FYI.

This story is over 5 years old.

Cultură

Tener sexo con mi maestra no fue tan divertido como pensé

Logré acostarme con la mejor maestra de la escuela, pero no lo volvería a hacer.

Ilustración por Anh Tran.

Los maestros siempre han cogido con sus alumnos. Es una tradición que data desde la época de Sócrates o incluso desde antes. Y aún así, siempre nos hacemos los sorprendidos cada que vemos en las noticias algún caso de sexo entre maestro y alumno. Cada que la maestra en cuestión es relativamente atractiva, olvidamos todas las críticas reservadas para sus colegas masculinos y nos preparamos para que los casanovas salgan con el clásico comentario de: "¿Por qué las maestras de nuestra prepa no hacían eso?" Pues sí, sí lo hacían. Pero no con ustedes.

Publicidad

Mi maestra de inglés era una de esas maestras jóvenes y divertidas de quien todos querían ser amigos. Tenía entre 27 y 33 años. Aunque nunca fingió ser "una de nosotros", tampoco se portaba condescendiente. Además era increíblemente sexy, para ese contexto, al menos. Era sexy para el pequeño lugar donde vivíamos y además era la maestra sexy de la escuela. Sus grandes pechos eran un tema de conversación muy común en el vestidor de hombres. Muchos de los estudiantes pubertos y adolescentes (incluyéndome) solíamos mirar su trasero una y otra vez. Era la maestra perfecta para las fantasías de alumno/maestra.

A final del año escolar, nuestra maestra —a quién llamaré Señorita X de ahora en adelante— nos dio a todos una carta escrita a mano. Según yo, cada una contenía un mensaje de aprecio y buenos deseos, como la mía. Aparte de eso, la mía también tenía sus datos personales de contacto.

"Si algún día quieres tomar un café en vacaciones y hablar sobre lo que has estado leyendo, envíame un correo".

Claro, pudo haber sido un mensaje inofensivo, pero no iba a perder la oportunidad en caso de que no lo fuera. Y como están leyendo esto, ya saben que mis presentimientos estaban en lo correcto.

En junio por fin me atreví a enviarle un correo. Contenía las frases más comunes como: ¿Qué tal el verano? ¿Planeas viajar? ¿Qué has estado leyendo? Después, le propuse ir a tomar un café en una librería lejos de la zona donde estaba nuestra escuela. Incluso aunque no fuera más que una cita platónica, los dos sabíamos que nos veríamos sospechosos conviviendo fuera del salón de clase. Su respuesta fue inmediata: "Me encantaría. ¿Te parece bien la próxima semana?"

Publicidad

Debo mencionar que la Señorita X estaba (y hasta donde yo sé, sigue) casada. También tenía un hijo. Yo ya lo sabía y aun así la busqué. No es algo que me enorgullezca pero cuando estás tan cerca de cumplir una fantasía de tu juventud, tu sentido de ética tiende a ser confuso. Crecí viendo comedias sobre sexo adolescente como American Pie y dramas como Criaturas salvajes. Hollywood se encargó de meter esa idea en mi cabeza desde que descubrí la masturbación y estaba decidido a aprovechar esa oportunidad o morir en el intento.

La semana siguiente, llegué nervioso a la librería y traté de comportarme como el adulto sofisticado que no era. Por suerte, ella parecía haber olvidado o dejado esta máscara y una vez que nos saludamos y compramos nuestros cafés, nos la pasamos recorriendo la librería y recomendándonos cosas el uno al otro. La Señorita X no estaba coqueteando, sólo mostró una versión más tierna y relajada que la que conocía en la escuela.

Estuvimos una hora vagando por la librería y hablando sobre cualquier libro que veíamos. Más tarde, cuando llegó la hora de irnos, me hizo una propuesta.

"Oye, ¿qué te parece si intercambiamos números para seguir nuestra plática?"

Fue entonces cuando supe con certeza hacia donde iba este asunto.

Creí que esto era algo digno de presumir. No era amor. Tampoco era una conexión entre dos personas.

