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Cultură

Travesuras de la prepa

Es 1965 y el fotógrafo Scot Sothern viaja a St. Louis con sus amigos de preparatoria para ver un juego de baloncesto. Se toma una botella de ron y termina desnudo en la recepción de un hotel a las 4 de la mañana.

Fotos cortesía del autor.

Odio la preparatoria desde mi primer día de clases en 1963. Tengo problemas de conducta y no saco provecho de todo mi potencial. Curso el segundo año, el equipo de baloncesto de la escuela es el número uno, y prefiero ocupar mi tiempo participando en competencias los viernes por la mañana que dormir en clase de inglés.

El viernes por la mañana llego una hora tarde a la escuela. Un grupo de chicos saldrán a medio día, ya sea en coche o autobús, con destino a San Luis, Misuri, para ir a un gran partido. Creo que no he puesto mucha atención últimamente porque esta noticia me cayó de sorpresa. Traigo menos de un dólar y me gasto diez centavos para llamar a mis padres y avisarles que no voy a llegar a comer. Consigo aventón en un auto lleno de idiotas y una botella de whiskey.

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San Luis es un poco aterrador, pero en el buen sentido. Todos tienen reservaciones en el mismo hotel. Es una gran fiesta. Se meten grupos de tres o cuatro chicos en cada habitación. Yo voy de habitación en habitación buscando comida y alcohol. En la tarde, a una chica le da un ataque de epilepsia en el recibidor y un grupo de personas se quedan paradas, viendo. Salgo a dar un paseo y echarle un vistazo a la zona. La ciudad vibra como un ataque de nervios. La gente es fría y las sombras son más oscuras. Me siento perdido.

Regreso al hotel, no pasa nada, la gente se prepara para dormir. La fiesta termina a las diez. Logro meterme en una habitación con tres chicos que conozco y dos chicas de San Luis. No sé porqué hay dos chicas de San Luis pero tienen cobijas en el suelo y al parecer no tienen novio. Les digo mi nombre y me meto en las cobijas con la chica más linda. Su cabello es muy largo y huele a rosas y lodo. Nos besamos. De pronto ella pone su lengua completa dentro de mi boca y la deja ahí. Se siente como si estuviera doblada. Cuando nos separamos, me dice que beso muy mal y entonces me meto debajo de las cobijas de la otra chica.

Alrededor de la media noche, las luces son tenues y la gente duerme. Le platico a la chica acostada junto a mí lo cool que soy y de pronto uno de los chicos que conozco llamado Tommy grita que me calle para que se pueda dormir. Le digo que se vaya a la verga y se levanta, prende las luces y me dice que me va a callar. Tommy es de mi estatura pero un año más joven. Tenemos varios amigos en común. Una vez lo apuñalé sin querer en el brazo cuando estaba jugando con una navaja de bolsillo. Me cae bien pero creo que yo no le agrado mucho.

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Lanza un golpe pero falla, y yo hago lo mismo. Después lo vuelve intentar y me da en la quijada. Le digo: "Ok, ya. De todos modos ya me aburrí". Tomo prestada una botella de Bacardi de un chico que está profundamente dormido y salgo a recorrer los pasillos y tocar de puerta en puerta.

Recuerdo pocas cosas después de haberme terminado la botella de ron. Me despierto en la tarde del día siguiente, desnudo, en el piso de una habitación, con dolor de cabeza, una erección y acompañado de un par de amigos de la escuela a quienes les parezco gracioso. Me cuentan que bajé desnudo por el elevador hasta llegar al recibidor a las 4 de la mañana. No sé si es verdad o no pero lo voy a agregar a mi lista de hazañas.

Gorroneo comida de mesa en mesa en el restaurante del hotel. Un grupo de chicas me cuenta que hace unas horas mi amigo Bruce se cayó desde la ventana del sexto piso y terminó en el techo del edificio de a lado. Bruce y yo somos amigos desde que íbamos en el kínder. Él es un estudiante ejemplar, no uno más del montón. Tengo envidia porque creo que caer desde una ventana es mucho más importante que ir desnudo en un elevador.

Bruce está en la cama de su habitación, lleno de rasguños y moretones. Me dice que en realidad no se cayó, que se escabulló por la ventana para esconderse agarrándose del borde de la ventana porque, como estaba borracho, creyó que la policía había ido a registrar la habitación. Como no pudo volver a entrar, se soltó con la esperanza de caer en el aire acondicionado del piso de abajo. En lugar de eso, cayó en el techo del edificio de a lado. Le digo que es muy gracioso, que me alegra que esté bien y que si me puede prestar cinco dólares porque me muero de hambre.

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Cuando llego al estadio, el juego está por terminar. No sé cuál fue el marcador pero el punto es que mi escuela perdió y fue muy divertido. Uno de los miembros del equipo, un chico que vivía a una calle de mi casa, se pone a llorar como bebé. Nunca me ha caído bien, y después de esto, me agrada menos. No sé jugar baloncesto pero al menos sé aceptar una derrota.

De vuelta en el hotel, me encuentro con la chica que me gusta, Suzy, y resulta que viene con una amiga y su novio, quien las llevó en su coche a ver el partido. Van de regreso, así que me voy con ellos. El chico trae una vagoneta, por lo que Suzy y yo ponemos unas sábanas en la parte trasera y nos mantenemos ocupados las siguientes cuatro horas.

El lunes me entero que después del partido del sábado, un grupo de idiotas bebieron demasiado y destrozaron un par de habitaciones y un pasillo del hotel. Suena divertido y lamento habérmelo perdido, pero es 1965 y aún me aguarda un futuro lleno de disturbios. Sin embargo, las horas que pasé con Suzy entre las cobijas —en una vagoneta, con música de los Beatles y los Rolling Stones sonando en la radio y las luces de los autos que pasaban a lado— fueron algo que sólo ocurre una vez en la vida.

El primer libro de Scot, Lowlife_, se publicó el año pasado, y su biografía, _Curb Service__, ya está a la venta. Para más información, visita esta página.