'La mano peluda': 20 años de terror en la radio

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'La mano peluda': 20 años de terror en la radio

Platicamos con Rubén García, fundador del programa radiofónico que se escucha en México y Estados Unidos, popular porque el público llama y relata en vivo historias de terror propias.

Fotos por Mauricio Castillo.

Son las nueve de la noche con dos minutos cuando las puertas de Radio Fórmula se abren y mis ojos buscan en la sala de espera a una persona sonriente y de escaso cabello, como el perfil de las fotos que aparecen en Google cuando escribes: "Ruben García Castillo, locutor de La mano peluda". Minutos después llega apresurado. Lleva una camisa y pantalón de mezclilla. Se le hizo un poco tarde, nada más, y por eso pide una disculpa: "Perdón por el retraso, ¡vamos!"

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Rubén camina y anuncia: "Tenemos poco tiempo, en menos de una hora entro a la cabina". Lo sigo apresurado, no quiero ocasionar un retraso en la transmisión de La mano peluda, el programa radiofónico que se escucha en México y el sur de Estados Unidos, popular porque el público llama y relata en vivo historias de terror propias.

Nos instalamos en las sillas de la cabina, una convencional, con paredes color naranja, una amplia mesa y micrófonos. Nada fuera de lo común por el momento, pero la expectativa aumenta.

—Aquí hay fantasmas, ¿cierto?—, pregunto.

—Te vas a desilusionar, pero no hay nada, son inventos—, afirma Rubén, un hombre de voz recia y modos cordiales. —Siempre la pienso antes de dar entrevistas porque, invariablemente, me preguntan lo mismo: que si nos han asustado en las instalaciones, que si hay espíritus.

—Ese tipo de leyendas han logrado un programa exitoso—, comento.

—Súper escuchado. Yo digo que hemos corrido con suerte. Programas empiezan y terminan pronto. Nosotros, el próximo mes de agosto, cumplimos 21 años al aire. Y yo, este 8 de abril, cumplo 36 de locutor.

Rubén García Castillo siempre ha confesado en las entrevistas su propósito de juventud: ser famoso. La idea de La mano peluda, sin embargo, no es suya. "Yo podría decir que sí, ¡pero no, señor! El programa nace en una charla que sostuve con mi director artístico, Mario Córdova García, hace más de 20 años".

Esa vez, Córdova pidió a Rubén ir a su oficina.

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—Vamos a introducir un programa nuevo, se va a llamar La mano peluda—, le dijo.

—¿Qué? ¿De qué va a tratar?—, preguntó Ruben ante la sorpresa del nombre.

—Son historias, vivencias y experiencias de la gente relacionadas con el mundo espiritual: espantos, fantasmas, cosas sobrenaturales.

La historia va más o menos así: La mano pachona era la sección de un programa conducido por el destacado locutor mexicano Víctor Manuel Barrios Mata. Durante unos 20 minutos, la audiencia escuchaba historias de terror. Córdova García, fallecido en febrero pasado, sabía que esa breve emisión tenía potencial.

Rubén cuenta: "Tengo entendido que él y Barrios Mata se pusieron de acuerdo. Mario le dijo que quería cambiar la palabra 'pachona' por 'peluda', para un programa más amplio y Víctor aceptó".

El programa comenzó en el 104.1 de FM. Apenas hace un par de años cambió de frecuencia. La primera hora se transmite por el 970 de AM y la segunda, como siempre, en el 104.1.

—¿Cómo recibiste la idea?—, pregunto.

—Siempre recibo las cosas nuevas con emoción baja, media y alta. A mí me gusta mucho lo nuevo, innovar en la radio. Ya todo se hizo, tú lo sabes, nada más puedes refrescar. El programa lo recibí con entusiasmo bajo. "¿La mano peluda? ¿Que la audiencia cuente historias de miedo?", analicé. Siempre he sido protagonista en mis programas. Y en éste ya no iba a serlo.

Rubén accedió por curiosidad. Hoy dice: "Las historias que cuentan los peludomaniacos son extraordinarias, ellos se llevan el crédito. Ahí estamos los dos: Rubén-público, una mancuerna. El éxito del programa radica en eso".

