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Cultură

Nos adentramos en el mundo surrealista creado por Pamela Anderson

Hay un ser humano que se esconde tras el mítico símbolo sexual.

Es martes y Pamela Anderson está posando en el porche de una casa de mediados de siglo en Beachwood Canyon, cerca de Hollywood. A medida que me acerco, no sé decir qué me resulta más impresionante, si la propia Pamela o la luz que baña el porche; de un dorado que sólo puedes ver durante los atardeceres en Los Ángeles. Jirones de nubes grises de contaminación se extienden sobre la autopista 101 y las marquesinas de los hoteles.

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Pamela viste un conjunto de lencería negro, una gabardina y un peinado bob perfecto. Lleva todo el día dando vida a una fantasía como surgida de la mente de Hitchcock o Fellini: ha posado con una pistola y lágrimas en los ojos o enfundada en un pijama de seda, dando caladas a sus Capris ultrafinos mientras sostiene un teléfono inalámbrico desproporcionadamente grande y adopta una expresión de pánico de lo más convincente. Mientras el fotógrafo hace su trabajo, el resto de su séquito —estilistas, peluqueras y admiradores— permanece en el más absoluto silencio. Lo único que se oye es el bip/clic del disparador de la cámara y un tema de Lana del Rey de fondo.


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No sería justo decir que está irreconocible en las fotos, pero sí es cierto que parece más menuda de lo que sugiere su desbordante personalidad. Emana una modestia que está a años luz de mi imagen preconcebida de diosa del rock 'n' roll con bronceado de playa. Es un efecto extraño. La Pamela Anderson que aparece cuando buscas su nombre en Google, esa rubia explosiva con los ojos delineados de negro, parece otra mujer. Una invención. Durante el tiempo que pasaré con Pamela —desde este momento hasta dentro de diez horas, cuando vuelva a casa en taxi, aturdida—, descubriré que el tejido que separa lo ficticio de lo real es poroso.

Pamela Anderson durante la grabación de una escena de Connected, un nuevo cortometraje que se estrenará en Motherboard. Foto por Tucker Tripp.

La noche me sorprende esperando para poder hablar con ella. Una de las asistentas se lleva al fotógrafo aparte. "Voy a comprar vino", le susurra. "¿Qué compro?". Rosado, chardonnay, champaña… La consulta llega a Pamela. "¿Goldschläger?", bromea. Así conoció a su primer marido, Tommy Lee, batería de Mötley Crüe: ella le invitó a un shot de Goldschläger en un bar de Las Vegas, él le lamió la cara y poco después se casaron. Un cuento de hadas contemporáneo en una playa de Cancún en el que la novia se casa con un bikini blanco. Su unión fue carne para los paparazzi durante buena parte de la década de 1990, hasta que la pareja trajo al mundo a dos hijos y se divorció. Mi concepto de Pamela Anderson está alimentado en gran medida por el imaginario de aquella etapa, que absorbí a una edad en la que era muy impresionable. La asistenta se va a buscar un rosado.

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La transición del shot al matrimonio parece poco probable, pero así es como Pamela cuenta sus historias, como si fueran un collage impresionista de nombres, momentos y lugares, a veces encadenados en secuencias atropelladas. Cada una es como un arreglo floral. David LaChapelle, Las Vegas, albornoces, brillantina en la piel, las "visitas a Elton en su habitación"… Ese es su modo de vida. No tiene managers ni agentes. "Al final siempre me dejan por imposible", afirma. Ella prefiere conocer gente, dejarse llevar por su instinto, meterse en problemas, salir de ellos y pasar página. Se define como una persona ingobernable y sugestionable, una combinación de coraje desenfrenado y candidez que la han convertido en lo que es hoy: un símbolo sexual que ronda los cincuenta, con una agenda llena de amigos artistas y dos hijos adultos que está a punto de iniciar lo que ella denomina el "capítulo dos" de su trayectoria.

