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Sexo

Me amarraron, pero no como puerco

Tuve una entrevista-demostración con Takumi y Shizumo, una pareja amante del shibari en México.

Fotos por Francisco Gómez.

El shibari es el arte japonés de las ataduras eróticas que a cada rato vemos en el hentai y el porno. Comenzó en el siglo XVI como un arma samurái para capturar, amarrar y torturar prisioneros pero con el paso del tiempo se convirtió en un trip de erotismo y estética. A pesar de ser una clase de bondage, el shibari se distingue porque la tirada no es simplemente inmovilizar a la parte sumisa, sino que en él también se ponen en juego ondas espirituales, emocionales y estéticas.

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Reconozco que, como a mucha banda, ver imágenes de shibari donde una mujer está completamente a disposición de un güey me llega a producir una especie de malestar y hasta me despierta lo feminazi (entiéndase: ¿por qué insistimos en perpetuar un modelo de feminidad sumiso y cosificado al que se puede violentar sin mayor problema). Pero como también creo que antes de andar opinando y haciendo crítica cultural así nomás tenemos que topar bien qué es eso que nos maltripea, pensé que estaría chido probarlo en carne propia y averiguar más sobre estos amarres eróticos.

Por eso le pedimos a Takumi, un compa que lleva más de diez años practicando shibari, que se lanzara a las oficinas de VICE para echar la platicada. Muy prudente el muchacho, se trajo también a Shizuko (modelo de BDSM, que también es su morra, musa y sumisa) y así pudimos tener las dos perspectivas de esta sexualidad alternativa.

VICE: ¿Cómo le entraste a este trip?
Takumi: Pues lo conocí como a los 12 años, en internet. Estaba buscando algo de una banda y apareció una chica atada. Me quedé como pasmado un rato y decidí que yo tenía que hacer eso algún día, así que me puse a investigar más sobre el tema. En ese momento no lo vi como algo violento ni nada así, se me hizo algo estético, algo muy hermoso, quería averiguar cómo se hacía.

Busqué lugares en México pero no encontré nada, así que empecé con libros y tutoriales para aprender lo más que pudiera. Todo el inicio de mi formación fue teórica, sobre la seguridad y la técnica. Después conocí a Shizuko y pues, los dos tenemos fetiches con el BDSM, así que empezamos a experimentar con distintas cosas.

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¿Y la técnica de qué va?
Básicamente son intrincados, mucha gente piensa que son nudos pero es una idea mal enfocada. Creen que hay que saber hacer muchas clases de nudos pero realmente tiene que ver más con guardar una armonía con los intrincados, se busca frenar una cuerda con otra para que se vayan acoplando.

¿Como un tejido?
Algo así, pero también va más allá del aspecto visual, o sea, la cuerda se vuelve una herramienta para transmitir emociones y sensaciones. Las dos personas interactúan a través de la cuerda, o sea, también tiene una parte espiritual y de comunicación, más allá de que quede algo bonito.

Tons, ¿además de atar busca vincular?
Exactamente, se genera un vínculo a partir de una relación de intercambio de poder erótico en el que ambas partes están de acuerdo —o sea, que es seguro, sensato y consensuado—. Por eso hay varios protocolos, donde respetar la cuerda es muy importante, en el sentido de que no es cualquier cosa, es una herramienta que te ayuda a generar este vínculo, esta comunicación y a transmitir la energía. Son cuerdas de yute que, de hecho, en México no se consiguen, por eso nosotros las trajimos y las vendemos. Ahora, las cuerdas de yute se tienen que tratar, se hierven y se les aplican ceras y aceites para que se suavicen y así no quemen ni rocen. Incluso las teñimos, por estética.

¿Sólo puedes o debes usar cuerdas de yute?
Pues las sintéticas no son nada recomendables porque lastiman mucho. El trabajo de piso o atar a tu chica a la cama lo puedes hacer con cuerdas de algodón, pero en el caso de las suspensiones, las de yute son las mejores porque se necesita una cierta resistencia.

