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Cultură

¿Por qué tanto odio a los Minions?

Los Minions se han apoderado de todo: están en los camiones, en la ropa, en internet. Mañana el sol se alzará como un enorme y feliz Minion amarillo.

Si estás leyendo esto probablemente odies a los Minions, aquellos cilindros amarillos parlanchines de las películas de Mi villano favorito. Estos adorables personajes no han traído más que risas y alegría a los niños de todo el mundo y también a algunos adultos, aunque para algunos —los eternamente amargados, esos que han perdido contacto con cualquier sentido de emoción o encanto— los Minions inspiran un odio furioso y casi patológico.

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Cada póster de la película, peluche y promocional te llena de odio y furia. El internet está plagado de fotos de Minions incendiándose y tú amarías verlos en llamas. No estás muy seguro de por qué, pero odiar a los Minions se ha convertido en gran parte de lo que eres. Bajo tu piel corre bilis, no sangre.

Todas las cosas que te recuerden a los Minions te hacen sacar espuma por la boca. Las esponjas de baño son insoportables. Aplastas todas las bolsitas de papas donde salgan estas cosas amarillas hasta que los policías te saquen del súper. Ver un clítoris te hace querer vomitar. Se ha encontrado que la islamofobia depende de los musulmanes para mantener su identidad. De la misma forma, eres tú, el odia-Minions, quien necesita a los Minions. Si no fuera por ellos, tu odio se derramaría por todos lados y nadie estaría a salvo.

Minions "sexies".

Aunque debemos admitir que hay una muy buena razón para odiar a los Minions. Según las películas, los Minions han existido por millones de años y en cada era han servido lealmente al peor villano de la Tierra. Siempre intentan hacer el mal, aun cuando son hilarantemente incompetentes. Es por eso que al inicio de su nueva película los vemos empujar a un tiranosaurio dentro de un volcán por accidente, aplastar miles de esclavos egipcios bajo una pirámide mal construida y arruinar las ambiciones de Napoleón en el campo de batalla con una bala de cañón errante.

Esta loca historia presenta algunas dificultades. Los Minions debieron haber estado apilando calaveras —algunas de ellas aún llenas de sangre, algunas todavía con rastros de carne humana— cuando los mongoles llegaron a saquear Bagdad en 1258. Minions con cascos de médula buscando quinina mientras el Raj británico mataba de hambre a millones. Y, al final, los Minions se habrían aliado con Adolf Hitler. Minions con cascos dirigiendo fuego de artillería en la dirección incorrecta durante el sitio de Leningrado. Minions con uniformes de Einsatzgruppe persiguiendo bananas hacia las fosas. Minions cayendo de las torres de guardia en Auschwitz. Después de todo, los Minions son malvados.

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No obstante y extrañamente, el hecho de que los Minions sean cómplices de los crímenes del Tercer Reich no parece ser la razón por la que la gente los odia tanto. Con algunas pocas excepciones, la mayoría de las quejas sobre los Minions no tienen nada que ver con su maldad intrínseca. Más bien se trata una tríada familiar de objeciones: son estúpidos, molestos y se están apoderando de todo.

Imagen vía Universal.

Esto no es del todo falso, pero francamente es extraño. Claro que los Minions son estúpidos; son para niños. Es como si te quejaras de que un cuento infantil no tuviera ningún subtexto literario o que los teletubbies no pasaran el test de Bechdel. Existe algo patético en el odio a los Minions; tiene los ecos de un adulto que siente la necesidad de quejarse constantemente sobre la basura que son Justin Bieber y One Direction, como si fuera una necesidad psicológica de probar que es mejor que una niña de 12 años.

Se trata de una especie de narcisismo: si te cagan las cosas para niños tal vez es porque en realidad no estás seguro de qué tan lejano estás a ellos. El marxista alemán August Bebel describió el antisemitismo como el "socialismo de los tontos". Todos los males que la clase capitalista comete se ven desplazados a la mitificada figura del judío. De la misma forma, todas las ansiedades sobre el actual estado de la cultura pueden ser absorbidas por la esponjosa y sonriente forma del Minion.

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Estamos viviendo una época extraña. Se requiere que cualquier nuevo pensador radical, como si fuera ley, se la pase haciendo lecturas irreverentes de los éxitos de Hollywood. Quienes se hacen llamar académicos e intelectuales mastican con felicidad y sin criticar cualquier cosa que la industria cultural les meta a la boca —ya sea una estúpida carrera de coches de dos horas o un video musical tortuoso— lo suficiente para poder decir que son empoderadores. Si es que todos nos hemos convertido en un montón de niños tontos con la cara llena de mermelada y aplaudiendo ante cualquier nueva forma de entretenimiento, entonces odiar a los Minions nos deja creer que todavía somos adultos.

No es sólo que a la gente le dé miedo admitir que puede ser igual o peor que los Minions. Hay un silencioso y recóndito miedo detrás del odio a los Minions: la posibilidad de que este cíclope idiota, feliz y generado a computadora pueda ser mejor que tú.

Los Minions están impulsados por un genuino deseo de cometer el mal, pero son totalmente incompetentes; contrario a sus deseos, terminan haciendo el bien. Son un espejo de nuestra realidad política y, como con cualquier espejo, en ellos todo está al revés. Las personas suelen ser un poco desagradables, pero la mayoría no somos exactamente malos. Pregúntale a alguien en qué tipo de sociedad le gustaría vivir y probablemente diga que en una más justa y amable de la que tenemos. Sin embargo, a pesar de que a nadie le guste del todo, el mundo que hemos creado está muy loco: es un planeta que se está ahorcando a sí mismo, una política impulsada por envidia y malicia, una cultura pedorréandose en su propia idiotez. Esta locura es algo que todos reproducimos inconscientemente cada día de nuestras vidas. Todos somos, en cierto grado, cómplices.

La gente intenta ser buena y el resultado es el hambre, los homicidios y la estupidez. Los Minions quieren causar una terrible destrucción y en el proceso muestran lo fácil que es hacer el bien. Sus fracasos siempre son originales: los nuestros son pura impotencia. Puede ser cierto que, como algunas personas se han quejado, los Minions se hayan apoderado de todo. Están en los camiones, en la ropa, en internet; mañana el sol se alzará como un enorme y feliz Minion amarillo. Su reinado está llegando, un eterno dominio. Y tampoco es como que la humanidad haya hecho el mejor trabajo gobernando al mundo. Tal vez deberíamos dejárselo a ellos.

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