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Distrito Feral

Mi gusano y yo, la historia del parásito que vivió dentro de mi cuerpo

Ponte trucha con lo que comes, o el gusano del sushi puede elegirte como su nueva residencia.

Tenia.

El primer día de la temporada que pasé junto a mi inquilino corporal, o al menos el instante en que su presencia comenzó a llamar mi atención, sentí un picor punzante sobre el tórax. Levanté mi camiseta para encontrarme con un roncha gorda a la altura de la ultima costilla, como a diez centímetros de mi ombligo. No se trataba de una roncha singular. Más bien de una simple hinchazón en la piel. Supuse que se debería al piquete de algún insecto, quizás cortesía de una chinche o araña. Y pese a la comezón incómoda que me causaba, decidí intentar olvidar el montículo.

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No importa cuánto insistan en ello los cristianos devotos, no todas la criaturas del señor son agradables. Existen algunas cuantas que francamente son repulsivas. Organismos perturbadores que ponen en duda la estabilidad mental del creador y evidencian que, si es que en verdad existe, definitivamente es un bato bien torcido.

Me refiero al oscuro reino de los gusanos parásitos. El grupo taxonómico que comprende a las tenias y sus semejantes. Lombrices lyncheanas como las que aparecen en Dunas, sólo que, en lugar de enterrarse en la arena como sucede en la película, lo hacen en tu intestino. Seres planos, blancos y babosos que penetran el cuerpo como larvas o huevos, se desarrollan en tu interior y, anclándose con sus poderosos ganchos bucales al tejido, lo transforman en su placido hogar.

El segundo día de la invasión que sufrió mi persona por un ente invertebrado, la roncha amaneció más grande y roja. Ahora era aproximadamente del tamaño de una moneda de cinco pesos. También me picaba más que antes. Sin embargo, aún me autoconvencía con la teoría de que no se trataba más que de un piquete. Podría ser que de zancudo. Quizás lo que sucedía era que me había producido algún tipo de alergia.

Cuando estudias biología llegas a conocer de cerca a la fauna desquiciada que, a la manera de Alien, depende de colonizar a otros seres vivos para poder existir. Cobras conciencia de que las fresas, la nariz de tu perro o el taco de la esquina son vectores potenciales de decenas de especies de platelmintos, lombrices y protozoarios a los que les fascinaría intervenir tu intimidad visceral y compartir tu cuerpo. Observas sus contornos inquietantes flotando dentro de frascos de formol amarillento y te preguntas qué tan efectivas serán las normas de higiene bajo las que riges tus actividades cotidianas. ¿Desinfectaste la lechuga? ¿Besaste a tu gato? ¿No te lavaste las manos después de viajar en metro? ¿El tortero se rascó las nalgas mientras preparaba tu torta de queso de puerco?

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En la clase de parasitología del Dr. Guillermo Salgado en la UNAM, eres testigo visual de lo que sucede cuando las respuestas a estas, y otras preguntas similares, no son las indicadas. Imágenes grotescas de humanos parasitados a grados extremos. Casos clínicos dignos de cuento de H.P. Lovecraft. Tu ingenua mirada nunca volverá a ser la misma después de analizar las diapositivas de las pobres víctimas y los monstruos que en su interior se instalaron: miles de gusanos emergiendo como cascada por el ano de un desgraciado, cisticercos calcificados en el cerebro, tenias de diez metros de largo, ojos dentro de los que se adivina la silueta serpentoide del organismo que causó la ceguera, radiografías donde se ve claramente la solitaria paracaidista hecha bola dentro del tracto digestivo, corazones perforados por lombrices. Y demás joyas gráficas del museo del terror biológico.

Para el tercer día de mi historia, la roncha ya no era tanto un roncha sino una especie de galleta dura. El área que la circundaba estaba evidentemente hinchada. Y la comezón ahora iba acompañada por algo de dolor. Tomé un antihistamínico y unas vitaminas e imploré que la lesión se autolimitara.

En los libros aprendes sobre los complejos ciclos de vida de los parásitos, algunos requieren invadir a varios animales distintos para poder perpetuar la especie. Lees sobre aquellos capaces de secuestrar la mente y cambiar la conducta de su hospedero. Y no puedes evitar comenzar a respetar un poco más a estos animales invasores. Son seres con adaptaciones e historias evolutivas sinceramente dignas de admiración. Debo confesar que hasta comienzas a apreciarlos bastante. Claro, siempre y cuando la desgracia de tener uno dentro, sea ajena.

