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Me echaron de América por tener una guitarra

Funcionarios estadounidenses me interrogaron durante horas, me desnudaron, y finalmente me metieron en un avión de vuelta a Europa, y todo porque sospechaban que fuera un músico profesional.

Si alguna vez has viajado a Estados Unidos, es bastante probable que hayas acabado odiando a los agentes de fronteras estadounidenses. Los agentes sospechan de todos y cada uno de los pasajeros que tengan nombre o acento extranjero, te tratan como a un terrorista hasta que demuestres lo contrario y, tal y como decubrí el mes pasado, odian las guitarras. O eso supongo, porque no puedo pensar en ninguna otra razón por la que me habrían retenido durante horas. Tuve que soportar un registro corporal completo y pasar varias horas con los hijos predilectos de América por el crimen de querer presentarme en unos cuantos bares y hacer algunos conciertos gratuitos con mi guitarra.

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Mi plan era viajar siguiendo las huellas de mis ídolos musicales –Johnny Cash, Elvis Presley, John Lee Hooker; hombres muy viajados con guitarras y problemas de drogas– atravesando en autobús Greyhound el sur y luego hacia la costa oeste durante varias semanas antes de visitar a mi tía en Alabama y encerrarme en algún motel del delta del Mississippi para grabar mi propia música. Había enviado emails a varios bares con la esperanza de tocar algunos conciertos acústicos por el camino, algo que yo asumía que no daría problemas ya que, según las condiciones expuestas en mi visado, está permitido que los músicos no profesionales tomen parte en “actos o concursos musicales, deportivos o similares si no perciben pago económico por su participación”.

Antes de mi visita al sur, mi novia y yo queríamos viajar por California. Como yo vivo en Londres y ella en Constance, Alemania, volamos a Estados Unidos cada uno por su cuenta, planeando encontrarnos en el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles, el LAX.

Mi viaje fue bastante bien hasta que llegué a Minneapolis, donde se suponía que tenía que coger mi vuelo de conexión. Esa era mi primera puerta de entrada a la Tierra de los Libres, así que tuve que pasar por un registro. El agente comprobó mi pasaporte, se fijó en mi guitarra y preguntó, "¿Es usted músico?, a lo que respondí que era músico aficionado y que esperaba poder dar algunos conciertos pequeños y quizá sesiones abiertas.

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Entonces me preguntó cuándo había estado por última vez en los EE.UU. Le dije que en 2001 vine de Alemania para estudiar en Seattle. "¿Por qué?”, vociferó él. Yo había estudiado filosofía cuando estuve en Seattle, así que encontré interesante que este hombre extrañamente agresivo quisiera darle vueltas al propósito de la educación justo aquí, en el control de pasaportes. Pero antes de que pudiera darle una respuesta, me miró con mala cara y dijo, “Mis compañeros tienen unas cuantas preguntas más que hacerte”.

La visa de estudiante del autor.

Me llevaron a una habitación con unos cuantos individuos altamente sospechosos. Por ejemplo, un chico de India de veintipocos años que llevaba allí casi un día a base de agua y patatas fritas porque, supuestamente, algo no estaba bien en su visado de estudiante. También había una familia con un niño pequeño que no paraba de llorar y una anciana inglesa de aspecto absolutamente aterrado que había ido a visitar a su hija y había sido sacada del avión. “¿Por qué ha venido a visitar a su hija?”, le gritó un agente. Ella le explicó que es lo que hacen las familias cuando viven lejos.

Me quedé sentado en silencio, preocupado por tener a mi novia esperándome en el LAX, hasta que un agente, el oficial James B., me llamó al mostrador. El oficial James empezó a repetirme un montón de preguntas que ya me habían hecho antes –en esencia, qué estaba yo haciendo en el país–, que yo respondí exactamente igual a como había hecho. Tuve la impresión de que pensaba que yo era un músico profesional, lo que hubiera sido halagador por parte de cualquier otro desconocido pero no del hombre que me estaba reteniendo contra mi voluntad en una habitación en un aeropuerto.

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Llegados a un punto, el oficial James me dijo de forma rápida y confidencial que podían meterme inmediatamente en la cárcel, sin ver a un juez y sin ningún proceso legal. Yo sabía que Norteamérica no tenía buena reputación por ser racional, pero aun así me pareció bastante chocante, dado que yo no suponía ninguna amenaza concebible y que había colaborado en todo.

El billete.

Después de esa breve amenaza de que mis derechos podían ser suspendidos por estar en posesión de una guitarra, se me ordenó que volviera a la sala de espera y tomara asiento. Otro agente de aduanas me dijo entonces que les llevara mi bolsa de viaje para poder registrarla.