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La respuesta, desde el inicio, fue "excelente", presume. Todavía un día antes de la primera transmisión de La mano peluda conducía un programa de música. Anunció: "Amigos, no lo olviden. A partir de mañana ustedes van a contar sus historias relacionadas con el mundo espiritual".

El teléfono sonó en la cabina. "Sí, dígame, ¿qué canción quieres?". La voz contestó: "No, no, no quiero una canción. Quiero contar mi relato". "¡Uy! Es hasta mañana". "¿Puedo hacerlo hoy, por favor?". El conductor accedió. La persona narró una historia breve. Al rato, alguien más llamó con el mismo propósito. En ese momento García Carrillo comprendió que el aún no estrenado programa sería un éxito.

El PROBLEMA ERA SU VOZ

Falta media hora para que La mano peluda inicie su programación rutinaria. Antes de que ocurra, el conductor Rubén García quiere comunicar tres cosas:

1: Es oriundo de la colonia Guerrero. 2: De nacimiento traía en las venas "inquietudes artísticas". 3: Éstas no las heredó de su familia. No. Su papá se encargaba del departamento de fotomecánica del periódico El sol de México y su mamá era ama de casa.

Él quería ser cantante, no sabe por qué. El propósito cambió cuando estudiaba la preparatoria en el Colegio de Bachilleres 2 y la maestra anunció que su grupo realizaría una visita a la entonces Organización Centro (hoy Radio Centro).

"¡Hermano, quiero decirte que cuando yo salí de ahí toqué el cielo! Vi la forma en que transmitían la radio y quedé ¡im-pre-sio-na-dí-si-mo!", cuenta.

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El joven vio en persona a sus ídolos de la radio: Enrique Cuevas, Sergio Guarneros San Miguel, Raúl Ríos Olvera, Enrique del Callejo. "¡A los gigantes. ¡Olvídate! Sólo pensé: 'De aquí soy'. ¡Y sí, señor! Estábamos en Radio Variedades y le dije al operador: 'Cuando sea grande voy a ser locutor de aquí'". El encargado volteó a ver al decidido muchacho y le hizo una sugerencia: "¿Por qué no sacas tu licencia?". "¡Ah, Chihuahua! ¿Hay que sacar licencia?". "Claro, un certificado".

Pidió los datos del lugar donde se realizaba el examen de locutor. "Reprobé y lo presenté de nuevo. Después hice la prueba de cabina y tampoco acerté. Lo volví a intentar".

La persistencia logró que el 7 de septiembre de 1979 Rubén obtuviera la licencia número 3616, categoría 6. Había pasado el primer filtro. El siguiente paso era tocar las puertas de las radiofónicas en el Distrito Federal: Grupo ACIR, Radio Mil, Radiorama.

Rubén, de 22 años, se presentaba: "Señor, mire, yo soy locutor. Ésta es mi licencia". "Muy bien, jovencito, ¿tiene usted experiencia trabajando en los medios?". "No, señor, voy comenzando". "Bueno, ahorita te voy a hacer una prueba de voz", anunciaban los directores artísticos.

"¡En todos los casos te recibían! Ahora eso es muy difícil, ¡no, no, no! ¡Cómo han cambiado las cosas, dios mío!", recuerda el locutor.

Pese a que las oportunidades, tenía un problema: la voz endeble. No tenía experiencia, no sabía cómo anunciar una canción. Los nervios lo ponían en aprietos.

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"Aparentemente yo ya era locutor y no era cierto, cabrón. Mira, no es lo mismo decir: 'Buenos días, buenos días… estamos aquí en Radio Fórmula…' en tono bajo, que elevar la voz: 'AMIGOS, MUY BUENAS NOCHES. BIENVENIDOS. ÉSTE ES SU PROGRAMA LA MANO PELUDA'. Ahí está la diferencia. Pero esa potencia te la dan los años".

Rubén dejó la escuela para meterse de lleno a la locución y no había resultados. Los "no" lo desanimaron.

"Algo tiene que suceder", pensaba. Y sí. Un cuñado le propuso : "Te puedo meter a la radio, en Veracruz, te tienes que ir para allá". No lo pensó. Lo dejó todo: amigos, novia, casa. Su primera chamba fue como locutor en un programa que se llamaba Radio Moderna. Estuvo ahí una temporada. "Oootra vez fui rechazado. Pensé: '¿No sirvo para esto?' Mi problema seguía siendo la voz, mi personalidad como conductor seguía verde".

