Mi vida como chofer de Uber y veterano de Irak con trastorno de estrés postraumático

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Mi vida como chofer de Uber y veterano de Irak con trastorno de estrés postraumático

A menudo he pensado en suicidarme, pero en la noche recojo gente con vidas y dinero en los bolsillos, con lugares a donde ir, cosas que hacer, gente que ver.

Allí en mi tablero, donde todos puedan verla, está pegada mi Insignia de Infantería. Es una medalla que se da a los soldados "que lucharon en combate… que se involucraron en el combate para acercarse al enemigo y destruirlo con fuego directo". Se supone que es algo que incita una conversación, una forma de tender un puente sobre el vacío que queda entre los pasajeros que entran y salen de mi coche.

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Pero casi nadie la nota, y si la ven, ni les importa.

He recibido dinero de muchas personas y sólo dos me preguntaron qué era. Cuando les dije que era un premio que me gané en Irak, un tipo soltó un monólogo, supongo que para impresionarme, sobre un familiar lejano que estaba en las Fuerzas especiales. El otro sólo dijo: "Ah".

Son muchas más personas las que me preguntan por qué tengo una calcomanía de Uber en blanco y negro en vez de una de esas "chidas" que brillan en la oscuridad. Otros me preguntan por qué no traigo un bigote rosa, como los coches de Lyft. Pero en su mayoría, mis pasajeros pasan todo el camino viendo las pantallas de sus celulares y tratándome como si fuera una máquina. Al mismo tiempo, no puedo evitar que mis pensamientos se vean invadidos de líneas de Taxi Driver que llevan meses dando vueltas en mi cabeza.

Escuchen, cabrones, desgraciados: aquí tienen a un hombre que no pudo tolerarlo más. Un hombre que hizo frente a los pordioseros, a las putas, a los cabrones, a la suciedad, a la mierda. Aquí tienen a alguien que les hizo frente.

Sólo que yo les hago frente sentado aquí, viendo la ciudad a través a mi parabrisas.

Mi primera experiencia con Uber fue hace más o menos un año, a principios de 2014, al poco tiempo de que la vida me golpeara y un día despertara sin trabajo, sin novia y sin un lugar donde vivir. Vivía en mi coche y decidí ir a Los Ángeles a casa de mi hermana para poner mi vida en orden. Acababa de mudarme a California después de haber pasado algunos años en la zona ex industrial de Estados Unidos y planeaba regresar. Tal vez pierdas todas las batallas, pero si persistes, podrías ganar la guerra. Al menos eso es lo que mi estúpida mente cree.

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Una noche mi hermana y yo quisimos ir a Venice Beach pero no queríamos manejar ebrios ni pagarle una fortuna a un taxi. Mi hermana sacó su celular y presionó algunos botones. Minutos después llegó un Prius y nos metimos. Me interesaba mucho lo que la conductora estaba haciendo, así que empecé a hacerle preguntas. Ella era el típico cliché de Los Ángeles: una chica que quería ser actriz y que vivía en la avenida principal de Los Ángeles, que hacía un poco de stand-up y escribía un guión. Trabajaba con Uber para sobrevivir: podía pagar la renta y sus cuentas. Sólo manejaba hasta las 10PM. Como mujer, me dijo, manejar más tarde sería inseguro.

Yo no quiero ser actor. Soy otro tipo de cliché: el veterano desempleado de la guerra de Irak con estrés postraumático. Serví en Monsul durante la insurrección de 2003 y 2004. El eslogan de nuestra unidad era "Punish the Deserving" ("Castiga a quien lo merezca"). Yo disparaba ametralladoras. Sobreviví matrimonios fallidos, emboscadas en Mosul e incontables misiones "para recuperar el contacto", ¿entonces qué tan difícil podría ser este nuevo trabajo? ¿Qué era "inseguro"?

La mayoría de las veces soy totalmente invisible para mis pasajeros. Quizá todos estamos condicionados a no hablarle a la gente que contratamos para que nos ayude.

