una segunda piel. En las noches, sueña con la gente que amaba vestida con la ropa que él confecciona. Después, se levanta, dibuja los diseños y construye los moldes para el látex. A pesar de su aparente euforia, René no era un gran fanático del látex antes de involucrarse con Fetisso. Pero adora el estilo de vida que esto le permite. “Esto nos mantiene jóvenes”, me dijo. “Somos una bola de locos. Siento que tengo 15 años. Ese es el punto aquí: ser libre. Hago lo que quiero. De todas formas moriré algún día. Así que hoy hare más látex”.

Willi en su patio (el pizarrón es para dar clases de matemáticas y alemán a los hijos de los trabajadores)

En el taller de René, había torsos grises de tamaño real y con erecciones moldeadas colgando de un estante en la esquina. Un brazo anatómicamente perfecto colgaba del techo. René suele trabajar con moldes de madera y barro, pero para “las partes íntimas como un pene, un pie, una mano, pechos o traseros”, hace figuras con fibra de vidrio que luego sumerge en látex líquido. Los condones se hacen utilizando la misma técnica, pero los moldes de René hacen que las prendas de Fetisso sean más artesanales que industriales, aunque se trate de tops de caucho con agujeros para los pezones, shorts con funda para el pene y máscaras que usaría un verdugo.

Divisé a un brasileño corpulento, Tecio Junior Machado da

Silva, recargado sobre la mesa de trabajo, mientras cubría de yeso el muslo de un molde de hombre extra grande. Fetisso está organizada como una especie de cooperativa, y Junior es un socio que participa en las juntas de negocio y recibe una parte de las ganancias a final de año. Lleva 14 años trabajando ahí, y su esposa Mónica también trabaja en el lugar.

Más tarde conocí a Jose Nissinho Edmilson, el director general de la fábrica, quien me guio por el resto del proceso de producción. Empezamos en la sala de inmersión, una cámara de baldosas donde moldes con forma de patas de caballo cuelgan de cabeza sobre un tanque con látex líquido (estos guantes con forma de pezuñas en lugar de manos, son para satisfacer la demanda de aquellos a los que les gusta que los monten, estilo ecuestre). Pasé mi dedo por debajo de una pezuña. El látex se sentía como una mezcla entre pintura espesa y caucho. Nissinho me dijo que la inmersión era uno de los mejores trabajos en la fábrica, a pesar del olor a amoniaco. Pero, en línea con la naturaleza equitativa de la compañía, todos los trabajadores se rotaban y nadie trabajaba en la cámara todos los días.

Después pasamos a la cámara de refuerzo. Ahí había un hombre con una pistola de aire rociando látex líquido para reforzar los bordes y las entrepiernas de los shorts con mangas para la erección. Una vez secos, otro trabajador los volteaba sobre una canasta de polvo blanco, para despegarlos de los moldes. Después de eso, los cocinan en un horno y los limpian con químicos para que puedan ser usados sin lubricante.

Al parecer, todas las mujeres en Fetisso trabajan en el piso de arriba, en el departamento de acabados, un cuarto fresco con un póster en la pared con los cumpleaños de los empleados.

Las herramientas de precisión de René y el catálogo de Fetisso. (¡Mira cómo brillan esas medias!).