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No tengo ni idea de cuánto tiempo nos sentamos allí, suspendidos como arañas con las piernas arriba, escuchando a este sujeto echarse una cagada interminable, tratando de no reír o respirar, y controlar las arcadas. Finalmente se fue y nos quedamos sentados por unos minutos, tratando de decidir si queríamos continuar. Uno pensaría que los sonidos y olores nos habían disuadido, pero al final no lo hicieron. Nos dimos cuenta de que nos lo habíamos ganado. Más tarde ese día reconocí al intruso por sus zapatos. Nunca pude volverlo a ver a los ojos sin recordar esa combinación extraña de sexo y mierda.
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En este punto estaba entrando en pánico. Entonces corrí al área de administración. Normalmente, la puerta está cerrada, pero ese día, gracias a Dios, estaba abierta. Corrí detrás del mostrador de la recepción, y tomé todas las llaves que pude encontrar. Luego corrí de regreso y traté de abrir la puerta, pero, por supuesto, nada funcionó. No sabía si había seguridad alrededor, o si había cámaras. Y por supuesto, mi novio llegaría en cualquier momento. Así que regresé a la oficina, y lancé las llaves a donde estaban, sin tener idea de dónde habían salido. Sólo las arrojé. Eventualmente hice un cortometraje sobre la experiencia, en el que exageré el drama un poco, pero en la vida real, sólo me hundí en la silla del administrador. Usé toda la perspicacia como actor que pude reunir, y me dije: OK, soy un administrador. Soy profesional. Estoy a cargo de todo. Tengo una llave para todas las puertas. Si hay una emergencia, puedo hacerme cargo. Puse la llave… AQUÍ.
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CASI PIERDO UNA PIERNAEstaba trabajando para una importante agencia de viajes en Europa, y veía a un bartender en Ámsterdam cada vez que visitaba la ciudad. Llegaba a su bar para platicar y tener sexo durante uno de mis descansos, o a veces después del trabajo. Un día llegué con él y me preguntó si podía "ayudarlo con unas cajas en la parte de atrás". Bajamos a la bodega de vinos del bar, y tuvimos sexo recargados en las paredes de roca sin terminar.En algún punto se lo estaba mamando, y estaba oscuro, y supongo que lo estaba haciendo con bastante entusiasmo, porque no me di cuenta qué tan áspero estaba el piso para mis rodillas. Cuando salimos de la bodega, nos dimos cuenta de que un trozo de cristal roto se me había metido en la rodilla, y sangraba profusamente.Me limpié y la herida sanó bien durante la semana siguiente… o eso creía yo. Dos semanas más tarde, en un viaje a París, me desperté con un dolor insoportable en la rodilla, que se había hinchado al doble de su tamaño normal. Casi vomitando del dolor, fui a la sala de emergencias de un hospital local, donde los médicos me dijeron que los resultados de mis pruebas indicaban que tenía una infección que podría ser peligrosa si entraba en mi torrente sanguíneo. Iban a aplicar otros exámenes para ver si podían contener la infección, pero si no lo hacían, me dijeron que lo más seguro era que me cortaran la pierna justo por encima de la rodilla. Mejor perder la pierna, aclararon, que arriesgarse a que se convirtiera en una infección mortal.Me quedé despierta en la cama del hospital en París durante toda la noche, pensando en la mamada que podría costarme una pierna. Pasé una semana en el hospital en recuperación y usé muletas durante otra semana. Afortunadamente, me informaron que serían capaces de tratar la infección antes de que se convirtiera en un riesgo, pero ya había decidido que mi ruta de trabajo no volvería a pasar por aquel bar en Ámsterdam.Mi familia vino a verme. Además, todo el mundo en el trabajo y en casa querían saber lo que había sucedido. Fue muy difícil de explicar.—Danielle, 29