Además, siempre me ha gustado la idea de andar llevando gente por ahí. Hace años, un reportero de The Wall Street Journal me contactó para hablar del blog que mantenía en Irak. Luego escribió: "El especialista de la Armada Colby Buzzel pensó que evitaría ser enviado de vuelta a Irak al salirse del ejército y empezar una nueva carrera. 'Se me ocurre manejar un taxi', dijo".

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Cuando regresé a casa decidí chingar mi vida aún más y volverme escritor. Imagino que los veteranos de generaciones anteriores o terminaban manejando un taxi amarillo como Travis Bickle de Taxi Driver cuando se salió de la Marina, o terminaban manejando para una de esas compañías de taxis de veteranos esparcidas por todo el país. Para mi generación de veteranos ése ya no es el caso. En esta nueva economía de consumo colaborativo, donde puedes pedir lo que sea con tan sólo un click en la pantalla de tu smartphone, parar un taxi estará tan pasado de moda como usar tropas de tierra.

Uber lleva un buen rato dirigiéndose a militares veteranos. Si lo piensas, los veteranos son sus conductores ideales. Cuando mi unidad regresó de Irak, casi cada soldado que conocía compró un coche con sus pagos de combate. Hay muchísimos veteranos desempleados con coches nuevos para trabajar.

En 2012, The Associated Press reportó que 45 por ciento de los 1.6 millones de miembros del Servicio estadunidense que habían sido enviados a Irak o Afganistán habían vuelto a casa y que estaban haciendo papeleo para recibir beneficios de discapacidad relacionada con su servicio. Cientos de miles de hombres y mujeres se han visto forzados a esperar en una eterna fila junto con incontables veteranos; todos ellos esperan algún día ver la luz al final del túnel de la Oficina de Asuntos de Veteranos. Es una fila que eventualmente lleva a un callejón sin salida, donde algunos literalmente mueren esperando sus beneficios. La guerra nos volvió "la generación de ex tropas con más problemas físicos y mentales que la nación haya visto". Uber nos ofrece algo que hacer mientras esperamos que nuestros beneficios lleguen a nosotros.

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A menudo he pensado en suicidarme. Donde vivo, la gente ya está muerta. Pero en la noche recojo gente con vidas y dinero en los bolsillos, con lugares a donde ir, cosas que hacer, gente que ver.

La tasa de desempleo para veteranos ha mejorado desde la crisis financiera, cuando era de un doce por ciento para quienes pelearon en Irak o Afganistán y un increíble 30 por ciento para los veteranos menores de 24 años. Aún así, los veteranos post 9/11 tenían una tasa de desempleo de 6.7 por ciento en febrero, comparada con el 5.5 por ciento de la población general. Muchos veteranos jóvenes aceptaron el empuje de la compañía para reclutarnos como parte de su iniciativa UBERMILITARY: WE WANT YOU, cuya meta era contratar 500,000 veteranos para 2016, "que apenas es una cuarta parte de todos los veteranos desempleados de las guerras de Irak y Afganistán".

En febrero, Uber anunció que sólo había alcanzado una quinta parte de esa meta. Se ha reportado que "10,000 veteranos que trabajan para el gigante de la tecnología de 50 mil millones de dólares han generado más de 35 millones de dólares".

Nada mal. Entonces decidí enlistarme en UberMilitary.

Fue fácil, mucho más fácil que entrar a una estación de reclutamiento y enlistarte en el ejército en época de guerra. Nada de pruebas de drogas, evaluaciones psiquiátricas, exámenes escritos, de manejo, orientaciones, entrevistas, preguntas sobre tu educación o experiencia, ni nada. Sólo debía entrar a su página web, pasar su filtro en línea e ir a una breve inspección de mi coche en una de sus locaciones en la ciudad. En cuestión de minutos me volví un soldado raso de Uber. Era un empleado, o estaba auto-empleado, lo que significa que estaba a cargo de mi propio destino, podía escoger mis horas, podía tener faltas injustificadas y tomarme los días de vacaciones que quisiera. Era mi propio jefe. Era increíble.