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¿Hay protocolos también para la parte práctica, o cómo funciona?
Sí, el shibari no es igual a todos los tipos de sumisión, es una tortura consensuada donde además la regla básica es no hacer daño. Tanto dominante como sumiso tienen que ser sensatos y todo está regulado dentro de un marco que se pactó desde antes.

¿Onda un contrato?
Shizuko: Sí, pon tú: al principio hay como una playlist, una lista de juegos, donde pones lo que te gusta del uno al cinco y cada cosa se habla. Después de hacerlo, tenemos un aftercare donde se platica “Oye, creo que te manchaste en esto, pero esto me gustó mucho” y así. Durante el juego también hay como un semáforo donde “verde” quiere decir que todo está bien, “amarillo” es para que él decida si cambiar o bajarle y “rojo” para terminar el juego, eso se respeta por más excitado que esté él o yo. También él, si ve que estoy cerca de lastimarme se detiene. Por eso no lo haces con cualquiera, no sabes si puedes o no sentirte segura. Cuando tienes una relación de pareja donde hay confianza, puedes neta dejarte llevar.

¿Qué le dirías a la banda que le quiere entrar a esto? ¿Por dónde se empieza?
Pues hay mucha gente que, por las fotos en internet y demás, quiere hacerlo y quieren hacer lo más complicado, que son las suspensiones, pero la neta son peligrosas. Esto es todo un proceso donde vas aprendiendo las ataduras más básicas y, sobre todo, tienes que ir conociendo el cuerpo y anatomía básica, todo en cuestión de seguridad, por ejemplo: cómo quitar las cuerdas rápidamente, qué pasa si está temblando y yo te tengo amarrada (por eso hay unas tijeras especiales, como las que usan los paramédicos, para no lastimar cuando cortas)… La seguridad es lo más importante, puede haber asfixia posicional, puedes causar lesiones nerviosas temporales y hasta permanentes donde pierdes movilidad, puedes presionar una arteria o nervios importantes.

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¿Qué es lo que los prende tanto?
Shizuko: Pues creo que principalmente la escena, o sea, tú como sumisa no sabes qué te va a amarrar primero, las manos, las piernas, el pecho… Luego sentir el contacto de las cuerdas, el roce y la temperatura de él… Sentir te puedes liberar y que todo va a estar bien, que no va a haber problemas. Porque, también, después de las cuerdas, se puede llegar a un acto sexual, pero no necesariamente, y eso se disfruta mucho, además de la confianza que puedes tener con la otra persona.

Takumi: Desde luego que a mí lo que más me gusta es que, a partir de una cuerda, de algo tan noble y simple, puedes hacer lo que quieras y causar miles de sensaciones, desde el roce, hasta la presión y obligarla a quedarse en una determinada postura… Ese control puede llevarte al éxtasis. Como dice Shizuko, no todo tiene que culminar en un acto sexual, ni siquiera tienes una erección todo el tiempo, o sea, hay niveles, todo esto va juntándose y obtienes placer, no sólo sexual sino de dominar, de sentir ese poder.

¿El placer que obtienen puede sustituir el sexo? ¿No es necesario venirse?
[Se miran y sonríen todos pinchis cómplices]
Takumi: Pues es que en serio lo tienes que sentir para que veas que no es necesario, que no a fuerzas tiene que terminar en sexo. Al final te sientes realmente satisfecho aunque no hayas tenido un orgasmo… Te sientes igual que cuando acabas de tener sexo: cansado y satisfecho… No es que lo sustituya pero sí es un gran complemento.

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***

Después de platicar un rato y entrar en confianza, me toca hacerla de modelo. Las cuerdas vibran y cosquillean mi piel mientras Takumi las hace correr para afianzar los amarres. Son suaves al tacto pero firmes, como los dedos de alguien que te detiene para que no cruces la calle sin mirar, que te aprietan sin violencia.

Tengo los brazos detrás de la espalda, me estoy quieta, dejando que él me indique hacia dónde moverme, o mejor dicho, dejando que me manipule. Me habla con voz calmada y me explica que se usa una doble columna para distribuir la presión de la cuerda sobre la piel.

—¿Estoy apretándote mucho?

—No, todo chido.

—Me avisas si te sientes incómoda o algo te duele.

—Sí.

