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El último encuentro con Alexander Shulgin, el padrino del éxtasis

Alexander Shulgin murió ayer a los 88 años tras luchar por años con el cáncer. Probó y sintetizó más de 200 drogas sicodélicas en su vida. Recuperamos esta entrevista que, técnicamente, no fue una entrevista.

Alexander Shulgin y el autor.

Esta entrevista fue publicada originalmente en diciembre de 2010. Alexander Shulgin murió ayer a los 88 años tras luchar por años con el cáncer. Durante su vida sintetizó y probó más de 200 drogas sicodélicas. 

Me encanta Alexander Shulgin. He adorado a este hombre desde el momento en que leí sobre él por primera vez. Es mi ídolo, mi héroe, el sol que me alumbra, el aire que respiro. Amo todas y cada una de las 978 páginas de la obra magna que escribió sobre la fenetilamina, PiHKAL (Phenethylamines I Have Known And Loved), y cada miligramo de los 1.13 kilos que pesa su tratado sobre la triptamina, TiHKAL (Tryptamines I Have Known And Loved). Encima de mi cama tengo colgada una enorme foto de Shulgin abrazando a su esposa, Ann. A menudo duermo no con una copia de PiHKAL bajo la almohada, sino a modo de almohada. Es el abuelo del éxtasis, el mago de las moléculas, el conquistador de los átomos; el hombre que ha creado en 50 años más drogas sicodélicas que toda la selva amazónica desde el principio de los tiempos. Shulgin tiene más de criatura mitológica, de centauro de la química, que de persona real. Pero lo es. Shulgin existe, como estoy a punto de atestiguar.

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Tras años de preparación me decidí por fin a llamar a la residencia de Shulgin, en principio con intención de concertar una entrevista. Era la clase de llamada para la que uno se prepara llenando una libreta con posibles líneas de diálogo. Uno de esos acontecimientos que requieren sesiones previas de respiración profunda y meditación, de afirmación, de autohipnosis visualizando el éxito con los ojos cerrados. Y aclararse la garganta cinco veces antes de descolgar. De alguna forma conseguí marcar el número y, mientras escuchaba el tono de llamada —dos ondas sinusoidales superpuestas de dos segundos de duración cada cuatro segundos de un silencio exoftálmico—, mi nariz empezó a sangrar debido a la ansiedad. Al otro lado de la línea alguien descolgó el teléfono. Era Ann.

Tuvimos una conversación; ella me llamó “cariño”, lo cual me halagó enormemente, y pude apreciar que tenía acento neozelandés. Ann me dijo que Sasha (los amigos de Shulgin le llaman así) ya no concede entrevistas, que prefiere dedicar sus limitadas energías a terminar su último libro y trabajar en el laboratorio. Yo le expliqué con todo cuidado que no estaba solicitando específicamente una entrevista, que sólo quería encontrarme con él, conocerlo, mantener una conversación informal. Finalmente se decidió que podría visitarle unas cuantas horas; luego él tendría que irse, porque estaba citado para hacerse un electrocardiograma. Antes de colgar Ann me recordó que Shulgin ya no concedía entrevistas, de verdad que no, y que si mi encuentro con él se convertía en una entrevista, lo más probable es que fuera la última que él pudiese dar. Me sentí inundado de euforia.

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Puede que el suyo no sea un nombre muy conocido, pero Alexander Shulgin es, sin discusión, el químico sicodélico más importante que jamás haya existido. Por regla general, quienes sí saben de él están al tanto del papel que desempeñó en el redescubrimiento y popularización del MDMA; pero es que el MDMA es sólo una de las más de cien sustancias químicas que integran una farmacopea que alcanza territorios tan poco explorados que, en ocasiones, Shulgin incluso ha tenido que inventar nuevos términos para describir sus efectos (“jugueteo de ojos” es uno de mis favoritos). Entre las drogas que ha inventado hay alucinógenos táctiles y auditivos, agentes sicodélicos que dilatan el tiempo o ponen al usuario en un estado de confusión amnésica, antidepresivos, afrodisíacos, estimulantes, empatógenos, entactógenos, neurotoxinas y, como mínimo, un insecticida de gran rendimiento comercial. Algunas de estas drogas son las más valiosas medicinas conocidas por el hombre, y aunque sólo unas cuantas hayan sido estudiadas a fondo, suponen la mejor herramienta de la que disponemos para averiguar y comprender la composición química de la mente humana.

