Querido

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Hijo de la ira

Querido

A diferencia de los cantantes actuales con fecha de caducidad, Juan Gabriel trascendió generaciones (al menos cuatro), fronteras e idiomas. Rompió paradigmas y estereotipos que se creían intocables.

Este texto fue publicado originalmente en agosto de 2016.

Por eso aún estoy, en el lugar de siempre
en la misma ciudad y con la misma gente

—"Se me olvidó otra vez"

Juan Gabriel no tiene paragón.

Era un símbolo. Un punto de partida. Un antes y un después del espectáculo.

Al morir, se trunca la santísima trinidad de ídolos (junto con el Buki y Chente) que musicalizan el sentir mexicano.

Estamos ante el final de un prolífico periodo de la música popular. Un periodo que difícilmente volveremos a ver, no sólo por la cantidad de canciones y los alcances que lograron, sino también por la simbiosis con su pueblo. A diferencia de los cantantes actuales con fecha de caducidad, Juan Gabriel trascendió generaciones (al menos cuatro), fronteras e idiomas. Rompió paradigmas y estereotipos que se creían intocables.

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Una vez, cuando era niño, un comercial en la tele anunciaba una serie de conciertos del Divo de Juárez. No recuerdo el lugar exacto, pero era en el ex Distrito Federal. En la televisión se veía a un jovial Juan Gabriel, moviendo los hombros al ritmo de "Debo hacerlo".

"Mira nada más", expresó mi madre con desprecio.

De lo que hablaba mi progenitora es de la singular forma de bailar. Era obvio que Juan Gabriel no bailaba como varón y en los conservadores años 80 aquello era muy mal visto. Porque hay que decirlo, actualmente es de lo más normal jugarle al "joto" durante una fiesta, en las reuniones familiares o en la escuela. Pero en aquel tiempo no.

El homosexual era objeto de carrillas despiadadas, era la encarnación del mal, era blanco de la burla fácil, era motivo de vergüenza familiar. Todo eso y más, pero nadie los respetaba.

Sin embargo, Juan Gabriel, sin Conapred, sin CNDH y sin campañas de apoyo, supo construir una sólida carrera como intérprete (lo cual lo llevaba a grabar hasta en japonés) y una histórica trayectoria como compositor (unos mil 800 temas son su carta de presentación). Al amparo de una personalidad de marcada homosexualidad, Alberto Aguilera (su nombre real; aunque como Pablo Neruda, el nombre artístico devoró al nombre real) construyó un estilo que "atentaba" contra una de las figuras emblemáticas de la mexicanidad: el charro.

El escritor Yuri Herrera reflexionó en Twitter: "No sólo era un enorme cantante, Juan Gabriel era un punk de verdad: en un país de machos, bailó como se le pegó su pinche gana". En tanto, Bernardo Fernández (BEF) apuntó: "¿Somos tan mezquinos como para negarle su importancia cultural a Juan Gabriel?"

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Cifró en el mariachi (un género lleno de seriedad y machista hasta las cachas) un imperio desde donde cantaba al desamor y a la nostalgia. Donde lanzaba arengas contra los malos amores, contra la riqueza fútil, contra los gringos o contra el racismo. Donde se daba el lujo de reconstruir al charro como un ente dolido, ebrio, enamorado y gay, algo que primero horrorizó, luego dio risa, después inspiró y al final, terminó por convertirse en un artista de culto.

Porque he conocido hombres muy machos que se cuadran ante el Divo de Juárez. En sus conciertos, las canciones las corean todos: hombres, mujeres, ancianos, gays, mayates, jóvenes. Todos abrían el grifo emocional, Juan Gabriel hacía el resto.

Y así, mi madre, que se espantó con sus modos de bailar, con los años, acabó cantando sus canciones y comprando sus discos. "Compone muy bonito", dijo alguna vez, para justificarse. Lo mismo le ocurrió miles de personas, quienes por los motivos más diversos escucharon a Juan Gabriel con resquemor, con pena o a regañadientes, pero después, lo deificaron e imitaron. Su legendario concierto en Bellas Artes, además de emotivo, sirvió para que muchos reconocieran públicamente, sin pudor, el gusto por sus canciones, pero sobre todo, llevó la cultura popular a las élites artísticas.

Siempre que lo dimos por perdido, el Divo de Juárez nos volvía a sorprender y regresaba redimido, fortalecido y con más vitalidad que nunca. Sus maratónicos conciertos son la prueba fiel. Fueron varias veces las que se auguró su fin, ora por salud, ora por deudas o porque parecía que la voz se le iba. Ninguna se concretó y aunque parecía que como buen priísta no moriría nunca, el domingo pasado sorpresivamente falleció.

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El Divo de Juárez cultivó cuanto género quiso: bolero, rumba, balada, electrónico y recientemente, el country (con el polémico cover de los Credence). Mas su fuerte, creo, radicaba en sus letras sencillas, sentidas y sinceras. No hay modo de que salgamos ilesos después de una rola de Juan Gabriel. Sus historias echan mano de una lírica sin artilugios que explotan al máximo el desamor (la mayoría de sus temas giran en torno a ese tema), mediante versos sin mucha academia quizá, puesto que solo estudió hasta 5º de primaria (conozco gente con posgrado incapaz de escribir un mensaje coherente), pero eso sí, sentidísimas. Porque Juan Gabriel pudo tener muchos defectos y errores, pero nadie lo puede acusar que no hizo "todo, con amor". Por eso sus composiciones resultan tan irresistibles a la hora de beber, porque abrevan en un romanticismo práctico, sin ambages ni tecnicismos (ojo, esta cualidad de Juan Gabriel, se ha vuelto la pata coja de la balada actual). Un romanticismo que puede hacernos reír y llorar. Suspirar y despedazarnos.

Quizá por ello las muestras de apoyo han llegado desde todo el mundo. No por nada, el domingo fue tendencia mundial en Twitter. No por nada, las puertas del Palacio de Bellas Artes volvieron a abrirse para él, pero esta vez, para despedirlo.

Seguro que ni la muerte podrá con él, porque Juan Gabriel voló sobre muchos pantanos, se manchó hasta el cuello, pero siempre supo salir. Se sobrepuso al escarnio que lo convirtió en botarga de la diversidad sexual; se sobrepuso a la cárcel y su deshonra; a su mítica caída que hoy es de los gifs más reídos; a la enfermedad, contra todo pronóstico por su voluminosa humanidad, y lo mejor, se repuso a Hacienda, y de ahí casi nadie ha vuelto. Razón de más para respetarlo y adorarlo.

Wenceslao Bruciaga, gurú del movimiento gay y antigay, dijo: "Juan Gabriel es nuestro Elton John, Freddie Mercury y Morrisey en uno solo. Es grande. Nadie como él y deja un tremendo hueco". Lo suscribo.

@balapodrida