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Cultură

Que vuelvan las sudorosas, delirantes y MARRAvillosas noches de República de Cuba

Cuando me invitaron a poner música en el Marra tenía muy poquito de abierto. En mi repertorio hice que cupiera de todo: desde los B-52s y Blondie, hasta Laura León y La Sonora Dinamita.

"¡No mames, qué chingón está esto!", pensé mientras los colores rojo y limón chillante de las paredes se me clavaron como navajas afiladas en las pupilas. En los muros, cuadros con marcos dorados que harían palidecer a Irma Serrano mostraban a chacales, vestidas y otros personajes de la jotería chilanga. Apenas me reponía del primer madrazo y cuando llegó el segundo round, en el que caí a la lona y perdí por knock out: en la mesa del rincón estaba Carlos Monsiváis acompañado de un jovencito, ambos chingándose su respectiva quesadilla.

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En uno de los muros se proyectaba una película que me dejó embobado.

—Está bien loca, ¿no?

—¡Sí! ¿Cómo se llama?

También los enanos empezaron pequeños. Es de Werner Herzog.

El que me resolvió la duda cinéfila fue Víctor Jaramillo, uno de los fundadores del Marra. Me presentó con su pareja, Juan Carlos Bautista, quien estaba en la caja haciendo cuentas. "Se parece a Mario Bros, ya me cae chingón", pensé en un chiste privado. Apenas cruzamos palabras y me cayó mejor. Me contó que escribía y supe de su propia boca bigotona que este Marrakech era un homenaje a un viejo Marra que existió en los años 80.

EL MARRA, AKA EL GARRA

La mayoría de los parroquianos de República de Cuba ni se imaginan por qué el Marrakech Salón se llama así. Este santuario de los sudores, los besos atascados en plena pista y el baile frenético tuvo sus ancestros en dos lugares. Uno de ellos fue el Conjunto Marrakech, un grupo de lugares ubicado en la calle de Florencia en la Zona Rosa. El Conjunto Marrakech estaba conformado por cuatro salones que hacían a su vez de salas de conciertos, recintos de cabaret y discotecas: el Casablanca, La Madelon, el Valentinos y el Morocco.

Pero éste no fue el lugar que inspiró la creación del actual Marra: fue un segundo lugar, mucho más clandestino y arrabalero, que se encontraba detrás de Bellas Artes, el que sirvió de inspiración para crear la actual cantina de República de Cuba. Este otro Marrakech, modesto vecino del Teatro Blanquita, ni nombre tenía —al menos no oficialmente—: la gente le apodaba 'el Marrakech', ironizando y resaltando la diferencia abismal que había entre este tugurio de medio pelo y el Marrakech fresa, el de la Zona Rosa. Otros nombres con los que conocían a este Marra eran "Las Tecatas" porque la cerveza Tecate era el trago más nice al que aquí se podía aspirar, o "El Garra" mofándose ya abiertamente de su naturaleza trespesina.

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Pero lo que a este Marra, el de Bellas Artes, le faltaba de ostentoso, le sobraba de sabor: aquí llegaba toda clase de gente y las barreras de la clase de desdibujaban. Cuenta la leyenda, por ejemplo, que un día llegó completito el equipo de Los Pumas y se lo pasó de lo lindo entre la fauna conformada por vestidas, militares, sombrerudos, gente del pueblo y otros que preferían el Marra/Garra por auténtico, por descarnado y descarado, por ser un lugar donde el goce y el placer no estaban domesticados ni se perfumaban de buenas maneras.

