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Coronavirus

Un día con los voluntarios de Madrid que luchan contra el coronavirus

A grandes males, grandes redes.

Tras ser decretado el estado de alarma, que obliga a los habitantes del estado español al confinamiento, salvo las excepciones contempladas en el Real Decreto, miles de ciudadanos han desarrollado en tiempo récord estrategias para aminorar los problemas que un Gobierno desbordado no logra resolver. Los cuidados vecinales o la lucha contra el desabastecimiento de productos sanitarios encabezan las tareas que están realizando de forma desinteresada.

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Llego a las puertas cerradas del Ateneo Cooperativo Nosaltres y, tal como habíamos acordado, hago una llamada perdida a Guille, que me espera dentro. Son las 11 de la mañana y es extraño ver la verja bajada a esa hora, como raro es también ver las calles de Lavapiés tan solitarias. Repartidores en bici, algún perro tirando de su dueño y, eso sí, una larga cola de vecinos, separados por un par de metros entre sí, que rodea la manzana del supermercado de la plaza. Poco más.

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Guille cosiendo mascarillas

Guille tarda pocos segundos en salir a mi encuentro. Me invita a entrar al local a través del portal de vecinos contiguo, nunca había entrado por ahí a Nosaltres. Bajamos al sótano y, entre maniquíes de madera, perchas y cintas métricas, entramos en el espacio que gestiona el colectivo de costura y reciclaje Cósetelo tú. Mientras le retrato con mi cámara, él secciona grandes pliegos de tela azul con su cortadora eléctrica y me cuenta cómo surgió la idea de fabricar mascarillas para prevenir contagios por COVID-19.

Tomó la idea de un colectivo alicantino que las había fabricado para un hospital de allí. “El material que usamos, de polipropileno, no está técnicamente homologado pero allí el departamento de Medicina Preventiva le dio el visto bueno, así que…”. Ante la total incapacidad de la industria para cubrir la demanda de estos nasobucos, diversos colectivos como Cósetelo tú se han puesto manos a la obra para tratar de aminorar el desabastecimiento entre la ciudadanía. Aunque la mayor parte de las mascarillas que se comercializan no son EPI y, por tanto, no garantizan la protección contra el virus, sí parece que pueden aminorar el riesgo de transmisión por microgotas de saliva.

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El taller de Cósetelo tú

Una vez que Guille termina de cortar los tejidos en fragmentos iguales, se dispone a repartirlos entre varias vecinas del barrio que se han ofrecido para confeccionar el producto, siguiendo el patrón indicado. De esta primera remesa, saldrán 500 unidades y ya hay prevista una próxima tirada de 900. Han pensado en todo, también en la esterilización, así pues, cuando reciban todas las mascarillas acabadas, procederán a desinfectarlas con productos adecuados antes de su distribución.

Mientras me explica el proceso, recibo un mensaje de Whatsapp de uno de los responsables del colectivo Cuidados Centro. Es uno de los muchos colectivos de apoyo mutuo que se han creado en los barrios de la ciudad para atender, aun a riesgo de contagio, las necesidades de ciudadanos que, confinados en sus casas, no pueden salir a la calle para hacer gestiones básicas como la compra de alimentos o fármacos. Me cito con Sara, una de sus integrantes, que también vive en Lavapiés y va a salir a hacer la compra.

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Sara

La ruta comienza en el mercado de San Antón. Sara elige fruterías y pequeños comercios, dejando para el final el supermercado, donde comprará lo indispensable. Entre foto y foto, me cuenta por el camino que pertenece al jardín comunitario Esta es una Plaza, un lugar agradable en el barrio donde la gente comparte la crianza de los niños, una cerveza o las labores del huerto urbano. Hablamos de esta locura que está ocurriendo y de cómo ha afectado a familias precarias. Me cuenta que Los Dragones de Lavapiés, el equipo de fútbol del barrio, está ofreciendo su local para almacenar donaciones de alimentos y distribuirlas entre quienes lo necesitan, como por ejemplo la comunidad bangladesí.