Según la propia Pamela, el capítulo uno fue un error que se prolongó mucho. La descubrieron en una pantalla Jumbotron durante un partido de fútbol de los BC Lions en Vancouver. Por entonces tenía 19 años. Nunca había subido a un avión hasta que hizo su primer viaje a Los Ángeles para su primera sesión de fotos para Playboy. La revista había contactado con ella varias veces después de su aparición en la pantalla grande y de protagonizar un anuncio de cerveza Labatt y una campaña fotográfica para el gimnasio de Vancouver en el que trabajaba. Cuando recibió la llamada de Playboy, estaba en plena pelea con su novio. "'Pamela, somos de Playboy… ¿Te interesaría aparecer en nuestra portada?' Yo estaba esquivando tenedores y cuchillos", me explica una vez finalizada la sesión de fotos, envuelta en una bata blanca y sosteniendo una copa de champán alargada. "Estaba en el suelo de la cocina, diciendo: '¡Sí, sí! ¿Cuándo puedo ir?'". La revista le propuso una sesión de prueba en el momento en que su novio era presa de un nuevo paroxismo de celos y pasó de la cubertería a las bandejas. "Así fue como llegué a Los Ángeles. Me fui de casa al día siguiente".

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Cruzó la frontera canadiense en un autobús, pasó la noche en un hotel y al día siguiente voló de Seattle a Los Ángeles. La sesión para Playboy fue complicada. Estaba tan nerviosa que vomitó cuando una ayudante de vestuario le tocó el pecho. Sólo usaron un carrete, pero fue suficiente. Ataviada únicamente con una chaqueta Oxford de rayas y una corbata, Pamela protagonizó la portada del número de octubre de 1989, la primera de 14, más que cualquier otra modelo.

No duda en atribuir el éxito de su trayectoria y su educación cultural a la revista. "Siempre digo que mi universidad fue Playboy. Allí conocí a activistas y a hombres destacados, hablamos de arte y política, de cine y música. Conocí a músicos y actores. Me formé con todos ellos". Pero no partía de cero. Cuando vivía en la Columbia Británica leía mucho. Hugh Hefner se burlaba de ella porque era la única modelo de Playboy capaz de identificar las obras de arte de su colección.

Foto por Luke Gilford.

En 1991, interpretó a la chica de "La hora de las herramientas" en la serie Un chapuzas en casa y en 1992 encarnó a la socorrista CJ Parker en Baywatch sin audición previa. La serie era extremada, como la mayoría de los papeles de Pamela: como Vallery Irons en la comedia de acción V.I.P. o el personaje principal de la universalmente criticada Barb Wire. En momentos desesperados, hizo lo que pudo para ganarse el sustento, desde trabajar como ayudante de un mago en un espectáculo de Las Vegas hasta hacer cameos en programas como Big Brother o la edición estadounidense de Bailando con las Estrellas. Pero fue Baywatch la que la elevó al estatus de icono. Pam cuenta su trayectoria tras aquella primera portada de Playboy de forma más sucinta: "Iba a volver a casa cuando sucedió lo de Baywatch, luego me casé y llegaron las estrellas del rock y los hijos".

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Sus hijos tienen 18 y 19 años. Ambos van a la universidad y son "unos chicos maravillosos y bien adaptados". El traje de baño que lucía en Baywatch está a la venta en eBay, junto con un anillo de compromiso con un diamante de 3,24 quilates, regalo de su tercer —y cuarto— marido, el jugador de póker profesional Rick Solomon, de quien se ha divorciado recientemente. El dinero que recaude con la venta irá destinado a la organización para la preservación de las selvas tropicales Cool Earth, a la que su amiga Vivienne Westwood también contribuye con sus aportaciones. "Todos nos aferramos a estas cosas cuando el mundo se desmorona", explica, "pero si vendo el anillo voy a salvar la mitad de la selva tropical de Papua Nueva Guinea. A él no le da lo mismo, la verdad".