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Claro que no recibí aquel plan de "401,000 dólares, reembolso de gimnasios, nueve días de vacaciones pagadas, paquete de seguro médico y dental y una política de vacaciones ilimitadas" que aquellos que trabajan en la parte tecnológica de Uber sí reciben. También sabía que mis posibilidades de crecimiento eran nulas. Pero yo era ya bastante suertudo como para haber conseguido un empleo y no ser un vago con un letrero de cartón que dijera "Soy veterano".

Mi primera noche empecé alrededor de las 9PM y manejé hasta las 3AM. En mi cabeza toda la noche aparecieron letreros de lugares de la vida nocturna de San Francisco con jazz de fondo. No puedo dejar de pensar en Taxi Driver: en Travis Bickle, en su soledad y su flujo de conciencia:

Ahora veo claramente que toda mi vida está encauzada en una dirección. Nunca he podido elegir. Toda la noche estoy citando esa pinche película, recogiendo y llevando clientes. Todos los animales salen en la noche: prostitutas, drogadictos, travestis, reinas, maricones, stoners, junkies. Algún día caerá una lluvia y lavará toda esta mierda de las calles. Voy a todos lados. Llevo a gente al Bronx, a Brooklyn, a Harlem. No me importa. Me da igual. A otros no.

A mí también me da igual. Mierda. Estoy en la Costa Oeste y recojo a quien sea y los llevo a donde sea. Los llevo a cualquier barrio, del más fresa al más feo. Como a Travis Bickle, no me importa y tampoco discrimino. Además, con Uber no puedes hacerlo. Sigues órdenes, como en el ejército. Recoges a quien la maldita app te diga y luego sigues la delgada línea azul que te dice a dónde ir. Podrían ser cuatro drag queens que apestan a perfume barato, que parecen tacles; todas ellas estarán dentro de mi Kia Rio de cuatro puertas gritándome que maneje más rápido. O también podría ser el güey que sólo quiere andar por algunas cuadras y que me dice que baje la velocidad mientras pasamos por un callejón y se inyecta heroína en silencio. Podría ser una viejita con cuatro bolsas de súper que necesita que la lleve a su casa en una de las colinas más altas de la ciudad. Podría ser la chica a la que le gusta la tecnología y que quiere empezar un blog llamado "Odio a todos los ingenieros" y planea pagarle 3 millones de pesos a un chef famoso para que cocine en su boda. O podría ser el compa borracho que me agarra del hombro y me pregunta si hago artes marciales mixtas. "¿Por qué?", pregunto. "¿Crees que me ganas?"

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You talkin' to me? You talkin' to me? Then who the hell else are you talking… you talking to me? (¿Me hablas a mí? ¿Me hablas a mí? ¿Entonces con quién mierdas hablas? ¿Me hablas a mí?)

La primera vez que vi Taxi Driver fue en mi adolescencia. Un amigo la tenía en VHS y recuerdo ver las escenas del Nueva York de los setenta con los ojos muy abiertos, asimilando todo: las siniestras visiones de la ciudad cayéndose a pedazos alrededor del anti heroico Travis Bickle, sus largos monólogos llenos de dolor. Bickle me cautivó. Cuarenta años después del lanzamiento de la película y una década y media después de verla, estaba yo manejando en una ciudad extraña y las palabras de Bickle volvieron a inundar mi cabeza.

Tras mi primera noche de chofer, después de estacionarme, saqué las latas de cerveza y botellas que la gente deja bajo el asiento y revisé mi teléfono para ver cuánto había ganado. No podía creer el número en la pantalla: casi 300 dólares antes de que Uber tomara su comisión del 25 por ciento. Algunos estarían eufóricos, pero yo quería llorar al darme cuenta de que probablemente ganaría más en una semana manejando para Uber que en todo un año como escritor freelance.

La soledad me ha seguido toda mi vida, a todos lados. En los bares, en los coches, en las banquetas, en las tiendas, en todos lados. No hay escapatoria. Soy el hombre solo de Dios.

Lo que más me gusta de manejar para Uber es que puedo ver toda la ciudad. Gracias a una organización local sin fines de lucro que ayuda a veteranos que se sienten rechazados, vivo solo en el Tenderloin, el último cacho de San Francisco gobernado por el crimen. No podía pagar otro lugar.