Un collage titulado Abrazo Sicodélico, obra de un entusiasta de Shulgin llamado William Rafti. Rafti también diseña tatuajes y blotter art.

Shulgin empezó su carrera en la Dow Chemical Company, donde se ganó un prestigio sintetizando el Zectran, el primer insecticida biodegradable. Tras aquel éxito se le dio carta blanca para trabajar en las sustancias químicas que él quisiera. Shulgin se decantó por las sicodélicas y creó una anfetamina llamada DOM, que en su momento quedaba sólo por detrás del LSD en cuanto a potencia: los efectos de una sola dosis podían durar sus buenas 48 horas. En 1967, el químico de Brooklyn Nick Sand se dio cuenta del potencial mercado que esa droga podía tener. Construyó un laboratorio industrial en San Francisco y, cocinando en una enorme marmita de más de 500 litros de capacidad, le vendió el DOM por kilos a los Ángeles del Infierno, quienes a su vez rodaron a lo ancho y largo de Estados Unidos poniendo a disposición del público decenas de miles de excesivamente potentes tabletas de 20 mg. de DOM. Tal afluencia tuvo como consecuencia que a hordas enteras de hippies se les fuera la pinza en el Golden Gate Park Human Be-In.

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Tras dejar la Dow Chemical, Shulgin instaló un laboratorio privado en el patio trasero de su casa y comenzó a investigar con total independencia, consciente de que las sustancias creadas por él tenían potencial para llegar a las cabezas de, al menos, un millón de personas. Probó él mismo los efectos de cada nuevo componente y, cuando lo creía conveniente, se lo daba a probar a su esposa y amigos, poniendo especial énfasis en las propiedades intensificadoras del sexo de los alucinógenos (o, como él lo llama, “lo erótico”). A lo largo de 50 años, Shulgin ha completado el más exhaustivo examen jamás hecho de las estructuras sicodélicas y elaborado un catálogo de drogas que rivaliza con las que hayan podido producir muchas grandes multinacionales farmacéuticas. Y todo eso sin perder nunca la cordura ni su compostura de caballero: toca la viola, imparte clases en la universidad y asiste a soirées de alto copete en el Bohemian Grove.1

Cuando llegué a su domicilio en Lafayette, California, encontré a Shulgin tranquilamente sentado junto a la mesa de la cocina. Pasé por la puerta corredera de cristal, le saludé y a continuación le di un abrazo, lo cual me produjo una sensación de euforia mayor que la que provoca el MDMA y una dilatación del tiempo más profunda que la de los efectos del 2C-T-4. Nada más separarnos, sin dejar pausa, Shulgin empezó a preguntarme acertijos: “¿Puedes decirme las dos palabras en lengua inglesa que empiezan con dos letras “a” consecutivas?”

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Lo pensé un momento antes de responder. “Una es ‘aardvark’ [oso hormiguero]…”

“Sí, bien, ¿y la otra?”

“No sé, no se me ocurre ninguna”.

Shulgin agachó un poco la cabeza y susurró: “Aardwolf”.

“¿’Aardwolf’?”, pregunté. Shulgin simplemente se levantó de su silla, arrastró los pies hasta el vestíbulo y tomó un enorme diccionario amarillo, que después depositó en la mesa de la cocina y deslizó hacia mí. Sí, en el diccionario había una entrada para esa palabra. Leí la definición en voz alta:

aard·wolf -'wu·lf n, pl aard·wolves ·-lvz [Affric, fr. aard tierra + lobo; cercano al OE wolf wolf–ver LOBO] 1: Cuadrúpedo natural del sur de África similar a la hiena, de espeso pelaje a rayas y patas delanteras con cinco dedos. Se alimenta principalmente de carroña y de insectos como las termitas. Se le suele incluir en la familia de los Hyaenidae, aunque dentro de una rama distinta (Protelidae). 2: Algo tremendamente inesperado que no tiene nada que ver con la psicodelia y que me deja sumido en la confusión.

