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Sexo

Seka se la ha puesto bien dura a tres generaciones de hombres

Platicamos de sexo anal, fiestas con estrellas de rock y su noche de bodas a la que llegó virgen.

En los años 70, el sexo era Seka. Mitad cherokee, mitad irlandesa, y con todo el aspecto de un perfecto trofeo de Hollywood o de encarnación de alguna divinidad nórdica, Seka era el bruñido espejo que reflejaba cualquier fantasía que tuvieras. La revista erótica High Society la bautizó como “la Marilyn Monroe del porno”. Sus compañeros de rodaje se mostraban igual de efusivos. Jamie Gillis: “Era una actriz porno un poco por encima del resto; una especie de reina white trash de un modo que yo encontraba muy erótico”. Veronica Hart: “Mientras yo tenga cara, Seka tendrá siempre un lugar donde sentarse”. Dorothea Hundley Patton, Seka, empezó tarde en la industria, a los 22 años. Un desnudo a doble página en Vegas hizo que le llegaran las ofertas para participar en películas. En poco tiempo, era una estrella. No hay muchos artistas porno a quienes se recuerde por sus caras; Seka, por el contrario, se popularizó entre esta cultura como una “reina de platino”. Ella fue posiblemente el último icono del porno en celuloide –sus películas eran un augurio del actual “reality porn” y de “artistas de la performance” como Sasha Grey– y el primer icono de la era del vídeo porno. La mayoría de actrices no viven una segunda etapa, pero en los años 80, después de viajar por el mundo actuando en el circuito del strip, Seka regresó, esta vez a las pantallas pequeñas, a través del vídeo. Seka fue, según Playboy, “un genuino fenómeno de la edad del vídeo, igual que Boy George y la televisión en estéreo”. Apareció en programas televisivos como The Today Show, el Donahue y en publicaciones como Entertainment Weekly y People. A mediados de los 80 empezó a escribir y dirigir, convirtiéndose en parte del sísmico cambio en el seno del entretenimiento para adultos: las mujeres teniendo parte de control sobre el producto. A finales de la década, con la amenaza en ciernes del SIDA, volvió a abandonar el negocio, pero ahora, a sus 58 años, está de vuelta una vez más y al frente de su propia web, Seka.com. La llamé no hace mucho para charlar de asuntos como el sexo anal, los días en que salía con estrellas del rock, su noche de bodas y provocar erecciones a tres generaciones de hombres.

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VICE: Dorothea Hundley Patton. No es un nombre con demasiado gancho.
Seka: Dorothea Hundley era mi nombre de soltera. Te casaste recién salida de la escuela, ¿no?
Aún estaba en la escuela. Me casé una semana después de cumplir los 18; quería irme de casa. Amaba a aquel hombre, pero apenas había cumplido 18 años, por el amor de Dios. Era una niña. Cuando me casé, el 21 de abril de 1972, nunca había tenido sexo. Aún era virgen. Y ni siquiera tuve sexo en mi noche de bodas; estaba demasiado asustada. Me escondía en el baño. ¿Cuándo tuviste sexo con él?
Al día siguiente, la siguiente noche. ¿Y?
Fue condenadamente bueno. ¿Y entonces acabaste trabajando en una librería para adultos?
Me divorcié y no me gustaba lo que estaba haciendo. Estaba en Reynold’s Aluminum, de pie toda la noche en un edificio metálico trabajando en la cadena de producción. Me presenté a un puesto de dependienta y empecé a salir con el propietario. Casi todo el mundo creía que estábamos casados, pero nunca lo estuvimos. De hecho, él ya estaba casado cuando le conocí, aunque yo entonces no lo sabía. Eres probablemente la única actriz para adultos que empezó en esto leyendo libros.
No sólo leía las revistas y libros, sino que esto era en la época de las máquinas de proyección que funcionaban con monedas. Cuando la película se rompía tenía que ir al proyector y pegar la película, volver a ponerla en la cabina y asegurarme de que funcionaba bien. Dios, ¡aquellas mujeres tenían un aspecto terrible! No era culpa suya, no es que fuesen mujeres feas. Es que las películas las representaban muy mal. Tenían granos en el culo, pies sucios, nada de maquillaje, y su pelo daba la impresión de necesitar ser lavado.

