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Cultură

Un día en la vida de una prostituta

Me da exactamente igual el alto y ancho de sus cuerpos, firmeza de la piel, cantidad de pelo o tamaño del pene.

Fotografías de la autora.

Esta tarde estuve con dos clientes. Antes de hoy, no había visto a ninguno de esos hombres en mi vida. En los primeros meses me hubiera inquietado no saber con quién me encontraría al abrir la puerta, pero desde hace tiempo esa incertidumbre forma parte del morbo inherente de mi trabajo.

Cuando eres puta te vuelves una experta en averiguar cómo son las personas hablando por teléfono. Cómo se expresan y lo que dicen te da una imagen bastante clara de quién está al otro lado y qué está buscando. Después de unos minutos hablando con D, sé que tiene poca —o ninguna— experiencia con prostitutas, se siente solo y cuando llegue estará visiblemente nervioso. Me cuenta que vio mi anuncio hace meses y le costó decidirse a llamarme. "No soy el típico putero", dice. Me pregunto quién sí lo es. Que la prostitución mueva tanto dinero es un claro indicador de que los puteros son nuestros primos, padres, abuelos, hermanos, amigos, compañeros de clase o de trabajo, ex parejas y parejas actuales. Cualquiera de ellos. Todos ellos.

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Cuando el reloj da la una de la tarde, D me llama para avisarme que está frente a mi portal. Estoy relajada y excitada. He adoptado la costumbre de masturbarme unos minutos antes de cada cita. Las hormonas que sueltan los orgasmos hacen maravillas y después de venirme la primera vez, mi cuerpo queda con ganas de más. Por su voz estaba casi segura de que sería un chico joven. Pero no, como mínimo, D me dobla la edad. Efectivamente está nervioso, me mira con una sonrisa tímida y espera a que guíe la situación. Empatizo con él desde el primer momento. Es fácil hacerlo cuando un completo desconocido se muestra vulnerable y confía en ti a este nivel. Después de saludarnos pasamos a mi habitación. Mientras se quita la chamarra me paga lo acordado y nos sentamos en el borde la cama. Le pregunto cosas, a la gente le gusta hablar de sí misma. Según me responde lo acaricio. Le cuesta hacer contacto visual. Noto que tiene las manos sudadas y el ritmo cardíaco acelerado. Hago amagos de besos, me divierte mucho provocar. Normalmente después de diez minutos de roces se desentienden de inseguridades y la agitación que tienen en el cuerpo es por las ansias de empezar a cogerme. Le indico que es momento de pasar a la ducha. Poco después vuelve a mi habitación sólo con una toalla en la cintura.

Es muy delicado y suave. Pasamos la mayor parte del tiempo tocándonos todo el cuerpo. Los hombres que superan los 40 años suelen experimentar el sexo más tranquilos y la penetración no es un objetivo, sólo una parte del juego. Después de desnudarme se dedica a pasar sus manos y boca por todos los rincones de mi cuerpo hasta que se tumba boca arriba y me deja hacer con él lo que me da la gana.

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Me gusta la facilidad con la que se entregan a disfrutar conmigo. Cuando un cliente y una puta cogen, no hay tonterías. Me pide varias veces que me mueva más despacio porque aún no se quiere venir. Cuando está adentro de mí se puede ver cómo se olvida de todo. D se desinhibe completamente. A veces me gustaría poder grabar las expresiones en sus rostros justo cuando se vienen y compararlas con otras parejas sexuales en su vida. ¿Se dejarán llevar igual? El resto del tiempo que queda prácticamente no hablamos, apenas sabemos algo el uno del otro y no nos hace ninguna falta saber más. Estamos enredados con nuestras piernas acariciándonos. D tiene una sonrisa de satisfacción permanente y yo la piel tan sensible que se pone de gallina en cuanto me pasa los dedos por cualquier lugar. Mi celular me avisa que la cita ha llegado a su final. Pasa a la ducha y cuando vuelve, mientras se viste, hablamos de cosas que ya no recuerdo. Me da las gracias más de una vez, nos abrazamos y en cuanto cierro la puerta, cada uno vuelve a su vida. En cuatro horas tengo la cita con J.

J apenas llega a los 30 años y tiene una actitud más segura y despreocupada. No quiere relaciones serias ni le gusta perder el tiempo ligando. A mí tampoco. Ventaja número 300 de ser puta: vida sexual activa y variada a domicilio. La número 301 es que encima me pagan. Pasado todo el protocolo inicial de conversación, entrega de dinero y ducha, J procede a manejarme a su antojo. Es curioso como incluso en las situaciones donde el cliente es más dominante se sigue asumiendo que la figura de control soy yo. Podemos jugar a que él tiene el poder, pero en realidad estamos haciendo lo que yo quiero.

Camina hacia mí empujándome con su cuerpo contra la pared. Me pongo de espaldas y le pido que me muerda la nuca, lo hace un buen rato mientras pone mis manos donde a él le interesa que estén. Los hombres que saben lo que quieren me ponen especialmente cachonda y cuando no lo estoy tocando entre las piernas, me estoy tocando entre las mías. Sudamos mucho, hay hilos de babas sobre partes sensibles y nos miramos todo el rato a los ojos. Quien crea que a los hombres no les importa el placer de la puta, sabe poco sobre coger. J se excita más cuando me masturbo con él dentro de mí y se corre viéndome gemir. Durante los próximos diez minutos decimos estupideces y nos reímos el uno del otro.

Los datos que doy sobre mis clientes poco tienen que ver con su físico. Me da exactamente igual el alto y ancho de sus cuerpos, firmeza de la piel, cantidad de pelo o tamaño del pene. La conexión entre dos personas la determina el carácter y la atracción sexual, al menos yo, la encuentro en el contexto. J tiene mucho sentido del humor y pocas cosas me prenden más que alguien que sabe reírse de sí mismo. No tarda en querer cogerme otra vez. Más de lo mismo: revolcones en la cama variando de postura según nos miramos desafiantes y nos divertimos con lo guarros que somos. Si lo tomo del cuello, le jalo el cabello o le pongo los dedos en la boca, él hace seguidamente lo mismo conmigo. Así, hasta que se vuelve a venir. Como en cada encuentro, cuando mi reloj dice que es la hora, la cita termina. Nos besamos un rato en la puerta mientras nos despedimos. Me dice que nos volveremos a ver. Quito las sábanas de la cama, recojo los condones del suelo, me baño y ceno mirando el último capítulo de Games of Thrones.

Mañana veré de nuevo a P, será la cuarta vez que nos veamos. En este punto siento que se ha creado una confianza con la que puede contarme cualquier cosa. Sé todo sobre su familia, su trabajo y sus ambiciones en la vida. A veces me resulta difícil intimar así con tantas personas, cuando esto me pasa, dejo de trabajar hasta que echo de menos coger y enciendo de nuevo el teléfono. Ahí va la ventaja número 302.

Si quieres saber más de Natalia puedes entrar en su web.