FYI.

This story is over 5 years old.

18+

Odio que los chicos se vengan antes que yo

Las excusas, siempre las mismas: "No sé qué onda, me cae que nunca me pasa". "Eres tú, me pones muy loco". "Tenía tiempo sin coger". "Te mueves muy rápido". "Son tus nalgas, quería venirme en ellas".

Foto cortesía de la autora.

Conocí la frustración sexual al probar la libertad. Mi ex novio sabía complacerme: tres años juntos nos dieron la experiencia necesaria para vibrar en los hoteles de paso que solíamos visitar.

Con él —un aspirante a piloto aviador un año más grande que yo— perdí la virginidad a los 21. Entonces, digamos, me amoldó a su gusto: lencería sexy, un baño antes del sexo, masajes, fotografías y videos.

La primera vez que acercó su lengua a mi vagina, lo hizo sobre mi ropa interior. Esa tarde traía un calzón amarillo con detalles azul turquesa y una mariposa bordada. Estábamos en la bodega del negocio de su papá. Recuerdo que me temblaban las piernas, me dio mucha risa. Lo alejaba un poco con mi mano; no sabía cómo reaccionar. Había hecho pipí un poco antes.

Publicidad

Notó mi incomodidad. La inexperta era yo; él ya había estado al menos con tres mujeres más. Me miró con ternura y dijo: "no pasa nada". Gemí tímidamente. Sentí una mezcla de éxtasis y temor. Además de los besos y las caricias, hasta ahí quedó nuestro primer faje "real". Ese día creí haberme enamorado.


Relacionados: Chicos que no saben dedear, estos consejos son para ustedes


Tiempo después me llevó a un motel espantoso al norte de la Ciudad de México. Todavía éramos estudiantes. Llegamos ahí después de emborracharnos en una posada decembrina.

Ahí lo hicimos por primera vez. Me sudaban las manos. No sabía si quitarme la ropa o dejar que él lo hiciera por mí. Las sábanas eran rasposas; el baño, muy pequeño y frío. No quería pisar el suelo descalza. Debido al ruido de los autos y los gemidos de los cuartos contiguos, no logré excitarme lo suficiente, no estaba lubricada y aun así me penetró. Creo que a los dos nos dolió. Duró poco. No sentí la explosión interna de la que me habían hablado mis amigas y no dormí en toda la noche.

Después de besarme sobre la ropa y lastimarme con sus modos torpes en la cama, comenzamos a entendernos. Me lamía, me mordía y cogíamos —por fin rico— unas tres veces durante la noche. Y siempre, sin falta, nos echábamos uno en la mañana.

Un fin de semana escapamos a Cuernavaca. Regresé a casa con el cuerpo lleno de marcas. Habíamos bebido mucho. Al final de la noche fuimos al cuarto y me quitó la ropa con más desenfreno de lo habitual. Me tumbó en la cama de espaldas. Metió sus dedos en mi vagina y después en mi ano mientras me tapaba la boca. Al principio no entendí la sensación que recorría mi cuerpo. Era una mezcla de excitación y extrañeza. Me dio un par de nalgadas y me mordió toda la espalda. Había dolor pero no había dolor. Así de raro. Terminamos. Me vine como mar. Me preguntó si me había lastimado, contesté que no. Al día siguiente descubrí las marcas en mi piel. Quise más.

Publicidad

El viaje a Cuernavaca reforzó la confianza y la complicidad. Prácticamente hacíamos de todo. Incluso explorar y estimular su ano, cosa que en un principio le causaba terror.

En cuanto al sexo, digamos que estábamos bastante bien. De ahí en fuera, éramos una bomba de tiempo a punto de estallar.

Un día de febrero me dejó. Me dijo que estaba cansado, que yo estaba un poco loca y que ya no podía más: "Esto ya no es divertido. Peleamos por todo. Te pones muy loca si salgo solo con mis amigas. Cogemos rico, sí, pero después regresa la monotonía. Creo que ya pasamos mucho tiempo juntos", dijo. Después de todo, nos conocíamos desde los 17.

Sabía que tenía razón. Yo también estaba agotada. Lloré un poco por él, por mí y porque pensé que se me había acabado la fiesta sexual. Tenía 24 años.

Sufrí. Estaba acostumbrada a él. Sólo lo conocía a él. Me alejé del mundo para intentar sanar las heridas. Con el tiempo me di cuenta de que en realidad sólo lo había amado 365 de los mil 460 días que estuvimos juntos. Aunque conservaba el vibrador que me había regalado mi ex, no era suficiente. Algo en mí pedía un pene grande, duro y grueso. Fue entonces que decidí regresar a la cancha de juego.

No buscaba amor, sólo placer. También un poco de olvido.

Nunca he sido bebedora asidua y odio el tabaco. Sin embargo, fue en esta etapa que le encontré gusto al whisky y a la mariguana. No tenía, aún, la confianza necesaria para enfrentarme a los hombres sin la presencia de alguna de estas sustancias.

Publicidad

Salí a buscarlo. Empecé por los amigos que, en su momento, me habían invitado a salir cuando estaba con mi novio.

En ese entonces todavía vivía con mis padres. "No hay nadie en mi casa, ¿quieres venir?", le escribí sugestivamente por mensaje a mi ex de la prepa. "Llego en 20", contestó.

Me bañé, me peiné y me puse pijama sin ropa interior. No recuerdo qué era lo que esperaba. Fue el segundo hombre en mi vida. Ahora lo pienso y me da risa. Qué ternura era en ese entonces. Llegó volando. Sudoroso, con la boca seca y despeinado. De primera vista no se me antojó tanto. Me sentía en una mala telenovela. Estaba muy nerviosa y él también. Me dijo que le había sorprendido mucho mi invitación, pero que prefirió no cuestionar nada por temor a que me arrepintiera. Más que noviecillos, habíamos sido grandes amigos.