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Saliendo de la panadería, Sara asegura que, dentro de lo malo, esta es una buena oportunidad para crear tejido social, integrando a personas que no serían accesibles en otras circunstancias pues, cuando surgen necesidades, las relaciones sociales se intensifican. Me sorprendió ―o no tanto― saber que su colectivo está compuesto exclusivamente por mujeres, a pesar de que no es un requisito para participar.

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Sara

Finalmente llegamos a la puerta de la casa de Juan, el destinatario de la compra. Siempre manteniendo varios metros de distancia, me cuenta que es asmático y que por eso ha considerado que salir a la calle sería para él un riesgo excesivo. Es joven, muy agradable, y se le ve hastiado por tantos días de confinamiento.

También me escriben desde la Red de cuidados Chamberí. En esa plataforma participa Teresa, una chica muy simpática a la que conozco hace años por haber colaborado en colectivos como Holes in the Borders (cooperando con los solicitantes de asilo en Madrid y Atenas) o No Somos Delito (contra la “Ley Mordaza”). Me cuenta que es importante para ellos no mostrarse como héroes ni aceptar un rol asistencialista. “

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Teresa

Tratamos de suplir las carencias que están aflorando durante esta crisis sanitaria, pero a la vez denunciamos que esto ocurre por los grandes recortes efectuados sobre los servicios sociales y las ayudas a la dependencia”. Según me cuenta, solo en el barrio de Chamberí hay 6 grupos de cuidados que suman 116 participantes en total, y va en aumento. Entre risas, me confiesa que ya hay más voluntarios que perceptores de la ayuda. Llegamos a la casa de una vecina.

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"¿Cómo vamos, Belén?", le pregunta. "Bien… Poquito a poco", responde una señora mayor con la voz apocada, probablemente pronunciando sus primeras palabras del día. "¡Bueno, esperemos que esto acabe pronto!", intenta animarla Teresa, aunque Belén dice con resignación que aún cree que queda un poco y le pregunta a Teresa por el precio de la compra. "22 euros", le responde, "¿vive sola?". "Sí", afirma, ante lo que Teresa le dice que no dude en llamarlos de nuevo, ya sea para otra o compra o si simplemente le apetece hablar con alguien.

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Teresa atendiendo a Belén

Aunque Chamberí no se caracteriza por la precariedad, sí que alberga vecinos en situaciones complejas, ya sea por problemas económicos o por la soledad. Los voluntarios tratan de pasar desapercibidos pero, en una de las calles del barrio, algunos vecinos no han podido evitar dedicar desde sus balcones los aplausos a la Red de cuidados.

Los voluntarios y las plataformas que han surgido a lo largo del Estado se han articulado alrededor de la plataforma digital Frena la curva, en la que tratan de dar cobertura digital a todas las personas que quieran aportar su granito de arena en esta lucha para que nadie se encuentre desamparado. Nació en tan solo 48 horas e inicialmente se trataba de un proyecto impulsado por el Gobierno de Aragón, aunque rápidamente pasó a ser de gestión ciudadana.

Tirando del hilo acabo llegando a Patricia, una amiga de los tiempos del 15-M que actualmente es responsable de redes en este proyecto. Me invita a su ático, desde donde está realizando sin descanso ―y en confinamiento― su tarea.

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Patricia

Patricia tiene que comenzar una videoconferencia y veo en la pantalla de su ordenador el mapa de frenalacurva.net, con diversas chinchetas repartidas sobre él. Sirve para geolocalizar cada uno de los ofrecimientos o necesidades que los ciudadanos publican, ya que también se pueden registrar en la web personas que demandan algún tipo de asistencia. Las chinchetas están diferenciadas según se trate de una necesidad propia, una necesidad de intermediación o un ofrecimiento. Una cuarta tipología son los denominados servicios públicos, Patricia resalta la importancia de esta modalidad. Se trata de funcionarios que, aun estando exentos de ir a trabajar, ofrecen gratuitamente asesoramiento sobre cómo realizar gestiones online en los diferentes organismos públicos.