Cuando terminaron de revolver mi bolsa, vaciando mi loción para después del afeitado y, cosa rara, pinchando todos mis condones, el oficial James sacó unos papeles. Uno de ellos contenía las fechas y lugares de todos los conciertos que había acordado hacer con mi nombre artístico, John Vouloir, que no les había dicho hasta entonces porque nadie me lo había preguntado y no me parecía importante. Quise saber dónde y cómo había obtenido esa información. "América lo sabe todo", me dijo.

A continuación vino el registro corporal. Me llevaron a una habitación que se parecía mucho a una celda de una prisión –inodoro, pica y mesa, todo de acero, sin ventanas ni luz natural. Todavía no me habían dicho los motivos por los que estaba reteniendo. Durante los siguientes diez minutos aproximadamente, un agente con sobrepeso me estuvo respirando encima mientras buscaba material contrabando. No encontró nada.

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Me vestí y tuve que aguantar otra ronda de preguntas. A estas alturas ya llevaba detenido tres horas y estaba ansioso por ver a mi novia, que para entonces ya debía estar en LA muy preocupada. Pregunté si podía hacer una llamada y me dijeron que sólo podía llamar a un número americano, así que les dije que quería llamar a mi tía en Alabama. Los agentes me acusaron inmediatamente de mentir sobre ella. A mí me dejó confundido cómo podían haber averiguado mi nombre artístico pero no que una pariente mía llevaba años viviendo en Estados Unidos.

Después me volvieron a interrogar otra vez, haciéndome preguntas similares. Esta vez pareció más oficial y el agente James tomó algunas notas. A los diez minutos de interrogatorio, uno de sus compañeros entró en la habitación y le urgió para que se diera prisa. Le dijo que sólo le quedaban unos minutos para completar el interrogatorio. Cuando dejó de hacerme preguntas, el oficial James me dio un documento que tenía que firmar, pero que no podía leer debido a problemas de tiempo.

Un email del autor a la oficina de prensa del Consulado de Munich. El asunto dice, “Entrada en los USA denegada / Amenazado de forma indignante".

Resultó que me denegaban la entrada porque estaba en viaje de trabajo de forma ilegal, o algo por el estilo. Después de tres horas de preocupante incertidumbre, preguntándome si acabaría pasando la noche en una celda, me dijeron que me enviaban de regreso a Europa; más concretamente, a Ámsterdam. Cuando llegué, me dieron un sobre que contenía mi pasaporte y un billete de avión a Londres, lo cual estuvo bien. Pero al pobre chico hindú al que habían interrogado conmigo y denegado la entrada no gozó del mismo lujo y no tenía ni idea de cómo volver a su casa.

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Una no-respuesta del Consulado de Munich.

La pregunta es, ¿por qué fui objetivo de EE.UU? ¿Por qué me habían puesto en la SSSS (Secondary Security Screening Selection; Análisis de Selección de Seguridad Secundaria), algo que la unión por las libertades civiles del estado de Washington describe como “anticonstitucional”? En 2012, los turistas ingleses Leigh Van Bryan y su novia fueron encarcelados por agentes de aduanas porque Leigh había tuiteado que quería “destruir América y desenterrar a Marilyn Monroe en LA”.

Aunque explicó a los funcionarios de inmigración que en la jerga inglesa “destruir” significaba “ir de fiesta” y que el comentario sobre Marilyn Monroe sólo había sido un chiste malo, eso no impidió que los agentes de aduanas registraran los equipajes de la pareja en busca de picos y palas. Pero yo no había tuiteado nada acerca de destruir América o exhumar cuerpos de estrellas de cine muertas; yo llegué al aeropuerto de Minneapolis con una guitarra, del mismo modo –o eso imagino– que miles de personas llegan a Estados Unidos con instrumentos cada año.

¿Sería demasiado narcisista asumir que eran un par de blogs que había escrito –uno en el que decía que no era muy gran fan de Obama y otro sobre la guerra con drones– los que me había puesto en problemas? ¿O quizá que, por la razón que fuese, habían estado leyendo mis emails a los bares con los que había estado organizando conciertos? Podría parecer un poco exagerado y un absoluto mal gasto de su tiempo y recursos, pero después de las revelaciones de Edward Snowden sobre el programa PRISM, está claro que algo se tiene que hacer para proteger el país de la amenaza de figuras tan infames como la de un músico amateur alemán con una guitarra y un billete de autobús.

Sigue a Johannes en Twitter: @JohnVouloir