Juan Carlos Bautista le rindió un merecido tributo en su poemario Cantar del Marrakech, editado por Tierra adentro y republicado más tarde por CONACULTA. Transformando la sordidez en oro, el poeta/alquimista supo sacarle brillo a la porquería y a través de sus palabras dejó versos como estos para la posteridad:

"Y fue allí,/ en medio del ruido interminable,/ bajo la luz mugrosa/ y entre el olor picante de la cerveza y los orines,/ en esa vuelta y vuelta/ que uno quiere incendiar/ y que no prende,/ en donde yo,/ yo misma que no sabía lo que era,/ Yo perra Yo ladrona Yo delatora./ Yo, ese muchacho/ sumergiéndose en el Ganges/ entre cadáveres y mugre,/ entre amantes desnudos y gente que esperaba a Dios"

Pero la devoción de Juan Carlos Bautista por este tugurio no se detuvo en la poesía. Cuando los dos Marras, el fresa y el paupérrimo cerraron sus puertas en los años 80, Juan Carlos se prometió: "un día voy a tener mi propio Marra". Y lo logró.

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DUELO DE GÜERAS: DE BLONDIE A LAURA LEÓN

Cuando me invitaron a poner música en el Marra tenía muy poquito de abierto. Había presentaciones de libros, eventos privados para los amigos de la pareja que, tomando sus ahorros de la fonda El Generalito, se lanzaron a la aventura casi suicida de fundar una cantina en una de las calles del centro por las que no pasó la mano todopoderosa y remodeladora de Slim.

En este Marra que pocos recuerdan incluso había cocina. ¿De dónde si no saldrían las quecas que Monsiváis se empacaba ceremonioso en la misma mesa del rincón? La carta incluía chapatas, sopecitos y papas a la francesa. Doña Petra las preparaba con manos diestras, mientras Margarita, una mesera livais con mucha onda, atendía a los pocos clientes que llegaban al lugar.

Mi trabajo en el Marra no tenía gran grado de complejidad, al menos en un principio. Mi encomienda era reemplazar a la rockola que estaba en el rincón, que sólo tenía canciones de Lucha Villa, Chavela Vargas y otras voces de la música vernácula. Urgía ponerle candela al lugar, así que puse manos a la obra. Lo primero era cumplir con el reto de complacer a una clientela muy variopinta: lo mismo estaba el protohipster de la Roma-Condesa que el señor botudo que quería echarse un buen taconeo al ritmo de banda.

Así fue como en mi repertorio hice que cupiera de todo: desde los B-52s y Blondie, hasta Laura León y La Sonora Dinamita. Para la hora de la joteada no podían faltar Thalía, las Jeans y hasta el tema de "El extraño retorno de Diana Salazar": mientras Camilo el bartender le daba vueltas al candelabro para completar el acto de posesión macabra, sonaba "Un alma en pena", joya compuesta por el mismísimo Juanga e interpretada por Cirugía Méndez.

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Poco tiempo después todo se descontroló: se corrió la voz de que había un lugar en el centro que tenía mucha ondita y donde se podían bailar todos los gustos culpables que en otros lugares estaban proscritos. De repente hubo que quitar sillas y mesas porque la gente ya no cabía en la pista. De ser un lugar donde una buena noche había 30 personas a la vez, tener más de 200 era una verdadera locura. La cocina cerró, ya no había dónde comer: se aprovechaba hasta el último centímetro para bailar "Puto" de Molotov, "Sopa de Caracol" o "El Baile del Gorila".

Pero el público no dejó de ser variopinto: atraído por la oferta musical (y por la oferta del no cover) lo mismo había punketos que hermosas locas cumbiancheras, lo mismo gente con ropa de aparador que poses divinas construidas con maquillaje de tianguis y la magia de la ropa de paca. Pero la diversidad no estaba sólo en la clase social, también en la edad. Mientras en otros lugares ser viejo parecía estar prohibido, aquí no había pedo: coexistían en el mismo lugar las cabezas calvas, las patas de gallo y las panzas prominentes con los baby face y los estudiantes universitarios que, todavía con mochila, venían a aprovechar la ausencia de consumo mínimo. Y así pasaron años: clientes fieles, otros que no volvieron nunca. Caras nuevas, caras que volvían después de una prolongada ausencia a recordar las glorias de un lugar que vino a darle un segundo aire a República de Cuba. Y luego las suspensiones.