“Muy bien”, dijo Shulgin, satisfecho. “Ese problema lo hemos resuelto. Pero ahora, por ejemplo, ¿sabes lo que es una ‘bajena’?

“No. ¿Qué es?”, pregunté, crédulo de mí.

“Es lo contrario de una ‘altena’”.

“¡Ajá!” Se me escapó un microlitro de orina y cambié de tema. “Le he traído pastel de melocotón. ¿Le apetece un trozo?”

Shulgin respondió con otra pregunta. “¿Cuántos números hay a la derecha del decimal en el número π?”

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“Sólo uno”. En mi estado de nerviosismo confundí la derecha y la izquierda, pero Shulgin modificó inmediatamente el enunciado de la pregunta.

“Bueno, ¿cuál es el valor de π? 3,14159265… ¿Pero cuántos números pueden ponerse como decimales de π o en un número racional cualquiera?”

“Potencialmente un número infinito de ellos”.

“Correcto. ¿Y qué extensión tiene el infinito?”

“¿Perdón?”

“¿Hasta dónde llega el infinito?”

“Es una pregunta difícil de responder”, repliqué.

“Te haré otra y te dejaré hacer una comparación: ¿cuántos números hay a la derecha del signo divisor? ¿Uno? ¿Infinito? No sólo un número infinito sino también un número infinitamente grande”.

“¿Cómo podría…? De acuerdo, espere…”

Nuestra conversación continuó a partir de ahí en similares tesituras. Básicamente hablamos en forma de acertijos, incluyendo pero no limitándonos a los palíndromos numéricos, los palíndromos separados por un guión (o más bien la falta de ellos) y las unidades de masa según el sistema internacional, con especial hincapié en el femtogramo; las palabras que empiezan con la letra x y las palabras que empiezan con el sonido x, las ambigüedades en la identificación de cactos, el plural correcto de la palabra “fungus” [hongo], de la cual hay en inglés tres variaciones y cuatro formas de pronunciación,2 y de un análisis del pastel de melocotón que había traído que arrojase como resultado el hallazgo de una nueva potencial droga sicodélica (la 5-MeO-PASTELDEMELOCOTÓN). Shulgin me pidió que hiciera un cálculo aproximado de la porción que tomaría en mi primera prueba. Tras extrapolar datos, decidimos que lo mejor sería, por razones de seguridad, limitarnos a tomar un trozo de pastel de sólo un femtogramo. Después se calzó sus sandalias, cogió su bastón de plata y me preguntó, “¿Y si vamos al laboratorio?”

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Antes de ir, Ann nos trajo una gran jarra helada de limonada de fresas. Tuve que recordarme a mí mismo que esta señora era Ann Shulgin, la mujer pionera en el uso del MDMA en sicoterapia. La misma mujer que en esta casa, quizá en esta habitación, usó MDMA y 2C-B para tratar de todo, desde adicción al óxido nitroso hasta posesión demoníaca (o, técnicamente, acoso demoníaco post-exorcismo), a menudo a pacientes que se descubrían sanados cuando años de sicoterapia convencional apenas habrían empezado a rascar la superficie de su dolencia. Sorbí un poco de limonada y, observando más allá de los tapices huicholes que colgaban de las paredes, me fijé en cómo los dos montículos del Monte Diablo quedaban perfectamente enmarcados en el recuadro de la ventana. Suspiré. “Espero que no te importe que lo haga con las manos”, dijo Ann depositando más cubitos de hielo en mi vaso. “En absoluto”, dije yo. No me habría importado aunque lo hubiese hecho con los pies desnudos.

Un amistoso recordatorio a la DEA en caso de que intentaran molestar a Shulgin.

Saboreé un poco de limonada y emprendí un paseo nistágmico por el pasillo en dirección al cuarto de baño. El entramado de diamantes negros del papel de la pared era probablemente el mismo que tendió su mano y estrechó la de Shulgin durante sus primeros ensayos con el TMA-6.3 De pie ante el inodoro de color azul pálido, intentando mear, medité acerca de los contenidos de su cámara séptica: ¡un cofre del tesoro farmacocinético, conteniendo sin duda la colección más variada del mundo de metabolitos fecales y urinarios sicodélicos!

