Pasé Halloween con los miembros de la Iglesia Mayor de Lucifer

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Pasé Halloween con los miembros de la Iglesia Mayor de Lucifer

Nos reunimos el viernes por la noche en un parque, vestidos de negro, para discutir sabiduría satanista y las enseñanzas de Lucifer.

Este viernes en la noche, mientras algunos se vestían, otros se desvestían y otros compraban las drogas para las primeras fiestas de Halloween, yo caminaba por uno de los senderos que atraviesan las colinas de ese parque oscuro y solitario que comparte manzana con la biblioteca Virgilio Barco en Bogotá. Frente a mí se alzaba la biblioteca, silenciosa, casi vacía, iluminada desde adentro por una luz amarillenta. Era el lugar y la hora en la que había pactado encontrarme con los miembros de la Iglesia Mayor de Lucifer.

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Rodeé la biblioteca caminando por la orilla de un espejo de agua helada. Nada por atrás, nada por delante. Volví al sendero y saqué mi teléfono para buscar el número de Rafael, el líder de la Iglesia, con quien me había contactado un par de días antes a través de Facebook.

—¿Aló?— contestó Rafael, cuya voz yo oía por primera vez.

—¿Aló, sí? ¿Rafael? Es Sebastián, el de la revista. Ya estoy aquí frente a la biblioteca. ¿Usted dónde está?

—Estamos… aquí. Al frente suyo— respondió.

Giré a mi izquierda y pude ver en el sendero a siete personas que se acercaban a mí, todas vestidas casi completamente de negro. Gracias a su foto de perfil, pude reconocer a Rafael, un hombre flaco y alto, de cabeza afeitada, con una barba de chivo larga y puntiaguda que le caía del rostro. Dio un paso adelante y me saludó con un suave apretón de mano a la altura de mi antebrazo. Lo mismo hicieron sus compañeros, otros cuatro tipos entre los cuales resaltaba un hombre moreno, macizo, bajito y de unos 50 años, que usaba gafas oscuras y vestía una chaqueta de cuero cerrada hasta el cuello sobre la cual sobresalía un dije plateado con la forma de una estrella de cinco puntas. Lo acompañaba una mujer mestiza, menuda, que se paraba muy cerca al hombre de las gafas oscuras, casi recostándose contra su cuerpo. El grupo lo completaba otra mujer, una de piel blanca y sin maquillaje que también vestía de negro y que, a diferencia de los demás, me saludó con un tímido apretón de manos.

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Empezamos a caminar por el sendero hacia el corazón del parque. Rafael, quien se había adelantado al grupo por un par de pasos, me expresaba su preocupación por el sabotaje y el vandalismo por parte de grupos cristianos que en las últimas horas habían atacado el templo principal de la Iglesia Mayor de Lucifer, que estaba siendo inaugurado esa misma noche en la ciudad de Houston, Texas. Cuando llegamos a una parte del parque en la que unas 5 palmeras se agrupaban a un costado del camino, Rafael interrumpió la marcha para decirme lo siguiente: "vamos a hacernos aquí, en este bosquecito".

Salimos del sendero y nos sentamos en círculo sobre el pasto, bajo la sombra de las palmeras. A pesar de la oscuridad, noté que los demás miembros del grupo eran hombres jóvenes, más jóvenes que yo. Les pedí que siguieran adelante con su reunión como si yo no estuviera presente. Me sorprendí exhalando neblina con cada palabra. Pensé que nunca nadie había sentido tanto frío sentado bajo una palmera.


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La Iglesia Mayor de Lucifer es solo una de las muchas corrientes del satanismo contemporáneo. Porque así como no toda la gente que lleva una cruz colgada del cuello cree en la misma vaina, no todos los satanistas se pueden meter en la misma bolsa. El escritor y teólogo José Luis Sánchez Nogales hace distinción entre cuatro tipos distintos de satanistas.

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Están, por un lado, los satanistas racionalistas o ateos, cuyo principal exponente es Anton Lavey, fundador de Iglesia de Satán en 1966 y conocido mundialmente como el Papa Negro. Según Lavey, quien irónicamente murió en 1997 en el hospital católico de Santa María en San Franciso, no existe ni Dios ni el Diablo. Satán es, entonces, un símbolo, una metáfora de la rebelión contra la moral cristiana y el objetivo de su iglesia es construir una sociedad en la que la complacencia reemplace la abstinencia, en la que la venganza se imponga al acto de poner la otra mejilla, en la que la experiencia vital tenga más peso que la fantasía espiritual y en la que los hombres sean libres de considerarse uno más de los animales que habitan en el planeta.