Foto por Luke Gilford.

Pamela ha estado comprometida con la defensa del medio ambiente y los animales desde la infancia. A los 12 años, convenció a su padre para que dejara de cazar cuando descubrió el cuerpo sin cabeza de un reno en casa, rezumando sangre en un cubo. Desde aquel día no ha vuelto a comer carne. Dieciséis años después, durante una gira interminable para promocionar la serie de Baywatch, viajando de un país a otro y cansada de responder las mismas preguntas, escribió una carta a la asociación PETA. La redactó sobre un folio de color malva y en la dirección del remitente puso "Mrs. Happy".


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Querida PETA,

Protagonizo una serie de televisión titulada "Baywatch", pero la prensa está obsesionada con mi vida personal. Me encantaría desviar su atención a cosas más importantes que mis tetas o mis parejas. ¿Creen que podemos sumar esfuerzos? Soy amante de los animales y miembro de PETA desde que era niña, cuando les enviaba rulos de monedas de 25 centavos. Siempre he tenido ganas de involucrarme más en la causa. Por favor, aprovéchense de mí.

Con cariño,

Pamela Anderson

"Hagan algo conmigo", recuerda haber dicho. "Quiero centrar la atención sobre algo más valioso. Dénme algo".

El ahora vicepresidente de campañas en medios de comunicación de PETA, Dan Mathews, fue quien abrió la carta. Aceptó la propuesta, dando así comienzo a una larga relación con Pamela, la imagen más destacada y la más acérrima defensora de PETA. Mathews, artífice de las polémicas campañas "Antes desnuda que con pieles", considera que PETA y Pamela forman una pareja celestial. La actriz continúa siendo la portavoz más comprometida de la organización y promueve cada campaña con el mismo entusiasmo que otras celebridades lo hacen con sus películas: con apariciones en televisión y viajes por todo el mundo. "Tiene una actitud muy punk-rock respecto al activismo", me cuenta Mathews al otro lado de la línea. "No le importa lo que piense la gente. Y como es tan sexy y llama tanto la atención en el buen sentido, no importa lo difícil que sea el mensaje. La mensajera es tan dinámica que no puedes ignorarla. Ahí reside la magia de este combo".

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Allí donde va Pamela, Mathews trata de detectar problemas relacionados con los derechos de los animales: circos que explotan animales exóticos en Mónaco, pieles de chinchilla en París, chimpancés de laboratorio en Florida… Últimamente, el activismo de Pam ("mi activismo", suele decir, como si se tratara de alguna enfermedad) se ha intensificado. En 2014 creó su propia organización, la Pamela Anderson Foundation, cuyo objetivo es velar por "los derechos de las personas, los animales y el medio ambiente", y en 2015 entró a formar parte del consejo de Sea Sepherd, una organización que lucha contra la matanza de ballenas y conocida por sus agresivas tácticas. Considera a Julian Assange su amigo ("Creo que es uno de los líderes del mundo libre") y el pasado diciembre visitó el Kremlin con una delegación del Fondo Internacional para la Conservación Animal.

Fotograma de "Connected". Imagen cortesía de Luke Gilford.

Pero no todo el relato del segundo capítulo de Pamela está relacionado con la política y el activismo. Esta noche, por ejemplo, cuando acabemos la entrevista, acudiremos a una fiesta de moda no muy lejos de aquí, en Hollywood. Su amiga Stella MacCartney presenta su colección de otoño de 2016 en Amoeba Records. Según me cuentan, todo el mundo va a estar allí, incluso Dan, de PETA. Pamela se va a su habitación y al poco vuelve con un vestido blanco y negro hecho a medida y un recogido. Está deslumbrante y hace que de repente me sienta mal vestida. Acompañadas por las burbujas del champán, descendemos la colina en un todoterreno negro hasta un extremo de la alfombra roja. Pamela la recorre entre un torbellino de fotógrafos que aúllan su nombre y una tormenta de flashes. Unas mujeres blandiendo unos iPads me indican la ruta más discreta, lejos de las cámaras. Nos reunimos nuevamente en la entrada, donde vuelvo a perderla de inmediato entre la multitud. Más tarde supe que se había marchado. Cuando nos volvemos a encontrar en su casa, se disculpa: la luz era demasiado inclemente. Había demasiada gente. Así es estar junto a alguien famoso.