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Recuerdo con ansia y un poco de asco el caso que le tocó atender a mi mamá en el hospital Gea Gonzáles cuando hacía su internado. El primer caso que le tocó atender durante su residencia en el área de cirugía, fue sin duda uno de los más desagradables en los que haya participado. El paciente llegó inconsciente, hinchado al borde de la explosión. En el quirófano diagnosticaron que el problema se debía a una infestación bestial de Ascaris lumbricoides. Las lombrices de los famosos anuncios de Vermox que incluían la cancioncita: "Si tú sientes que te pica la colita, en una de ésas tienes lombrices". Cabe señalar que el mentado picor se debe a que las lombrices salen por el ano del infectado y depositan sus huevos en la inmediaciones de las nalgas. Estos huevecillos cuentan con una sustancia urticante que produce la picazón. Generalmente sucede que el hospedero se rasca alegremente el culo y recoge los huevos con las uñas. A dónde van a parar después: hamburguesas, flautas, ensaladas, etcétera. Es una cuestión de higiene personal. De esta manera el parásito incrementa la probabilidad de que sus huevos lleguen a la boca de otra víctima. El dicho "come caca" fungiendo en todo su esplendor.

Seguramente a aquel pobre hombre le llevaba escociendo la cola un buen rato, porque, cuando los doctores abrieron su cuerpo, se encontraron con un mar revuelto de lombrices. Eran tantas que fue imposible evitar su muerte. Mi mamá y el resto del equipo médico retiraron casi diez kilos de parásitos. La imagen se hizo aún más delirante cuando, debido a la acción de la anestesia, las lombrices comenzaron a migrar de manera errática y emergieron por todas las cavidades corporales del cadáver: nariz, ojos, boca, orejas y ano. Película gore enfermiza vuelta realidad y una de las razones por las que mi madre ahora se dedica a la investigación en diabetes y no a la práctica.

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De vuelta a mi caso. El quinto día trajo consigo un cambio drástico. De la galleta dura e inflamada que se escondía bajo mi piel comenzó a surgir un surco rojizo. Era más o menos del ancho de una pluma Bic y se extendía por el costado de mi cuerpo hacia la espalda. Me producía una picazón desquiciante. Resolví que quizás ya había llegado el momento de tomar el asunto con seriedad. Le mostré a mi madre la lesión. Su semblante se ensombreció. Tocó con precaución el área inflamada, estaba ardiendo. La urgencia de consultar a un especialista se hizo imperante.

Así fue como al día siguiente llegué a Médica Sur, al consultorio de la Dra. Hoyo. La dermatóloga observó el surco rozado, que para ese momento ya atravesaba la mitad de mi espalda, y apareció una ligera sonrisa en la comisura de su boca.

Me preguntó si me gustaba el sushi. Contesté que sí, sin estar del todo seguro a qué venía tal interrogación. "¿Qué tan seguido consume usted pescado crudo?", fue su siguiente pregunta. Pues cada que el bolsillo me lo permite. La sonrisa de la doctora se extendió de lado a lado. Joven lo que usted tiene ahí es un clásico cuadro de Gnatostomiasis, el gusano del sushi.

Al parecer el surco que recorría mi piel se debía al túnel cavado por el nematodo en su migración através de mis tejidos. Noticia que obviamente me dejó congelado. Tenía un gusano paseando por el interior de mi cuerpo. De pronto la laceración cutánea que parecía la marca de un látigo sobre mi espalda, cobró una dimensión aterradora. La doctora me dijo también que el intruso medía entre tres y cinco centímetros y que yo había corrido con mucha suerte porque el parásito había migrado de mi tracto digestivo hacia la pared corporal. No siempre es así, la larva puede ser transportada por el torrente sanguíneo hacia el pulmón, el ojo o el cerebro, en cuyo caso las posibles repercusiones son mucho más graves.