Por otro lado, están los satanistas teístas, quienes se separaron de la Iglesia de Satán en 1975 para fundar el Templo de Set. La diferencia radica en que este segundo grupo sí cree en la existencia de un ser espiritual y metafísico llamado Set, el mismo dios egipcio del desierto y las tinieblas, quien es el único dios y otorga a quienes siguen su camino algo conocido como la "llama negra", un intelecto puro que es llave para separarnos de nuestra naturaleza humana y alcanzar la divinidad.

A mitad de camino entre estas dos corrientes, se encuentran los Luciferianos con los que me encontré el viernes en la noche. "Nosotros no somos teístas ni tenemos divinidades; creemos en el poder del yo", me decía Rafael bajo la oscuridad de esa palmeras. "Pero tampoco compartimos la visión animalista que tiene el satanismo de Lavey acerca de la humanidad. Nosotros sí creemos que como seres humanos tenemos un componente espiritual que debemos cuidar y cultivar y por eso tratamos siempre de buscar un equilibrio entre la luz y la oscuridad. El satanismo dice complacencia en lugar de abstinencia, nosotros decimos: 'Sí a la complacencia, pero con responsabilidad'".

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Es por eso que Michael Ford, Jacob No y Jeremy Crow, fundadores de la Iglesia Mayor de Lucifer, han escogido como símbolo a Lucifer y no a Satanás. En lugar de ser otra forma de llamar al Diablo, error que los luciferianos atribuyen a un problema de traducción en la edición de la Biblia aprobada por el Rey Jacobo, Lucifer significa, en latín, aquel que trae la luz. Para los luciferianos, ese personaje hace referencia a una figura que representa la rebelión del conocimiento (representado por la luz) en contra de la ignorancia impuesta por un orden establecido. Es asociado a menudo con figuras como Prometeo, quien en la mitología griega desobedece a los dioses para llevar el fuego a los hombres, y con la serpiente, que en la mitología cristiana invita al hombre a desobedecer a dios y probar el fruto prohibido que, para los luciferianos, no es otra cosa sino el conocimiento que el orden establecido quiere negar a los hombres para mantenerlos esclavizados.

Los luciferianos no creen en la existencia de estas figuras mitológicas; consideran que ambas son metáforas de rebeldía espiritual en contra del orden establecido que mantiene a los hombres oprimidos e ignorantes. Antes que pertenecer a un sistema de reglas y creencias, los luciferianos se consideran una comunidad reunida en torno a una filosofía de vida que los insta a autoperfeccionarse a través del conocimiento y la exploración de la "llama negra", entendida no como un regalo que viene de una deidad, sino como un fuego interior de intelecto, pasión e imaginación, que eventualmente conduce a los hombres a ser sus propios dioses.

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Más allá de sus diferencias, satanistas ateos, teístas y luciferianos coinciden en varios puntos. Por ejemplo, en su creencia en el darwinismo social en lugar del igualitarismo, su convicción en que los humanos debemos estar dispuestos a asumir en esta vida las consecuencias de nuestras acciones y su adherencia a lo que se conoce como el Sendero de la mano izquierda, una corriente esotérica que tiende a buscar el rompimiento del tabú y los códigos morales preestablecidos.

Aparte de La Sabiduría de Eósforo, un texto que fue escrito por Michael C. Ford y que expone los 11 puntos básicos del luciferianismo, los miembros de esta secta toman influencia de la filosofía de Nieztche, las obras literarias de algunos ocultistas, como Robert Anton Wilson y Aleister Crawley, y algunos elementos de la mitología celta, nórdica y griega. La iglesia, que fue fundada oficialmente en Houston durante 2014, se ha ido expandiendo por Centro y Suramérica. Hoy en día hace presencia en México, Costa Rica, Ecuador, Chile, Argentina, Paraguay, Perú, España y, claro está, Colombia: Ipiales, Cali, Medellín, Pereira, Manizales y Bogotá. Los líderes locales se pueden autoiniciar con la ayuda de un cuestionario de más de cincuenta preguntas que van desde "¿Adora usted a Satanás?", hasta "defina familia" o "exponga sus metas para los próximos cinco años" el cual se diligencia en el sitio web de la iglesia. Una vez enviada la aplicación, el aspirante debe hacer una donación de 60 dólares y esperar a que sus respuestas sean evaluadas antes de convertirse en un Archerius Minor, que es precisamente el rango que ostenta Rafael.