Esto es especialmente valorado ya que hay mucha confusión respecto a la forma de proceder, ahora que buena parte de las administraciones permanecen cerradas. Los administradores del proyecto también se afanan en que no haya ningún anuncio que intente lucrarse con la situación. En este momento la web recoge 2734 ofrecimientos de ayuda.

De camino a casa me llega por un grupo de Whatsapp la noticia algo farragosa de que la presidenta de la Comunidad de Madrid ha se ha retractado de la autorización y validación que emitió su Gobierno días atrás para aceptar las donaciones de material que diferentes colectivos están fabricando con impresoras 3D para suplir la falta de suministros de los hospitales. El Gobierno, la Comunidad y el Ministerio se pasan la patata caliente, nadie quiere hacerse responsable ya que temen ser demandados si algún médico cae enfermo.

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Mientras tanto, los makers y los sanitarios permanecen en estrecha relación y no han cesado su actividad pues opinan que, más allá de discusiones políticas, siempre estarán mejor protegidos usando ese material. Dadas las circunstancias, parece obvio que no sería razonable rechazar el ansiado material de protección para médicos y enfermeras por una mera cuestión burocrática, por lo que me puse en contacto con el colectivo Coronavirus Makers, el cual reúne a miles de particulares diseminados por el Estado que están fabricando productos con sus impresoras 3D domésticas.

Se comunican a través de grupos de Telegram creando grandes redes, en Madrid incluso están segregados por barrios para facilitar la comunicación. Entrar en cualquiera de esos grupos es volverse loco con la infinidad de mensajes sobre dudas técnicas, peticiones de archivos STL (los utilizados por este tipo de impresoras) o debates sobre qué modelos de visera está obteniendo mejores resultados.

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Javier

Javier es uno de los miembros del grupo en el que he entrado, quien se ofrece amablemente a que le visite en su casa. Vive sin niños ni ancianos, lo cual favorece que nuestro encuentro sea distendido aunque, por precaución, no me olvido de ponerme la mascarilla. “Pasa al laboratorio” me dice irónicamente mientras abre la puerta de una de las habitaciones de su casa. Allí está la impresora 3D desplazando su inyector de lado a lado para formar una de las piezas de una visera. Le pregunto si él produce la visera completa y me confiesa que lo ha intentado pero hasta ahora no ha logrado tener en casa todos los productos necesarios. La mayoría de los makers forman parte de una cadena de montaje: unos imprimen la diadema, otros cortan la pantalla de acetato transparente, otros realizan el ensamblaje, otros se encargan de la desinfección y, finalmente se procede a la distribución por los hospitales o centros de atención que lo hayan demandado.

El proceso de impresión es muy lento ya que, al no tratarse de maquinaria industrial, se necesita alrededor de hora y media en obtener una sola pieza. En algunos departamentos de universidades, donde se dispone de varias máquinas y modelos más “profesionales” los tiempos se reducen sensiblemente. Algo más de tiempo ha necesitado Javier pues, según cuenta, su gato se ha comido en alguna ocasión el filamento que usa la máquina, así que debe mantenerlo apartado. Me despido de él y de su pareja.

Todos estos colectivos son conscientes de estar supliendo las funciones que el Estado, en buena medida, hubiese podido garantizar de no haberse impuesto duros recortes en la sanidad. Parece que este drama -no olvidemos que es un drama- ha podido abrir pequeñas brechas en el sistema, tanto a nivel institucional como en las relaciones interpersonales y, tal vez, esté en manos del pueblo disputar en qué dirección se producen los cambios que, según parece, se irán produciendo a medida que vayamos superando este acontecimiento sin precedentes.