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Cultură

Visitamos la casa de un dealer

Visitamos el hogar de un vendedor de drogas para que nos explicara su día a día, cómo funciona el mercado de las drogas y por qué le tienen más miedo a los clientes que a la policía.

Después de dos semanas de amagos, aquí estamos: un sillón de tres plazas con sábanas sudadas, ceniceros, juegos de Play Station, platos sucios y un celular sobre lo que antes era una silla. Hay un invitado extra, que encima se sienta a nuestras espaldas con aires de abogado. "Es mi socio y es amigo, tranquilos". Después llaman al timbre. Un timbre como de los años cincuenta: diiiing, dooong. Nos miramos. Nuestro hombre se levanta y pone el ojo en la mirilla. "Ah, bueno, pasa, pasa". Es una clienta. Ha venido sin avisar hasta el sótano donde vive Alejandro.

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Estamos en una de las cinco ciudades de España donde más drogas se decomisan, según datos del Ministerio del Interior. "No podéis decir en dónde estamos, eh", a un paso de un cuartel de la Guardia Civil y un par de edificios institucionales de primer orden. Ahí trabaja este delaer, una especie de Proposition Joe ibérico salido de la secuela de The Wire. Ahí vende hachís, mariguana, pastillas, MDMA "y a veces Ketamina", sumido en una ensoñación en la que se ha convertido en uno de los personajes de sus videojuegos.

"Me levanté a las once. Suelo dormir en el sillón, así me obligo a levantarme y hacer cosas. Cuando me acostaba en la cama era peor, no tener rutina es duro. Y la computadora… no lo he cambiado de posición en… ni me acuerdo". Alejandro [nombre ficticio] tiene 38 años. "En los noventa, fumaba y tal. Pero en mi barrio casi nadie plantaba, era difícil encontrar maría. En los pueblos era justo al revés: todos cultivaban. Así que cuando iba, llevaba treinta euros [unos 500 pesos] y me llevaba una rama en una caja de zapatos, una bolsa o donde fuera". Entonces compraba "en la construcción". Ahí la gente compraba unas bolsitas de plástico, de esas donde vienen un botones de repuesto para las chamarras, que "costaban diez pavos". Alejandro lo vio claro: podía venderlas por menos.

Su historia sirve de alegoría temporal. De sobresueldo, a empleo principal. Alejandro trabajó durante 14 años en el andamio, donde ganaba unos cinco mil euros al mes. Cuando la burbuja inmobiliaria explotó, ya vendía droga. "Al principio no era rentable. Debía poner de mi bolsillo y endeudarme. Pero se fue corriendo la voz y en 2012 y 2013 los clientes hacían cola: vendía unos 500 euros al día, entre las 6 pm y las 10 pm". Cuando la policía lo detuvo, estaba on fire: "Fundiéndome 600 pavos diarios en chorradas y drogas. Si yo me tomaba una copa, el de al lado se tomaba dos", añade.

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"La cosa ahora ha cambiado un montón, es más peligroso", nos dice mientras se levanta por un encendedor. ¿Ha cambiado mucho? "Sí, pero no lo digo por los policías, es porque antes, cuando ibas a conectar, te asustabas por lo que te podía hacer el dealer, y ahora es al revés, ahora los que dan miedo son los clientes. Además, se ha metido mucha gente nueva a pasar. Y hay más robos: lo normal hoy es oír que han entrado en casa de un dealer y se han llevado la mariguana". A pesar de su experiencia, Alejandro no toma medidas. "Conozco a gente muy paranoica que cambia de teléfono cada 15 días. Yo lo hago cada año, y solo tengo dos".

Tampoco hace cuentas. "Sales, compras… no controlo los ingresos y los gastos. Hay chicos que tienen sus tablas de Excel y todo, yo con mantenerme…" Pero sabe lo que valen las cosas: "Lo de la Ketamina es la onda: ¿Sabes que vía Portugal puedes meter unos litros en la Península sin problemas? Tomas un avión desde India a Lisboa, te los traes y el resto ya es en coche. Sale rentable". Y si hablamos de hachís, por ejemplo, poner un kilo en Bélgica, Suiza o Italia es muy buen negocio. Aquí el kilo cuesta tres mil euros [56 mil pesos] y en Londres siete mil [118 mil pesos]. Depende del país, pero te pueden dar el doble o el triple". Según nos dice, "ahora es más fácil colocarlo" en el extranjero: "Con tener un contacto fuera, lo haces. Bueno, a lo mejor tú no puedes hacerlo, pero si das el contacto, sólo por eso ya te pagan".

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Alejandro es un homie. Sus clientes son fieles. "Los tengo desde hace años. He tenido de todo, pero la mayoría son habituales y de confianza. Un día vino una profesora de la universidad. Me dijo: 'Oye, me contó un alumno que puedes conseguirme hachís'. Ahora me visita cada quince días y compra bien. Al final es lo que quieres, gente que fume en casa y no en la calle, así no la paran ni le aprietan las tuercas. Mira, esto es como vender pan: hay que hacerlo bien. La mayoría queda mal, pero yo no. Me ofrecen cristal más barato, sobre todo con la crisis, pero mi contacto es muy bueno y prefiero no cambiar porque no me falla".

¿Por qué la cocaína no está en su menú? "Por que deja poco beneficio". Y añade: "Hay dos calidades: la original y la cocinada. Un kilo de la original, que supuestamente es pura, ronda los 32 mil euros, pero puede alcanzar los 37 mil. La original se vende a sesenta, y la cocinada a cincuenta [euros]. No tienes que hacer muchos cálculos si te digo que, si me pongo a pasar mucho preferiría hacerlo con el M (MDMA), que deja más ganancias". A Alejandro se le ha olvidado cerrar el cálculo:

—¿Cuánto cuesta un kilo de MDMA?

—"Ocho mil euros. Lo que pasa es que yo sólo compro unos diez gramillos al mes. En realidad no busco clientes de cristalino (MDMA): los pocos que he tenido se han quedado conmigo. Pero oye, muy poca gente compra un kilo, y quienes lo compran es para cocinar una parte, porque el cocinado da más ganancias".

No le falta información, pero sí herramientas. "Intenté cultivar hace un tiempo, pero el colega con el que lo monté me levantó el material, las lámparas y todo… Y tampoco sé cocinar. Cuando he intentado que me enseñen, siempre me han dicho: 'Eso cuesta dinero'. Hay que conocer los ingredientes, la técnica y las cantidades. Vamos, si la cagas o le echas otro producto, te sale mal. De hecho, una vez nos pasaron una coca súper barata porque salió rosa. Era pura, pero no había más que hacer: nadie la iba a comprar. La probamos y estaba rica. Acabamos todos con los mocos rosas".