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Esa noche, Rafael y sus compañeros no dibujaron pentagramas, no invocaron espíritus ni hicieron sacrificios. De hecho, nunca lo hacen. El primer tema a tratar en la reunión fue la consecución de unas telas, un tapete y una pintura para adecuar una casa en la que piensan poner a funcionar su primer templo o lugar de reunión. Según Rafael, los miembros oficiales de la Iglesia, que son 15 en Bogotá y 25 en el resto del país, ya han conseguido un espacio que piensan remodelar para que sea la sede de sus reuniones. "La idea es pintar dos paredes de blanco y otras dos de negro para simbolizar ese equilibrio que buscamos los luciferianos. El tapete y las cortinas serán rojas, para simbolizar la pasión y el impulso vital. La decoración va estar compuesta por símbolos como la serpiente, que representa sabiduría; la antorcha, que representa iluminación y las cadenas rotas, que representan la liberación".

Tras tomar nota de las cotizaciones de estos materiales, tarea que había sido encomendada a dos de los miembros más jóvenes del grupo, Rafael procedió a leer en voz alta un fragmento del libro Prometeo Resucitado, de Robert Anton Wilson. El fragmento, llamado El pensador y demostrador, hablaba acerca de la falsa ilusión de la objetividad y alertaba acerca de las trampas que nos tiende nuestra propia mente, la cual nos demuestra exactamente lo que queremos que nos demuestre. Tras terminar el fragmento, Rafael invitó a los demás miembros a compartir sus opiniones frente a la lectura. Solo dos de ellos participaron de la discusión (los mismos que habían cotizado los materiales). El resto de los miembros parecía cohibido, probablemente por mi presencia. En un momento de la discusión, una patrulla de policía se acercó al círculo. Uno de los agentes se bajó de la moto y se dirigió a nosotros.

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–Está como solo el parque, ¿no? ¿Qué hacen ustedes por aquí?— preguntó.

—Estamos aquí debatiendo, señor agente— contestó Rafael sin levantarse del suelo.

—Ah, bueno— contestó el agente— igual tengan cuidado, porque uno nunca sabe a esta hora.

Rafael afirma que durante los casi seis meses que llevan haciendo este tipo de reuniones en lugares públicos, como la Biblioteca del Tunal y el Parque Nacional, los luciferianos jamás han tenido problemas con la ley ni con otros visitantes. Sin embargo, no la tuvo igual de fácil el pionero del satanismo en Colombia. Se trata de Héctor Escobar Gutierrez, un poeta que fundó en 1968 el Santuario Tántrico de Suramérica. Ubicado en Pereira, este fue el primer templo dedicado a Satanás en el país y el continente, hecho que le valió a Hector el apodo del Papa Negro de Suramérica. Escobar, quien murió el 18 de octubre del año pasado, vivió durante muchos años siendo repudiado por sus vecinos del barrio Providencia y bajo la sospecha de ser el responsable de la desaparición de alrededor de 200 niños en el eje cafetero. Pero la historia y la confesión de un tal Garavito lo absolverían luego.

Pero la mala fama de los satanistas no es del todo infundada. Se debe en buena parte al cuarto tipo de satanista descrito por Sánchez Nogales: el satanista ácido.

Este es el tipo de satanista que se agrupa en sectas que se dedican a profanar iglesias y sacrificar animales. Son estos satanistas quienes ocasionalmente figuran en la noticias. Como en diciembre del año pasado, cuando salieron a la luz los abusos sexuales a los que habían sido sometidos cuatro menores de edad en Ciudad Bolívar por su hermana y el padre de uno de ellos, quienes eran acusados de pertenecer a una secta satánica. En un primer momento, Andrés Pedraza, padre del menor de los niños, aceptó pertenecer a una secta, pero luego se retractó, afirmando que había confesado por miedo a una posible retaliación del dueño de la casa en la que vivía con su esposa, su hija y los hermanos menores de su esposa. El caso sigue en manos de la justicia.

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Adriana Aristizábal, historiadora de la Universidad Javeriana, presentó en 2009 una tesis de 136 páginas dedicada al satanismo en Bogotá. En ella recopila entrevistas con varios jóvenes satanistas, quienes afirman haber participado de sacrificios animales, violaciones, profanación de tumbas, orgías y hasta actos de necrofilia. Estos testimonios, sumados a hechos como el robo de un cadáver en mayo de este año en el Cementerio del Sur, y a los tres hombres que en el 2011 fueron sorprendidos tratando de ingresar al Cementerio de Matatigres, con herramienta suficiente para abrir una tumba, son suficientes para darle algo de sustento al mito urbano del temible satánico.

