FYI.

This story is over 5 years old.

Cultură

Ficción: Niños muertos

Encontraron al niño en un canal de la colonia Progreso...

Encontraron al niño en un canal de la colonia Progreso. Habían cerrado el paso del agua porque a falta de drenaje y tuberías, la gente del barrio usaba el agua sin sanear para llenar tanques y cisternas, lo que había provocado una epidemia de diarrea. Las letrinas estaban desbordadas y los vecinos se vaciaban donde los alcanzaba el retortijón. Un muchachito que dejaba sus intestinos atrás de una mata de carrizo, vio un pedazo de tela enganchado a una rama de la orilla. Se estiró para alcanzarlo y al jalar, descubrió al niño. El muchacho se asustó y otra descarga de fluido fecal le embarró los pantalones. Así, lleno de mierda, fue con su abuelo a llamar a la policía.

Publicidad

El olor a porquería recibió a la patrulla setecientos veintiséis. Los dos oficiales tuvieron que cortar un pañuelo por la mitad para cubrirse la nariz. Con las pistolas desenfundadas parecían ladrones a punto de cometer un asalto. El niño muerto llevaba una bata de dormir color azul. Era de mujer. Uno de los policías hizo un chiste obsceno sobre el niño y la bata. El otro contuvo la risa y dijo que debían acordonar el perímetro y avisar a sus superiores. El del chiste opinaba que eso estaba muy bien y que era el procedimiento reglamentario, pero que con esa peste era imposible hacer cualquier cosa, que pidieran refuerzos y esperaran en la carretera, en el puesto de tacos que vieron de camino al lugar.

Entre los dos consumieron nueve de maciza, cinco al pastor, dos quesadillas y cuatro cocas. Subieron a la patrulla para reposar la comida. Cuando pasaron la ambulancia y el vehículo con los refuerzos, encendieron la sirena y se fueron sin pagar. De regreso al canal se encontraron con tres perros que trataban de llegar hasta el cuerpo del niño. Tuvieron que disparar al aire para conseguir alejar a los hambrientos. Cuatro disparos. Una de las balas aterrizó en el cráneo de un vendedor de raspados que empujaba su carreta a más de medio kilómetro del canal. Tenía doce años. Su cuerpo cayó en una zanja acompañado por dos frascos de dulce para raspado. Un grupo de señoras salía de una iglesia cercana y lograron ver cómo se desvanecía. Ellas dieron aviso a las autoridades y rezaron un padre nuestro por la criatura. Nadie reclamó el cadáver y el vendedor de raspados fue enterrado en una fosa común. Al cabo de un mes, las investigaciones se empantanaron. Se cerró el caso. En el expediente no figura la causa del deceso.

Publicidad

Los perros salieron del canal chillando y dando tropezones entre ellos, aturdidos por los balazos. Los forenses envolvieron al niño en su propia bata y lo llevaron al laboratorio. La autopsia reveló que el niño del canal murió asfixiado, pero antes había sido violado y  golpeado en repetidas ocasiones por un objeto contundente, presentaba fractura de cráneo y múltiples hematomas en torso y piernas. Le faltaban varios dientes y dos dedos de la mano derecha.

La primera hipótesis sugería que el niño del canal había sido secuestrado, torturado y ejecutado por sus secuestradores. Pero eso se descartó con rapidez porque no se encontraron registros de alguna denuncia de secuestro que correspondiera con sus rasgos. Se introdujeron sus características en el banco de datos de menores desaparecidos, se guardó el cuerpo en un congelador y se procedió a esperar que surgieran pistas.

Las pistas no surgieron jamás a pesar de que tres días después una llamada anónima alertó a las telefonistas del Centro de Control, Comando y Comunicaciones de la Secretaría de Seguridad Pública acerca de un posible multi homicidio en una residencia del fraccionamiento Jardín, donde al parecer, una familia completa pudo haber sido víctima de un ajuste de cuentas.

La llamada fue recibida por una telefonista de nuevo ingreso con problemas alimenticios y una hija obesa. La niña era obesa porque la telefonista la rellenaba con todo lo que ella deseaba pero se prohibía comer. Dejaba el refrigerador lleno de guisos y postres para su nena, mientras ella pasaba toda su jornada laboral chupando una tira de zanahoria y tomando agua, muy poca, porque no le gustaba retener líquidos.

Los asesinatos se perpetraron una semana antes, por lo que los cuerpos mostraban la hinchazón correspondiente a su avanzado estado de descomposición. De cualquier forma era posible observar que al hombre y la mujer —presumiblemente padre y madre del hogar— les habían asestados sendos tiros de gracia en medio de la frente. En el baño principal encontraron el cadáver de una jovencita. Vestía sólo una camiseta de pijama que le colocaron sobre la cabeza. Se estaba maniatada y presentaba signos de violación. Le destrozaron la quijada y vaciaron un ojo de su cuenca.

El policía aficionado a los chistes de mal gusto encontró un álbum de fotografías en la estancia, donde además de una pareja de mediana edad y una chica joven, aparecía también un niño, que según las imágenes, no pasaba de los siete años. El policía sintió que le recordaba algo, o a alguien, pero no logró sacar nada en claro de su mala memoria. La verdad era que ya se quería largar para darse una ducha que le quitara el olor a podrido, esa noche saldría con la flaquita del C4, una telefonista nueva en la estación que era madre soltera y parecía muy dispuesta a conseguir un papá para su hija.

La hija de la telefonista cursaba el quinto grado en la escuela primaria, tenía diez años y pesaba noventa y ocho kilos. Le gustaba esperar despierta a su mamá cuando llegaba tarde del trabajo aunque casi siempre aparecía con señores desconocidos que le pellizcaban los cachetes. Esa noche miraba televisión y daba cuenta de unas sobras de pollo frito. Cuando la telefonista y el oficial entraron a la casa la niña estaba bocabajo en la alfombra. La cubrieron con una frazada y apagaron el televisor. El policía tuvo una sensación familiar, como si hubiera estado en esa situación muchas otras veces.

La niña murió a causa de una miocardiopatía ocasionada por una congestión alimenticia, agravada por la falta de oxígeno debido al hueso de una alita de pollo que intentó tragar pero no logró masticar lo suficiente, y que se le atoró en entre la úvula y la amígdala derecha, obstruyendo el paso del aire a través de la epiglotis. La telefonista y el policía golpearon la cabecera de la cama hasta el amanecer.