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Hasta las toallas de mano rojo burdeos y el elixir bucal verde de Shulgin reclamaban mi atención. Tuve que hacer esfuerzos para orinar.

Salí del cuarto de baño; Shulgin estaba en el jardín trasero, esperándome. El sol brillaba a través de las hojas de los árboles, arrancando destellos del camino de piedra que conducía al laboratorio y sombras de su gargantuesca colección de cactos psicodélicos, entre ellos un envidiable Trichocereus bridgesii forma monstrose (una planta mescalínica faliforme y sin espinas también conocida como cacto-pene). Atravesamos un pequeño puente metálico y el laboratorio se hizo visible. Cubierto de enredaderas, se trataba de una casita de plástico y metal corrugado de la que emanaba el acre aroma del DMT. Al abrir la puerta, Shulgin exclamó, “¡Ho, ho, ho!”

El laboratorio era una selva de vidrio Pyrex, una gran masa de borosilicatos, una jungla de vasos de precipitados, buretas y toda clase de tapones de goma vulcanizada. Campanas de desecación, mariposas prendidas con alfileres, frascos llenos de una pasta viscosa que supuse que sería pulpa de hongos. Prensadas tras una lámina de cristal, tres espigas de centeno infectadas del precursor fungal del LSD, el Claviceps purpurea o cornezuelo, el moho responsable de aquel azote medieval conocido como Fuego de San Antonio. Dibujado en una pizarra, el diagrama de una molécula aún por sintetizar que reconocí como 3,4-MD-4-metilaminorex, un derivado del 4-metilaminorex, sicoestimulante altamente euforizante que a mediados de los años 80s y con el nombre de U4E-uh obtuvo estatus de droga de culto. Debajo del diagrama molecular, un sencillo mensaje: “¡HAZME!”

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Dentro de la jungla de Pyrex.

Había una colección de matraces de base redonda encima de la mesa, cada uno conteniendo una pequeña costra de triptamina impura. Uno de los matraces estaba etiquetado como 5-MeO-MALT, otro como 5-MeO-NALT. Shulgin empezó a explicármelo. “El primero, el DALT, es el dialil, y el MALT es el metilalil. Entonces el EALT, y después…” Frunció las labios y soltó un plosivo: “PALT e iso-PALT y así en adelante. El 5-MeO-DALT era un compuesto activo y estoy siguiendo esa línea. Por regla general esperan unos cuatro años antes de ilegalizar los descubrimientos míos que se hacen populares, pero le envié la síntesis del 5-MeO-DALT a un amigo y él la puso en internet. Un mes después alguien lo sintetizó en China y lo envió a este país a través de Europa. ¡Y ahora está ya disponible en las calles!”

Un poco de historia acerca de esto: el 24 de mayo de 2004, Shulgin envió un email a un siconauta llamado Murple explicándole la síntesis y los efectos del 5-MeO-DALT. Dio a su descripción la forma y estilo de una entrada de su TiHKAL y le dijo a Murple que pensaba incluirla en su siguiente libro. Ese mismo día Murple puso la fórmula para sintetizar el 5-MeO-DALT en su página web personal. El 25 de junio, un laboratorio del mercado gris hizo abiertamente disponible el producto a un precio de 200 dólares el gramo. El 25 de septiembre, tres meses después de que llegara a las calles, tuvo lugar la primera sobredosis de 5-MeO-DALT de la que se tiene constancia: un usuario de Florida ingirió accidentalmente 225 miligramos (más de 11 veces la dosis que probó Shulgin) justo durante el embate del huracán Jeanne. El hombre sobrevivió a la experiencia para compartir sus numinosas revelaciones; cosas como “Los que son como Ozzy no combinan nada bien con esta sustancia”.