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A Pamela le llegó la fama en una época distinta. Pese a que los paparazzi la acosaban continuamente mientras estuvo casada con Tommy Lee y, durante menos tiempo, con Kid Rock, fue capaz de mantener cierto grado de privacidad. Un lujo del que no pueden —ni quieren— disfrutar las herederas al trono de la notoriedad. Las celebridades de Instagram y YouTube se hicieron famosas porque ansiaban ser vistas; ¿para qué quieren privacidad? Pamela, cuya imagen era omnipresente antes de que la omnipresencia pudiera potenciarse con retuits, se ve en la extraña tesitura de tener que renegociar la naturaleza de su propia imagen pública.

"Nunca prestaba mucha atención a lo que publicaba la prensa", afirma con desdén. Sus antiguos significantes han desaparecido: la Mansión Playboy, el primer sitio al que viajó en Los Ángeles y su universidad e incubadora, está en venta por 200 millones de dólares. Hef tiene 89 años. La propia revista está cambiando de formato y Pamela fue portada del último número en el que aparecería un desnudo. Pese a que Baywatch se mueve inexorablemente hacia la gran pantalla en un nuevo largometraje, por ahora nadie ha contactado con Pamela ni siquiera para un cameo. Y su escandaloso y público matrimonio con Tommy Lee ha dejado de impresionar a nadie. Para que conste, insiste, no vendieron el vídeo a nadie. Dinero sucio. "Podríamos haber salvado las selvas tropicales de todo el mundo", afirma, "con esa maldita cinta de video de sexo".

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La Pamela de ahora no es la Pamela de antes, pero sabe sacar muy buen partido de la fama que le aportó el traje de baño rojo. La Pamela de ahora es, ante todo, consciente de sí misma. "No tengo ni idea de cómo convierto tetas en árboles, ballenas y océanos, pero lo hago", explica. "Me sirvo de la atención que atraigo para llamar a muchas puertas". En las campañas para PETA, posa con bikinis hechos con hojas de lechuga; tiene una marca de zapatos, Pammies, que comercializa una versión vegana de las botas de piel Ugg que ella misma popularizó en Baywatch. Cada uno de sus actos benéficos, inteligentes o atrevidos son noticia de inmediato, precisamente porque rompen con su imagen pública de rubia chichona. Días después de conocerla, viajó a París para exponer a la Asamblea Nacional de Francia su postura sobre la alimentación forzada de ocas para la elaboración del foie gras. Pese a que los políticos franceses concedieron muy poca credibilidad a la estrella de Alerte à Malibu , su presencia en el país galo fue titular internacional. Está por verse cuánto tiempo más podrá seguir interpretando este papel. Llega un momento en que incluso el pasado nos elude.

Fotograma de "Connected". Imagen cortesía de Luke Gilford.

Recientemente, Pamela ha protagonizado un cortometraje, Connected, dirigido por su amigo y colaborador, Luke Gilford. En él interpreta a Jackie, una solitaria instructora de spinning de Venice Beach que vive marcada por las obsesiones endémicas del sur de California: la juventud y la belleza eternas. Se prepara jugos, se aplica cremas y medita. El corto resulta sorprendente en muchos aspectos, entre ellos la interpretación de Pamela, que se muestra apagada, vulnerable, sin adornos.

