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Ñeros del Bronx

Los "desechables" son los indigentes que madrugan todos los días para recolectar materiales reciclables de los contenedores de basura. Tienen que hacerlo antes de que pase el servicio de limpia en el centro de Bogotá y los venden durante el día.

Todos los días, los indigentes de todas edades madrugan para recolectar materiales reciclables de los contenedores de basura. Tienen que hacerlo antes de que pase el servicio de limpia en el centro de Bogotá. Los venden durante el día. Con la ganancia algunos podrán pagar una habitación de 5 mil pesos colombianos (algo así como tres dólares).

Debido a la labor de recolección de desperdicios a la que se dedican son llamados "desechables".

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Al oscurecer, cuando empieza a arreciar el frío, buscan refugio en "La L", también llamado “El Bronx”, un mercado de 24 horas que abarca tres calles a pocos minutos de la plaza de armas. En los cerca de cien puestos que componen el mercado, se pesa, corta, pica, rebaja, condimenta, se da a probar, se regatea y se sirve para "aquí" o para "llevar". Se vende marihuana, cocaína, metanfetamina y bazuco (pasta a base de coca).

Uno de los bazucos más populares es el “Homero”. Se vende en una papeleta que tiene impresa la cara del padre de familia Simpson. Esta marca distingue a la banda que la distribuye. A decir de los “desechables”, esta banda es quien controla parte del área, que más que una zona de tolerancia es un baluarte del poder de las bandas que exigen respeto a las autoridades. El “Mosco” le hace la competencia a “Homero” en la comercialización de bazuco, y también la cocaína con el sello de los “Transformers”.

El olor predominante en el mercado es el del polvo blanco que hace braza en las pipas (así se consume el bazuco) y que rivaliza con el olor de la comida que se vende en una de las calles aledañas. También la lluvia acentúa el olor a excremento de las calles lodosas, todo entremezclado en un ambiente festivo donde se escucha a todo volumen hip-hop y reguetón.

Aunque la mayoría de los adolescentes de clase baja y media que entran a “La L” a comprar sus dosis personales sale de inmediato, otros se quedan a consumir durante dos o tres días en las “ollas” –galeras vacías que sirven de quemaderos y dormitorios para indigentes de todas las edades, donde el único requisito para permanecer es consumir.

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“Cuando empecé a trabajar en ‘La L’ vi cosas que nunca imaginé”, narra “Chocolate Parra", filósofo y politólogo, que durante casi dos décadas se dedicó a hacer trabajo social y brindar Amistad –así se llama un programa de la alcaldía– a los indigentes con adicciones.

Una vez, “Chocolate Parra” presenció cuando una niña de 13 años le hacía sexo oral a cuatro vendedores de droga a cambio de una papeleta de bazuco. No fue sino hasta que los dealers se aburrieron de ella, cuando él pudo acercarse para intentar llevársela a un albergue.

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El Bronx Colombiano

. Por Pablo Pérez-Cano y Surya Lecona Moctezuma

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“Los ‘ñeros’ son incomprendidos”, opina Gerardo, un indigente que trabaja haciendo retratos a lápiz muy cerca de la entrada de “La L”.

A este sitio –cuya seguridad informal está a cargo de los Sayayines, quienes manejan las redes de distribución de los jíbaros, los mayoristas– acuden gran cantidad de trabajadores sociales, antropólogos, damas de la caridad y estudiantes que trabajan en su tesis. Ellos preguntan, ¿sufre usted mucho?, ¿quiere dejar la droga?, los “ñeros” responden que sí, que por favor los ayuden con una moneda.

Pero según Gerardo, la sociedad “ñera” funciona con parámetros éticos distintos al resto de la ciudad. Aquí se usa el engaño como forma de adaptación al medio hostil. Lo que un trabajador social, un antropólogo o un periodista pueda decir acerca de ellos es una lejana aproximación.

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Cerca de donde trabaja Gerardo hay una organización altruista que ha traído 600 tamales, agupanela y ropa para repartir a los habitantes de “La L”. La comida se acaba y hay que salir de inmediato porque los indigentes exigen más. Los desechables forcejean para quedarse con la ropa donada, se dan a puño limpio. Es entonces cuando llega la policía y golpea con toletes a todos los involucrados hasta que caen sometidos sobre el piso.