La perseverancia logró que, más tarde, a principios de los 80, consiguiera empleo en Radio Consentida de Radio Centro. A partir de ahí no paró. "El mejor curso es la cabina, estar en la jugada, contestando teléfonos, mandando saludos, ¡hablando! Esto logra seguridad, poco a poco te escuchas mejor", confirma hoy. El ascenso comenzó y con el tiempo incursionó también en la televisión. Fue la voz en off de un programa que se llamaba Estrellas de los ochenta y comentarista de deportes en Canal 11.

—He hecho otras cosillas, pero en radio llevo ya 36 años que defiendo y presumo. ¿Tú no tienes 36 años, o sí?—, me pregunta Rubén.

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—¿Yo? No.

—¡Cállate, porque antes de que tú nacieras yo ya estaba en la radio!

Se carcajea. Aquella mala racha es un vago recuerdo. Ahora es lo que siempre soñó: un hombre famoso.

SE SUGIERE DISCRECIÓN

El currículum y la extensa carrera no bastan. A Rubén García se le reconoce como el fundador de La mano peluda, el programa que condujo durante la segunda mitad de los 90 y cuya batuta reanudó a principios de esta década. "Ya me encasillaron", reconoce resignado.

Como toda emisión de éxito, la polémica y los detractores son una constante. La pregunta recurrente es si las historias son falsas. Por lo regular, Rubén la esquiva. Responde que el auditorio debe sintonizarse con los testimonios.

—¿Qué porcentaje es real? Todo mundo quiere saber—, le comento a la expectativa de una evasiva.

Rubén recarga los codos sobre la mesa de la cabina y estruja las manos.

—95 por ciento cierto—, suelta.

Cambia el tema: "Hay una frase que instituí en el programa: 'Las historias que usted escuchará a continuación están basadas en hechos reales, se sugiere discreción'. Escucha una historia, escúchala, analízala. Te das cuenta cuándo es falsa y cuándo verdadera", insiste.

—¿Y ese cinco por ciento…?—, retomo.

—Inventos, querer salir al aire.

Se refiere a quienes llaman a la cabina. Ese cinco por ciento restante, afirma, no es gente contratada, sino personas que por voluntad propia llaman para lograr cinco minutos de fama. Según Rubén, la producción no acuerda ninguno de los testimonios. Todo, dice, se realiza in air. "Yo no tengo tiempo para revisar, podríamos hacer eso, escoger, pero no, no, ¿qué pasó?"

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—Parece planeado. Algunos se escuchan como verdaderos expertos en contar historias de terror—, insisto.

—Todo es color del cristal con que se mire. Si las historias fueran inventadas, ¡hermano!, tenemos 21 años desperdiciados porque ya hubiéramos hecho 21 mil películas de terror con esta gente. Salvo excepciones, a estas personas las defiendo mucho porque no mienten.

El locutor explica la fórmula del éxito: "Déjalos hablar, no seas egoísta. Si no, ¿para qué abres el micrófono e invitas a la gente? ¿Nomás para que se reporte? No puedo censurarla. No puedo decirle: 'Tú historia es malísima'. Siempre soy amable: 'Amigo, gracias, te agradezco, nos llamas cuando tengas algo más. Buenas noches'".

—A los eventos que no tienen una explicación, normalmente les damos una sobrenatural. Ese público es muy redituable, ¿no? Y La mano peluda se alimenta de eso.

—Sí, creo que es muy redituable. Y es un buen público, uno muy respetuoso. Claro, no faltan los groseros y los vulgares, pero mi público es muy serio, defiende su verdad a capa y espada. A ver, sácalo de ahí. Imagínate que yo le dijera a uno de ellos: "Oiga, está usted bien drogado, borracho, eso no existe, no sea mentiroso, qué bárbaro". Si me pusiera en ese plan, yo mismo diría: "¿Dónde firmo mi renuncia". No, no, tienes que respetar a la gente.

—Tú aprendiste a respetarla para estar en su sintonía.