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Mi cuarto consiste en cuatro paredes blancas. En una de ellas está un póster original de Taxi Driver. El eslogan dice: "En cada calle de cada ciudad de este país hay un don nadie que sueña con ser alguien". Ha estado conmigo durante años y cuelga cerca de la cama individual que me recuerda que estoy condenado a estar solo. Sin cocina, sin clóset, sin vista hacia la bahía. La única ventana que tengo mira hacia una pared de cemento. El baño es compartido y está en el pasillo.

A menudo he pensado en suicidarme. Donde vivo, la gente ya está muerta.

Pero en la noche recojo gente con vidas y dinero en los bolsillos, con lugares a donde ir, cosas que hacer, gente que ver. Todos se arreglan y socializan unos con otros por medio de sus celulares. Para mí es fascinante: observar y escuchar a otras personas en el asiento trasero.

Un tipo me explica que la mayoría de chavos de veintitantos que trabajan en tecnología ganan tanto dinero que no saben qué hacer con él, ya que la única actividad que les gusta son los videojuegos. Una joven mujer con traje sastre se sube a mi coche y llama a su mejor amiga para quejarse de su novio: "Siempre está en el celular o en la compu. Veo cómo trabaja duro y lucha por todo, pero nunca por nuestra relación".

No es ningún secreto que la tecnología dirige a San Francisco. O eres de los ricos que trabajan en tecnología, hablan de tecnología, comen tecnología y se ganan la vida con tecnología, o eres de los no-ricos, la gente a la que no le gusta la tecnología y que está siendo desplazada de la ciudad. Ha llegado al punto en que creo que alguien debería tomar esta ciudad y simplemente… tan sólo tirarla por el pinche escusado. Muchos que trabajan en tecnología están viviendo como si estuvieran en los locos años veinte, mientras que yo estoy más o menos atrapado en la Gran Depresión. Me di cuenta de esto cuando recogí a un techie afuera de una de las grandes compañías de tecnología. Él era casi de mi edad y necesitaba llegar a su enorme casa en Palo Alto, a una buena hora de allí. Mientras él menseaba en su celular, me di cuenta de que soy como El chofer de la Señora Daisy versión moderna. Como no trabajo en la tecnología, yo soy el negro que lleva a los blancos.

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Además soy veterano. Le doy buena fama a Uber. Ellos bien pueden decir: "¡Miren: les damos a esos pobres veteranos una forma de ganar dinero!" Pero los veteranos siempre han sido explotados, usados, tratados como estadísticas. Como dice un lema entre soldados: "Aguántate y sigue".

¿Por qué esta generación no tiene las mismas oportunidades que la "Gran Generación" de la Segunda Guerra Mundial?

El Departamento de Asuntos de los Veteranos reportó que "de 11 a 20 por ciento de los veteranos que sirvieron en la Operación Libertad Duradera o en la Operación Libertad Iraquí tienen trastorno de estrés postraumático en algún momento". Yo diría que es más o menos el mismo porcentaje de gente que está dispuesta a tener una conversación conmigo. Casi siempre, mientras llevo a esta gente por una de las ciudades más pintorescas del país, tan sólo veo el brillo que irradia de sus celulares y alumbra sus rostros. Puedo verlos sonriendo, a veces riendo. Sigo la línea azul que me lleva a donde vayan ellos. Un robot podría hacer mi maldito trabajo. La mayoría de las veces soy totalmente invisible para mis pasajeros. Quizá todos estamos condicionados a no hablarle a la gente que contratamos para que nos ayude.

Algunas personas sí guardan sus celulares y hablan con el conductor. Especialmente los pasajeros embriagados, como el tipo que me preguntó si me he ligado a alguna hembra gracias a Uber o si alguna vez me habían golpeado. Con toda honestidad le dije: "No, eso nunca pasa".