Toda la siguiente semana me la pasé coqueteando por mensajes, como siempre ocurre cuando tienes el teléfono de la chica que te gusta. No sabía si las tácticas que utilizaba con mis conquistas adolescentes iban afuncionar con la Señorita X pero poco después comenzó a preguntar sobre mi vida amorosa. ¿Había estado con alguien mayor? ¿Cuántos años tenía? No era tan grande, le dije, pero me interesaba estar con alguien más madura.

Publicidad

"¿Entonces quieres una Sra. Robinson?"

Era ahora o nunca. "¿Lo vamos a hacer o no?", le pregunté.

"¿Quieres?"

Le dije que mi familia se iba a ir de vacaciones la próxima semana y que no iba a haber nadie en casa. Quedamos en que ella vendría a mi casa.

Como el adolescente estúpido y egoísta de 18 años que era, creí que esto era algo digno de presumir. No era amor. Tampoco era una conexión entre dos personas. Era una conquista, nada más. Una conquista que la mayoría de los hombres nunca logran. Iba a ser el primer perro que alcanzaba a un auto yendo a toda velocidad. Pero sabía que si le contaba a mis amigos, seguro no me iban a creer. ¿Cómo podría documentar esta experiencia para demostrarla al grupo selecto de amigos que tenían que saberlo?

Tenía una Sony Handicam que usaba para grabar estupideces como bromas y trucos en patineta. Con esto podría demostrarlo. Pero lo más importante era que cuando algo tan épico pasaba tenía la obligación de grabarlo para la posteridad, ¿cierto? Al menos eso fue lo que me dije a mi mismo. Ahora estoy consciente de que es algo cruel que no debe hacerse a otra persona, además de que es ilegal. Pero en esa época parecía una broma al estilo American Pie (de hecho es lo que hace el personaje de Jason Bigg en la película. Ese imbécil lo transmitió en vivo en internet). Así que cubrí la lucecita roja con cinta adhesiva y escondí la cámara para estar listo cuando llegara el momento.

Publicidad

Me senté a esperar a que la Señorita X se estacionara en mi entrada, cuidando que ningún vecino viera que metí a una dama diez años mayor que yo a la casa. Escondí la cámara en la sala junto al DVD y otras consolas de televisión. Revisé él ángulo. Tendría que ser en el sillón para que se viera algo. Cuando la Señorita X me avisó que ya había llegado, presioné el botón de "grabar" y corrí a abrir la puerta.

Como este texto no es una carta para la revista Penthouse, voy a limitar la descripción del acto mismo. Nos besamos. Su mirada dejaba ver su deseo, aunque probablemente era demasiado.

"Quise lamer esos labios todo el año", dijo ella.

Guácala. Yo también quería hacerle cosas pero tenía 18 años, quería hacerle esas cosas prácticamente a cualquier chica que veía. Ese comentario hizo que me desconcentrara. Mientras tanto, nos pusimos cómodos en el sillón.

Su mirada dejaba ver su deseo, aunque probablemente era demasiado.

Quería hacerme sexo oral. Ok, está bien. Se quitó la blusa en el proceso y al fin pude ver de cerca esos enormes senos que había admirado desde mi escritorio. Tenían estrías y se veía que la carne poco a poco sucumbía a la gravedad, la inconfundible señal de la madurez. Hasta ese entonces, todas las chicas con las que había estado eran adolescentes, ya saben, lo normal para un chico adolescente. Generalmente uno envejece a la par que sus parejas sexuales. Uno se vuelve flácido, se llena de cicatrices o se infla. Acababa de dar un giro de 180º. Claro, su cuerpo no tenía nada de malo; simplemente estaba impresionado por lo real de su cuerpo después de sólo haber visto carne adolescente. Cuando pasamos a la posición de perrito, noté mechones de pelo donde no estaba a acostumbrado a ver mechones de pelo. Era demasiado para mí.

Publicidad

"Necesito un descanso", dije. "No me siento bien".

"¿Estás seguro? ¿Quieres probar otra posición?"

"No. Sólo ya no quiero hacerlo".

No salió como lo había planeado. Lo real de su cuerpo, aunado al comentario perturbador de los labios me asquearon al punto donde no hay vuelta atrás. Lo poco que me quedaba de inocencia se había ido, al igual que mi erección.