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Modelaste tu imagen a semejanza de Jean Harlow, Marlene Dietrich, Brigitte Bardot…
Marilyn Monroe y Jayne Mansfield. Ah, y Mae West. No eran precisamente modelos-tipo del entretenimiento adulto.
No, pero eran sirenas sexuales. Y había en ellas un algo de elegancia e inocencia. Destacaban en la pantalla. Cuando salían ellas no veías a nadie más. Daba igual quién fuera el otro protagonista. Y por tu forma de moverte y erguirte, ¿quizá pensabas en el art decó? ¿En Erté?
Sí, con la mano en la cadera y avanzando de lado. Pero no es que pensara en ello, cariño, es sólo que… Como decía Jessica Rabbit, “es que me dibujaron así”. La estética del negocio para adultos es ahora bastante uniforme, pero en los 70, actores y actrices tenían sus propios looks.
Ahora no ves mucha gente que se diferencie mucho. Cuando yo hacía películas había pelirrojas, rubias y morenas, mujeres rubio platino y mujeres con cabello negro azabache. Con mucho pecho, con poco pecho, altas, delgadas, de peso medio. Y no es que hubiera un millón de intérpretes, en esa década.
No éramos muchos. Unas diez o doce chicas, y unos diez hombres, éramos los únicos profesionales que había en esto. Y resultaba que yo era rubia platino… lo cual sucedió por accidente. ¿Y eso?
Tenía que hacer un reportaje de fotos, o una película, no recuerdo qué, y quería teñirme las raíces del cabello. Pero en la tienda compré el producto equivocado. Cuando me enjuagué el pelo lo tenía rubio platino. A todo el mundo le encantó, así que me lo dejé así.

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Ron Jeremy describió la industria de entonces como “un negocio al margen, hippie y feliz, de amantes de la paz”. ¿Es correcto?
¡Bastante, sí, lo era! En su mayoría, todo el mundo parecía llevarse bien. O eso creo, porque después del trabajo yo no salía con aquellas personas. Me iba a casa. Tenías un carácter independiente.
Sí. Y tomaba decisiones en cuanto a lo que estaba o no dispuesta a hacer en la pantalla. No estoy segura de que otras mujeres tuvieran pelotas para plantarse y decir, “No, eso no lo quiero hacer”, o “no quiero trabajar con esa persona”. Yo lo hacía. Y me respondían, “Eh, no puedes hacer eso”. Y yo: “Sí puedo”. Así que había escenas que no querías rodar…
En Prisoner of Paradise había una escena en la que querían que utilizara una fusta con una chica. Tenía que azotarla bien. Les dije, “Si quieren sostener una almohada y filmarme dándole azotes, que otra persona le ponga el culo rojo y después editar juntas las escenas, está bien, pero yo no estoy dispuesta a azotarla. Esas cosas no van conmigo”. No es que no haya gente por ahí a la que le guste, y que Dios les bendiga. Si eso les prende, por mí perfecto. Pero no era algo en lo que yo estuviera metida y no iba a hacerlo. No se lo iba a hacer a nadie y no iba a permitir que me lo hicieran a mí. ¿Tenías una lista de cosas que no querías hacer? ¿O de gente con la que no querías trabajar?
Me encantaba trabajar con Andy West, Mike Ranger, John Holmes, Herschel Savage, Paul Thomas. Uno de mis compañeros de rodaje favoritos era Jamie Gillis. Sólo había una persona con la que no me gustaba trabajar, y no lo hice durante largo tiempo hasta que se disculpó ante mí. John Lesley. Como persona me llevaba bien con él, pero durante el rodaje no. En mi opinión no trataba bien a las mujeres. ¿Qué pasó?
En una de mis primeras películas largas, Dracula Sucks, intentó meter una escena escrita por él. Yo interpretaba a una enfermera, se suponía que el primer actor con quien tenía que actuar era John Holmes, y John Lesley quiso meter esa escena porque quería ser él el primero. Yo era la nueva. Carne fresca. Era una escena degradante y le dije, “Esta escena no está en el guión y no voy a trabajar contigo”. Él dijo, “Oh, sí lo vas a hacer, o nunca volverás a trabajar”. Y yo le respondí, “Pues me vale madre”. Yo tenía un par de zapatos con tacón de aguja, tomé uno y se lo arrojé. No le di en la cabeza por poco. Le grité, “¡Vete a chingar a tu madre!” Después de eso se echaron atrás.