—Lo fui aprendiendo a lo largo de los relatos que escuchaba. Me decía: "A ver, Rubén, métete al mundo espiritual, a las fuerzas divinas, a las energías buenas y malas que llegan del universo". Me gusta el tema, el terror, el suspenso y, sobre todo, me gusta escuchar las historias. Cuando no trabajo, sábados y domingos, regreso los lunes a la cabina en la noche y ya siento que me hace falta algo, esa chispita, atender a mi público, escuchar las historias. Ellos están convencidos.

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—¿Y cuando no los escuchas convencidos?

—Mmm, bueno, hay unas historias de las que sí podría tener mis dudas, pero más me vale estar de su lado. Sí, porque si no va a haber un antagonismo y éste, por medio del micrófono, se notaría. Van a decir: "Este güey no me cree, es escéptico". Y uno, dos, diez, 100, mil van a apagar el programa.

HAY QUE PORTARSE BIEN

El tiempo se agota. Restan 15 minutos de entrevista porque La mano peluda ya va a empezar. "Tengo que irme, lo siento", informa Rubén. Aprovecho para preguntarle qué películas sobrenaturales recomienda. El tema le gusta. "A mí me encanta Carrie, la viejita; El exorcista, uf, olvídate. Una reciente, Y si decido quedarme, tienes que verla, porque al final de cuentas tú decides si vives o mueres, en serio. Si quieres vivir, lo vas a hacer muchos años".

Una de las consecuencias irremediables de la fama es no simpatizarle a todo mundo. Rubén lo sabe: "Me han mentado la madre en Facebook. Lo que me digo siempre es: 'Tienes que aguantarla, eres un personaje público'. Sé que no le caigo bien a la gente, a algunas gentes. Pero, mira, por lo único que una persona te quiere atacar es porque quiere ser como tú, dice la frase. Detractores hay, pero insisto: ese es el riesgo de ser un personaje público".

—Has dicho que existe la vida después de la muerte y la reencarnación. ¿Realmente crees en ello o es algo que te gustaría que fuera cierto?

—Es lo que creo, es lo que me han enseñado los maestros. La gente dice: "¿Cómo lo sabes? ¿Ya te moriste, ya reencarnaste o qué onda?". Mira, yo creo que la muerte es linda, bella, y más cuando tu estado de salud está en las últimas. Pides a Dios que te deje partir porque el sufrimiento es mayúsculo. Cuando es súbito, ni modo: ya estás en el mundo de los muertos.

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—Si esa vida póstuma existiera, ¿regresarías a perturbar a la gente, a asustar a tus enemigos?

—No, no, no. Nos vamos a ver allá arriba. Todo mundo se ve ahí. Si yo parto primero y me hiciste daño, te voy a estar esperando, y como ya voy a llevar cancha en ese mundo, me la voy a saber. Por eso me conduzco de la mejor manera para no tener enemigos o detractores allá arribita.

—Cuando escuchas algún relato espeluznante, ¿puedes salir de cabina y dirigirte a casa después de las 12 de la noche, como si nada?

—Sí me he llevado ese miedo, por supuesto. Aunque ya pasaron muchos años. Ya estoy… se puede decir que ya estoy curtido, curado de espantos. Alguna cosa me ha pasado, no lo niego. Un día, yendo sobre el Eje Central, vi a lo lejos a un joven parado sobre la avenida, pero al pasar sobre el punto en el que supuestamente estaba, desapareció. El lugar era espacioso. Si hubiera salido corriendo, lo habría visto.

Rubén no sintió miedo esa vez. Experimentó sorpresa, nada más . "¡Yo ya no me asustó, no, nada me da miedo! Me llega el temor, sí, cuando dejo el carro en la pensión y camino a casa. Me asusta la gente, encontrarme con un desgraciado que me robe".

—No crees en fantasmas.

—¡Sí creo! En espíritus y fantasmas. No me ha tocado, no he visto espectros, demonios, no, señor, pero realmente creo que existen. Eventos sobrenaturales, posesiones demoniacas, viajes astrales, premoniciones. Todo mundo hemos experimentado algo así. No necesitas ser una persona sensitiva, que rebases los límites normales, para ver cosas del mundo espiritual. Estás pensando en un jovenazo, suena el teléfono y es él. ¡Quihúbole! Pa'que veas, mijo, nos telepateamos. Insisto, eso no me da miedo, la gente sí.

@riveravazg