De los nueve mil indigentes censados de Bogotá, dos mil permanecen en “La L”, según las autoridades de la alcaldía. En febrero, la zona fue desalojada por la policía, tras un enfrentamiento entre un grupo numeroso de desechables. Durante el primer día de intervención, el servicio de limpia recogió 60 toneladas de basura acumulada durante años en el sitio. Los refugios para indigentes permanecían llenos y La L en un cerco policíaco.

En vez de puestos de droga se podían ver espectáculos deportivos y culturales. En esos días, el alcalde Gustavo Petro, que ordenó las acciones policiales, respondía desde su Facebook las amenazas de muerte contra los servidores públicos.

En Colombia, la indigencia y el consumo de drogas están íntimamente relacionados. Pese a que existen diferentes asociaciones que buscan mitigar los padecimientos de los indigentes, el narcomenudeo genera tan sólo en Bogotá ingresos por casi 17 millones de dólares anuales. Mientras que las dosis de bazuco se pueden conseguir por menos de un dólar.

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El Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud (Idipron), es una entidad pública descentralizada que desde hace más de cuarenta años ha combatido la situación de abandono de los jóvenes que viven en las calles de Bogotá. En su “patio” Oasis II, hogar de paso donde se les brinda a los jóvenes “habitantes de calle” (concepto que usa Idipron) servicios alimenticios y de salud básicos, llegan de lunes a sábado un promedio 80 varones de entre 18 y 26 años con perfiles muy complejos.

De acuerdo con los trabajadores, muchos de estos chicos han sido víctimas o han ejercido violencia sexual y/o han sido testigos o han protagonizado un homicidio. Más allá de las apreciaciones, el Instituto Nacional de Medicina Legal registró el homicidio de 71 menores de edad tan sólo en el primer mes del año.

Varios de los trabajadores de Oasis fueron antes “habitantes de calle” y egresaron del programa en el que ahora laboran. Es el caso de “Gato”, quien tiene a su cargo la tarea de abordar a los adictos en las calles y convencerlos de que vayan al “patio”.

Por el conocimiento que “Gato” tiene de las calles, es respetado tanto en los fumaderos de bazuco, como en los barrios conflictivos la capital Colombiana.

“¡Qué me ve pirobo!”, encara a los pandilleros de Ciudad Bolívar (sur de Bogotá), mientras camina de cambuche en cambuche (campamentos donde los habitantes de calle se establecen de forma temporal con sus cobijas y materiales recuperados de la basura).

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“¡Van a venir al patio sí o qué!, habrá buen trago, buen perico y buenas niñas”, bromea.

“Vengan a comer, bueno”, dice en tono más serio y paternal a los muchachos.

En el cambuche que tiene enfrente están recostados siete jóvenes que llevan por lo menos un par de horas “quemando” bazuco y no están dispuestos a mover un pie, ni por la comida gratuita del Idipron. “Gato” vivía en las calles de Bogotá en los años 80 y las cosas eran diferentes. Los indigentes eran casi en su totalidad niños y el consumo de estupefacientes se limitaba al tolueno de los pegantes. Ahora la cifra de infantes se ha reducido gracias a los programas de asistencia de la alcaldía y los que ocupan las calles son adolescentes y ancianos adictos a la base de coca.

En el mismo edificio del Oasis, pero del otro lado de una reja que divide al patio en dos, reposan unos 400 adultos mayores, mientras que los jóvenes juegan futbol sin voltear a verlos. Muchos de esos hombres comenzaron su adicción en la niñez y luego fueron beneficiarios del Idipron, pero no lograron sanarse. Sus compañeros de adicción los segregan, les llaman “los loquitos”.

“Gato” cuenta que muchos habitantes de calle reciben ingresos por narcomenudeo, asaltos o por prestar favores a los contrabandistas mayoristas, pero también por la tarea del reciclaje, que en algunos casos es remunerado con papeletas de bazuco. Lo anterior consta en un informe que la Universidad Nacional de Colombia elaboró en conjunto con el Idipron, en el que se hace énfasis en la diferencias entre los “bazuqueros” y los “recolectores de oficio”, que aunque también ocupan las calles, tienen una vida más disciplinada.

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En la clínica de enfermería existen 519 expedientes vigentes. Todos inician con la valoración médica que se les realiza cuando se registran como usuarios del patio y en la mayoría de los casos, es todo lo que consta en las carpetas.

