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Sexo

Vine y Sunset

La noche es oscura pero alcanzo a ver las estrellas en la acera, las viejas fachadas de tabique que me recuerdan a las novelas de Raymond Chandler.

Scot Sothern es un fotógrafo con base en Los Ángeles y es gran fan de las prostitutas. Ha interactuado con ellas y las ha fotografiado desde 1960. Ha logrando exhibir sus imágenes en galerías de Estados Unidos, Canadá y Europa. Las fotos de Scot provocan una reacción visceral entre el público y genera muchas preguntas, por esto decidimos darle a Scot una columna regular para conocer las historias detrás de algunas de sus fotos. La idea es simple: presentamos una imagen del archivo de Scot junto a su explicación sobre lo que estaba pasando en el momento en el que la tomó. Bienvenidos.

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Veo a una prostituta callejera en la esquina suroeste frente al Bank of America. Tiene entre 30 y 60 años y me ve como si fuera simplemente otro tipo raro. Ya es tarde y no hay mucho tráfico. Me orillo y bajo el cristal de la ventana pero ella mantiene su distancia y me analiza para ver si soy un violador asesino.

“Hey”, le digo. “¿Cómo va todo?”

Ella tiene unos lindos ojos azules, unos mechones rizados de pelo rubio y una expresión de dolor permanente en la cara. Tiene tetas grandes y es corpulenta. Se aproxima lentamente hacia mí, como si le fuera a arrancar la manos a mordidas si se acerca demasiado. “¿Quieres subirte?”, le pregunto.

“¿Qué tan lejos vas?”

“Hasta donde llegue, súbete. Te llevo a donde quieras y te doy 20 dólares si me dejas tomarte una foto”.

Ella busca a la policía por todos lados o algún carro mejor que el mío para subirse. “De acuerdo. Voy hacia Hollywood y La Brea. ¿Me puedes dar 30 dólares?”

“Claro que sí. ¿Tienes algún cuarto donde podamos tomar fotos?”

“No. Sí. No. Ok”.

“Súbete”.

Ella sujeta la manija de la puerta y tira de ella pero está cerrada. Abro su puerta con el interruptor de la mía y ella jala otra vez pero lo hace a destiempo. Ahora no estoy seguro de si la puerta está abierta o cerrada, así que presiono el interruptor de nuevo, que está en escondido en la oscuridad y ella vuelve a jalar la manija pero no abre. Presiono el interruptor una vez más, kachunk, y ella entra. Hay luz verde y los carros que se aproximan aún están lejos, entonces me paso del carril derecho al izquierdo y tomo un atajo por la avenida Sunset que va hacia el norte hasta Vine. Esto sorprendió a mi pasajera.

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“¿Qué estás haciendo? ¿Por qué hiciste eso? Ése no es el camino”.

“Voy hacia la avenida Hollywood Boulevard”.

“Pero Hollywood no es hacia allá. Es hacia el otro lado”.

“No, no lo es. Es hacia acá, confía en mí”.

“Mi papi me enseñó a nunca confiar en alguien que dijera ‘Confía en mí’ y no vas en la dirección correcta”.

“Voy bien. Lo prometo. Después del semáforo, la siguiente calle es Hollywood, sólo dame un minuto. ¿Cómo te llamas?”

“Me llamo Rusty. Esto me está poniendo algo nerviosa, mejor regrésame. No sé a dónde me llevas”.

La noche es oscura pero alcanzo a ver las estrellas en la acera, las viejas fachadas de tabique que me recuerdan a las novelas de Raymond Chandler junto con las nuevas cadenas de tiendas con estructuras planas y modernas. Ya me había olvidado de cómo era este lugar hace 40 años, cuando yo era un pueblerino de Missouri Ozarks y todo lucía tan sofisticado. La luz está en verde pero me detengo de todos modos. “Mira hacia allá, el letrero dice que el nombre de la calle es Hollywood. Un poco más adelante está el edificio de Capitol Records”.

“Está bien, puede que diga Hollywood pero eso no significa que yo estuviera equivocada”.

“Por supuesto que no. No estabas mal, sólo era otra ruta”.

Me doy vuelta a la izquierda en Hollywood y ella dice: “Por ahí no es, voy hacia La Brea”.

“Me dirijo hacia La Brea. Vamos hacia el poniente”.

Rusty mira alrededor. Este es el principio y el final de la asquerosidad de antaño del Hollywood Boulevard, a un par de cuadras antes de que la mierda turística empiece. Aún conserva un encanto rústico. Pasamos en carro frente a Cave, un bar de estripers decorado con colores primarios que ha estado ahí desde que recuerdo. Rusty respira profundo, se recuesta y parece fundirse con su asiento. “Oh sí”, dice. “Vamos bien. Conozco ese lugar”.

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Seguimos la ruta del autobús turístico por debajo de las luces descoloridas y Rusty comienza a relajarse. “Trabajé en lugares de ese estilo en Arizona pero eso ya se acabó y no volverá a pasar. Bailaba en un lugar que se llamaba B and B, por bubis y nalgas [butt]. Solía bailar cuando sonaba la canción If you had a beautiful body would you hold it against me? (¿Si tuvieras un cuerpo hermoso lo juntarías con el mío?). Pero esos días fueron hace mucho tiempo.

Ella se calla y yo no tengo nada que decir, así que vemos pasar el Hollywood Boulevard. Pasamos todos los edificios importantes y cuando llegamos al Teatro Kodak ella me dice que ahí es donde se entregan los Premios Óscar y le digo que sí, que ya sé. Me pregunta si soy un fotógrafo de verdad y le digo que sí, luego me pregunta si alguna vez he tomado fotos a estrellas de cine y le respondo que no. Me dice que tiene familia en todos lados menos aquí y que antes le gustaban las fotos en las que salía ella pero que ya no. Me dice que solía estar tan buena que podía provocarle una erección a un borracho inconsciente pero que ahora ya no tiene nada que le guste a la gente.

“Ah sí, pues, tienes unos lindos ojos”, le digo.

Rusty me dice que dé vuelta a la derecha en La Brea y después de la primera manzana otra vez a la derecha en Yucca. Me dice que ya llegamos, que es el motel a la derecha y que tengo que buscar un lugar para estacionarme. En la siguiente esquina hay un Cadillac parado en una parte del camino que me impide moverme hacia delante. Una prostituta sale del auto y cierra la puerta del pasajero. Se para frente a los faros delanteros de mi auto como una superestrella y el Cadillac se aleja. La prostituta está guapísima, como si la hubieran sacado de un video de rock. Es joven y viste escasa ropa brillante de licra. Nos mira a mí y a mi acompañante, sonríe, me guiña y luego se aleja moviendo su culo como si dijera adiós. Volteo a ver a Rusty pero ella a mí no. Estaciono el auto y nos metemos.

Lee más de Scot en nuestra columna Historias Nocturnas.