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En una escena, la actriz se mira al espejo mientras se examina el cuerpo, tirándose de la piel y evidenciando el paso de la edad. En otra, se derrumba y rompe a llorar apoyada en la bicicleta estática, sin maquillaje ni vestuario escaso. Sólo una voz pausada, desprovista de casi todo su acento del sur de California. Pamela siempre ha tenido que ser poco menos que perfecta en sus apariciones —nunca se le ha pedido otra cosa—, razón que añade valor a su papel en el corto. Siendo madre de dos hijos que se empieza a enfrentar a las realidades de envejecer en Hollywood, la cinta es casi un reflejo de su vida.

Pese a que se sintió cómoda durante el rodaje, escuchar música la ayudaba a ponerse en situación. Sobre todo "End of Innocence", de Enigma; Pamela dio a luz a su primer hijo, Brandon, mientras sonaba "Age of Innocence". Asegura que sigue siendo una de sus favoritas porque le trae recuerdos de una época de su vida en la que era feliz. "Estaba en la cumbre de todo", explica:

"Acababa de llegar aquí, estaba trabajando, Baywatch estaba en marcha y conocí a Tommy; nos casamos y tuvimos hijos. Quieres que ese sueño no se acabe nunca. Nunca imaginé que pudiera llegar a divorciarme. Nunca pensé que todo se desmoronaría. Nunca me habría imaginado que sería madre soltera ni que tendría otras relaciones. Cuando escuchaba ese tema me sentía muy bien. Lo escuchas y cobras conciencia de todo lo que te ha pasado en 20 años y de cómo todo se ha esfumado. Lo mismo que le ocurre a tantas otras mujeres".

Cuando hablo con Gilford sobre esto, se queda callado. Pamela estaba en pleno proceso de divorcio durante el rodaje del corto y tiene la suficiente confianza con Gilford como para contarle los detalles. El realizador incluso la animó a utilizar ese dolor para interpretar las escenas más emotivas de la cinta. Ambos compartimos una gran fascinación por Pamela. Connected es un intento de ahondar en el ser humano que se esconde tras el mítico sex symbol. En ese aspecto, la edad juega a su favor. Pese a que sigue teniendo un físico impresionante, ya no la llaman para hacer los papeles explosivos que la catapultaron a la fama. Esa incertidumbre –"y ahora, ¿qué?"– pone de manifiesto la vulnerabilidad de Pamela, su alma henchida de ternura, atributos que pueden resultarle útiles para escribir su capítulo dos.

"¿Cuál es la trayectoria o la evolución", me pregunta Gilford, "de alguien que ha dejado huella en el mundo por su cuerpo, un elemento que se va depreciando inevitablemente con la edad?".

Quizá comienza por la verdad. En 2014, año en que creó su fundación, Pamela habló por primera vez en público sobre un episodio de abusos que sufrió durante su infancia y adolescencia. Más o menos en la misma época, se cortó el pelo muy corto. No son actos equivalentes, pero están relacionados.

"Me daba la sensación de que la gente no entendía que detrás de mi imagen había una persona", me cuenta. "No puedes juzgar a nadie. Todo el mundo pasa por malos momentos". Hacer visible su sufrimiento fue una declaración de intenciones. Quería seguir siendo visible, pero de una forma nueva. Gilford coincide en esto. "Para empezar, Pamela se inventó a sí misma. Pasó de ser una joven canadiense, morena y sin pecho, a convertirse en una rubia de Hollywood, emblemática y explosiva. Y ahora, a punto de cumplir los 50, está preparada para reinventarse, para mostrar más de su verdad".

Ya es tarde cuando me despido de Pamela, no muy lejos de donde la vi por primera vez. Está acurrucada en un sofá bajo. Sus zapatos de tacón están tirados en la alfombra. Yo estoy agotada y mi aspecto y el maquillaje corrido lo delatan, pero ella sigue siendo Pamela Anderson. Tomo su diminuta mano, le doy un apretón y le deseo lo mejor. De corazón.

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