El único archivo que rebasa las 10 páginas es el de Wiliam G. A., que tiene 49 folios. Registra: un examen de VIH que el paciente aceptó que se le realizará, pero luego declinó; un diagnóstico de trastorno mental y de comportamiento que señala el consumo de sustancias psicoactivas; recetas médicas desprendidas del diagnóstico psiquiátrico, una estancia hospitalaria de 4 días por un “cuadro de agitación psicomotora” y una receta que indica el suministro de haloperidol, trazadona y carbamazepina.

En su bitácora, Marely Moreno, enfermera a la que los usuarios del patio llaman “mamá”, registró cada una de las cinco veces que Wiliam aceptó tomar el medicamento. En el folio 49, Marely concluye: “el joven rechaza seguir con el tratamiento, profiere: ‘no quiero, no me interesa’. Persiste con pensamientos suicidas”.

Los trabajadores de Idipron instan constantemente a los jóvenes a recibir servicios de salud especializados, pero los chicos solo piden atención por heridas de peleas callejeras y ajustes de cuenta.

Ofrecen también casas de internado para desintoxicación. Quien desee internarse, deberá inscribirse antes en “El semáforo”, un programa que dura tres meses y exige cumplir una serie de normas de comportamiento y tareas de limpieza. Así se pone a prueba la disposición del joven de comenzar la desintoxicación con especialistas y no ceder ante cualquier arrebato.

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“Los chicos son inmediatistas y usan el chantaje emocional para obtener el trato que quieren”, señala la directora Angélica María Aponte del Oasis, quien representa al Idipron en la intervención social de la alcaldía en “La L”.

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Por la mañana en el Oasis se sirve una bebida caliente y pan. Después se les sugiere a los habitantes de calle que utilicen las duchas. La mayoría acepta, porque de ello depende que se les otorgue una ficha intercambiable por meriendas y otros beneficios. Su ropa más sucia es llevada a la lavandería. Tras el baño, se les integra a talleres como Autoestima y auto-cuidado, tejido, ajedrez y futbol o se les permite usar el gimnasio.

Por la tarde, bajo el tenue Sol, se les permite dormir la siesta sobre la cancha de basquetbol. Varios han desarrollado la capacidad de dormir en cualquier rincón y en posturas que sugiere su convicción de que no volverán a usar una cama nunca.

Pero por las tardes y las noches, casi todos los chicos que asisten al patio “Oasis” deambulan en las calles del centro de Bogotá. Pese a los esfuerzos del personal del Idipron para mantenerlos alejados de las drogas, empiezan a consumir desde que cae la noche y hasta las tres o cuatro de la mañana. “El Bronx” los recibe siempre con los brazos abiertos.

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"Homero" y "Mosco", son César González Díaz y Oscar Alcántara González, los medios hermanos que la alcaldía señala como los principales distribuidores de bazuco en La L, con una disputa sostenida por el control de la zona.

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En las entrevistas que Homero dio a la prensa local, declaró que vivió su adolescencia junto a su madre y su hermano, y comenzó a consumir drogas a los doce años cuando se hacía cargo de una olla en el mítico "Cartucho" -una zona de venta de drogas unas ocho veces más grande que "La L", que operó como tal en la década de los noventa hasta 2007, cuando la alcaldía comenzó la construcción de un parque en esa zona como parte de un programa de embellecimiento urbano.

Su ascenso se debió a la captura de los grandes distribuidores de esos años. Sus negocios ilícitos en La L, más otros en Ecuador, Costa Rica y España, según la fiscalía general, movían diariamente 70 millones de pesos colombianos.

"Dicen que soy muy peligroso. Pero en verdad, yo no soy así, no sería capaz de matar un mosco", declaró a la prensa local, mientras presumió a la prensa sensacionalista que su música es conocida en África y Europa, pues es el DJ de Fondo Blanco, una de las banda de hip hop colombiano mejor posicionadas.

En un acto sin precedentes, el presidente Juan Manuel Santos visitó La L para conocer las condiciones de vida de los habitantes de la calle. Tras pasar revista a las drogas y armas incautadas, fue fotografiado oliendo un tabique de marihuana de varios kilos, celebró más de dos meses sin ningún homicidio en La L y puso como límite 60 días para acabar con otras 24 ollas de las ciudades del país.

Desde marzo, Homero y Mosco están en prisión preventiva, pero las papeletas de bazuco con su sello todavía se venden en el "Bronx" de Bogotá.

Anteriormente:

Los hijos del reclusorio Santa Martha Acatitla

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