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Durante la hora que duró la consulta me enteré de que el llamado gusano del sushi o Gnathostoma sp. es un mal sumamente común en Japón. Se trata de un nematodo parasítico de organismos de agua dulce, cuyo ciclo de vida incluye varios estadios larvarios, dos hospederos intermediarios y uno definitivo; esto es que para poder sobrevivir y llegar a la edad adulta el parasito necesita infectar a tres animales distintos. La secuencia comienza con la eclosión del huevo dentro del agua para liberar una primera fase larvaria de vida libre, único momento en que la especie habita fuera de otro organismo. La larva diminuta nada hasta que es comida por un pequeño crustáceo copépodo. Dentro de este primer hospedero intermediario se transforma en la segunda fase larvaria. Si el copépodo es comido por un pez o anfibio, segundo hospedero intermediario, el nematodo seguirá su desarrollo, migrará dentro del tracto digestivo y se enquistará en el tejido. Cuando el pez o anfibio infectado es consumido por el hospedero definitivo, en este caso mamíferos terrestres como felinos, caninos y puercos, el quiste se transforma en la tercera fase larvaria que a su vez migrará dentro del organismos en cuestión y dará paso a la forma adulta o gusano. Los gusanos forman un tumor en el esófago o estómago del hospedero definitivo, se reproducen y generan los huevos que cierran el ciclo.

Los humanos no figuramos dentro de este ciclo de vida, somos lo que se denomina como hospederos accidentales. Si consumimos la carne cruda del pescado infectado, los quistes del parásito se desarrollan dentro de nuestro tracto digestivo para dar paso al último estadio larvario. La larva después migra a través del torrente sanguíneo y el resto es historia conocida.

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Obviamente el mayor índice de contagio sucede por medio del sushi de pescados de agua dulce. Aunque el ceviche que no es cocido en limón por suficiente tiempo también puede figurar como un posible vector. Por suerte, para los amantes del sashimi como yo, la mayoría de pescados ofrecidos en la carta son de origen marino o de aguas salobres y no representan ningún riesgo. El problema es que muchas veces te dan gato por liebre y el sushero suple al robalo u otros cortes de sabor y apariencia poco destacada por cualquier especie de pescado blanco. Claro que esto no debería pasar en los restaurantes más mamones, pero en las barras de los supermercados es una práctica cotidiana. Maldito sea ese pinche rollo que me chingué de la Mega, fue lo que pensé cuando la doctora me decía esto.

Gusano del sushi.

Entonces estaba confirmado: mi cuerpo albergaba en su interior a un gusano nematodo. El muy hijo de puta utilizaba mi carne como su línea de metro personal y recorría mi anatomía a placer. Me preparé para lo peor, seguramente el tratamiento para librarme del canalla parásito, sería una guerra que se extendería durante meses de alcohol restringido. No obstante, la Dra. Hoyo me sacó de mi temor: "Ya que no figuramos como hospederos definitivos, el gusano no puede reproducirse dentro de nosotros y nuestros tejidos tampoco le sirven de alimento adecuado, por lo que está condenado a sucumbir". Uff, cerca la bala. "Claro que podría demorar varias semanas en las que seguirá causando molestia severa".

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Miré mi espalda en el espejo del consultorio e imaginé cómo se vería al final de ese periodo. Quedaría como el personaje principal de la película 12 años de esclavitud. Sin embargo, una vez más corrí con suerte. Debido a que es una patología tan común en Oriente, las farmacéuticas han desarrollado un fármaco poderoso que sólo dos pastillitas son capaces de matar al intruso. Eso sí, es como un bombazo químico que además barre tu flora intestinal por completo y te deja sintiéndote como teporocho de parque. "Me vale madres, déme seis" le imploré a la doctora. Quería erradicar al puto gusano cuanto antes. Pero tuve que aguantar a que importaran el fármaco. No lo vendían en México. Lo que implicó cuatro jornadas más en compañía de mi gusano. Al cabrón le daba por ser más activo de noche. Se deslizaba abriendo mi tejido y me producía ardor y mucha comezón. Al día siguiente, los surcos que dejaba sobre mi dermis, dolían como quemada de tercer grado de sol costeño.

Finalmente llegó la medicina. La ingerí inmediatamente con la novedad de que el condenado nematodo tardaría aproximadamente cuarenta y ocho horas en morir. Tiempo durante el que migró erráticamente produciéndome una chinga que no me dejaba ni dormir y el terror de que emergiera por mi nariz o ano fue una constante.

Cuando el gusano desapareció del todo me quedé con un sentimiento extraño. Mi roomate corporal de las últimas dos semanas se había esfumado dejando tras de sí un vacío desconcertante. No quiero decir precisamente que lo echara de menos, pero como que ya me había acostumbrado a su presencia. Por supuesto que la fotografía lacerada de mi espalda, ahora figura como una de las diapositivas con las que el Dr. Guillermo Salgado atormenta a sus alumnos de la materia que instruye en la Facultad de Ciencias de la UNAM.

Lee más en nuestra columna Distrito Feral.

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