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PIENSA MAL Y ACERTARÁS… O NO

Hace unos meses vino el primer cierre temporal. Razones, varias: que se rebasaba el aforo, que no existía la ventilación adecuada, que no había seguridad suficiente ni planes de acción en caso de siniestro. Como parte del compromiso para la reapertura, se revisó punto por punto que se cumpliera con las disposiciones. Se dispuso que el aforo no debería rebasar cierta cantidad de personas y se pegó una calcomanía a la vista del cupo máximo. Se pagaron las infracciones y los sellos fueron retirados.

Y ni modo, aunque a muchos les gustaba el apretón de nalga y era parte del encanto de lugar, también es cierto que muchos de los parroquianos se quejaban de que circular o bailar a veces era imposible. ¿Qué procedía? Pues caminar derechitos, por lo que la seguridad no volvió a permitir que pasara ni un alma más de lo que la autoridad había dispuesto. Pensábamos que al contar con todos los permisos y tener todo en orden y andando como piezas de relojería la cosa no se habría de repetir, pero nos equivocamos.

"Pável, ya ni vengas", me escribió el bartender por WhatsApp, "nos van a clausurar disque por aforo". Pensé que era broma: pasaban de las 8 de la noche, yo seguía en el gym dándole forma a mis carnes, porque con el paso de los años gradualmente pasé de ser puchaplay a vedette/encueratriz del congal. Pero mi jefa me corroboró la información: se estaban suspendiendo actividades en el Marra por rebasar el número de asistentes permitidos. ¿Neta el Marra estaba lleno a las 8 de la noche? Si yo llegaba a veces a las 10, que era mi hora de entrada y lo encontraba semivacío. ¿Estaría hasta la madre tan temprano? Algo no cuadraba.

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Al otro día me enteré de que no fue sólo el Marra, también la Purísima, La Perla, así como otros lugares gay de más tradición, como El Viena o El Oasis, los que se habían visto obligados a suspender actividades. ¿Homofobia? Probablemente. República de Cuba se había convertido en una trinchera de homosexuales que celebraban y abrazaban la pluralidad. A diferencia de los antros de Polanco o Zona Rosa, en Cuba la rareza no era mal vista, sino hasta recompensada: aquí la más rara triunfaba, convirtiéndose en un caldo de cultivo de chusquería estridente. Pero no podía ser simple y llana homofobia, la clausura mostraba otros matices: lugares como Las Pecosas, El buen Tiempo o El Río de la Plata, todos ellos bugas, también fueron cerrados.

"Piensa mal y acertarás", reza el refrán. Hace muy poco lugares cercanos a la periferia de República de Cuba habían sido remodelados. Cervecerías nice, librerías bonitas y lugares de comida para gente bien surgieron de la nada. ¿Mano gentrificadora entonces? ¿Desplazamiento de aquellos que daban mal aspecto a la zona para servirle la mesa a las inmobiliarias o negocios grandes, esos que con la aplanadora del dinero lo pueden todo? No sonaba del todo descabellado.

Pero quién sabe. Independientemente de lo que diga el refrán, no queremos pensar mal. Habrá que tomarle la palabra a Patricia Mercado, Secretaria de Gobierno de la CDMX, quien ya declaró que está dispuesta a dialogar y abogar por la reapertura de estos lugares mientras cumplan con las normas estipuladas. Y ojalá se logre una negociación justa y trasparente, porque si permitimos que estos lugares se extingan no sólo se acabará con un de faro esparcimiento ni con el sustento de decenas de familias que están afectas por los cierres, sino que el asunto iría mucho más allá: se entraría en franca contradicción con la declaratoria de 'Ciudad Amigable LGBTTTI' que fue emitida por el GDF en noviembre de 2015, que sostiene que estamos al nivel de metrópolis como Nueva York, Ámsterdam o Sidney en cuanto a derechos de la comunidad gay se refiere.

Mientras tanto sólo queda prenderle una velita a San Judas Perreo y esperar que todo se resuelva de la forma más favorable y transparente. A todos, trabajadores y parroquianos, nos urge que vuelvan esas sudorosas, delirantes, entrañables y MARRA-villosas noches de República de Cuba.

@PaveloRockstar