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El más mínimo elogio de una nueva droga por parte de Shulgin prácticamente es garantía de que habrá cruzado fronteras en cuestión de meses. Si alguien muere tras tomar una de estas sustancias sobrevendrá una irresponsable cobertura por parte de los medios, con consiguiente escándalo público y planificación a toda prisa de varias agencias antidrogas. El Reino Unido fue tan lejos como para prohibir de un plumazo la lista entera de drogas de las que se hablaba en PiHKAL. A pesar de sus detractores, Shulgin está convencido de que sus investigaciones deben hacerse públicas abiertamente, sin censuras ni cortapisas, ya que su divulgación tiene fines educativos, ya sea de agentes de la Administración de Drogas y Narcóticos [DEA] o de adictos al DMX. Hubo, eso sí, una ocasión en la que Shulgin consideró una de sus revelaciones químicas demasiado iluminadora para el consumo público. Tras probar una anfetamina que había bautizado como ALEPH-1, escribió en su cuaderno: “No hablar A NADIE de esta droga para que no sea identificada y nadie pueda emprender acciones para destruirla… Continuar con la publicación científica en áreas periféricas como subterfugio y distracción. Mantener todo trabajo progresivo en mis apéndices. Codificar como ‘SH’—demasiado informativo”. Era “demasiado informativo” porque Shulkin cree que la anfetamina ALEPH-1 es “la esencia del poder”4 y si la DEA descubre eso intentaría destruirla. Cuando le pregunté si alguna vez ha vuelto a sentirse así, rápidamente dijo, “No, las investigaciones hay que publicarlas”. Sin embargo, parte de mí no deja de preguntarse si no habrá algún cuaderno de notas especial etiquetado “SH” bien escondido en algún sitio, en alguna estantería cubierta de telarañas.

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Estanterías con reactivos y solventes. Uno de los frascos está lleno de piperonal, uno de los precursores del MDMA.

Más avanzado el día se nos unió Paul D., un colaborador de Shulgin a quien conoce desde hace décadas y que empezó el año pasado a ayudar en el laboratorio. Pregunté a Paul si había probado alguna de las nuevas triptaminas en las que estaban trabajando y él negó con la cabeza. “No, Sasha es siempre el primero en probar cada nuevo material”. La razón de que Shulgin sea el primero en experimentar con sus creaciones es puramente altruista: proteger a su esposa y amigos en caso de que una sustancia tenga un inesperado efecto tóxico y provoque, por ejemplo, un derrame cerebral. No obstante, sospecho que existe otra razón: la sensación que debe producir sintetizar una droga totalmente desconocida e ingerirla. Una sensación que sólo puede experimentarse una vez y es, en sí misma, una droga. La ruptura de un himen transdimensional y neuroquímico. Es, en cierto sentido, la única droga a la que Shulgin sigue acudiendo una y otra vez. Pregúntale cuál es su agente psicodélico favorito y él, sin dudarlo, responderá que el 2C-B.5 Pregúntale cuántas veces lo ha tomado y te dirá que “alguna que otra”. Y estamos hablando del hombre que ha tenido aproximadamente diez mil experiencias sicodélicas. No hay droga, ni siquiera su querido 2C-B, que sepa mejor que la que todavía no se ha probado.

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Paul trajo varias docenas de cajas de cartón verde llenas de productos químicos: la historia física, tangible, de la farmacopea de Shulgin al completo. El trabajo de toda una vida en ampolletas cerradas con un corcho. La colección era tentadora en modo supremo, rayaba en lo pornográfico. Se me aceleró el corazón y mi frente empezó a transpirar; tuve que hacer enormes esfuerzos para evitar un comportamiento indigno, algo propio de un dibujo animado de Tex Avery como jadear, imitar la bocina de un coche o que mis ojos se dispararan fuera de sus órbitas. En una de las cajas Paul dejó al descubierto cien compartimentos ordenados alfanuméricamente conteniendo cada uno un pequeño frasco de cristal, con unos cuantos conspicuos espacios vacíos que en su día ocuparon drogas luego prohibidas por la directriz Schedule 1. En cada etiqueta había dibujado un pequeño diagrama molecular. Algunas de estas sustancias no existen en ninguna otra parte del universo conocido. Shulgin no sólo es químico; también es un coleccionista. En sus inicios tenía la ambiciosa intención de acumular muestras de cada psicoactivo que hubiera en el mundo, pero llegado a un punto comprendió que eso era imposible. En la tarjeta que hacía de índice estaban apuntados los contenidos de la caja abierta: entre otros, tricocereína, curare en bruto, isomescalina, anfetamina, R-DOM, MDMA, DET, DiPT, escopolamina, benzofetamina, d-metanfetamina, aspirina, berberina, fisostigmina, papaverina, pipradol, aconita, pilocarpina, oxicodona, oximorfona, varias muestras forenses de PCP fechadas y etiquetadas como “PCP ilegal, 1975”, y mi viejo amigo el Ritalín.