Su piel y su ropa me rozan constantemente, en comparación a la cuerda, apenas y se sienten pero están ahí, Takumi está ahí, lo siento muy cerca. Me aprieta el pecho y los brazos haciendo mella en mi capacidad pulmonar (que de por sí es bastante pobre), me siento dentro de la mano de un gigante, me cuesta bastante respirar, tengo mucho calor y definitivamente no me puedo mover ni tantito.

Las cuerdas siguen bajando, con manos de artesano, Takumi va tejiendo una red que cubre mi torso completo. Esperaba que se me durmieran los brazos pero nada, estoy bastante cómoda. Junto a la rudeza del amarre, presenta gestos dulces, me quita el pelo de la cara, constantemente me pregunta si estoy bien.

—¿Te quieres sentar y que te amarre las piernas? Para que veas lo que se siente estar completamente inmovilizada.

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—Pues ya entrados en gastos… Venga.

Me ayuda a sentarme, cruzo las piernas, las va atando mientras me cuenta que ése es un intrincado clásico, que lo usaban los samuráis como tortura a sus enemigos capturados, que el chiste es bajar la cabeza y atar el torso a las piernas, que se llama ebi (camarón en japonés) y que después de un tiempo de estar en esa posición empiezas a sentir un ardor tremendo en la columna vertebral.

—¿Quieres intentar? Claro que no vas a estar mucho tiempo así.

—Ok. (Tortura, ardor… ¿por qué sigues diciendo que sí, Mariana?, pienso.)

Bajo el torso pero mi pelo estorba mucho.

—También hay un amarre para el pelo, ¿quieres?

—Ámonos.

Me echa la cabeza hacia atrás y estoy sorprendida de lo tranquila que me siento, no me molesta poderme mover cada vez menos, no me incomoda que me toque. Es raro, me siento más respetada por el morro que conocí hace una hora que por varios dudes que hasta decían que me amaban.

—¿Me dejas pasarte una cuerda por la boca?

—Pues ya a estas alturas, padre santo…

No pican los labios ni lastiman las comisuras como yo esperaba. De repente, estoy doblada sobre mí misma, sin poder hablar y sin saber qué cara poner cuando Paquito (director de arte de VICE y fotógrafo de esta sesión) me enfoca con la cámara. Sigo sintiendo calor, mis respiraciones son lentas, estoy tranquila.

Cuando me empieza a desamarrar, voy sintiendo cada parte de mi cuerpo liberada, acabo de darme cuenta de cuánto apretaban las cuerdas, de lo tensas que estaban, mi piel queda toda marcada. Ahora que me manipula para deshacer los nudos, me siento desnudada, Takumi me desenvuelve como un regalo y me dice que sí, que no sólo se trata de limitar el movimiento, que las cuerdas terminan envolviéndote.

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Al final estoy un poco mareada, muy cansada, relajada y acelerada al mismo tiempo, es algo intenso y distinto, me cuesta trabajo hablar. Creo que sí se parece un montón al final de un turborevolcón; no me puedo ni imaginar lo que sentirá un par que, encima de todo, esté enamorado.

Llego a casa para empezar a escribir la nota. Me miro las muñecas, las marcas de las cuerdas siguen ahí, sonrío sola. Me doy cuenta de que nunca me sentí humillada, que los gestos agresivos del amarre y la inmovilidad nunca fueron violentos y que, neta, la representación que vemos en las imágenes de shibari nunca alcanzará a traducir las emociones, las sensaciones y ese intercambio del que me hablaban Takumi y Shizuko. Algo cambió, mis caritas de popó, ahora entiendo que la sumisión no siempre es debilidad y que la agresión no necesariamente es violenta. Siento que tengo una nueva perspectiva y eso está de huevos.

Takumi y Shizuko arman performances en bares, convenciones, festivales y donde los inviten, y también, dependiendo de la demanda, hacen talleres para todo público, así que invítenlos y pidan. Además de todo, formaron el Instituto Mexicano del Shibari para que puedan estar al tanto.

Lee más en nuestra columna Lo sexy y lo cruel.

Sigue a Mariana en Twitter:

@dorotrix

Sigue a Takumi en Twitter:

@KinbakuMX