"Ah, usted está hablando de los 'matagatos'", me dijo uno de los jóvenes que estaba sentado en ese círculo de conversación del que fui testigo en la noche del viernes. "Esos no son satanistas. Serán delincuentes o antisociales, hasta de pronto les podrán decir satánicos, pero nunca satanistas. El verdadero satanista es alguien con una formación, alguien que ha leído las obras de Lavey o alguna de las demás corrientes del satanismo. El satánico es alguien que usa Satanás como pretexto para pasar por encima de los demás y hacer todo lo que le venga en gana. Un satanista es respetuoso de las creencias de los demás y jamás agredería a nadie, a menos de que lo hayan agredido antes".

Luego le pregunté a los miembros que asistieron a la reunión, quienes, a excepción del hombre del collar y las gafas oscuras, están entre los 19 y los 33 años y trabajan en bancos, EPS, fábricas de confecciones, agencias de publicidad y restaurantes, cómo llegaron al luciferianismo. Y la mayoría tienen historias similares. Jóvenes criados por familias creyentes, que en algún momento vivieron un episodio que los puso en conflicto con la fe que les habían inculcado. Uno de ellos vio cómo los feligreses de una parroquia echaron a un mendigo de la misa; otro, como su abuela le entregaba el subsidio que el Estado brinda a los ciudadanos de la tercera edad al pastor de su iglesia evangélica; una de las mujeres afirmó sentirse ofendida por la hipocresía de las mujeres mayores de su familia, las cuales pasaban en cuestión de minutos de darse un saludo de paz en la capilla a compartir un chismorreo malintencionado en el atrio. Eventos que los motivaron a explorar otras alternativas espirituales, ojalá en la orilla opuesta. Hasta que un día, gracias al bendito y maldito Facebook, llegaron a la Iglesia Mayor de Lucifer de la que son miembros hace alrededor de 3 meses, en la mayoría de los casos.

Tras mi interrupción, Rafael continuó con la reunión, invitando a los presentes a compartir alguna anécdota acerca de su semana. Pero, de nuevo, la presencia de un sapo armado de lápiz y libreta pareció intimidar a los asistentes. Sin embargo, el silencio más intrigante de todos era el del hombre de la chaqueta, las gafas oscuras y el collar, quien no pronunció palabra durante la reunión. En un momento me pudo la curiosidad y le pedí que se presentara, si es que tenía ganas de hacerlo. "Mi nombre es Kamahas Valkirie y soy una persona muy conocida dentro de estos círculos oscuros", dijo el hombre, quien tenía un tono de voz sorprendentemente suave. "Yo pertenezco a una orden distinta, una ocultista", continuó, "Vine hoy a esta reunión en calidad de invitado y por eso no intervine en ningún momento ya que ese era el acuerdo que había hecho con Rafael". Luego se calló y no volvió a pronunciar palabra.

Según Rafael, quien organiza semanalmente las reuniones, éstas son un momento para compartir sucesos relacionados con la vida personal y laboral de cada uno de ellos. "La idea es que este sea un espacio para reflexionar y brindarnos un apoyo mutuo en ese camino de autoperfeccionamiento que es el luciferismo". A falta de un pentagrama en llamas, de un tazón de barro lleno de sangre caliente de chivo, de un trago de absenta o aunque sea de un aguardiente, todos empezábamos a doblegarnos ante el poder del frío. Varios de ellos ya estaban de pie y caminaban para calentarse. Le pregunté a Rafael si la fecha del 31 de octubre tenía para ellos algún significado especial.

—Claro que sí—, me dijo—. Esta fecha marca el comienzo del invierno, una época muy especial para la melancolía y la instrospección.

—¿Y entonces por qué hicieron la reunión hoy 30 y no el 31?

Una sonrisa se dibujó sobre su rostro antes de dar la respuesta.

—Normalmente, ni siquiera nos reunimos a esta hora. Nuestras reuniones casi siempre son los sábados en la tarde, porque todos trabajamos entre semana. Pero, esta vez, lo hicimos el viernes en la noche, porque mañana es la mayoría quiere estar con su familia y salir a pedir dulces. ¿Sí sabe?