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El autor tocando un espécimen de Trichocereus bridgesii forma monstrose, más conocido como cactus-pene. Muy “erótico”.

En el exterior del laboratorio Paul revisaba una caja que contenía, como mínimo, mil ampolletas más. “Agentes químicos intermedios, en su mayoría”, dijo. “Esto es un aceite trimetoxibenzaldehído”. Destapó una de las ampolletas y se llevó a la nariz una pequeña muestra de una pasta negruzca. “Tiene un olor interesante”, comentó mientras me pasaba la muestra. Me tapé una de las fosas nasales y aspiré. Olía como Vicks VapoRub y envió una horrible corriente de náusea a través de mi cuerpo, a la vez que me levantaba un martilleante dolor de cabeza. A pesar de estos efectos, me alegré de haber dejado que unos cuantos femtogramos de una de las sustancias de Shulgin entraran en mi torrente sanguíneo. “Esto es 2-etoxi-benzaldehído”, continuó Paul. Aspiró y después me pasó la ampolleta como si compartiéramos el bouquet de un vino caro. “Más agentes intermedios en la producción de anfetaminas y fenetilaminas…” Extrajo una ampolleta llena de unos cristales de color amarillo canario y empezó a descifrar la estructura molecular dibujada en la etiqueta. “Esto es difenil…” Estiré el cuello para ver mejor, totalmente hipnotizado. “¡Salgamos a comer algo!”, exclamó Shulgin. Paul se quedó allí mientras Shulgin y yo volvíamos a la casa. Yo disfruté de una humeante pizza con Ann mientras él optaba por un sándwich de ensalada de huevo en rebanadas de pan blanco: un informal, increíble, apasionante almuerzo primaveral con el químico psicodélico más grande del mundo. Paul irrumpió de repente en la habitación, anunciando casi sin aliento: “¡En Japón un equipo de científicos ha descubierto una síntesis total en doce pasos del Salvinorin A!” Todos empezaron a murmurar. Shulgin estaba impresionado. “Vaya, eso es difícil”, dijo. “Un auténtico tesoro de simetría. El Salvinorin tiene 128 posibles isómeros”. Yo deseé que el día no terminara nunca.

Me senté mirando (posiblemente devorando con los ojos) a Shulgin mientras masticaba su sándwich y pensé en la sobrehumana influencia que su trabajo ha ejercido en todo el mundo. Los cientos de fallecimientos, millones de delirios y descontroles, decenas de miles de millones de dólares que han cambiado de manos y de los cuales él no ha visto un céntimo, los miles de años acumulados en sentencias de cárcel, trillones de experiencias transformadoras, decálitros de lágrimas de alegría, decibelios de risas… Me dieron ganas de hacer mil genuflexiones en gratitud por todas las cosas que me han sucedido mientras experimentaba con sustancias que él ha creado y defendido. Mi cama hundiéndose estando yo bajo los efectos del 2C-B. Ser acunado como un niño por un programador de computadoras mientras desfallecía bajo los efectos del DOC. Mordisquear una crujiente manzana Red Delicious en el seminario tras haber tomado 2C-E. Ir puesto de DiPT, ver una fresca jarra de leche en las escaleras de entrada a una casa y ser atacado por un perro al ir a agarrarla. El artista de Central Park que me dibujó como si fuera Enrique Iglesias bajo los efectos del 4-HO-MiPT. Memorizar el diagrama Hertzsprung-Russell tras haber tomado 2C-D. Enterrar mi cara en una peluca empapada que encontré en el suelo de un taxi tras administrarme 4-HOMET. Todos aquellos eran momentos mágicos, sagrados, maravillosos, que ardía en deseos de relatar a Shulgin. Nunca sería capaz de agradecérselo lo suficiente.

