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Trípoli: Que no pare la fiesta

Los insurgentes entraron en la capital hace ya tres semanas y aquí sigue sin trabajar ni Dios. Todo sucedió en pleno Ramadán, y luego los tres días de celebraciones al término del mismo; además cayó en viernes (día santo musulmán) y la fiesta sigue non...

Los insurgentes entraron en la capital hace ya tres semanas y aquí sigue sin trabajar ni Dios. Todo sucedió en pleno Ramadán, y luego los tres días de celebraciones al término del mismo; además cayó en viernes (día santo musulmán) y la fiesta sigue non stop en Trípoli.

Nos pasamos día y noche entre tiros de celebración al aire -que muchas veces acaban o en la cabeza de alguien, o en la espalda de un niño de 11 años que se había subido a uno de esos andamios gigantes en la Plaza Verde (ahora ”Plaza de los mártires”)-. Según dicen, Gaddafi iba a batir el record Guinness, en materia de auto retratos, colocando el más grande jamás visto sobre dichas estructuras el pasado 1 de septiembre, que es cuando tenía previsto celebrar los 42 años de su llegada al poder. En fin… Volviendo al tema de los disparos, de noche se ceban con los antiaéreos, cuyas balas trazadoras hacen las veces de fuegos artificiales. El camarada Alberto Pradilla está obsesionado con que las balas acaban por caer y te pueden dar en la cabeza. “¡Mecagüen estos putos jabibis!”, suele repetir el hombre, con el chaleco antibalas sobre la cabeza a modo de sombrero o sombrilla.

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Para que te hagas una idea de la envergadura de la ensalada de tiros a diario, fíjate en este cartel con un pobre bebé tapándose los oídos. No obstante, los libios no saben de mensajes subliminales y memeces por el estilo.

"Qué chingados", deben pensar, es un momento de alegría; es momento de sacar fotos a tus hijos subidos a un andamio a 30 metros del suelo o posando con un kalashnikov en las manos; de pasearte en una pick up llena de cañones y granadas sin detonar que encontraste en Bab al Aziziyah (el bunker de Gadafi hoy convertido en parque de atracciones) o con esa Harley que te esperaba en la casita a pie de playa de Saif al Islam (el que estaba destinado a ser el sucesor en el trono libio hasta hace nada).

Y es que una de las preguntas más habituales en Trípoli estos días es la de “¿Tú qué te has llevado?”. En mi caso, es posible que sea dueño del único póster de Gadafi que queda entero en el mundo, aunque todavía no sé dónde voy a ponerlo. He sido moderado porque estos días he visto a gente llevarse de todo de las casas de los Gadafi: fotografías familiares, granadas de mano o fusiles ultraligeros Beretta, motos, electrodomésticos… Los más preparados entran con un coche  y se llevan las puertas para hacerse unas reformas en casa.

Otra de las cosas interesantes es darse una vuelta por los túneles del complejo. Todavía no se sabe hasta dónde llegan (seguramente los planos también se los habrán llevado), por lo que es posible perderse entre esas galerías subterráneas. Las leyendas urbanas hablan de 3,000 kilómetros pero a mí me parece un poco exagerado.

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Para completar el día, nada como acercarse a la cárcel de Abu Salim, donde puedes ver el patio dónde se cepillaron a tiros a 1,200 presos en el año '98.

Aquello fue hace tiempo y ya no hay manchas de sangre en ese recinto, pero sí en otras habitaciones subterráneas. En una de ellas puedes ver los electrodos que aplicaban sobre todo aquel sospechoso de ser sospechoso de algo sospechosamente sospechoso. También hay una estructura metálica en la que te tenían atado durante horas mientras te pateaban los huevos con unas botas.

De vuelta en la plaza de los mártires, la fiesta continúa entre tiros, palomitas e hinchables para los niños que se han aburrido de manipular armamento pesado. Es comprensible que la gente esté eufórica. No mames, 40 años bajo la bota de este tipejo cuyo look no aclaraba si se trataba de un general disfrazado de payaso o viceversa. De hecho, uno de los cánticos que más se repite es “shajhsufa”, que significa “alcachofa” (o “escarola”, no estoy seguro). Así llaman hoy a uno de los tiranos más crueles y ridículos del siglo XX y parte de XXI.

Teto y fotos por KARLOS ZURUTUZA