Nos vestimos en silencio y la acompañé a su auto.

"Podríamos intentarlo después", me propuso.

"Ok, sí. Ya veremos".

Entré a casa y detuve la grabación. La regresé hasta donde le digo que ya no quiero y volví a presionar grabar para borrar la evidencia de mi impotencia. Aunque el sexo fue malo, esta experiencia tan incómoda me había dado algo de qué presumir.

Le envié un mensaje a dos de mis mejores amigos. Como era de esperarse, no me creyeron, incluso después de decirles que lo había grabado. Pero después de que vieron la experiencia perturbadora y borrosa, se dieron cuanta de que en verdad había logrado lo imposible. Les advertí que no podían decir nada, aunque sabía que no había forma de que lo mantuvieran en secreto.

La Señorita X y yo seguimos enviándonos mensajes toda la semana. Creo que los dos nos sentíamos incómodos. Me pidió que nos reuniéramos en la misma librería para platicar. Ya ahí, me explicó que tenía miedo de que la delatara. Supongo que quise sacar ventaja de la posición en la que me encontraba y decidí ver hasta donde podía llegar este nuevo poder. Así, como si nada, comencé a agarrar películas y libros.

Publicidad

"Éste se ve muy interesante. Siempre he querido leerlo".

Cayó.

"Y si te los regalo?"

"¿En serio? Qué lindo de tu parte. ¿Estás segura?"

Ella sabía perfectamente que no tenía opción pero los dos seguimos la corriente y fingimos que era un acto de generosidad en vez de reconocer que la estaba chantajeando sutilmente por dos temporadas de Aqua Teen Hunger Force y el libro El arcoíris de gravedad. Ahora que lo analizo, no puedo creer que fui capaz de algo así. Pero en ese entonces, seguro había una sonrisa macabra dibujada en mi rostro al salir de la librería con una bolsa llena de regalos. Mi yo adolescente hizo un experimento para tratar de compensar el trago amargo.

Quería ponerle fin. No quería tener en mis manos la vida de esta mujer.

El verano estaba a punto de terminar; casi había olvidado por completo la experiencia fallida con la Señorita X y ya había desempacado mis cosas en mi nuevo dormitorio universitario. Muchos de mis compañeros de preparatoria entraron a la misma universidad que yo. Un día, un compañero de la prepa con quien nunca platiqué mucho terminó bebiendo conmigo y con algunos de mis nuevos amigos.

"Oye, me enteré de que te cogiste a la Señorita X. ¿Es cierto?"

Me sentí muy confundido. "¿Quién te dijo?"

"Era un chisme. Unos chicos me contaron".

"Pues sí. Es cierto".

"¡No puede ser!"

No podía dejar que me desafiaran, así que les mostré el video. La gente lo vio y se corrió el chisme (como era de esperarse). A finales de noviembre recibí una llamada desesperada de la Señorita X.

"La gente está hablando. ¿Existe un video? Escuché un rumor sobre un video".

"No, no", mentí. "Los chicos no saben lo que dicen. No hay ningún video. Le conté a un amigo porque tenía que hacerlo. Supongo que se lo contó a uno que otro. Ya pasará. No son más que rumores de adolescentes".

De haber sido ella, no lo habría creído, pero ella lo hizo, no sé por qué. Tal vez fue la misma parte de su cerebro que la impulsó a estar conmigo. Sin embargo, yo sólo quería ponerle fin. No quería tener en mis manos la vida de esta mujer. Sólo quería ser un universitario normal e iniciar mi vida de adulto. Por eso borré la cinta después de colgar.

Está claro que ella abusó de su autoridad. Engañó a su esposo y abusó de alguien que se supone debía guiar. Pero seamos honestos; no soy ni el bueno de la historia y tampoco me siento como la víctima. Me gusta creer que crecí, aprendí y maduré, aunque entiendo a quien piensa que "árbol que nace torcido, nunca su tronco endereza". Quizá ese lado oscuro de mi personalidad que es capaz de chantaje y voyerismo aún está latente dentro de mí. Espero no descubrirlo. De cualquier forma, tanto la maestra como el alumno se acostaron con un fenómeno.