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Cuando me preguntó por qué no le dije lo que una amiga que trabaja en tecnología me dijo cuando le pregunté lo mismo: "Piénsalo. Eres conductor de Uber. ¿Quién querría estar con un conductor de Uber?"

Tiene razón. Nadie querría. A veces hay varias personas en mi coche pasándola increíble. Rarísima vez me incluyen en sus conversaciones, como aquel feroz debate sobre qué hacer cuando un oso te ataca (no te muevas vs. golpéalo en la nariz) o ese otro que casi termina en una pelea de borrachos sobre cuál era el mejor lugar de burritos.

Una recogida que debía hacer era afuera de un restaurante. Tenía las luces prendidas mientras esperaba y los observaba besándose apasionadamente. Se besaban como si estuvieran enamorados. Me recordó a cómo beso yo cuando estoy enamorado. Su despedida tardó años y cuando ella al fin se metió a mi coche, de inmediato sacó su celular.

"Hola, mi amor, ¿cómo estás? Ah, fue muy aburrido, ya me quería ir. ¿Cómo están los niños? Qué bueno… Ahhh… ¿te acuerdas del compañero que te conté? Me acabo de enterar de que se está acostando con todas las asociadas… y además está casado, su esposa me cae bien… él es un buen tipo…" Seguro que lo es.

Cada noche, al meter el taxi al garaje, tengo que limpiar el semen del asiento trasero. Algunas noches limpio sangre. Cada noche voy al garaje a recuperar mi auto y a rezarle a Dios que nadie le haya roto las ventanas para robar algo.

Consigues un trabajo. Te conviertes en el trabajo. En parte tomé este trabajo como una forma de lidiar con la soledad y mantenerme lejos de los bares, pero la triste realidad es que este trabajo me hace sentirme mucho más solo de lo que estaba en un inicio.

A veces me deprimo tanto que simplemente no puedo seguir manejando. Decido parar y, después de estacionar el coche, me dirijo a un tugurio. Allí, en el bar, pido un trago tras otro y pienso en mi vida, en qué hice mal, en cómo diablos terminé donde estoy, mientras veo el letrero detrás del bar que dice "Camino a la ruina". Sin embargo, la mayoría de las noches me aguanto y sigo con mi misión de recoger un pasajero tras otro.

Otra cosa que tengo en mi tablero es la foto de mi hijo, cerca del velocímetro, para recordarme que siga adelante. Casi cada centavo que gano va para él y para la posibilidad de vivir de nuevo cerca de él.

Según los reportes semanales que Uber me manda por mail, gano de 40 a 50 dólares por hora haciendo esta mierda; según mis cuentas, es mucho menos.

A veces pienso en las cosas a mi favor: soy veterano. Tuve un retiro honorable. Gracias a eso pude obtener un permiso de trabajo para entrar a la clase media, dícese: un certificado de estudios. A lo largo de la historia, la educación ha ayudado a que generaciones de veteranos vivan buenas vidas clasemedieras. ¿Entonces por qué siempre que me postulo para un trabajo, y para otro y para otro, ninguno me contesta? Los pocos que sí me contestan dicen que sólo tienen trabajos de medio tiempo, trabajos que pagan sólo una fracción de lo que Uber dice pagarles a sus conductores. ¿Por qué esta generación no tiene las mismas oportunidades que la "Gran Generación" de la Segunda Guerra Mundial? ¿Por qué soy yo quien está en el asiento del conductor, viendo la vida pasar frente a mí, en lugar estar sentado en el asiento trasero jugando con mi smartphone?

Uber manda mails periódicamente que muestran perfiles de conductores e historias de éxito junto con el hashtag #porquémanejo. Todos se ven como la alegre gente que siempre llevo y recojo. La razón principal de por qué manejo es que es un trabajo. ¿Quién más va a contratarme? ¿Qué más voy a hacer aparte de escribir sobre ello? O tal vez manejo porque he visto Taxi Driver demasiadas veces y… No creo que alguien debería dedicar su vida a una mórbida auto atención, creo que uno debería convertirse en alguien como los demás.

Tal vez algún día, me la paso diciéndome. Volverme una persona como los demás: eso sería lindo.

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