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Cultură

Una tarde extraña en el mercado de los matrimonios de Shanghái

Los anuncios son muy directos: edad, altura, signo del zodiaco, peso, ocupación, logros profesionales y lugar de nacimiento.

Fotos por la autora.

Este artículo se publicó originalmente en Broadly, nuestra plataforma dedicada a las mujeres.

Lo confieso: decidí venir al mercado de matrimonios de Shanghái sólo para ver qué es lo que pasa en el sitio. Cuando me enteré de que por todo China había lugares en los que se reunían personas con la esperanza de encontrar un cónyuge para su hijo o hija, me entró la curiosidad. Dispuesta a documentarlo, me traje a un par de amigos y me colgué la cámara.

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El mercado de los matrimonios de Shanghái surgió en 2004, casi de forma casual. Muchos de los padres que se reunían en la Plaza del Pueblo para bailar y practicar artes marciales de repente comenzaron a pegar en corchos y paraguas carteles con la información más destacable de sus hijos.

Desde entonces, todos los fines de semana cientos de padres y abuelos se reúnen en un área junto a la salida 9 del metro de la Plaza del Pueblo para estudiar la oferta. Algunos forman grupos y comentan lo que han visto, otros pasean de un lado a otro con papel y lápiz mientras toman nota de los candidatos.


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Los anuncios son muy directos: edad, altura, signo del zodiaco, peso, ocupación, logros profesionales, lugar de nacimiento… Este último dato es muy importante, ya que determina el lugar en que la pareja podrá obtener prestaciones de salud y derechos de propiedad. Pocas veces se incluye una foto, las aficiones de los candidatos, sus rasgos de personalidad o sus manías.

"Estoy muy preocupada", me explica la Señora Tsai cuando me agacho junto a ella para charlar. Parece estar canalizando su estado de ansiedad en la bufanda azul de punto que teje a la misma velocidad con la que habla. El anuncio en el que promociona a su hija reposa sobre un paraguas abierto.

"¡Mi hija cumplirá pronto 26 años y todavía no tiene novio! Todos mis amigos ya tienen a sus hijos casados y yo ya no sé qué hacer", se lamenta. "A los 26 ya será demasiado vieja".

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Intento consolar a Tsai asegurándole (y, sobre todo, a mí misma), que a los 26 todavía se es joven. No logro convencerla y sigue quejándose de los pocos prospectos para su hija.

"¿Tu hija sabe que estás aquí?", le pregunto.

"Sí. Lo odia. Me dice que vaya yo a las citas. Hoy en día los jóvenes odian que los padres se metan en estos asuntos", responde Tsai.

***

La intromisión de los padres en los asuntos maritales forma parte de la cultura china. En este país, el matrimonio va más allá que la compatibilidad amorosa. Una unión conyugal sirve también para codificar o ensalzar el estatus social de una familia, una práctica que se remonta a la época imperial, en la que las bodas se organizaban principalmente por intereses monetarios. Un buen casamiento debe implicar la estabilidad financiera de ambas partes.

En China, las bodas se celebran pensando más en los padres que en los propios hijos. Son una forma de alardear ante socios y amigos, una declaración de intenciones que sintetiza el éxito de los progenitores en garantizar un futuro próspero y estable para sus hijos. Siempre son financiadas y organizadas por las familias; la compatibilidad entre ambos clanes familiares es tan importante (si no más) como la relación de los futuros cónyuges.

El núcleo familiar en China permanece siempre muy unido, incluso a través de las generaciones. La mayoría de los hijos vive con sus padres hasta que se casa y es muy frecuente que los suegros se vayan a vivir a la casa de uno de los hijos cuando llegan a una edad avanzada. Mi familia no es una excepción: mi abuela paterna vive con mis padres y, cuando yo no estoy de viaje, vivimos todos juntos en casa, en Estados Unidos. Es una tradición, se percibe como algo normal.

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En la China continental, las cosas se agravan. Debido a la política del hijo único que se implantó en la década de 1980, la mayoría de los jóvenes en edad de casarse sufre una enorme presión por parte de sus padres para que le den el sí a la persona adecuada. Al fin y al cabo, cada familia tiene todas las esperanzas puestas en su único hijo. El matrimonio siempre ha sido importante para la reputación de las familias en China, y ahora más que nunca, pues se juegan todo su futuro en una sola apuesta.


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Yo conozco la historia. Hace cuatro años, mi padre me organizó una cita a ciegas en China con el hijo de su socio de Tianjin. Ninguno de los dos sabíamos que aquello era una cita. Por aquel entonces yo ya tenía novio, y el hijo del socio de mi padre tampoco tenía idea de lo que ocurría. Para nosotros simplemente era una comida con nuestras respectivas familias.

