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Cultură

Me acosté con mi jefe y todo lo que conseguí fueron estas asquerosas ETS

Parecía que mi vagina tenía una fuga. Ardía tanto que la única forma en que puedo describirlo es como si alguien hubiera bañado mis genitales con ácido.

Foto por el usuario de Flickr Larry Hoffman

Era mi último semestre de universidad y no tenía nada de dinero. Estaba a punto de comprar comida en las tiendas donde todo cuesta 14 pesos cuando vi un anuncio en un periódico local que decía que buscaban un mesero para un bar de jazz en la parte elegante de la ciudad. Tenía que ir en persona para que me tomaran en cuenta, así que fui de inmediato al bar, inventé mi experiencia y me contrataron ese mismo día.

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El tipo que me contrató —mi nuevo jefe— estaba guapísimo. Era un poco mayor que yo y sus rizos rubios hacían que pareciera un dios griego. Además, era guitarrista de una banda que hacía covers de John Denver, lo más cool que había visto en mis 24 años de vida. Mi primer turno fue dos días después. Me di cuenta de que mi jefe era muy mamón (era serio e intimidante, como si llevara mucho tiempo en el negocio) pero aún así me lo quería dar.

Coqueteábamos de repente por un par de meses hasta que un día me preguntó si quería "ir a ver una película o algo así" después del trabajo. Todos sabemos qué significa eso. No es la primera vez que pasa. De todas formas me gustaba desde que entré. Además ya tenía mucho tiempo sin sexo, así que dije: "¿Por qué no?"

Fuimos a su departamento, vimos veinte minutos de una película que no recuerdo y fajamos. Mi consciencia decía que era mala idea cogerme a mi jefe y me gustaba hacerlo esperar, entonces esto fue todo lo que hicimos.

Poco después me volvió a invitar. Fajamos en su cama pero esta vez nos quitamos la ropa. En general soy muy responsable con eso del sexo seguro (sin globo no hay fiesta, ¿o no, chicas?) pero esta vez me dejé llevar por el momento. Entró sin condón pero lo obligué a ponérselo poco después. No estaba tomando pastillas anticonceptivas y lo último que quería era tener que ir con mis padres a decirles que estaba embarazada de un mesero/músico que casualmente también es mi jefe.

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A la mañana siguiente me fui de viaje a la playa a visitar a unos amigos. Mi jefe me llevó al aeropuerto y me mandó mensajes tiernos durante mis vacaciones para hacer planes y esa clase de cosas. Fue lindo.

A los pocos días me di cuenta de que algo andaba mal allá abajo. Parecía que mi vagina tenía una fuga. Ardía tanto que la única forma en que puedo describirlo es como si alguien hubiera bañado mis genitales con ácido. Traté de disfrutar mis vacaciones pero no pude por las molestias de la infección. Orinar era una tortura. El dolor no me dejaba caminar ni dormir. No podía hacer nada. Mi vagina era una cascada de flujo extraño que tenía un olor muy particular.

Nunca la había cagado tan feo. Tenía que decirle al hombre que firma mis cheques que casi mata mi vagina.

Supuse que había sido mi jefe pero no quería decir nada todavía –en primera, porque es mi jefe, y en segunda, porque no hay nada peor para un romance floreciente que acusar a tu amado ETS– y, a fin y al cabo, quizá no era más que una candidiasis asesina.

Dos días después, cuando me levanté de la cama, casi me desmayo. En ese momento supe que tenía algo grave. Me subí al auto y conduje a toda velocidad a una clínica de ETS. Me hicieron esperar por horas en la sala abarrotada de gente. Mi vagina picaba, ardía y escurría como las Cataratas del Niágara. Me preguntaba si algún día me atrevería a volver a tener contacto con un pene. Cuando por fin llegó mi turno, tuve que acostarme en la mesa de carnicero cubierta de papel donde revisan a los pacientes y mi vagina quedó expuesta al aire acondicionado de la habitación. La enfermera tomó unas muestras mientras yo contemplaba los posters de gatitos que estaban en el techo.

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La enfermera regresó con esa mirada compasiva que sólo significa una cosa: malas noticias. A pesar de que la prueba del VIH salió negativa, resulta que había contraído una enfermedad de transmisión sexual. Cinco, de hecho. Según los análisis, tenía gonorrea, sífilis, clamidia y vaginosis bacteriana. Después, cuando salieron los resultados de la prueba del Papanicolau, confirmamos que también tenía VPH.

No podía creerlo. Es probable que alguien más me haya contagiado estas enfermedades y simplemente estaban ahí, dormidas, pero no creo porque no había tenido sexo en más de cuatro meses. Además, siempre uso condón y voy seguido a me que me revisen. Si mi jefe me pegó todas estas ETS, entonces su pene es el pene más enfermo de todo el país.

La enfermera me puso dos inyecciones de antibiótico en el trasero, me recetó un montón de antibióticos orales y me mandó cojeando a casa con la vagina llena de infecciones y el corazón lleno de arrepentimientos. Nunca la había cagado tan feo. Tenía que decirle al hombre que firma mis cheques que casi mata mi vagina.

Esa noche ya habíamos planeado ir a una cervecería artesanal. Estaba segura de dos cosas: no iba a decirle la noticia en un restaurante lleno de gente y necesitaba un poco de valor líquido para acabar con esto de una buena vez. Pedí una cata de cerveza con cinco variedades de cerveza artesanal y le platiqué todo tipo de tonterías durante la cena.

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Después regresamos a su casa. Puso Harold y Maude; la cual solía ser mi película favorita pero ya no más porque ahora sólo me recuerda esa noche de mierda. Me senté en el otro extremo del sillón y me preparé mentalmente para darle la mala noticia. "Aquí voy", pensé

Pero me interrumpió antes de empezar a hablar. "Tenemos que hablar", dijo y yo lancé un suspiro de alivio. "¡Perfecto!", pensé. "Ya sabe qué pasa y me va a ahorrar la molestia". Lo miré a los ojos y asentí.

"Creo que ya no deberíamos vernos", dijo. "Eres demasiado joven para mí".

Me quedé sin palabras. Primero me contagia prácticamente todas las enfermedades de transmisión sexual conocidas por la humanidad, ¿y ahora quiere terminar conmigo? Las cervezas que tomé me dieron el valor para gritarle la noticia de todas las ETS que dejó en mi vagina. Lo negó todo y dijo que era imposible que él me hubiera contagiado. Me puse como loca y me salí de su departamento.

Usualmente, cuando termina una relación, tienes derecho a gritar "¡No quiero volver a verte!" y azotarle la puerta en la cara a tu nuevo ex. El problema es que no puedes hacer eso cuando terminas con tu jefe. Estaba aterrada de volver al trabajo porque sabía que iba tener que verlo ahí.

Al día siguiente nos llamaron a todos para una "junta obligatoria". Estaba muy nerviosa porque ahí estaba él pero como el dueño fue el que dirigió la reunión, logré evitarlo por completo. Por azares del destino, nos dijeron que el bar iba a cerrar –de inmediato– y nos dieron un cheque de indemnización por despido.

De cierta forma, fue un milagro. No tenía que volverlo a ver. El problema era otra vez estaba desempleada, seguía sin dinero y ahora tenía cinco enfermedades de transmisión sexual. A veces te tiras al jefe y otras veces el jefe te tira a ti.