Nunca es fácil decir adiós.

Se acercaba el final de nuestro encuentro y pregunté si me permitirían echar un último vistazo al laboratorio mientras el matrimonio Shulgin terminaba de comer. Me dieron permiso y volví allí, a tocar y oler y examinar cosas en silencio. Puede que en las cajas verdes haya espacios donde una vez estuvieron el 5-MeO-DiPT, el 2C-B, el DOB y el DOM, cicatrices en esta colección, pero no hay forma humana de retirar de la circulación una molécula. El simple hecho de que haya creado estas sustancias químicas y publicado sus síntesis asegura su pervivencia. No es de extrañar que Shulgin siga emprendiendo trips psicodélicos a sus 84 años de edad. De hecho, me contó que los efectos de su última creación, el 5-MeO-MALT, se notan a partir de una simple dosis de 1.8 miligramos, lo cual sugiere que se trata de una sustancia bastante potente. Pero también me dijo que, a medida que se hacía más y más mayor, la dosis necesaria para producir un efecto iba menguando progresiva y notablemente.

Que esta no-entrevista fuese la última de Shulgin me dejó en parte insatisfecho. Tenía muchas preguntas que hacerle. No obstante, la visita me hizo dar cuenta de que quizá había llegado el momento de empezar a responder yo mismo a mis propias preguntas, y que eso es justo y bueno, incluso un regalo. Él, al fin y al cabo, ha dado a lo largo de su vida respuestas más que suficientes. Así y todo, se me hizo difícil dejar su laboratorio. Hubiera querido esconderme en un bote de basura o subirme a una rama de un árbol; me habría encantado que esta historia no terminara jamás.


1 Un lugar en el que me da en la nariz que Shulgin ha compartido sicodélicos con más de un capitoste de la industria. Según un amigo, se le vio una vez ofreciendo al presidente de Boeing, “una nueva forma de volar”.

2 “Fungi”, “fungus” y “funguses”, prestando especial atención a las distintas pronunciaciones de “fungi”: “fun-gee” [fun-yi] y “fun-guy” [fun-gay]. Debo aclarar que estas son cuestiones que provienen de un hombre que en cierta ocasión publicó un editorial de dos páginas en el Journal of Clinical Toxicology acerca de lo fastidioso que resulta que la gente incorrectamente pluralice la palabra “anfetamina”. Así pues, por favor, en el futuro recordad que el Adderall contiene anfetamina, no anfetaminas.

3 La primera modificación química de Shulgin de la molécula de mescalina consistió en añadir un simple átomo de carbono a la cadena de etilamina, lo cual produjo una anfetamina llamada TMA. A partir de ahí desarrolló una serie que iba de la TMA-2 a la TMA-6; todas, menos la última, drogas sicodélicas de moderado éxito popular en Japón y Estados Unidos. La TMA-6 sigue pendiente de entrar en circulación. Shulgin la ha probado, evidentemente, y dice que “hasta poner una rebanada de pan en la tostadora” le resultó difícil.

4 Shulgin creó una serie de anfetamina sicodélica con contenido de sulfuro que bautizó con la letra hebrea א. Fiel a su método de mantener cautela con las dosis, la primera que se administró fue de 250 nanogramos. A lo largo de 18 pruebas fue aumentando la dosis hasta llegar a un miligramo. Detonó una bomba de hidrógeno intelectual en su córtex prefrontal.

5 El 2C-B es el arquetipo de psicodélico de Shulgin. Posee todas las cualidades que ha perseguido durante toda su carrera. El 2C-B es potente, cálido, corpóreo, asociativo, no muestra indicios de toxicidad y sus efectos son de corta duración, lo cual es idóneo en sicoterapia. También es extremedamente “erótico”. Shulgin dijo, “Si alguna vez se descubre algo que demuestre ser un afrodisíaco efectivo, lo más probable es que su estructura se derive de la del 2C-B”. Por desgracia, se declaró ilegal tras un breve período como potenciador sexual distribuido legalmente en todas partes por unos chamanes sudafricanos bajo el nombre de Ubulawu Nomathotholo (una historia increíble que les contaremos otro día).