Me quité la ropa y me metí debajo de las cobijas. Estábamos en mi cama de la adolescencia. Se bajó los pantalones y vi, por primera vez, un pene distinto. No sabíamos bien qué hacer. No era mi novio. Aún no anochecía y la luz me desnudaba por completo. Me sentí diminuta.

Se metió a la cama y comenzó a besarme, me tocaba dudoso. Yo me dejaba. Se le paró, pero cuando intentó entrar, se le bajó. Se le hizo tan chiquito y arrugado que me dio pena. Lo acaricié un poco y nada pasó. Se levantó, se vistió y me dijo que lo disculpara. No me habló como por dos semanas.


Relacionados: Soy chica y no me gusta dar sexo oral

Publicidad

En una fiesta me encontré con un compañero de la universidad. Un chico bastante atrevido y coqueto con las chicas. Le encantaba ser el centro de atención. Me sorprendió que se fijara en mí.

Un par de tragos y unos besos después, terminamos en su cama. Me metía los dedos mientras me decía "mamita rica". Recuerdo que me dio un poco de risa y no me prendió para nada. Metió toda su lengua en mi boca. Yo lo masturbé un poco y no se le paró. Me dijo que era por las drogas y el alcohol. Pensé que era una broma.

Esos intentos me fastidiaron. Decidí encontrarme con desconocidos y ligar en fiestas.

Yo iniciaba la plática. Me hacía la inocente, sonreía un poco. Al final me preguntaban: "¿Vamos a tu casa o a la mía?" Para entonces ya vivía con un roomie. Aprovechando que eran personas sin conexión conmigo, decidí vivir con ellos mis fantasías.

Aunque temerosa al principio, me ponía como loca en celo ya entrada en confianza. Acumulaba la tensión sexual de toda la semana y ya para el fin de semana estaba arañando las paredes.

Besaba con ganas y antojo. Me invadía el frenesí. Dejaba que me pusieran como quisieran: de perrito, arriba, abajo, de lado. Pedía golpes y jalones de pelo. Me movía rápido. Mojaba muchísimo.

"¿De quién es este culito?", oí decir un par de veces. Creo que los hombres tienen otras maneras de excitarse. Quieren decir que algo es suyo y buscan permanencia aunque sea por segundos. No me prendió. Una noche las nalgas me quedaron realmente moradas por las nalgadas. Otra vez un tipo me suplicó que le diera un par de cachetadas. Supongo que es la fuerza del anonimato, de que no verás de nuevo a la persona. Entonces sacas lo mejor o peor de ti.

Publicidad

No sé si la mezcla de todo eso provocaba que la mayoría de ellos terminara antes que yo y ése era el fin.

Sexo incompleto. Buen inicio, pero sin final feliz.

Las excusas, siempre las mismas: "No sé qué onda, me cae que nunca me pasa". "Eres tú, me pones muy loco". "Tenía tiempo sin coger". "Te mueves muy rápido". "Son tus nalgas, quería venirme en ellas".

Si había tiempo y ganas, lo intentábamos una segunda vez. Cuando no, cada quien se vestía y se marchaba. No nos volvíamos a ver.

Desde los 24 años no mantengo una relación formal. En el sexo es importante la confianza, el cariño y todas esas cosas que en algún momento leemos en una revista rosa. Pero el sexo casual, en la mayoría de los casos, implica inmediatez, desentendimiento y prisa. Es un asunto meramente carnal.

Según Tony, mi dealer profesional, terapeuta, compañero de tragos y canciones, dice que hay algo más en eso: "Te metes con hombres que únicamente buscan su propio placer y no les importa la satisfacción de la otra persona. Ególatras que castigan con el sexo". En resumen, patanes que no tienen interés en mí.

Eso, o que mi propio resentimiento me lleva a buscar al que seguramente me va a quedar mal. "Así, al final, podrás pendejearlo y decirle a tus amigas que, otra vez, te liaste con un perdedor. Y contarás, además, con la oportunidad de correrlo sin derecho a una segunda oportunidad".

En ambos casos, el placer se usa como arma para herir, de cierta manera, al otro. Y creo que Tony tiene razón.

Cuando sé que el tipo está a punto de venirse, cuando el pene se le pone más gordo y duro, me muevo sin control. Y termina. Lo provoco y hago que se venga. Se disculpa: "perdón, perdón". Se crea una atmósfera de incomodidad. Sé que no puede aguantar. Sé que todavía me falta. Aun así apresuro todo. Y al final el que queda mal es él.

Pero a veces, cuando estoy muy excitada, le pido que no pare, que esa verga la quiero sólo para mí, que me la dé toda. Por fin entiendo esa excitación de saber que algo es tuyo, aunque sea por un momento. Le pido que se vaya lento, que la saque un poco y la vuelva a meter. Pero le vale un cacahuate y termina. No se disculpa. Sonríe y se tira a un lado. Me invade un pinche sentimiento de insatisfacción y frustración.

"¿Y qué tal les fue?", pregunta Paulina, mi amiga y cómplice de aventuras sexuales. "Me sigo topando con los idiotas de siempre", le cuento.

Al terminar la noche soy yo la que casi siempre se va, pero nunca se viene. Sufro de insomnio y empeora cuando estoy acompañada. Una presión muy grande me invade y no logro estar tranquila. Nunca puedo con los finales y supongo que eso se traslada también a mi vida sexual.