No fue hasta un año después, cuando acababa de terminar mi relación y todavía estaba recomponiéndome, que mi padre me confesó que aquel almuerzo lo habían hecho para saber si éramos compatibles y me preguntó si me interesaría salir con aquel chico.

Por mucho tiempo estuve enfadada con mi padre. Tenía novio cuando organizaron la cita e incluso me habían dicho que les gustaba. La comida había sido idea del socio de mi padre y él aceptó planearla sólo para satisfacerlo. Pese a que mi padre admitió que era yo quien debía decidir si quería casarme y con quién hacerlo, el hecho de que intentara entrometerse me hizo sentir muy vulnerable.

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***

Me quedo pensativa viendo crecer la bufanda de la Señora Tsai al mismo ritmo que me invade la culpa. No debí haberme enojado tanto con mi padre; al fin y al cabo, soy afortunada.

Mis padres se mantienen bastante al margen de mis asuntos del corazón. Se conocieron en Estados Unidos y se enamoraron, sin la intervención de sus padres. Tienen un negocio próspero y suficiente independencia económica como para vivir sin ayuda mía o de mi hermano. Y aunque a veces se obsesionan con la profesión de los hombres con los que salgo, su lugar de nacimiento o la ocupación de sus padres, por lo general nunca se entrometen. Hacen un esfuerzo consciente por contenerse (no siempre funciona).

No cabe duda de que los mercados del matrimonio de China nacieron de la inseguridad, de la creciente ansiedad de los padres al ver que sus hijos siguen solteros a medida que pasa el tiempo. La desesperación es aún mayor en el caso de los padres cuyo hijo único es un varón, ya que existe un desequilibrio considerable entre el número de hombres y mujeres en China como resultado de la política del hijo único. Según las proyecciones, en 2030, más del 25 por ciento de los hombres chinos de treinta y tantos años nunca se habrán casado.

Me doy cuenta de que más que un mercado, este lugar es una especie de refugio en el que los padres se congregan para aliviar sus miedos y consolarse mutuamente. Mientras camino entre todos esos paraguas decorados con pretenciosos anuncios, me asalta un malestar por haber venido a curiosear.

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La mayoría de los asistentes son madres deseosas de encontrar un buen partido para sus hijos. Hay abuelos encorvados, comparando notas, conversando animadamente cuando ven datos que son de su agrado. A pesar de todo es un gesto adorable, finalmente es el amor el que los mueve.

Veo a un joven que se acerca, dubitativo, a un anuncio y a su dueña. "¿Su familia es de Jiangsu?", pregunta, refiriéndose a una provincia de China cercana a Shanghái.

La mujer lo mira con suspicacia, sorprendida. Su mirada deja claro que no tiene la menor intención de continuar con la conversación.

"Sí", responde seca.

"¡Yo también soy de Jiangsu!"

La mujer le dedica una media sonrisa e instantes después la conversación muere.

De vez en cuando puede encontrarse a algún soltero en el mercado, pero es raro ver a mujeres solteras. Según me han contado, para las mujeres solteras es vergonzoso asistir a esta clase de sitios. Y lo creo: incluso los candidatos más determinados pierden la templanza a la hora de abordar a un padre o a una madre. Son hombres valientes; van a hablar directamente con el filtro. Nadie en China es más crítico con un soltero que una madre orgullosa.

Mientras camino entre la muchedumbre, observándolo todo, me doy cuenta de que a mi lado hay un tipo respirando profundamente.

Lo observo, confundida.

"Hola, me llamo David", se presenta con un inglés chapurreado y evita mirarme a los ojos.

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Doy un paso atrás. David está demasiado cerca y me incomoda.

Converso, más por la curiosidad de la interacción en sí misma que porque esté interesada en él. David nos había oído a mis amigos y a mí hablar en inglés y sentía curiosidad por saber qué hacíamos en un lugar como aquel. Es uno de los pocos solteros que acudió al mercado para echar un vistazo. Insiste en que es la primera vez que lo hace y que, como nosotros, está ahí por curiosidad.

David nació y se crió en Shanghái. Como era de esperarse, empieza a hablar de su trabajo. Es agente de una inmobiliaria. Yo empiezo a desconectarme de la conversación. David percibe mi aburrimiento y me pregunta si me interesaría comer con él cuando vuelva a Shanghái.

"No esperarás que me case contigo, ¿no?", le pregunto con tono de burla.

"No, no, sólo comer", responde, tomando nota de mi información de contacto.

Vuelvo a pensar en mis padres, en aquella vez que les pregunté, hace varios meses, qué pasaría si no llegara a encontrar a nadie que me guste.

"Bueno, entonces tendrás que vivir siempre con nosotros", bromeó mi papá. Mi mamá soltó una carcajada entre nerviosa y cariñosa.