Has hecho películas de ciencia ficción, de terror… Todas clasificadas X, pero con un guión, ¿verdad?
Por muy trilladas que fueran esas películas, al menos tenían un principio, un desarrollo y un final. Siempre había alguna razón para el sexo. Los actores iban vestidos cuando empezaba la película. Siempre te he visto practicando sexo totalmente normal, con excepción de un par de escenas de doble penetración.
Bueno, era algo por lo que nos pagaban un extra, así que hice algunas. Pero no muchas. El sexo anal no se cuenta entre mis favoritos. Ni tampoco es una práctica sana. Ahora se ve mucho.
Sí. Y está de locos. Ahora le dicen a la gente que si no lo hacen, no trabajan. Dejaste las películas por un tiempo…
Hice cine y luego lo dejé para actuar en el circuito de strip. Estuve en eso varios años, viajando por el mundo, actuando en diferentes clubs. ¿Y qué te hizo regresar?
El dinero. A mediados de los 80 saliste en programas de televisión como el Donahue y Today Show y creo que hasta hiciste una aparición sorpresa en el Saturday Night Live, ¿no?
Estaba saliendo con Sam Kinnison. Cuando quisieron que saliera por segunda vez, él dijo, “Sólo lo haré si tengo a Seka conmigo”. ¿No estaba él muy metido en la vida nocturna salvaje? Te imagino viviendo en Pomona, paseando a los perros y sentada junto a la piscina, sin beber ni fumar. ¿No era él un fiestero?
Um, sí, lo era. Y también yo, por aquel entonces. Y por qué era, por el estilo de vida o…
Era el estilo de vida, estaba en todas partes, y era bastante divertido. Me encantaron los años 80. Música estupenda, estupendos maquillajes, ropa maravillosa. Rock’n’roll del bueno. Los Rolling Stones, Aerosmith, Springsteen, Bon Jovi, Mötley Crüe y Poison. Conocí a todos esos tipos. ¿Y salías por ahí con ellos, ¿no? ¿No era entonces una novedad lo de las estrellas del porno y el rock?
Sí, en esos tiempos no se daba a menudo. Pero querían conocerme, yo quería conocerlos a ellos, nos hicimos amigos. Eso sí, nunca hubo sexo con ninguno.

Estabas en la cima de tu profesión y entonces… lo dejaste.
Eso es, sí. El SIDA había empezado a ser un problema y no querían que los actores y actrices se hicieran tests médicos, ni que se pusieran condón. Y a mí, mi vida me importa más que su negocio. Hasta ya muy entrados los 80, la típica frase era, “Es muy difícil que te contagies”.
Es que ni siquiera creían que fuera una enfermedad de transmisión entre heterosexuales. Una locura. La gente estaba muriendo. Ahora hay un movimiento que trata de impulsar leyes contra la pornografía amparándose en la salud. Dicen que crea adicción.
Qué pendejada. No digo que no sea posible que cree adicción, pero si tu personalidad es esa, te vas a hacer adicto a cualquier cosa, lo que sea. Hay un programa en televisión… creo que se llama My Strange Addiction. Es sobre gente adicta a cosas como comer tiza, o papel higiénico. Personas que no pueden controlar sus impulsos de comer tiza o papel higiénico. Adictos a eso. Y a nadie se le ocurre promulgar leyes contra el papel higiénico.
Sí. A ver, ¡háganlo! También puede alguien hacerse adicto a ver programas religiosos. Fíjate en la cantidad de gente mayor a la que un telepredicador le ha chingado todos sus ahorros. Cierto. El Congreso debería mirar eso.
Se me ocurren cosas a las que te puedes hacer adicto mucho peores que el sexo . Has visto a varias generaciones de hombres jóvenes ponerse calientes contigo. ¿Has apreciado algún tipo de diferencia entre…?
Oh, no. ¿Son todos iguales?
El otro día recibí un email de un chico… Yo le digo un chico, tenía 22 años, de Mississippi. Estaba preparándose para empezar la carrera de Derecho. Estaba totalmente obsesionado conmigo, y tengo 58 años. Y me decía, “No me importa, te quiero, siempre te he querido y creo que eres maravillosa”. Y así todo el rato. Mis fans van de los 18 a los 90 años. Así pues, son tres generaciones de hombres a los que… les “ha crecido” conmigo.